Basta una leve brisa para que todo
empiece a tomar forma. No se de donde vengo, ni hacia donde voy. No
reconozco si ha existido el tiempo antes de este instante. Ni
siquiera puedo atribuir una forma física a las sombras que me
rodean. Solo sé que soy una pieza más de una infinita cola de
oscuros cuerpos andantes que todavía no han despertado y
probablemente jamás lo harán.
No muevo ni un solo músculo, si es
que hay carne tras la masa de penumbra que me compone; pero aun así
mi cuerpo se eleva progresivamente junto a los cientos de individuos
que me acompañan. Me encuentro en una especie de cinta mecánica
ascendente y la verdad, no comprendo qué demonios he hecho para
estar aquí. ¿Dónde estoy? ¿Y qué es lo que quieren de mí?
Aquí dentro, en este desfile de
emociones que no logro comprender, todo se ve oscuro y gris. No
existe color alguno que apreciar, aunque de hecho ese concepto de
“color” se ha borrado totalmente de mi mente racional. Estoy
confuso y creo que hambriento; me duele mucho la tripa. ¿Tengo que
comer? ¿Por qué debería hacerlo? ¿¡Qué hago!?
Miro a mi alrededor y siento mis
vértebras crujir con violencia. Parece que al fin y al cabo hay algo
sólido en mí, pero no sé si este hecho me consuela o me dificulta
más la situación en la que me hallo: solo y perdido, alzándome en
una omnipresente tiniebla y rodeado de personas que ni sé si están
vivas, pero se mantienen de pié y se balancean empujadas por las
corrientes de aire filtradas en este oscuro canal.
Dominado por la incertidumbre de la
situación, empiezo a romper con movimientos lentos y pesados la cola
de la que formo parte, haciéndome paso entre el montón de cuerpos
moribundos. Sigo subiendo por la cinta, pues los mecanismos de ésta
no se detienen bajo ningún concepto, pero ahora me dispongo a
recular el trayecto y llegar hasta el origen de esta pendiente; así
que empiezo a descender en contra de la multitud a base de tropezados
pasos y ahogos, y me adentro en lo absoluto y gélido desconocido de
esta realidad en la que he acabado. Cuando alcanzo el final, una
inmensa y sombría estación ferroviaria se abre ante mis ojos que
todo lo ven oscuro y difuminado.
El gran sótano dónde me encuentro se
extiende hasta más allá de lo que mi vista logra percibir. La fila
de cuerpos móviles continua firme y ordenada aquí debajo, y recorre
de extremo a extremo la estación subterránea; y probablemente siga
más allá de ésta, si es que hay algo tras las paredes que me
encierran aquí debajo.
Me alejo del torrente humano y trato
de estabilizar mi andar a base de seguir con mis pasos las líneas de
seguridad dibujadas en el anden, justo al lado de los oxidados raíles
que, al parecer, deben llevar años en absoluta inactividad. Quizás
como mi misma existencia… . De repente una extraña sensación se
adueña de mi devastada consciencia al ver unas figuras temblando en
el medio justo de la vía que yace ante mi. Juraría que es miedo lo
que me recorre el cuerpo, pero ni siquiera soy capaz de comprender
mis propias emociones. Después de todo ¿a qué puede temer uno
cuando se despierta y no tiene absolutamente nada? Quizás sea
simplemente instintivo.
—Eh tu, pardillo. Los “merodeadores”
no son bienvenidos en el Purgatorio —me dice una de esas figuras
incrustadas en la vía, que resultan ser varios entes de sombra como
yo encadenados en las losas del raíl.
—¿Qué es un merodeador?
—Los que se resisten al juicio…
¡como tu, renacuajo! —exclama otro de los individuos.
—¿Qué juicio?
—¿Habéis oído chicos? Este tipejo
está más perdido que una oveja en una leonera —se burlan.
—¿Como puedo salir de aquí?
Ayudadme por favor...
—¡Encuentra la luz! Ésta es la
única opción que le queda a uno para llegar al cielo.
