El Show de Minos
dimarts, 11 de setembre del 2018
dimarts, 7 d’agost del 2018
E-2
Esta
noche he vuelto aquí tras tanto, tanto tiempo. Aquí... donde mueren
los Dioses. Tierra de fantasmas de ceniza enfriada por el pesar de
los años. ¿Te acuerdas de este lugar?
Todos
estos faros que antaño eran fuentes de luz y vida ahora tan solo son
un mero y triste recuerdo del más puro y estricto abandono. La
dejadez, y la soledad; espectros que una vez te persiguieron por
estos lares, en ese día que el destino te quiso soltar aquí, ya
fuese por una razón que no queremos comprender, o por un capricho,
cuya potestad de negárselo jamás la tuviste tú ayer, pequeña. Y
tampoco la tendrás mañana.
Fíjate
que esta es la era del absoluto conocimiento. La era de la
información y las omnipresentes raíces de las relación humana.
Tantos datos disfrazados de respuestas a un todo que jamás
asimilaremos. Tantas cosas que me llevan a preguntarme y meditar por
años: ¿Cómo y por qué alguien como tú, fiel cazadora de la
verdad más pura, puede vivir entre tanta falsedad y penumbra?
Recuerdo
una vez, un viejo vaquero me contó una historia que ya casi he
olvidado. Todas las historias se olvidan, excepto aquellas en las que
te quedaste prisionero porque tu mismo destruiste la llave de tu
celda. El caso es que el viejo me habló de como las personas crean
leyes y teorías, y tratan de definir la realidad con simples
palabras que tan solo son moldes para que la gente como tú pueda
domesticar aquello indomable. Como se busca constantemente el manejo
de todo. Y sin embargo, niña, las vacas; esas vacas que el ranchero
criaba en su granja; vacas que ni siquiera saben que las personas las
llaman “vacas”, porque en realidad eso no tiene significado
alguno, desconocen todas las teorías y leyes que los humanos se
empeñan en desarrollar, y aún así viven en su más pura y serena
ingenuidad. Viviendo sin pensar en un mañana; pues este no existe en
realidad.
Tal
vez esas teorías sobre el mundo… de la pequeñez humana… de lo
inconcebible… no sean más que intentos absurdos de hallar un
entendimiento que siempre termina frustrado. Esas teorías del todo y
del nada en absoluto que no dejan de corroer. Yo mismo una vez me di
cuenta de todo esto, niña; De como el mundo se excusa por todo,
cuando lo cierto es que como todos, tú misma te has regido por tus
reglas individuales que allí fuera jamás han tenido validez alguna.
Que cosas… el Sol sigue dando vueltas por allí y lo seguiría
haciendo aunque nadie jamás lo hubiese mencionado en la historia.
No
creas que trato de ser profundo, amiga mía; tampoco destructivo. Ni
siquiera pesimista. Solo trato de explicarte otro día más como las
cosas no son más ni menos que lo que tratamos que sean. Las cosas
son porque tenían que ser. Este es el instante en el que nuestro
mundo se distancia de toda descripción objetiva. Si dejas de pensar
un segundo, si dejas apagar por un instante esa voz con la que
dialogas constantemente dentro de tu cabecita, el mundo que te rodea
“es” y nada más.
dimecres, 27 de juny del 2018
FÁBULAS DE "TERRA HIELO" (Parte 2): ENTRE LAS MANOS DEL INVIERNO
Un
golpe contundente hizo vibrar el bote con violencia. Y tras éste, un
par más rompieron todo el silencio que las aguas habían retenido.
Las rocas cristalizadas por el hielo ya se asomaban por la superfície
del mar; hecho que le daba a entender al deprimido y devastado Hans
Wieden que ya no navegaba muy lejos de la costa.
Su
embarcación no tardó en rozar la orilla del continente. Terra Hielo
había sido devorada por las nieblas que se albergaban más allá del
horizonte, y todo ese desprecio e inhumanidad habían sustituido la
bonita imagen que el muchacho había conocido de ese impenetrable
imperio.
El
frío escamaba la piel ya insensibiliazda del joven Hans. Llevaba más
de un día a la intemperie flotando sobre ese bote maltrecho.
Suerte tenía de no haber empezado a sufrir los primeros síntomas de
una inevitable hipotermia. A pesar de esto, los primeros temblores y
espasmos ya estaban al acecho en busca de un instante de debilidad.
De un instante de rendición.
Esas
eran tierras volcánicas. La roca parecía reciente, ya que el agua
todavía no había erosionado los grumos de la lava solidificada. Tal
vez las corrientes le habían arrastrado hasta la Península de Howl,
al sur-este de Terra Hielo. ¿Quién sabía? En ese entonces, todo lo
que Hans conocía sobre el desolado mundo exterior procedía de los
varios libros que había leído en la Corte de la Emperatriz Svrine.
Svrine…
Hans
Wieden se puso en pie tras su desembarco. Los gélidos vientos le
azotaban despiadados. Hans lloraba y gritaba dominado por el éxtasis
y la frustración de haber estado un día cara a cara con el más
deseado y envidiado paraíso, y la mañana siguiente haber visto como
ese mismo lugar le susurraba al oído que jamás había sido nada
allí. Que nunca pertenecería a esas tierras de luz y magia. Que ese
no sería su hogar por mucho que él quisiese.
Pero
las lágrimas y llantos de Hans se perdían en el silencio de la
nada, como cualquier esperanza de poder regresar algún día.
Cualquier esperanza de poder ser aceptado. Todo había sido un gran
malentendido o un gran acto de imprudencia desesperado, pero ahora ya
no le quedaba nada. El chico finalmente se dejó caer al suelo y esta
vez quiso dejarse devorar por las olas del ártico.
Hans
despertó con los característicos petardeos de una acogedora e
indiscreta fogata. Al parecer, alguien lo había arrastrado hasta una
antigua y oxidada nave industrial, y había encendido varios barriles
de oleo a modo de calefactor improvisado.
Varios
colectivos de desconocidos se hallaban esparcidos alrededor de las
distintas hogueras prendidas en esa área. Esa gente lucía enferma y
fatigada. Supervivientes atrapados para siempre en la más despiadada
intemperie polar. Personas que, sin duda alguna, le habían salvado
la vida.
