Cuando
subo al escenario después de unas interminables horas de ceremonia donde nadie
tiene nada que decir, cojo todo el aire que puedo almacenar en mis pulmones, y
observo con desgana el vulgar cajón de madera que a partir de hoy será el ataúd
de una persona que en su día fue un héroe y hoy ya no es más que polvo.
La
gente come y bebe, esta es la razón de su presencia aquí. A nadie le importa lo
que tenga que decir ahora. Pensar esto me relaja más de lo esperado. Aunque sin
embargo, sé que muchos de ellos se girarán hacia mi cuando empiece a hablar, me
escucharán atentamente fingiendo tristeza, y finalmente aplaudirán con fuerza;
aplaudirán porque ya habré terminado mi discurso y podrán seguir zampando.
Alzo
mi vista hacia las polvorientas calles de la villa, y me dejo deslumbrar por el
abrasador Sol de Arizona, que ya se esconde en el Oeste. Me quito el sombrero
con la mano izquierda y con la derecha agarro el papel que da comienzo a mi
historia:
“Nadie podría creer, ni siquiera imaginar, todas
las tardes que yo desperdicié con 8 años, esperando en el umbral de mi morada
con la vista fijada en las dunas del horizonte a que apareciera la figura de
Jackson del Desierto, armado con su reluciente revolver y con mil historias
increíbles que contar. Aunque como por arte del más estúpido infortunio, él
siempre llegaba esas escasas tardes en que yo no estaba allí, preparado para
ser el primero en verle bajar de su caballo y mojar su melena dorada en la
fuente de la plaza central.
Él
siempre se sentaba en una roca cerca de su choza solitaria, sonriendo con su
diente de oro y rodeado de niños ansiosos por conocer los relatos de sus
infinitas aventuras buscando y descubriendo los legendarios tesoros más ocultos
del mundo, y luchando contra los más crueles mercenarios y bandidos que se
cruzaban con él. Cómo olvidar ese día en que de su bolsa sacó un enorme jarrón
de la perdida Atlántida de Platón… . Él siempre fue nuestro mayor héroe y
nuestro único modelo a seguir. Cuando él partía en busca de nuevas aventuras
inolvidables, todos nosotros nos convertíamos en Jackson del Desierto, listos
para recrear sus relatos en nuestra infantil imaginación.
Pero
lo que para nosotros era un honorable Caballero de las Dunas, para los adultos
de la aldea era un hombre despreciable. Era más que obvio que envidiaban lo que
él significaba para nosotros, los niños del pueblo; y era obvio que Jackson
generase un cierto temor para los padres de su querida audiencia, que a menudo
mal pensaban de sus actos. Pero existía una razón mucho más profunda que
alimentaba ese odio de los adultos, y que no conocí hasta muchos años después.
Cuando
llegué a la adolescencia, unos 15 años más o menos, Jackson desapareció
totalmente de la aldea durante varios años. Nadie conocía el paradero de ese
hombre; ni siquiera los escépticos adultos, que fruncían el ceño con desagrado
cada vez que sus hijos, nietos o sobrinos preguntaban por él con inocencia.
Durante los primeros eternos años tras su misteriosa desaparición, un profundo
vacío invadió las calles del pueblo. El silencio y la quietud del desierto
volvió a ocupar su lugar en esa villa de mala muerte. Todo cambió; lo reconozco
sin dudar. Aunque como toda herida, su extraña pérdida cicatrizó a medida que
el tiempo avanzaba.
Los
asuntos de la aldea, las clases de ganadería y caza llenaron suficiente
nuestras jóvenes cabezas, como para abandonar en el más oscuro olvido esa
figura que tanto nos inspiró para crecer siendo lo que realmente deseábamos.
Para llegar a encontrar nuestras metas tal y como él encontraba sus grandes
tesoros legendarios.
Pero,
como si de un milagro se tratase, reposando en el umbral del porche de mi casa
de madera en una calurosa tarde de agosto, vi como una lejana figura cabalgaba
a gran velocidad entre las colosales dunas del desierto. Me levanté al mismo
tiempo que una sonrisa se empezó a esbozar en mi rostro, cansado de mi
aplastante rutina. Jackson del Desierto había regresado más vivo e implacable
que nunca. Llegó con el mismo caballo que le había hecho desaparecer tantos
años atrás, y bajó de su montura en silencio ante mi soñadora mirada. Me saludó
agarrándose ligeramente su sombrero de cuero desgastado. Desde ese instante
volví a ser un niño necesitado de esas historias que ya había olvidado. No me
sorprendió que a pesar de su simpático saludo, realmente ignorase mi identidad.