—¿La luz? ¿Y dónde puedo
encontrarla?
—Escapando de estos páramos antes
de que “ellos” te atrapen y corras la misma suerte que nosotros.
—¿Ellos?
De repente el potente estruendo y el
chillido de toneladas de metal rozando con más metal me permiten
darme cuenta de que se aproxima un tren a mi andén. Puedo ver los
faros acercándose a toda velocidad desde la profunda nada construida
por la niebla de este sótano; y cuando menos me doy cuenta, el
vehículo ya está cruzando violentamente delante de mis ojos.
Chirriante. Haciendo desaparecer de mi vista los tipos que se
encontraban atados en la vía.
Las ventanas del tren me permiten
visualizar a cientos y cientos de almas prisioneras amontonadas en su
interior formando una grotesca masa de cuerpos agonizando que gritan
por su salvación.
La desgarradora confusión de esta
escena me conmociona por completo. Sigo sin saber como responder
exactamente a mis estímulos, pero todos esos seres se encargan de
golpear el cristal al verme paralizado en el andén, advirtiéndome
de que el destino no me aguarda nada bueno.
Empiezo a correr sintiendo una extraña
fatiga y falta de lo que sea que respiro. Y aunque no me giro en
ningún momento para mirar atrás, escucho el tren frenarse en la
zona donde yo estaba de pie hace un instante. Sus compuertas se abren
y unos pasos muy pesados descienden de los vagones; entonces unas
súbitas y demoníacas sirenas empiezan a aullar por todo el
perímetro. ¡Seguro que vienen a buscarme! Los individuos del raíl
ya me lo advirtieron: en este sitio ahora soy una amenaza a
erradicar.
La niebla del ambiente se vuelve mucho
más espesa y oscura que antes. En realidad empiezo a creer que no se
trata de simple niebla, sino de nubes de humo negro procedentes del
subsuelo de esta espectral ubicación. Aún así no me detengo. La
paranoia y el constante descontrol me impiden mantener una pizca de
cordura en este instante. Me siento perseguido y empiezo a sentir
fuertes descargas de pánico aturdidor infestando mi mente cada vez
que me doy cuenta de que alguien o algo anda detrás de mí y no se
va a detener.
Sin saber ni como, accedo a unas
largas y oscuras galerías subterráneas de esas instalaciones.
Parece una especie de pasillo trastero, pues las paredes de éste
están plagadas de armarios bloqueados con cerrojo. En esta zona el
humo no parece concentrarse tanto, y este hecho me proporciona una
efímera sensación de seguridad de la que no dudo en aferrarme,
aunque sea por poco rato.
De entre todas las puertas de los
armarios, logro encontrar una, cuyo candado está roto. Al abrirla
para tratar de refugiarme en su interior no encuentro otra cosa que
todavía más cuerpos sin vida amontonados y encajados entre las ocho
esquinas del cajón. Todo aquí debajo parece ser una colosal
ratonera. Los muertos están en todas partes y se convierten en un
fiel recordatorio de lo que me acecha mientras permanezca atrapado en
este infierno.
Unos pasos rompen con la leve
serenidad que había conseguido encontrar en este corredor y mi
ausente corazón me palpita sangre inexistente. Mi cuerpo se congela
al no encontrar el modo de reaccionar en ese preciso instante.
Observo la entrada del pasillo por donde recuerdo haber entrado, pero
esta vez no logro ver nada. Todo está demasiado oscuro.
Me agarro a mi idea original, a pesar
de la incomodidad que me genera, y me hago caber entre los cuerpos
desalmados que duermen para siempre en ese claustrofóbico armario.
Entonces me encierro dentro en absoluto silencio, y trato de asomar
mi vista por la ranura que divide las dos compuertas del mueble. No
veo nada; solo sombras que, sometido a tanta sugestión, parecen
ocultar miles y miles de criaturas espectrales listas para devorarme.
Aun así, los pasos que procedían de la entrada cada vez se sienten
más próximos a mi escondite. Ahora puedo asegurar que lo que estoy
sintiendo es miedo.
