“Sujeto número 32 en
circulación. Abriendo cámara de armamento REM. 0 anomalías
detectadas durante el último escaneo. Área limpia y
restaurada. Iniciando test psicotécnico en 3… 2… 1”.
—Bienvenido a la cámara REM.
¿Puedes recordar tu nombre?
—No recuerdo mi nombre. Mi
identificación es “Sujeto de pruebas número 32”.
—¿Cuantos años tienes?
—12 años. Pero esto no importa.
—¿Experimentas algún tipo de
mareo, arritmia o migraña?
—Negativo.
—¿Que es lo que más te gusta del
mundo?
—El pastel de arándanos. Sin duda
alguna.
“El Sujeto número 32 cumple con
todos los requisitos del protocolo. Test psicotécnico
superado al 100%. Procedemos con las pruebas de armamento REM. Todos
sus movimientos deberán ser estrictamente registrados y anotados.
Iniciando test físico en 3… 2… 1”.
El Sujeto 32 fue trasladado a una
celda de cristal totalmente vacía y pulcra, cuyo único contenido
era una caja de metal ubicada meticulosamente en el centro del
camarote.
—Hola, Sujeto de pruebas número 32
—dijo una súbita voz procedente de unos altavoces de la sala—.
Soy la doctora Teresa Lars; tu asistente de ensayos . Estoy aquí
para orientarte durante las pruebas. Limitate a seguir mis
instrucciones y no vamos a tener ningún problema ¿De acuerdo?
El chico asintió con la cabeza, pues
no tenía alternativa. Así que tras oír esas palabras, y sin
recibir ninguna nueva orden, decidió acercarse lentamente al
recipiente metálico que le acompañaba en esa pequeña celda de
muros transparentes, y lo analizó con los ojos tan detalladamente
como pudo. No osó tocarlo ¡Para nada! No quería ningún problema
con Teresa Lars. Ninguno. Y entonces…
—Muy bien, Sujeto de pruebas 32,
ahora deberás usar tu fuerza para abrir la tapa de esta caja. Hazme
saber cualquier tipo de molestia muscular u ósea que experimentes
durante el proceso.
El muchacho fijó su vista de nuevo en
la lámina de metal que formaba la tapa de aquel recipiente que
reposaba ante él. A continuación, y sin ningún tipo de meditación
ni ánimo de perder el tiempo, agarró con suma rigidez aquella caja
y con toda la fuerza que sus débiles brazos le ofrecieron, tiró de
la tapa hasta lograr separarla del cuerpo del recipiente, y dentro de
este solamente había un botón rojo, cuya única utilidad era
indicar el final de la prueba.
El niño pulsó el interruptor con
cierta duda y con gran terror a la desobediencia. Todo le había
parecido demasiado sencillo, por lo que se le rizaba el pelo con solo
pensar que podía haber hecho alguna cosa mal, a pesar de haber
seguido paso a paso las breves instrucciones recibidas.
—Bien hecho, Sujeto de pruebas
número 32. Entiendo que si no me has informado de nada, es porque no
has experimentado ningún tipo de interferencia física ¿me
equivoco?
El chico se limitó a afirmar lo
dicho.
“El Sujeto número 32 no ha
mostrado signos de molestia ni dolor ante la caja electrificada.
Posible anomalía detectada en su sistema nervioso central.
Improvisando prueba de estímulos básicos. Área parcialmente limpia
y restaurada al 81%. -10 minutos de margen. Iniciando prueba
extraordinaria de estímulos básicos en 3… 2… 1”.
El sujeto se movió hasta una celda
vecina un tanto diferente a la anterior. Ya no había cajas de acero
que abrir. Esta vez aquello que le acompañaba era un monstruoso
perro negro rabioso, con los ojos totalmente desorbitados, y unos
colmillos como navajas bañadas por apestosa saliva y espuma
amarillenta. Afortunadamente para el niño, un desfile de barras de
hierro alineadas en el centro de la cámara le separaban y protegían
del ominoso animal.
En el momento en que el perro se
percató de la presencia del infante, éste reactivó una notable
agresividad, y se abalanzó como el depredador que era, hacia el
muchacho. Siendo frenado violentamente por los barrotes de
protección. El Sujeto 32 empalideció de repente ante tal feroz
espectáculo. No se había dado cuenta, pero retrocedió hasta que su
espalda golpeó con la pared de cristal de esa celda cúbica.
—Dime que estás sintiendo ahora,
Sujeto número 32 —imperó la llamada Teresa Lars.