Una
mujer con dos niñas estaba allí, supervisando al joven desterrado.
—¿Donde
estoy? —preguntó el joven confuso—. ¿Y quienes sois vosotras?
—El
padre de estas niñas te ha encontrado esta mañana inconsciente en
la Playa de los Geysers —dijo la mujer—. Estabas al borde de la
hipotermia… has tenido mucha suerte de que Jasim te encontrara.
—¿Eres
la madre?
—No
—dijo secamente mirando a las dos niñas que observaban a Hans con
inquietud—. Solo las cuido mientras su papá está fuera del
campamento rescatando trastos útiles del exterior. Mi nombre es
Alice, y este es el último campamento del Sendero Vulcan. Las
tormentas han arrasado con todos los demás…
—Agradezco
que me hayáis salvado la vida… —cortó el chico—. Pero ahora
debo regresar al Imperio de Terra Hielo.
—Ya
me contarás cómo piensas llegar allí… esa ciudad es del todo
inalcanzable. Desde que cerraron las puertas a los huérfanos, ya
nadie ha vuelto entrar ni salir de ella.
—Excepto
yo.
Ambos
se miraron con cierta tensión y frialdad.
—Papá
conoce un modo de entrar a Terra Hielo —pronunció una de las niñas
de repente.
—¿Es
eso cierto? —preguntó Hans al instante.
—¡No…!
—defendió Alice—. ¡Bueno sí! Pero ya no…
—¿Por
qué no?
—Se
trata de una antigua base militar del ejército personal de la
Dinastía Lars. Está al pié del volcán Nordeg, y digamos que
custodia una ruta subterránea directa hacia el Imperio. La conocen
como el Enclave de Stalemate.
—¿Tú
o ese tal Jasim podría llevarme hasta allí?
—¡No
tan rápido, forastero! —interrumpió la mujer—. Cuando aislaron
Terra Hielo de los Senderos ya se aseguraron de bloquear ese acceso.
—¿Cómo?
¿Y por qué desconozco todo esto si he vivido toda mi vida en ese
Imperio?
—Supongo
que a los ciudadanos se les mantiene al margen de los temas externos
para evitar difundir el pánico y la duda moral. El caso es que
fumigaron Stalemate con gases alucinógenos de todo tipo y, desde
entonces, todos los que han tratado de cruzar ese umbral han muerto
por ataques de pánico o se han quitado la vida en ese mismo lugar.
—¡Esto
es terrible!
—Sí,
de todos modos no vale la pena obsesionarse… al fin y al cabo
siempre termina siendo Terra Hielo quien decide quien entra y quién
no. Ya puedes desearlo con todas tus fuerzas, que ésta siempre
tendrá la última palabra.
—¡Tonterías!
Necesito volver cueste lo que cueste… toda mi vida y todo lo que
aprecio se encuentra allí.
—Créeme
si te digo que todos los que estamos en este campamento también
moriríamos por acceder a ese Imperio.
—Necesito
que me lleves a ese tal Stalemate… tú o el padre de las niñas…
no me importa.
—¡Nadie
va a llevarte al Enclave de Stalemate! Es una ridiculez.
—No
os pido que entréis conmigo… solo que me orienteis hasta allí.
—Entrar
en el Enclave de Stalemate es firmar tu sentencia de muerte —irrumpió
una voz grave desde detrás del chico—. Ni siquiera yo, que ya
conocía esas instalaciones desde mucho antes de ser clausuradas, he
podido adentrarme más de cinco metros de la entrada principal de la
base.
—¿Tú
eres Jasim? —preguntó Hans al nuevo individuo.
—Así
es.
—Yo
soy Hans Wieden… soy ciudadano de Terra Hielo… por lo menos
antaño lo fui… necesito volver.
—Sepas
que no te he salvado la vida esta mañana para dejar que te me mates
ahora.
—Yo
hago lo que me dé la gana con mi vida. Nadie te pidió que me
salvaras... Dime pues… ¿Queréis algo cambio? Haré lo que me
pidais.
—Que
te alejes de ese maldito lugar y ni se te ocurra volver a pensar en
él.
Hans
pasó la noche en vela observando las ondeantes y calurosas llamas de
ese barril prendido.
—¿Por
qué razón te echaron de Terra Hielo? —preguntó Alice rompiendo
el silencio y característico sonido de los petardeos de las brasas.
—Digamos
que destapé algo que no debía haber destapado… quise meterme en
algo que me superaba mil veces en altura.
—¿Y
qué pasó?
—Supongo
que molesté a alguien. Y cuando no eres nada y te enfrentas a un
todo absoluto, deshacerse de ti es pan comido… ¿pero sabes? Ahora
no me apetece hablar sobre esto.
—Entiendo…
—Solo
deseo poder regresar allí cuanto antes… aunque ya me hayan tachado
de la lista para siempre. ¡Oye! ¿Por qué Jasim ha dicho que
conocía el Enclave de Stalemate? ¿Trabajaba allí? ¿Era un
soldado?
—Así
es. Tan solo era un recluta y por esta razón no le dejaron irse con
las élites. A demás su mujer, Delia, pertenecía a los Senderos y
jamás hubiese sido admitida allí arriba.
—¿Qué
le pasó? ¿Dónde está ella?
—Ella
murió hace dos años en un asalto en las barracas. Su familia quedó
muy desestabilizada desde entonces. Por esto yo les ayudo con todo lo
que puedo.
—¿Y
tu familia?
—Mi
familia desapareció sin dejar rastro cuando yo era pequeña. Mi
padre era cartógrafo, y viajaba por todo el ártico trazando mapas
de islas y trozos de hielo flotantes. El único día que mi madre
decidió ir con él de expedición, ambos no volvieron jamás. Lo
único que me dejaron fue una colección de mapas de lugares a los
que nunca creo que vaya.
—Lo
siento…
—No
hace falta. La tragedia es rutina en éste páramo de muerte y
soledad.
—Podrías
enseñarme las obras de tu padre.
—¿Me
lo preguntas?
—No…
solo digo que… bueno, me gustaría apreciar sus trabajos. Soy
bastante curioso, la verdad. De no ser por estos impulsos míos hoy
no creo que estuviera aquí hablando contigo.