Una figura desconocida se cruza ante
mi vista lentamente. No logro visualizar al detalle su aspecto
físico. Lo único que puedo asimilar es el aura demoníaca que
irradia a su andar. Finalmente, bajo el silencio y la tensión de
este breve instante de proximidad, como por acto de un milagro, pasa
de largo del armario en el que permanezco oculto. Esto me relaja
bastante.
Me quedo escondido un rato más. No se
cuanto, la verdad. Prefiero no encontrarme cara a cara con esa
aterradora entidad que me rastrea por este “Purgatorio”. Es
entonces cuando, explorando con mis ojos cada uno de los rincones de
este armario tan lleno de muerte y soledad, encuentro unas palabras
rascadas en el interior de una de las compuertas que me mantienen
oculto: “Ellos conocen tu mayor miedo y debilidad… nadie escapa
de este eterno suplicio”. Ahora me siento más incómodo que nunca.
Tengo ganas de llorar, pero la tristeza que siento jamás llega a
traducirse en lágrimas. Aún así me siento tan perdido… ¡Voy a
salir de este agujero!
Cuando salgo del armario algo ha
cambiado. Todo sigue oscuro y tenebroso, más sigo en el mismo
pasillo de antes, pero esta vez todos los armarios insertados en las
paredes se han convertido en espejos que reflejan mi sombría y
desgarrada imagen. Bajo la incertidumbre, me acerco a mi reflejo y me
doy cuenta de un detalle espeluznante: éste no tiene ojos en la
cara.
—Tu memoria se va a convertir en tu
mayor tormento —dice el espectro de mi mismo con una fría y
susurrante voz—. Disfruta de la eternidad en las sombras.
Montones de afiladas lanzas empiezan a
emerger lentamente de las paredes y el techo, con las puntas
enfocadas siempre hacia un único objetivo: yo.
Sintiendo el evidente peligro tan
cerca de mí, empiezo a correr en busca de la salida de este pasillo;
pero las lanzas crecen como raíces allí donde me mueva; como si
estuviesen vivas y pudiesen verme huir. Pudiesen oler el temor que
desprendo.
Trato de regresar a la gran estación
de tren, pero el acceso a ésta se ha desvanecido por completo. En su
lugar, un laberinto de pasillos largos y oscuros se convierten en el
escenario de mis pesadillas. No me detengo, pues las lanzas siguen
creciendo a mi alrededor; y cuanto más asustado me siento, más
veloz es su incesante aparición. ¡Debo encontrar la luz que me
sacará de todo esto! Pero ni siquiera sé donde estoy. Y aquí
dentro empieza a hacer mucho frio.
Corro incansable por los múltiples
corredores que, a mi parecer, todos lucen idénticos entre ellos. Las
paredes estrechas y los techos bajos son la mayor ventaja de las
lanzas que intentan alcanzarme. Afortunadamente soy lo
suficientemente rápido como para evitarlas una vez tras otra. Pero
aun así no encuentro ninguna salida y esto resulta frustrarte y
agotador, y no sé hasta que punto podré aguantar así.
Las lanzas van dejando progresivamente
su tarea cuando no me doy cuenta y sigo avanzando ya sin pensar en
ellas. Desesperado por mi falta de rumbo. No es hasta que vuelvo a
recordarlas conscientemente que no vuelven a amenazarme con sus
puntas afiladas. El impacto que me provoca su reaparición resulta
tan fuerte y desesperante, que uno de sus filos me roza el brazo
violentamente. Me quedo totalmente en shock, pero creo comprender el
mecanismo de esta trampa mortal: si pienso en su existencia, existen;
si no lo hago, no existen. Parece sencillo, pero no lo es.
Por mucho que me fuerzo a borrar la
inminente fatalidad de mi cabeza, lo único que logro es que crezcan
más y más las lanzas hasta que seguir avanzando me resulta del todo
imposible, pues hay tantas puntas afiladas rodeándome que cualquier
ligero movimiento sería excusa suficiente para terminar aquí mi
viaje.