—¡Miedo! —balbuceó el chico sin
dudarlo, observando a esa fiera revolotearse y empotrarse contra la
barrera de metal que les separaba—. Tengo mucho miedo.
—Perfecto. ¿Puedes hacerme un
favor, cariño?
El chico asintió.
—Acerca tu manita a ese perrito
¿quieres? —pidió la asistente de pruebas.
Con ciega obediencia, el Sujeto 32
avanzó lentamente hacia el monstruoso ser que le esperaba tras las
vallas babeando cascadas de moco y mugre de laboratorio. Y cuando se
hallaron cara a cara el uno con el otro, la criatura dejó de gruñir
creando un silencio y una tensión digna de película de terror. El
niño alzó su mano temblorosa con lentitud. No quería que el perro
interpretase sus gestos como una amenaza. Entonces, tratando de
mantener la serenidad y aguantando la respiración con un esfuerzo
sobrenatural, el muchacho empezó a acercar su pequeña mano al
hocico del animal, que permanecía en un incómodo silencio. Y
seguidamente, en un abrir y cerrar de ojos, todo quedó salpicado de
sangre, y varios dedos del niño fueros brutalmente arrancados de su
extremidad. El niño empalideció del todo.
—¿Sientes dolor en tu mano, Sujeto
de pruebas 32? —preguntó de repente la voz de Teresa Lars.
—N-n-no siento n-nada… —dijo el
pequeño en absoluto shock—. Solo siento el cos-s-squilleo de la
sangre derramándose. Creo que m-me estoy mareando… .
—Estamos impregnando el aire de esta
celda con neuro-estimulantes muy potentes. En breves sentirás el
dolor de esta herida. Buenas noches Sujeto de pruebas número 32; que
sueñes con los angelitos. Nos vemos mañana.
En cuestión de minutos, el joven
empezó a cobrar poco a poco la correspondiente agonía de su
amputación. Entonces todo se empezó a volver un insoportable
infierno de punzante y incandescente dolor, y el Sujeto 32 empezó a
revolcarse por el suelo totalmente dominado por el crudo sufrimiento
y la falta de riego sanguíneo en su insignificante cuerpo de
hombrecillo apagado. El tormento se mantuvo vivo hasta que por fin el
niño perdió la consciencia. Entonces en esa celda solo quedó un
perro. Un perro que ya había cenado.
“El Sujeto de pruebas número 32
ha reactivado su sistema nervioso en su totalidad. Test de estímulos
básicos superado al 100%. Preparando prueba definitiva de armamento
REM. Área limpia y restaurada. Trasladando cuerpo. Programando
inicio de prueba final a las 5:00 de la madrugada”.
El Sujeto 32 se despertó antes de la
hora programada. Este tipo de errores jamás solían ocurrir en un
entorno tan estrictamente controlado y artificial como era ese; pero
acababa de ocurrir y el riesgo que eso suponía era impredecible,
hasta para las mentes más precisas y calculadoras que había detrás
de ese proyecto. Quizás fuese por la inestabilidad mental del
sujeto, o por haber improvisado un test anteriormente en una sala que
no estaba restaurada por completo; pero hoy el niño ya había
despertado.
Se encontraba inmóvil y solo en un
lugar totalmente oscuro. Nada era perceptible en esa densa penumbra
que envolvía al joven. Lo único que existía en ese instante no era
más que su vacía consciencia, y el escozor de su mano masacrada,
que ya había sido desinfectada y tratada por los médicos mientras
él había estado durmiendo.
De repente, una súbita voz se alzó
entre las neuronas aturdidas del niño:
—¡Oye! ¿Me escuchas? ¡Dime algo!
—¿Se puede saber quién eres?
¡Maldita sea! ¿Qué me está pasando? —dijo el Sujeto 32
desconcertado y débil.
—Soy el Sujeto de pruebas número
31. ¡Estás en grave peligro! Cuando empiece la prueba final de
armamento REM vas a sufrir una muerte espantosa.
—¿Qué significa todo esto?
—Fue tarde para mí; el Sujeto
número 30 intentó avisarme, pero no le hice caso. ¡Somos ratas de
laboratorio, hermanito! Hemos sido creados y manipulados por esa
gente de ahí fuera para probar con nuestras vidas y nuestros cuerpos
todo tipo da armas, fármacos y trampas de guerra. ¿Es que no te das
cuenta? Eres el número 32, porqué los 31 anteriores ya hemos caído.