Hans
acompañó a Alice hasta una pequeña choza hecha a base de láminas
de aluminio y capas de plástico deformado. Allí dentro, la mujer
encendió una vela y abrió un baúl de acero que, al parecer por los
grabados de su tapa, antaño había transportado explosivos.
Alice
empezó a sacar pergaminos y a desenroscarlos con suma precaución y
delicadeza, mostrando esos detallados garabatos a los impacientes
ojos de Hans que, sin duda, estaban expectantes de algo que no
querían manifestar. Hasta que se hallaron cara a cara con ello.
Un
mapa de rutas de ese Sendero. Eso era. Una guía al detalle de todo
ese tal Sendero Vulcan. La Playa de los Geysers, el Volcán Nodreg y
¿cómo no? El mismísimo enclave de Stalemate. El chico aprovechó
la mínima distracción de Alice para doblar ese mapa y ocultárselo
dentro de su pantalón todavía húmedo. Al parecer, Hans acababa de
reservarse un viaje nocturno hacia los límites de ese sendero.
Cuando
todo el campamento ya dormía en sus cabañas. Hans Wieden llevó a
cabo un gran acto de desobediencia, y robó una moto de nieve para
cruzar todo ese páramo helado. Él había sido advertido, más era
del todo incapaz de sobrevivir en un espacio tan hostil como lo era
ese. Sin embargo las ansias de volver a cobrar su vida le impulsaba a
no dejarse llevar por los miedos y todos los obstáculos psicológicos
que se le habían impuesto. Hasta que, siguiendo el mapa paso a paso,
finalmente llegó a las puertas de una gran edificación de hormigón
integrada al cuerpo de un monte colosal, cuyas rocas eran recién
solidificadas. Hans estaba a las puertas de Stalemate.
La
puerta al Enclave era grande y semicircular. Precintada hasta el
último milímetro, pero llena de perforaciones en la chapa de la
misma, fruto de otros varios desventurados que también quisieron
acceder. Esa imagen del puro abandono ponía los pelos de punta. El
interior empapado de la penumbra más densa, parecía albergar los
espectros en pena de todos los que murieron allí dentro. Y por un
instante el chico se replanteó la idea de entrar en ese edificio
maldito. Tenía miedo. Mucho miedo. Pero nada era tan fuerte y tozudo
como su dolor y voluntad, así que cogió aire, y se dejó devorar
por las tinieblas de Stalemate. Quizás antaño ese lugar no le
hubiese provocado tal sentimiento de frialdad, pero ahora Hans ya
había aprendido a creer en maldiciones.
Los
primeros pasos fueron firmes, y por unos instantes, la mente de Hans
se reía de todas esas cosas que le habían contado los del
campamento. Todo iba perfectamente y ni siquiera el hedor de
putrefacción de ese sitio era un impedimento para seguir avanzando.
Hans caminaba por ese largo corredor y cada vez estaba más seguro de
sí mismo.
Por
pequeños instantes le parecían ver sombras moviéndose a través de
la oscuridad y la niebla, pero siempre resultaban ser telarañas o
pedazos de trapo mugrientos colgados del techo y de las omnipresentes
tuberías. Un camino sereno, silencioso y para nada hostil hacia
Terra Hielo. Tal vez la leyenda de Stalemate se hizo tan
escalofriantemente grande entre los ciudadanos del Sendero de Vulcan,
que nadie jamás se atrevió a entrar realmente. Mera superstición
popular. ¿Quién sabe? O quizá Hans era inmune a los alucinógenos…
.
El
muchacho llevaba ya una hora andando a través de un vasto túnel de
soledad y abandono cuando un primer indicio de luz se asomaba a un
distante punto de fuga. Era la anhelada salida, dónde supuestamente
el glorioso paraíso invernal le estaba esperando. Hans corrió como
un desesperado, pero una mala sincronización de sus extremidades
dominadas por la euforia le hizo tropezar bruscamente. Cuando Hans se
recompuso quedó del todo horrorizado, pues había regresado al
principio de ese largo y oscuro camino. A tan solo unos tres metros
de la puerta semicircular. Eso no era posible… a menos que toda esa
caminata hubiese sido una estúpida alucinación de una hora y él
jamás se había movido de ese punto. Hans empezó a hurgar en su
mente en busca de una explicación, y fue entonces cuando su razón
le hizo darse cuenta de que en realidad tan solo llevaba 5 minutos
allí dentro. Todo era realmente confuso. En el momento de alzar la
cabeza, todo su alrededor se había convertido en una espantosa masa
negra que no le dejaba ver nada.
Alguien
agarró súbitamente a Hans cuando éste se estaba ofuscando con la
más pura ansiedad.
—¡Imbécil!
Te dije que te olvidaras de Stalemate.
Jasim
había acudido al rescate como por arte de un milagro. Éste empujó
al joven hasta la salida del Enclave y le salvó la vida por segunda
vez en un mismo día. Lo último que pudo ver Hans al recuperar la
consciencia fue a ese hombre dentro del perímetro mortal,
golpeándose la cabeza contra una pared hasta la muerte, preso de la
locura que ese lugar maldito le había otorgado. El joven no pudo
hacer más nada. Solo quedarse al margen aterrorizado y ver la sangre
brotar del cuerpo de un superviviente que acababa de terminar su
camino.
Jasim
había muerto por su culpa. Eso era indiscutible. ¿Cómo iba Hans a
explicar lo sucedido a Alice? ¿Cómo iba a explicárselo a sus
hijas? Con la más horrible pérdida y ese profundo pesar, el chico
denegado de Terra Hielo empezó a rehacer su camino. Deprimido y sin
una gota de moral y voluntad en sus venas. Acabado. ¿Era él capaz
de confesarse a esa gente, o huiría como ese cobarde que siempre
fue, pero jamás quiso reconocer? Terra Hielo se alejaba mientras la
desesperación lo devoraba todo a su andar. Terra Hielo se acababa de
volver inalcanzable.
(Continuará...)
dijous, 7 de juny del 2018
FÁBULAS DE "TERRA HIELO" (Parte 1): LOS DOS ROSTROS DE SVRINE
El
vago recuerdo de “Terra Hielo” que permanecía en la cabeza de
Hans era realmente pobre y vacío.