—¡Vamos deja de visualizarlas! —me
digo—. ¡No las mires! ¡Ni se te ocurra!
Varias puntas se empiezan a clavar
poco a poco en mis extremidades. Siento el frío y el daño del acero
inyectándose en mí, pero aun así no sangro. Jamás hubiese
imaginado que aun estar muerto en el mundo, pudiese seguir sufriendo.
—Piensa en algo ¡Vamos! ¿Cómo me
llamo? ¿De dónde vengo?—. me insisto sin éxito, sintiendo la
fuerza de las lanzas desgarrar mis brazos y piernas progresivamente.
De repente un ligero destello de luz a
pocos metros de mí logra sorprenderme, a pesar de mi situación. Y
gracias a la súbita desviación de mi atención, todas las lanzas
retroceden varios palmos de mi. Trato de hacerme hueco entre las
astas para poder acercarme a esa misteriosa fuente de luz. Todavía
me cuesta dejar de anclar mis pensamientos en esas puntiagudas armas,
pero la curiosidad que ese fenómeno lumínico me ha brindado logra
eclipsar mis otros problemas.
Llego al origen del anterior destello
y las lanzas ya se retiran de nuevo; a pesar de que cuando me giro
instintivamente para mirarlas, estas responden volviendo a alzarse
bruscamente. Aun así, vuelvo a concentrarme plenamente en esa luz,
que resulta proceder de una incandescente bombilla ya apagada. “La
luz será tu refugio” son las palabras que leo en una pared, junto
a un interruptor que supuestamente dará vida a la bombilla. Alargo
mi brazo como puedo, evitando las lanzas que siguen acosándome, y
finalmente pulso ese interruptor, suplicando que me saque de esta
situación. Suena el “click” y mi cuerpo se destensa, hasta que
me doy cuenta de que la bombilla no reacciona. Me enervo en menos de
un segundo y, en contra de mi voluntad, mi mente acude a las lanzas
de nuevo. Éstas suben disparadas hacia mí como auténticos
depredadores nocturnos y, cuando me doy por acabado, la luz se
enciende y el acero de las armas se convierte en humo negro. Esta vez
me he salvado.
Gracias al brillo de la bombilla
encuentro una misteriosa puerta de madera a pocos metros de mí. No
se si ésta acaba de aparecer o siempre ha estado allí, camuflada en
la penumbra. Al fin y al cabo, ya nada me sorprende de este macabro
lugar. En el dorso de dicha puerta hay una inscripción:
El Cielo es para aquellos que
reconocen su benevolencia.
El Infierno es para aquellos que
admiten su crueldad.
En el Purgatorio se quedan los
que se niegan a aceptar lo que realmente son.
Estas palabras carecen de sentido
cuando las leo. Desconozco si mi destino estaba en el Cielo o en el
Infierno; pero lo que realmente sé es que si estoy aquí, despierto,
es por un error de este tenebroso sistema. No mío. Yo no huyo de
ningún acto que haya hecho en vida porque ni siquiera recuerdo uno.
No sé si he sido una buena persona o he cometido actos
despreciables. Tal vez haya escondido muchas cosas… no lo sé.
Cruzo la puerta y me encuentro en
medio de una gran llanura de hormigón liso y vacío. Todo luce gris
y deprimente. No hay nada más que la plataforma del suelo, un cielo
totalmente invadido por las nubes más oscuras que jamás he visto y
varios tornados de humo negro sacudiendo las lejanías de este
inhóspito paraje de tristeza y abandono.
Camino en línea recta desconociendo e
ignorando qué significa este lugar. No parece haber nada a lo que
prestar atención aquí fuera, todo es tan lúgubremente monótono
que en pocos minutos de travesía ya empiezo a sentir un desgaste y
hastío psicológico digno de ser considerado método de tortura.
El cuerpo empieza a pesarme por cada
metro que ando, y cada vez me cuesta más responderme cuando me
pregunto a gritos si vale la pena continuar en este camino. Sé
perfectamente que este sitio está tratando de jugar con mi
consciencia. Todo parece ser una ingeniosa trampa armada para
terminar con mi capacidad de juicio y fuerza de voluntad. Mi sombra
proyectada ya ni obedece a mis gestos. Me siento tan agotado… .