El tiempo justificaba la pérdida de sus recuerdos, pero no de los míos, que rápidamente
regresaron a mi cabeza adormecida, que aún no podía creer lo que estaba
sucediendo en ese instante.
Las
noticias no tardaron en esparcirse por la aldea, y en pocos minutos, Jackson
del Desierto volvía a estar orbitado por todos esos niños que, más que niños,
ya eran hombres.
Esa
tarde, bajo los rayos anaranjados de un Sol ya cayendo, Jackson se sentó de
nuevo en su querida roca, aún ardiendo por el Sol del día, y se sacó el
sombrero para contarnos la última de sus intrepidantes aventuras. “La Ciudad de
los Césares” exclamó mientras nos mostraba una brillante pieza de oro español,
supuestamente hallada en su odisea hacia la mística Ciudad de la Patagonia.
Imaginad nuestros incrédulos rostros de fascinación en ese instante en que
pronunciaba ese extraño nombre.
—¿Encontraste la ciudad? —preguntó un chico,
anticipándose a los pensamientos de todos los demás.
—Mucho me temo que… —intentó decir Jackson,
cuando de repente vio algo en las lejanías que le silenció su discurso. Decenas
de padres furiosos por el retorno del Caballero de las Dunas venían a buscar a
sus hijos para alejarlos del pobre Jackson, que jamás había hecho nada malo
para ganarse ese incomprensible odio. Al menos eso creíamos. “Mañana hay
cosecha de trigo, debes volver a casa para dormir” decía mi padre para
justificar su inesperada aparición. Nosotros, sin opciónalguna, obedecimos y
dejamos atrás al solitario Jackson que, ocultando su dolor, se colocó el
sombrero de nuevo.
La
siguiente mañana, después de una dura jornada en el campo, un inesperado
visitante cruzó las vallas de madera que separaban las cosechas, de las tierras
áridas del desierto. Ese visitante no era Jackson del Desierto, cómo muchos
debisteis creer. El visitante no era ni más ni menos que Elizabeth Day, la hija
del tabernero del pueblo, con la que había compartido tantos relatos de Jackson
durante toda mi infancia.
—Pensaba que el estiércol del campo te provocaba
náuseas —bromeé, recordando conversaciones de antaño.
—Lo que me da nauseas es tu estúpido
humor—respondió ella guiñando uno de sus ojos.
—¿Has venido a decirme algo o solamente a
meterte conmigo? —dije siguiendo esa parodia.
—He venido a hablarte de Jackson del Desierto
—respondió ella de repente, muy seriamente.
—¿Qué pasa con él?
—Anoche, tras el asalto de los adultos, vino al
salón de mi padre y se estaba tomando un par de copas de ron cubano, cuando de
repente, cinco o seis hombres, entre ellos el barbero y tres agricultores de la
zona, le rodearon y le intentaron dar una paliza a sangre fría. Jackson pudo
tumbar a un par de ellos, pero finalmente cayó en sus miserables manos, y estos
le golpearon duramente hasta que Jackson prometió abandonar la villa para no
volver jamás.
—¿Y lo hizo? —pregunté desconcertado por la
terrible historia de Elizabeth.
—Lo hizo —afirmó con dolor.
Y
Elizabeth no mintió. Durante los próximos ocho años no volvimos a saber nada
más de Jackson del Desierto. Jamás pregunté a mis padres el origen del rechazo
y el destierro del aventurero, porque sabía que conocer la verdad quemaría el
buen recuerdo de él que aún conservaba en mi memoria, y que esta vez no tenía
intención de desaparecer. Así que, armado con 23 años y unas insaciables ansias
de aventura, decidí dejar atrás la aldea y esos apestosos campos para empezar mi
odisea en busca del mayor tesoro de este oscuro mundo, el desconocido paradero
de Jackson del Desierto.
Partí
en busca de un objetivo que parecía tan imposible entonces… Pero tras cruzar
decenas de valles, llanuras, ríos y fronteras cabalgando sobre Percy, el
caballo invencible, según el tipo que me lo vendió, logré finalmente hallar al
legendario Caballero de las Dunas, vagando borracho sin control por las
claustrofóbicas calles de México.