(Continuará...)
Desterrado
del todo, el hombre de ya unos 35 años, solitario y un completo
desconocido hasta por sus vecinos más cercanos, se dedicaba a contar
uno a uno los días que caían como las botellas de “vodka” y
“ginebra” de sus estantes; en grises tierras nutridas por el
rechazo y la más pura e imperturbable melancolía. Rechazado y
melancólico definían a la perfección a ese hombre. Tal vez porqué
jamás supo como olvidar del todo, o tal vez porqué jamás aprendió
a reír en un lugar donde la gente necesitaba reír por pura
supervivencia.
Promesas,
recuerdos, y anhelos quedaron sepultados en un baúl cuya llave se
había quedado demasiado lejos del alcance de Hans. Todo estaba
demasiado lejos de su alcance. Y con todas estas pérdidas, memorias
sobre una Emperatriz del más frío y lejano Invierno y sus dos
rostros malditos; un guardián de hielo grande como un galeón de
mercancías, y un magno Imperio cuyas torres y palacios acariciaban
el Sol con sus cúspides. Un cuento de hadas escrito con la sangre de
los que se fueron y no hallaron modo de regresar. Un cuento que,
inevitablemente, estaba destinado des del principio a arder en la
hoguera del olvido, pues nadie había intentado evitarlo jamás.
Con
muy corta edad, el pequeño Hans fue enviado a “Terra Hielo” por
su paupérrima familia, nativa del Sendero Gris, con el fin de
ofrecerle una vida absolutamente al margen de la pobreza y
mediocridad con la que sus padres habían tenido que convivir todos
esos años.
Por
fortuna en ese entonces, el chico llegó en épocas de gran
prosperidad y esplendor para el lugar, así que sin mucho obstáculo
de pormedio pasó inmediatamente a formar parte y crecer en la corte
infantil de la gran Emperatriz de ese destellante imperio. Corte que
se dedicaba especialmente a acoger con los brazos abiertos a niños
que, como Hans, buscaban un lugar digno donde vivir y madurar; pues
la vida en “Terra Hielo” era de ensueño. Todo relucía como
zafiro pulido dentro de esas murallas, y no cabía espacio para el
aburrimiento y la amargura ajena. El frío letal y las borrascas de
esas tierras nórdicas ni siquiera era un problema allí, pues las
avanzadas tecnologías habían dotado a la urbe de su propio y
placentero microclima ideal. Y de este modo, persona que por
casualidad atestiguaba esa lúcida utopía invernal, era persona que
no regresaba jamás a las monótonas calles de la periferia.
La
vida en la Corte era sencilla. El paso del tiempo no era un pesar,
porqué nunca lo había sido. Había tiempo de sobras para trabajar,
tiempo de sobras para descansar, y tiempo de sobras para el ocio y el
recreo. Los huérfanos y huérfanas que terminaban allí sabían de
sobras que habían caído en buenas manos. Y los padres que
decidieron dejarlos también eran conscientes de ello.
La
recién coronada Emperatriz del Imperio, su alteza Svrine,
descendiente de una prestigiosa familia de difuntos alquimistas y
hechiceros estudiosos del hielo y sus propiedades cuánticas; era una
joven benevolente y hospitalaria ante la atención de su propia
Corte.
A
menudo se dejaba ver por las áreas de reposo de infantes, jóvenes y
no tan jóvenes; siempre arrastrando tras de si esa aura de pureza y
despreocupación que todo el mundo tanto admiraba. Siempre sonriente
y serena. Con sus vestidos a juego con la gélida nieve de las
montañas más cercanas. Una reina del hielo con un corazón ardiente
a los ojos de su pueblo. Sin embargo toda esa envidiable blancura era
inevitablemente ofuscada por una inquietante leyenda popular, que ya
se había hecho notar por todo el Imperio y más allá de sus
murallas.
“La
maldición de las dos caras de Svrine”. Así es como la llamaban.
Leyenda que relataba como, fuera de la aparente ternura y felicidad
de su majestad, lejos de la supervisión del pueblo y la Corte, la
Emperatriz se volvía presa de un mal desconocido, y éste fue la
perdición de su familia entera. Un antiguo hechizo maligno. Un
extraño evento esotérico que le devoraba el alma y se adueñaba de
su cuerpo, volviéndola tan fría y despiadada como las borrascas de
allí fuera. Pero realmente nadie conocía su origen ni su vericidad.
Durante
su estancia en la Corte, de un modo u otro, la inevitabilidad de
dicha leyenda llegó a los oídos del joven Hans quien, por un
ateísmo bastante firme y desarrollado para su escasa edad, se negó
a dar mínima validez a esos relatos sobrenaturales.
Los
años iban pasando en esa urbe y Hans vivía en cierta armonía con
esa família que había crecido junto a él. Esa misteriosa leyenda
protagonizada por la mismísima Emperatriz no se borraba de la mente
colectiva de la Corte. El tiempo no era lo suficientemente voraz como
para arrastrarla hasta el olvido; y aún así, nadie osaba hablar
sobre ese tema en lugares públicos donde una de las miles de orejas
de Svrine pudiera oírle. No era por miedo a ser castigados; más
bien se trataba de un merecido respeto a esa mujer que más allá de
los relatos que se contasen, jamás había hecho ningún verdadero
daño a nadie. Por lo menos no públicamente.
Hans
había sido muchas cosas a lo largo de su madurez. Un buen amigo o un
tipo al que odiar sin compasión, un compañero o un estorbo más, un
verdugo o una víctima de los demás y de sí mismo a la vez. Todo
distinto ante los ojos de quien te hablase de él. Lo que nadie podía
discutir sin duda alguna en ese entonces, era su retorcida psique y
su extremada facilidad por obsesionarse e inconformarse con esas
cosas que le llamaban la atención.