Tengo la sensación de que por mucho que camine no avanzo.
Estoy definitivamente perdido.
Acabado. No quiero terminar como los cuerpos sin vida que me han
acechado durante este viaje; pero cada vez me cuesta más mantener
alzada la bandera del optimismo. Entonces recuerdo ese destello de
luz que antes me ha salvado. Si incluso en un lugar así existe esa
pizca de luminosidad, esto significa que la esperanza sigue viva, por
muy densa que sea la niebla que me asfixia. Partiendo de esta
premisa, y con un utópico auto-convencimiento, decido andar hasta el
final para encontrar por fin la anhelada liberación.
Es así como tras un largo viaje,
logro finalmente encontrar en las distancias los límites del
escalofriante y despiadado Purgatorio; el final de este campo de
cemento uniforme y gris. De este cementerio de almas condenadas al
puro sufrimiento. Mis ojos empiezan a derramar verdaderas lágrimas
vivas cuando en ellos se reflejan los fulgurantes rayos de luz del
tan ansiado Paraíso. Ahora ya puedo dejar atrás toda la oscuridad
que he respirado en este infierno, y dejarme abrazar por las últimas
pizcas de felicidad que todavía conservaba.
Corro hacia las nubes blancas y
resplandecientes que nacen en el horizonte. Ya puedo oír las dulces
melodías de la eternidad en paz. Veo a los habitantes del Firmamento
gozando en el máximo esplendor de la suprema libertad. Felices y ya
sin temor alguno por el que sufrir. ¡Quiero llegar allí! ¡Lo
necesito! Ahora me doy cuenta de como ha valido la pena luchar y
haber llegado hasta este punto. Hacía mucho tiempo que no recordaba
qué era la felicidad. Echaba tanto de menos el calor… .
Los haces de luz me están esperando
allí al fondo. Yo sonrío satisfecho, pero entonces todo empieza a
nublarse otra vez. Empiezan unas pocas nubes oscuras a infestar el
cielo y lentamente una gruesa y rencorosa masa negra borra de mi mapa
la deseada meta. Lanzas negras y afiladas vuelven a brotar debajo de
mis pies desgastados y mi sombra cobra forma para agarrarme y evitar
que pueda seguir adelante.
Estoy presionado. Demacrado; pero aún
veo leves focos de luz al final del camino. ¡Debo llegar! ¡No voy a
rendirme! Con un último esfuerzo arrastro toda la agonía hacia mi
destino, a pocos metros de mí; pero cuando llego, la desolación
alcanza su máximo exponente, pues entre los verdes y luminosos
campos del Paraíso y yo se abre de repente un monstruoso abismo de
aguas oscuras y gigantescas rocas cortantes. El frio vuelve a
adueñarse de mí, y la distancia imposible que me separa de la luz
se convierte en un profundo vacío. Un vacío de frustración y
muerte que hace definitivamente del Purgatorio el origen de este
largo viaje, y también su fin.
Me lanzo a las aguas tempestuosas para
evitar ser alcanzado por las lanzas crecientes; y entonces empiezo a
hundirme con suma rapidez. Mis sentidos vitales se detienen. Ya no
tengo salvación, pues no queda modo de retroceder. No queda modo de
arreglar nada. Decenas de monstruos marinos me esperan hambrientos en
el fondo de este tenebroso abismo, y mis últimas lágrimas son
devoradas por el agua. Miro hacia la superficie por última vez,
todavía impregnada por la luz, y siento como ésta se burla de mi
fatal final. Al fin y al cabo, ésta conocía perfectamente cual era
mi inevitable destino. Que nunca le he sido digno. ¿No es así? Como
una ilusión banal entre la victoria y el fracaso, aun habiendo luz
existente en este páramo, el Purgatorio será para siempre mi hogar.
Quizás porque siempre lo ha sido.
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