Quedaba muy poco para que cerrase el
local, media hora más o menos, cuando una visita inesperada hizo crujir las
bisagras de la puerta del salón de tatuajes.
—Apurando un poco ¿no? —preguntó el dueño
al transeúnte que, un tanto desconcertado observaba los viejos y ya
amarillentos pósteres de películas colgados en las paredes del establecimiento.
—Éste ha sido un día largo —murmuró ese
hombre, dirigiendo hasta el anfitrión una fatigada sonrisa bien cargada de
ironía.
—24 horas exactamente —se burló
amistosamente el propietario—. Los días suelen durar 24 horas; pero créeme si
te digo que habrá un día en el que echarás de menos todo el tiempo que hoy te
ha sobrado. Así pues ¿En qué puedo ayudarte?
—No lo sé, la verdad —respondió el cliente
con un vago suspiro—. Un amigo me recomendó éste local. Me dijo que me iría
bien pasarme por aquí. ¿Alguna sugerencia especial para un cliente bastante
tozudo con severo estrés y muy adicto a la cafeína?
—Creo que lo que andas buscando es una
palmadita en la espalda, y una buena patada en el culo —bromeaba el viejo
tatuador frotando con las yemas de los dedos su mostacho gris de motero
americano—. Muchos de mis clientes suelen pedir que les tatúe un poco de fe
cristiana, pero no te veo con demasiadas ganas de querer visitar la iglesia
cada domingo.
—Sinceramente, no veo como creer en
dioses me podría resultar útil.
—Entonces necesitaré que me cuentes por
que azares del destino has venido a visitarme hoy —reclamó el dueño,
manteniendo su serenidad y su cordialidad.
—En realidad creo que solamente es
curiosidad —respondió el visitante con una notable apatía—. ¿La gente suele
explicarte todos sus tormentos?
—Así es.
—Entonces usted debe ser una especie de
psicólogo, motero, monje purgador, dibujante loco, y…
—¡Y cocinero! —sonrió el anciano—. Me
encanta cocinar, sobretodo para mis nietos Dorothy y Chalie. Este viernes
vendrán a verme ¿No es fantástico?
—Y cuénteme —insistió el hombre— ¿usted
disfruta escuchando a diario los dramas de las otras personas? ¿Le parece algo
morboso? ¿O tal vez le deprimen?
—¡En absoluto! Pero sí disfruto sabiendo
que cuando salgan de este salón, todos esos dramas desaparecerán de sus mentes
para siempre.
—Usted me recuerda a no sé que… —añadió
el cliente, en un tono absurdamente reflexivo—. Quizá a algún personaje de
alguna película de esas en las que un viejo chino enseña artes marciales a…
bueno ¡no me haga caso!
Ambos individuos se acomodaron en el
desordenado escritorio lleno de documentos y extravagantes bocetos, ubicado en
el mismo salón de tatuajes. El viejo propietario, inmerso en la espontánea
entrevista que ese señor le había brindado, decidió ignorar sus horarios y
ofreció una cerveza a su cliente. Al fin y al cabo, nadie le esperaba hoy en
casa, por lo que no tenía ninguna prisa para cerrar el local.
—El otro día vino un muchacho. Un chico
desesperado porque le aterraba el futuro. Me habló de accidentes, holocaustos y
todo tipo de eventos deprimentes. Era “diez-y-seis años de trauma” con patas.
Ese chico estaba sediento de optimismo y ni siquiera era consciente. “Necesito
que me tatúes amnesia para borrar mis miedos y empezar de cero” me decía.
—¿Y le hiciste caso?
—Obviamente no. Pedir amnesia es un
verdadero disparate. Aunque parezca una solución rápida, uno puede repetir los
mismos errores y volver a hundirse sin aprendizaje alguno. En cambio el
optimismo se propaga rápidamente y lo que es más importante, te ayuda a darte
cuenta que las mismas cosas que antes te aterraban se pueden ver desde una
perspectiva totalmente positiva, sin necesidad de olvidarlas. Así que le
convencí y él confió en mi.
—Si me cuentas esto, supongo que todo
salió bien... —dedujo el “ahora invitado” del tatuador.
—Todo salió perfecto. De los mejores
tatuajes que jamás he hecho. Aunque no creas que tengo reparo en confesar mis
errores —quiso aclarar el anciano—. De hecho, un hombre entró aquí ayer, y se
sentó en la misma silla en la que estás ahora sentado. Había sido cliente mio
hacía ya 20 años. En ese entonces era un jovencillo que quiso tatuarse
“Rebelión adolescente” y yo le di lo que buscaba sin osar preocuparme por las
consecuencias. Ayer tuve que borrar dicho tatuaje porqué el pobre no podía
permanecer más de una semana empleado. ¿Suena ridículo, eh?
—entiendo —suspiró el invitado con la mirada
perdida en su dorada botella de cerveza.
—Uno tiene que ser muy, muy consciente de
aquellas ideas que necesita, y de aquellas que no —pronunció el propietario con
cierta sabiduría—. Hablo desde la experiencia.
—Dígame —dijo el curioso cliente alzando
su mirada—. ¿Tiene usted algún tatuaje?
—Le mentiría si le dijera que no. Antes
de iniciar mi negocio me dibujé un poco de confianza en mi mismo y… bueno tal
vez me hice un tatuaje algo más importante.
—¿De que se trata? —preguntó el cliente
cada vez más excitado por las historias de ese viejo artista—. ¿Le importaría
contármelo?
—¿Sabes guardar un secreto?
—¡Por su puesto! —afirmó el hombre con
destellante intriga.
—Tienes que prometérmelo.
—Claro; ni lo dude.
—El tatuaje más importante que me hice es
el del remordimiento. Remordimiento por engañar a todos y cada uno de mis
clientes. No existe tinta alguna que pueda escribir sobre la mente humana. Yo
solamente me dedico a convencer a toda esa gente de todas esas cosas que ellos
mismos no se atreven a decirse. Resulta increíble cómo con la simple semilla de
una idea impuesta por otra persona, puede un ser humano transformarse. El poder
de cambiar reside en uno mismo, pero a veces una simple historia de fantasía de
un viejo bigotudo puede ayudarte a encontrar ese poder dónde antes solo había
niebla. Ésta es la verdadera magia de mis tatuajes. Y tu, amigo mio, ya tienes
mi tatuaje terminado. Espero que lo disfrutes el resto de tu vida.
Genial Sergi!! Molt madur, un gran relat,
ResponEliminam'ha agradat molt, felicitats!!!
Moltes gràcies =D
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