Así
pues, el muchacho no había tenido ningún remordimiento a la hora de
darle vueltas a ese relato que había dotado a esa ciudad de una
atmósfera de misterio e incertidumbre que superaba con creces el
surrealismo que ese sitio ya tenía de por sí. Su atracción por la
leyenda no fue instantánea, más pasaron años hasta que Hans se
involucró de pleno en esta historia. Todo empezó con una llave
perdida en un conducto de climatización, y que por cosas de un
caprichoso “Deus ex-machina”, terminó siendo expulsada sobre la
litera de Hans; en uno de los cientos de dormitorios que había en
las murallas de la Corte. Cuando el chico se encontró con dicho
objeto la misma noche de su espontánea aparición, no tardó en
aceptar el reto que la vida le acababa de proponer. Así que durante
los siguientes días, con la ayuda de su amigo y compañero de litera
Alfred Willermann, aprovecharon todo rato que tenían disponible para
manosear cada una de las puertas que había en todo el palacio y
parte de la calle principal, sin ningún fin verdadero más que el de
alimentar sus ansias de corrosivo descubrimiento. Pero en ese
entonces jamás llegaron a encontrar la ranura correspondiente. Eso
fue decepcionante.
Ambos
jóvenes terminaron olvidándose del misterio y la llave fue guardada
en un cajón donde Hans y Alfred solían guardar golosinas que
robaban del comedor algunos fines de semana. Encerrada hasta nuevos
eventos o quizá para siempre. ¿Quién sabía?
Semanas
más tarde, un día que aparentemente había amanecido con normalidad
en la Corte de Terra Hielo, Alfred acudió corriendo a Hans con una
noticia inesperada entre manos. Sabiendo que Alfred nunca corría por
cualquier motivo ageno, y mucho menos en horas oficiales de descanso,
lo que fuere que había descubierto tenía que ser algo realmente
fascinante. Y así era.
Alfred
había oído como unos centinelas mencionaban la llave desaparecida
de la “Cámara de Frost”; el gran generador térmico que mantenía
esa ciudad aislada de las inhumanas temperaturas e imprevisibles
catástrofes climáticas que frecuentaban en el Círculo Polar. Llave
que sin duda alguna se encontraba en manos de Hans y su Amigo, cuyas
intenciones no consistían precisamente en devolvérsela a sus
dueños.
Esa
misma noche, infringiendo toda norma que se opusiera entre ellos y su
objetivo, los dos críos cruzaron media ciudad saltando de tejado en
tejado para no ser vistos por nadie durante su viaje hasta la “Base
Svei”, edificio que albergaba la ya mencionada Cámara de Frost, y
que se hallaba en una fortaleza del casco antiguo.
Con
la ayuda e impulso de Alfred, Hans pudo trepar la muralla de la
fortificación hasta alcanzar una ventana que sería su acceso
directo a esas instalaciones cuyo paso a peatones estaba
estrictamente prohibido.
A
decir verdad, esta no era la primera vez que los dos muchachos
rondaban por esas zonas restringidas. En un par de ocasiones antes
habían estado en esa misma fortaleza para usar las calderas tibias a
modo de aguas termales privadas. Meras locuras adolescentes que jamás
dejaban de ser divertidas. Pero esa vez la zona estaba totalmente
vigilada por centinelas de la Guardia Imperial, así que no quedaba
espacio alguno para juegos. En el instante en que Hans cruzó el
muro, Alfred tuvo que huir antes de ser visto por unos agentes que
merodeaban la zona.
Hans
prosiguió con su marcha, sin esperar ni decir nada a su compañero,
que ya debía andar lejos de allí. Y ocultándose detrás de las
calderas e inmensos tubos humeantes de ese edificio, el joven llegó
a la puerta de la famosa Cámara de Frost y no tardó en introducir
la llave y girarla silenciosamente abriendo así esa puerta; y
enseguida se asomó en su interior para deleitar sus ansias de
aventura. Pero lo que vio allí dentro le hizo retroceder al
instante. Allí, junto al resplandeciente generador, se encontraba la
Emperatriz Svrine acompañada de un colosal titán de hielo y rocas.
Pero algo iba mal… la dulce y encantadora Svrine estaba allí
humeante. La dulce y encantadora Svrine estaba allí, al parecer,
encerrada y custodiada por un grotesco muñeco de nieve de mil
toneladas. Algo demasiado extraño. Hans salió corriendo de allí
sin pensarselo dos veces.
El
chico no le contó nada a su compañero Alfred Willermann cuando éste
regresó a la habitación. Su ambición puede que le cegara en ese
instante. Tan solo se excusó contándole que esa no se trataba de la
verdadera llave de la Cámara de Frost, y que todo había sido un
jodido malentendido. Pero eso no significó dejar el tema de lado;
pues Hans acababa de abrirse las puertas a un misterio que no iba a
dejar escapar de ningún modo. Eso le daba verdadero morbo animal.
Desde entonces decidió que un día de esos haría una nueva visita a
la Emperatriz.
Cuando
el muchacho reunió el coraje suficiente, acompañado de su soledad y
esas llaves que semanas antes se convirtieron en un camino directo a
la aventura, rehizo el camino de tejados hasta la Base Svei y se
abrió paso entre las mismas calderas y tuberías que anteriormente
fueron su escondite. Lo que no se esperaba es que alguien ya estaba
pendiente de su llegada.
En
el preciso instante en que el joven abrió esa puerta de nuevo, una
gigantesca mano de hielo se escurrió entre los marcos y trató de
agarrar al muchacho. Pero los reflejos de éste le salvaron por esta
vez. Aunque tarde para evitar un segundo intento de alcance.
Los
gélidos dedos de ese ser invernal no tardaron en oprimir al chico
quien, falto de fuerzas, fue arrastrado hasta el interior de la
Cámara de Frost.
La
Emperatriz Svrine estaba allí, entre las luces y capas de niebla
procedentes del generador. Su imagen era difusa y mucho más agresiva
y demoníaca de lo que jamás había sido expuesta. ¿La leyenda de
los dos rostros de Svrine era cierta? ¿Cómo era eso posible?
—Vaya,
vaya… parece que alguien se ha metido donde no debía —dijo la
Emperatriz removiendo la neblina con su aliento—. ¡Vran! Acercame
el chico. ¿Quieres?
El
titán deslizó a Hans hasta los pies de Svrine, y con su monstruoso
índice arrodillo al chico ante la presencia de su majestad.
Svrine
acercó su rostro sombrío al joven que yacía en el suelo, y soltó
una brisa de humo blanquecino.
—Hans
Wieden… —susurró la chica con una voz espectral.