El
no me reconoció a mi, y casi yo no le reconocí a él. Su deplorable aspecto
reflejaba una vida hundida hasta la más profunda miseria. Ese carisma que le
convertía en el inigualable Jackson del Desierto se esfumó tras esa paliza en
la taberna del pueblo. Lo único que le quedaba entonces era su diente de oro,
que ya ni siquiera brillaba.
Fue
entonces cuando tomé una decisión; yo conseguiría despertar de nuevo al
intrépido aventurero que se ocultaba tras esa colosal capa de roña infesta y
mugre. Jackson del Desierto no podía morir, más no si yo estaba allí para
evitarlo.
Los
próximos meses de mi vida fueron invertidos únicamente en desintoxicar y
reorganizar la vida de ese hombre. Él, conscientemente o no, me había cedido su
pequeño y descuidado refugio de barro en Monterrey, donde había estado
malviviendo esos oscuros últimos años.
No
era una tarea fácil… ¡Para nada! El carácter de Jackson se había convertido en
una verdadera caja de sorpresas. Su adicción al alcohol y al opio le convertían
en un monstruo en el instante en que se le privaba de alimentar dichas
adicciones, y esto dificultó tanto su rehabilitación, que completarla resultó
un fracaso. Jamás había imaginado que mi paciencia tuviese un límite tan
frágil. Los roncos gruñidos e insultos de Jackson frecuentaban en mi día a día
en esa cabaña, y en poco tiempo, me di cuenta que no existía método que pudiese
traer de vuelta al admirado Jackson del Desierto.
Entonces
llegó el detonante de esa dinamita que hacía arder las venas de mi cuerpo hasta
puntos infernales. Durante una discusión, ya no recuerdo sobre qué absurdo
tema, acudí a recordarle esos tiempos en que él era el ídolo de los niños de la
aldea, en Arizona. Al oír esas ridículas palabras, se empezó a reír hasta el
punto de asfixia, y con su más oxidada y enferma voz dijo:
—¡Menudas memeces! Todas esas chatarras que os
enseñé jamás fueron encontradas por mi. Solo me divertía viendo vuestras
incrédulas caras mocosas ante mis cuentos de hadas. Entonces me dedicaba a
robar en museos de las capitales para vender esas reliquias a todo tipo de coleccionistas
sin escrúpulos ni moral. Tu cochambroso pueblo era mi tienda, y por esto tus
papás me desterraron; porqué atraía a todo tipo de escoria durante las noches.
Gente que no hacía nada bueno.
Me
largué de ese maldito lugar y jamás volví a saber nada del “adorado” Jackson
del Desierto hasta que nos mandaron a la aldea su cadáver encerrado en un cajón
de madera carcomida. Al parecer, sus compañeros de crimen quisieron cobrar una
deuda que Jackson no había pagado”. Y así acabó mi discurso. “Jackson del
Desierto murió tal y como había vivido: como un estafador”.
Tras
escuchar los previstos aplausos del hambriento e ignorante público, bajo del
escenario y me uno a mis compañeros, entre los cuales está Elizabeth. Y cuando
por fin termina este funeral sin lágrimas ni tristeza, cansado, me dirijo de
nuevo a mi casa cuando de repente, un extraño cofre de madera oscura con
grabados Mexicanos, deslumbra en la puerta de mi choza.
Una
misteriosa nota sobresale del cierre metálico de la caja; y en esta leo:
“Querido Peter, sé que es tarde para lamentarme
de mis infinitos pecados, y dudo que puedas perdonarme, pero solo necesitaba
disculparme por haberte hecho confiar en alguien que nunca existió. Pero entre
tantas mentiras hay una pequeña luz que puede dar fuerza a tus creencias; pero
solo si aceptas el reto. Con esto quiero decir una única cosa: luchaste para
que Jackson del Desierto regresara, y aún no es tarde para dejarle marchar.
Abre este cofre, pero no lo hagas por mí, hazlo por ti mismo; ábrelo y conviértete
en lo que tu siempre confiaste. Ábrelo y sé tú el único e inmortal Jackson del
Desierto.
H.R.Jackson”
Abro el cofre con mis manos temblorosas y en su interior reposa un
amarillento papel doblado varias veces. Mis ojos no pueden creer lo que ven
tras abrir el papel cuidadosamente: el auténtico mapa hacia la legendaria
Ciudad de los Césares.
Una buena historia de aventuras ! Es un placer leerte !
ResponEliminaMuchísimas gracias =D
ResponEliminaSe me ha hecho corta, creo que merece una segunda parte...!!!
ResponEliminaSiempre hay ideas para todo =).
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