La
vida, ese breve recuerdo que se funde en la nada y se esparce por el
cielo cómo los gases tóxicos que ahora envuelven el planeta. Sin
darnos cuenta, se nos fue de las manos; y detrás de nosotros dejamos
ese rastro de desolación, caos, muerte... sobretodo muerte.
Partí
hacia las alturas con el simple deseo de olvidar lo que cualquier
mortal del siglo XXI quisiera olvidar; persiguiendo un objetivo
probablemente inexistente, pero que marcaría el destino de la
humanidad.
En
el año 2070, cuando tan solo era un chico de 14 años, el mundo se
alzó con grandes progresos; económicos, políticos, tecnológicos...
. La gente gastaba dinero para todo, e incluso lo malgastaba en
cualquier tontería. Luego, en el 2075, cómo una daga envenenada por
el más mortal veneno, llegó la crisis, y nos encontró
desprevenidos e indefensos.
Los
primeros síntomas fueron pequeños conflictos, debates televisados,
asaltos terroristas... lo siguiente fue una guerra a escala mundial:
La Tercera Guerra Mundial, o también llamada: La Primera Guerra
Tóxica.
Estados
Unidos, con ansias de dominio, creo a Zoik, un humanoide modificado
genéticamente a base de sustancias peligrosamente tóxicas. Y junto
a este, lanzaron millones de Zoiks más, que arrasaron con China,
Rúsia, y todos los países potenciales del mundo. Pero, esa especie
evolucionó hasta el punto de desarrollar una mentalidad propia, y
acabó con su país creador. El mundo como lo conocíamos dejó de
existir, y ya era demasiado tarde para recuperar-lo.
Los
afortunados consiguieron evacuar lo que antes era nuestro hogar, y
consiguieron un puesto en la gran estación espacial Elypsis, que
merodeaba sigilosamente por nuestra órbita. El resto de la población
fuimos abandonados a nuestra suerte en este paraje hostil, luchando
por nuestras vidas sin futuro.
Fue
entonces, en 2078, cuando recibí una carta con mi nombre escrito:
Jacob Darry “Dog, el cazarecompensas” .
Observé esas letras de excelente caligrafía, y ese legendario
logotipo que me dio a conocer a mi nuevo cliente. El Clan del León
Dorado.
Fue
cuestión
de pocas horas, que me encontrara
cara a cara con mi anfitrión, el señor Mark
Coster, el jefe de ese clan de millonarios supervivientes.
Una
vez acomodados en esos cálidos sofás de terciopelo, con una taza de
lo que parecía ser té rojo, Coster me presentó
el motivo de mi
inesperada invitación.
Durante
los transportes de gente hacia Elypsis; la aeronave
Gamma32, sufrió grandes turbulencias, que resultaron fatales y
provocaron la pérdida de ese vehículo. Era un accidente frecuente
en esos viajes; la nave se estrella, gente muere, llega el equipo de
rescate, etc. Pero esa vez fue distinto, ya que no se encontró
ningún rastro de la nave caída.
Después
de tres años de investigación, llegaron a la conclusión de que
había algo allí, en el lugar del impacto; una superficie de X
dimensiones que flotaba en el firmamento a causa de una acumulación
de las densas capas de gases que cubren el planeta. Un lugar del
cual hablaban los mitos de la zona; la isla
perdida de Ávalon. Y
mi misión: Encontrarla.
Y
aquí me encuentro ahora, a bordo de una pequeña nave dirigible
tripulada por unos detestables autómatas que se pasan el día
peleándose y recargando
sus caprichosas
baterías, las cuales deseo arrancar de sus fríos cuerpos metálicos
cuando acabe todo esto.
Me
siento en
la proa del vehículo, mientras observo a los robots discutiendo en
un idioma que nunca entenderé, con la mente perdida en
las nubes que me rodean, reflexionando sobre
cómo cambia el pensamiento
de las personas; en que si no hubiera perdido a mis padres en la
guerra, seguiría siendo ese chaval que se paseaba por las calles sin
ningún destino, sin ningún futuro... probablemente
más feliz.
Vuelvo
a centrar mi atención en
esos autómatas, criaturas incapaces de comprender mis pensamientos y
veo que han dejado de gritarse, se les ve alarmados. Es luego cuando
veo la terrible tormenta que se acerca con sed de destrucción.
Aparto
con un gesto brusco al robot que tripula la nave, y tomo el control;
pero todo esfuerzo resulta inútil cuando ya estás dentro de la nube
negra. El cúmulo de sonidos,
la lluvia ácida, las
terribles olas de vientos del norte y la falta de visibilidad me
resuenan
en mi cabeza,
esto me impide pensar con claridad.
Me obligo a respirar hondo
y calmarme, pero entonces una ráfaga de viento se lleva al hombre
metálico que se intentaba reincorporar después de recibir mi
violento golpe. Esto me deja completamente
aturdido.
Y
cuando parece todo perdido, veo filtrarse entre las masas oscuras un
rayo de luz. Un rayo de luz que me indica el final de la tormenta; un
rayo de luz que me da fuerza para sacar a la nave ilesa de esta
terrible lluvia ácida y
continuar mi aventura. Así
que con mi último aliento agarro fuerte el timón con la insignia
del Clan del León Dorado, y me impulso
hacia el Sol. Lo que sucedió
a continuación no logro recordarlo.
El
caso es que me despierto en mi camarote con un dolor de cabeza
infernal, y el humor por los suelos. Salgo a la superficie apartando
a todos esos hombres lata que me tapaban el camino, sin prestar
atención a lo que están haciendo. En cuando miro al cielo,
automáticamente se me dibuja una sonrisa en el rostro. El
Sol brilla cómo nunca había brillado jamás, el aire era fresco y
agradable. Entonces me acerco a los robots, que están formando un
circulo. No tardo en darme cuenta que están “llorando” al robot
que voló por los cielos por esa ráfaga de viento, el robot que al
que involuntariamente yo maté. Parece increíble, pero por una vez
me siento mal por haberlos tratado tan violentamente. ¿Y si
realmente tienen sentimientos?
Consulto
los mapas, y todas esas
cartas aeronáuticas, llevamos dos semanas volando y aún no hemos
encontrado nada; temo no haber seguido la ruta adecuada. Me tumbo en
la hamaca del camarote, mientras leo La Vuelta al Mundo en
80 Días que me dejaron los de
Clan junto con la embarcación y la tripulación.
De
repente, los radares de la nave detectan tierra. Salgo corriendo de
la sala, y me hago espacio entre los autómatas que se me han
adelantado. Quedo maravillado contemplando ese inmenso continente
flotante.
Al
acercarnos puedo apreciar las ruinas de una ciudad entera tragada por
árboles de tamaño descomunal, y decenas de islas enlazadas por las
gruesas raíces que cuelgan de las plataformas de roca.
Aterrizamos
y anclamos impacientes y orgullosos. Tarde para darnos cuenta de que
esa isla también está infestada de Zoiks.