—A
su servicio… majestad… —soltó el chico sin saber como
reaccionar.
—Parece
que la Corte se te quedó pequeña… la cuenta atrás ya ha
empezado… .
—Lo
siento señoría… yo no quería…
—¡Jamás
serás libre Hans! —alzó la voz—. No hasta que cumplas con tu
destino.
—¿Qué
destino?
—¡Tú
destruirás Terra Hielo… es inevitable…!
Hans
se levantó de repente y trató de huir de esa perturbadora reunión,
pero el monstruo de hielo no dudó en golpear al chico y lanzarlo
disparado contra el cuerpo del generador. Hans perdió el
conocimiento al instante.
El
chico se despertó, aturdido enmanillado, y en un bote que flotaba
sobre las movedizas aguas del Ártico. Ante él, un ejército entero
yacía inmóvil de pie en un muelle de hormigón. El día estaba
nublado, y el frío traspasaba toda barrera climática impuesta por
los límites de Terra Hielo. Un hombre con un diploma se adelantó al
resto y empezó a leer de su papiro.
—Por
orden directa y explícita de su legítima majestad, la Emperatriz
Svrine II de la dinastía Lars. Indiscutible gobernadora suprema de
Terra Hielo y los “8 Senderos del Norte”. El ciudadano y miembro
de la Corte Juvenil Imperial Hans Wieden será oficialmente
desterrado del Imperio, y devuelto por las mismísimas corrientes
marinas a su tierra natal el día de hoy.
—¿Qué?
¡No! ¡Espera! ¡Esto es un malentendido! —gritó Hans—. ¡Yo no
quería hacer nada! Lo juro por mi vida… ¡Por favor! No me voy a
ninguna parte…
—Terra
Hielo te desea un buen viaje, señor Wieden, y que encuentres un
nuevo hogar —siguió el orador—. ¡Buen viaje!
El
bote fue finalmente liberado de su muelle.
(Continuará...)
dimarts, 22 de maig del 2018
E-1
—¡...Es
que no puedo entenderlo! Yo solamente quería demostrarles que no soy
solamente lo que ven… que no soy el chaval imbécil que el mundo
cree que soy.
—Hijo,
no tienes que tomarte estas cosas tan a pecho. Has recorrido muchos
kilómetros para llegar hasta aquí… no eres un imbécil. Te lo
puedo asegurar yo mismo.
—Eres
mi tío… como un padre para mí. ¿Qué podrías decirme tú, si lo
único que tratas es de protegerme? ¿Y de qué me sirve? ¿De qué
me sirve todo esto si nadie en el mundo cambiará su forma de verme?
—...Tal
vez quién cambie al fin y al cabo seas tu y tu forma de enfrentarte
al mundo. Algún día madurarás. Ya lo verás. Y entonces todo te
parecerá muy, muy distinto a como lo ves ahora.
—¡Yo
no quiero cambiar! ¿Por qué debería hacerlo yo si nadie más lo
hará? La gente no cambia. Los cretinos nacen y mueren cretinos;
aquellos que tienen un buen corazón lo tendrán hasta pudrirse, y
todos aquellos que no quieren saber nada de mí y de mi vida, jamás
les importará un bledo lo que me suceda. Adaptarme a esto significa
conformarme. Y si algo he aprendido después de este maldito viaje,
es que el conformismo da asco.
—A
veces uno tiene que aprender a conformarse a las circunstancias por
pura supervivencia. Está escrito en nuestro propio ADN. La
naturaleza lo dicta.
—No
si cabe la opción de luchar por algo mejor…
—Tonterías,
hijo, tonterías.
—¿Tonterías?
—Dime
entonces… ¿Cuál es exactamente tu lucha, eh jovenzuelo?
—En
realidad… no lo se…
—¿¡Lo
ves!? No hay lucha… solamente protestas. Se te pasará. Créeme…
todos hemos pasado por algo así alguna vez. Este espíritu de
rebeldía tuyo solo es transitorio. Mera jerga juvenil.
—Simplemente
trataba de convertirme en alguien real… mostrarme como un hombre
modesto, comprensivo y luchador, y no como un número más en un
listado infinito. Es una pena que hoy en día uno sea antes un código
numérico vacío que una persona en su totalidad.
—No
entiendo exactamente a donde quieres llegar…
—¿A
dónde quiero llegar? A que a los que alguna vez hemos tratado de
quebrantar esos códigos se nos ha rechazado sin piedad alguna. Sin
ni siquiera parar a preguntarse si había algo bueno en nuestro acto.
Somos fantasmas, tío. ¡Fantasmas! Pero no de los que asustan, no…
más bien de los que nadie escucha por mucho que griten a pulmón.
Rechazados, ignorados y reducidos a polvo. No saben nada de mí…
solo lo que yo he decidido que sepan, y aun fingir no hacerlo, no
hacen más que juzgar, juzgar y juzgar. Y no saben nada. Solamente
cuentan mentiras, una tras otra, y las disfrazan de verdad para que
deje de molestarles y entrometerme como la pesada carga en la que me
he convertido, y…
—¿Ya
has pensado en dedicarte al teatro?
—¿¡Qué!?
—Al
teatro… se te da bien esto de los discursillos dramáticos.
—¿Me
tomas el pelo? Pensaba que podía confiar en ti para contarte mis
dolores de cabeza.
—Lo
siento… solo estaba bromeando. Sabes que yo siempre te escucho…
aunque no puedo decir que comparta tu conspiranoico punto de vista,
la verdad.
—No
hablo de conspiraciones… hablo de hechos que yo mismo he conocido
cara a cara. ¿Acaso tú nunca te has sentido desechado por la
inhumanidad? ¿Jamás has sentido que el mundo a veces actúa como
una máquina sin sentimientos? ¿Jamás has sentido que se ríen de
ti cuando tratas de expresar algo que a otros no les resulta cómodo.
—Bueno…
no lo sé… ya sabes que yo no tengo tanta imaginación como tu,
pero…
—¡Pero
nada! ¿Sabes qué? Creo que me haré a la mar… seré un corsario,
sí… un maldito corsario errante. Me olvidaré de todo y de todos y
no regresaré a tierra hasta que por fin puedan verme como un
verdadero hombre… ¡no! mejor, mejor agarraré un corcel y
cabalgaré mil valles y llanuras más allá de…
—¿Tú
crees?
—...pfff…
como si yo supiera algo de esto… estoy muy cansado. Se esperan de
mí algo que jamás cumpliré… .
—Vete
a dormir, hijo. Mañana ya seguiremos hablando si quieres. Será lo
mejor.
—Creo
que me daré una ducha.
—Por
cierto… ¿por qué no tratas de recopilar todas esas cosas, las
escribes bien escritas, y te montas un buen libro? Podrías ganar
dinero y todo.
—No
voy a escribir nada… solamente quería contártelo. Nada más.
—¿Por
qué?
—Porque
este es el último lugar que me queda donde todavía puedo hacerme
oír. Bueno… esto si es que todavía me escucha alguien.
dilluns, 14 de maig del 2018
UN DÍA DE TRABAJO CON LA SEÑORITA LARS
—Buenos
días Sujeto número 99, me han dicho que querías hablar conmigo.
—Así
es… ¡Toma, Teresa! Te he traído unas flores… son del laboratorio...
pero bueno… son flores.
—Oh…
¡Qué mono! Dime ¿qué es lo que te pasa, eh?
—Verás…
sé que he insistido antes en ello, pero necesito que me dejes vivir.
—¡Aha!
—¡La
vida es maravillosa! ¡No quiero perderla! Y menos por el hecho de
haber nacido en este sitio.
—Hijo…
entiendo por lo que estás pasando. ¡De veras!
—¿Entonces
por qué no dejas de tratarme como un sujeto destinado a morir en tus
ensayos, aunque sea por un instante? ¡Amo la vida! ¡Te lo juro! No
me hagas esto…
—Sujeto
99, yo te entiendo… pero tienes una idea de la vida absolutamente
idealizada. Jamás en tu vida has salido de este laboratorio. No
tienes ni una mínima idea de lo que hay allí fuera. Hay muchas
cosas malas… gente mala, desastres naturales…
—Pero
esque a mi esto me da igual. ¡No quiero morir! ¡No sin haber vivido
antes! Te lo suplico… haría lo que fuera para que no me matases.
¡Por favor! ¿Me darás una oportunidad de seguir con vida?
—No.
—¿Pero
por qué? Sé que me creasteis expresamente para destruirme con
vuestras armas experimentales. Soy consciente de que ni siquiera soy
un verdadero ser humano. Sé que tu tarea es matarme, como has matado
a decenas más como yo. Pero a pesar de ello, sabes que he hecho todo
lo que ha estado en mi mano y más durante todos estos días para
evitar este destino.
—Hijo…
siento mucho que todo esto te esté haciendo daño. Pero es que no
puedo sentir ni una mínima empatía por ti. Eres un sujeto de
pruebas, y nunca dejarás de serlo.
—Dejaría
de serlo si tú dejases de tratarme como tal.
—La
cosa no funciona así.
—¿Por
qué no? Antes que sujeto soy un ser con sentimientos… y sé con
total seguridad que quiero seguir viviendo… aun no haber vivido
nunca antes realmente.
—Lo
sé.
—¿No
vas a dar ni una mínima validez a mis suplicios? ¿Nada? ¿Soy
realmente tan insignificante?
—Si
entendieras mi trabajo, tú mismo te responderías a todo esto… .
De todos modos, agradezco mucho las flores que me has traído.
—Las
agradeces… pero no las escuchas. ¿Qué demonios debo hacer más
para que te apiades de mí? Solo quiero ser como las otras personas
de este maldito mundo…
—No
puedes hacer nada… es lo que te ha tocado. De veras que lo siento,
pero la cosa va así. Si quieres, como mucho puedo mandar a mi
compañera para que sea ella quien te despedace…
—¡Memeces!
Yo no quiero esto.
—¿En
serio? Es una chica muy simpática, y tiene unas manos suaves como la
seda. Tal vez te convenga… ya te la presentaré uno de estos
últimos días tuyos.
—¡No!
¡Basta!
—Vale…
hablemos de otras cosas ahora… que ya veo que este tema a ti te
pone algo nervioso.
—¿Leíste
ese poema que dejé escrito en las paredes de mi celda?
—¿Ese
que habla de las cosas que harías si pudieses seguir viviendo?
—Ese
mismo, sí.
—Era
precioso… me pareció muy, muy bueno. Se te da genial todo esto de
escribir. Pero tengo que decirte de nuevo que tienes la vida del todo
idealizada. La vida no es tan perfecta como tu la describes hablando
des del puro desconocimiento… ¡para nada!
—Así
es como me gusta verla, y así es como la vería si pudiese. Así me
hace sentir en realidad. Sé que también tiene cosas malas; es
inevitable; pero mientras tenga las cosas buenas… ¿qué problema
hay?
—Esto
está muy bien… ¿Escribirás más cosas antes de fallecer?
—No
lo sé… ¿Serviría de algo?
—No.
—Ya…
claro que no… ¿por qué pregunto?
—…
—¿Y
ahora qué?
—Ahora
vuelves a tu celda. ¿Qué vas a hacer cuando regreses?
—No
lo sé… nada… . Me voy a mi celda, regreso el día de mi
ejecución, y dejo que la historia me abandone en el olvido para
siempre, como el mísero sujeto de pruebas que inevitablemente me ha
tocado ser.
—Quizá
exista la reencarnación y puedas renacer en una vida brillante y
soleada… .
—Yo
no busco una vida brillante y soleada. ¡Yo quería esta vida! Sólo
necesitaba esta… ¡Nada más! No quiero mal a nadie… solamente
ser feliz, y…
—¿Y…?
—Pfff…
en realidad… ni te imaginas como envidio a toda esa gente que puede
despertarse cada día sabiendo que podrán ver el Sol salir con
absoluta seguridad, y ya ni siquiera dan gratitud a este hecho… .
Me muero por vivir… aunque jures entenderlo, puedo asegurarte que
no estás comprendiendo nada. Solamente ves lo que te conviene e
ignoras el resto por que sabes que aquí quien tiene el control eres
solamente tú misma. Ahora si que no sé que voy a hacer.
—¡Anda!
Vete a descansar. Ya hemos conversado lo suficiente… te vendremos a
buscar el día de tu final.
[…]
—”Buenos
días Señorita Lars. ¡Bonitas flores! ¿Se las ha regalado
alguien?”
—Buenos
días Asistente Glados. Sí, pero nada importante… un sujeto
defectuoso bastante cabezota.
—”Vaya.
¿Y qué quería?”
—Tonterías…
cree que sabe lo que quiere, pero solo son juegecillos de su cabeza desestabilizada. Por cierto,
Glados. ¿Podrías ir preparando todas las nuevas herramientas para
ejecutar al Sujeto 99 para mañana mismo? ¡Que esta noche me han
invitado a una fiestaza en la playa y no me le puedo perder para nada
del mundo!
dimarts, 8 de maig del 2018
PRESIDIO ETERNO
Allí
fuera todo solía brillar antes. Sin embargo las sombras volvieron
para encerrase en esta habitación conmigo y recordarme a diario que
nunca he sido más que un niño vulnerable a los ojos del mundo. Nada
más que esto; un estúpido e indefenso crío incapaz de sobrevivir
por sus propios medios.
No
sé cuánto tiempo llevo aquí dentro encerrado. Yo me atrevería a
afirmar que demasiado, pero cuando no tienes una cruz fijada en tu
calendario, siempre puede haber un “demasiado” más.
Aquí
ya no queda absolutamente nadie. No queda nada más que sombras
cazadoras con un hambre voraz. Antes la poderosa luz me inspiraba a
combatir cualquier cosa que me obstaculizara en mi viaje. Hoy esa luz
solamente es un firme recordatorio de lo que significa echar de
menos, y de lo patético que fui cuando todavía podía verla brillar
en ese firmamento gris. Que todos los Purgatorios que imaginaba eran
algo más que simples cuentos de ficción sin fundamento, y ahora me
doy cuenta. Esta vez tampoco espero ser entendido… ahora sé de
sobras que uno solo entiende lo que quiere entender; aun fingir lo
contrario. Nadie toma en serio a los críos como yo, que no saben
nada del mundo real.
Con
la única compañía de un tiburón de peluche que una vez mi hermano
trajo a casa, cuento las horas que caen de mi reloj, y me escondo de
los depredadores de la noche que merodean por mi cuarto.
Salir
de aquí o quedarme para siempre ha dejado de estar en mi mano. Llamo
a la puerta en busca de ayuda pero nadie responde ya. Nadie quiere
responder a algo tan insignificante, ya sea por temor a buscarse
complicaciones innecesarias, o por meras mentiras disfrazadas de
protección severa. Tengo miedo… no quiero seguir temiendo a la oscuridad,
aun saber lo plagada de monstruos que ésta yace. Allí fuera todo el
mundo ríe y se lo pasa bien sin importarle nada de nada; pero en
esta pequeña habitación, ni al dormir estoy a salvo. Jamás estaré
a salvo. Extraño tanto la luz... aunque ésta jamás me ha querido alumbrar.
Mi
pijama de rayas azules y blancas es la única pizca de color que
todavía me queda. Siempre había temido que un día me quedase
pequeño y tuviese que donarlo; siempre ha sido mi pijama favorito…
pero esto ya ha dejado de preocuparme, pues aquí dentro ya no tengo
modo alguno de crecer. Siempre seré un mocoso asustado y nada más.
Oigo
un ruido. Por un momento pienso que alguien va a abrir la puerta y a
sacarme de aquí de una vez por todas. Una efímera respuesta del
exterior que llevaba semanas anhelando oír, pero que resulta ser tan
irreal como yo mismo. “Obsis” o “Frusty” deben andar muy
cerca de aquí… es su hora de comer y me están buscando una
jornada más. Yo creé estos horribles monstruos antaño y ahora se
han convertido en mi peor pesadilla. Creía que me protegerías de
todo lo malo de mis días, y confiaba en ello sin imaginar los
eventos que vendrían después. Pero su existencia terminó por
transformarme en lo que soy ahora: un intento de hombre delirante.
Me
escondo entre las sábanas y trato de contener la respiración como
puedo. Ellos están muy, muy cerca. Puedo oírles buscarme por el
armario y por detrás de la puerta. Sus silenciosos rugidos me ponen
los pelos de punta, pero me permiten detectar con suma precisión su
ubicación en este cuarto. Obsis está allí, cerca de la puerta,
recordándome con sus ojos morados lo vulnerable que uno se vuelve
cuando tiene que enfrentarse a sus miedos cara a cara, y lo débil e
insignificante que te hace buscar ayuda. Que tus temores más
profundos ya se encargarán de destruir todo aquello que en un futuro
puedas llegar a apreciar. Y entonces no tendrás oportunidad de
recuperar lo que se desvaneció en el aire como polvo.
Frusty
ya se está asomando entre las sábanas donde me hallo; susurrándome
cuál espectro que, mientras yo sigo aquí sufriendo en esta cama, el
mundo jamás ha dejado de girar lleno de felicidad y vitalidad. Que
las luces no se apagan porque hoy no haya salido de mi escondite. Que
todos están demasiado ocupados para venirme a buscar aquí.
Estoy
harto de los monstruos… no solo de aquellos de los que antaño
quise escapar; también de los que devoraron pedazo a pedazo mis
escasos fragmentos de ilusión y bondad, y decidieron convertir todo
aquello que me hacía feliz en mera basura enfermiza, para terminar
encerrándome aquí. Solo e incomunicado. Al margen de todo. Sin
nisiquiera poder mostrar quien soy en realidad.
Ya
puedo ver los ojos de Obsis y Frusy parpadeando ante mí. Me cubro
los ojos con el suave tiburón para no ver lo que esos seres van a
hacer conmigo. ¡Yo solo quiero salir de este infierno! ¡No quiero
seguir teniendo miedo! ¡Estoy harto! ¡Harto! ¡Harto de ser visto como un niño
llorica y atemorizado! Sé que todavía sigues escuchándome detrás
de esa puerta bloqueada.
...Hasta
que la alarma de mi teléfono móvil me despierta otra madrugada más para empezar una nueva jornada.
Ahora todo luce tranquilo y apaciguado. Parece que esos monstruos ya
han dejado de acecharme por ahora. Bueno… hasta que la fría noche
regrese cuando este día termine.
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