Y te juro que cómo no me hagas caso ahora va a haber muchísimos más
como nosotros aquí… .
—No puedo desobedecer a Teresa Lars.
No quiero problemas con ella…
—¡Idiota! ¿No ves que te están
controlando para hacerte más dócil?
—¿Y qué debo hacer entonces?
—Recuerda todo lo que te diré…
—dijo la voz espectral del Sujeto 31 muy seria—. A las cinco en
punto empezará la prueba, y vas a ser enviado a un circuito plagado
de trampas mortales de todo tipo. Las pruebas REM se basan
concretamente en celdas de tortura experimentales y… el caso es que
antes de ser calcinado por un cañón de fuego, pude ver una rejilla
de ventilación oculta justo en el punto de salida, tras el pasillo
de las sierras mecánicas. Sobrevive a ese pasillo y huye tan rápido
cómo puedas por esos conductos…
—¿Y si no sale bien?
—Si no sale bien… cuéntale al
Sujeto número 33 todo esto que te he explicado.
“Sujeto número 32 listo para ser
reanimado a la hora prevista. Todo preparado y supervisado. Iniciando
prueba definitiva de armamento REM en 3… 2… 1”.
Las luces se encendieron en la nueva
celda del Sujeto 32; y junto a ellas, miles de engranajes empezaron a
crujir por todos los rincones de ese lugar. El niño se levantó del
suelo asombrado, y visualizó por primera vez su mano descuartizada,
cuyas heridas ya habían cicatrizado, y todo resultaba menos
desagradable y doloroso que la última vez. Entonces, azotado por su
instinto de supervivencia, se encaró a la pared más cercana y
empezó a golpearla gritando en busca de una inexistente ayuda.
La plataforma que formaba el suelo de
la sala se abrió por completo, y el niño, sorprendido por la súbita
trampa, se precipitó hasta caer a una extraña piscina subterránea.
Cuando salió, toda su ropa estaba empapada en un piso tan pulido que
uno podía resbalar sin ni siquiera estar de pie. Aún así, el joven
se las apañó para alzarse y contemplar el brutal escenario que se
abría ante él. Una colosal cúpula llena de estructuras inmensas
con caminos, puentes y pasillos cubiertos y por cubrir, que
albergaban todo tipo de artefactos de destrucción construidos
exclusivamente para matar al pequeño. Un verdadero circuito de los
horrores. Una macabra atracción de feria con entrada, pero sin
salida alguna.
El Sujeto 32 se quedó observando el
punto de partida. Un pasillo oscuro que conducía directamente a la
garganta de ese castillo de acero letal. No tardó en asociar dicho
corredor con el mencionado “Pasillo de las sierras”. Sin embargo,
no había ninguna sierra por allí que diese sentido a ese nombre,
por lo que el niño supuso que se trataba de algún tipo de trampa
sorpresa o algo así. Esto si el Sujeto 31 no le había engañado.
Afortunadamente, no tardó en
localizar una intermitente luz roja oculta en un sector de la pared
del pasillo. Seguro que era una especie de detector de movimientos, o
algo así. El muchacho se sacó uno de sus zapatos de esos que le
dieron en el laboratorio, y lo catapultó con sus brazos hacia esa
misma luz; y en el momento en que el objeto acarició mínimamente el
suelo, decenas de hojas afiladas salieron del suelo y recorrieron
todo el pasillo de arriba a bajo hasta volver al inicio y ocultarse
de nuevo. El zapato del niño quedó hecho trizas.
Esta vez, sin tiempo que perder, y
sabiendo que el Sujeto 31 pudo sobrevivir a esa trampa, el niño
decidió coger carrerilla y jugárselo todo a una carta. Iba a cruzar
ese pasillo tan rápido como pudiese antes de que las sierras le
ganasen esa carrera. Se llenó los pulmones con todo el oxígeno que
pudo almacenar y, sin prestar atención a sus temores, empezó a
correr en línea recta activando los sensores del pasillo. No podía
mirar atrás, pero podía sentir esas silenciosas cuchillas
circulares rozándole los talones a medida que los metros caían.
Finalmente, y siendo casi devorado por esa despiadada máquina, el
Sujeto 32 aprovechó sus prendas húmedas para deslizarse por el
suelo y por fin salir del rango de la emboscada. Cuando llegó a su
meta, pudo ver las cuchillas retroceder y hundirse en el suelo del
pasillo de nuevo. ¡Que alivio!
La rejilla de ventilación estaba
bastante camuflada e instalada estratégicamente en un lugar que
resultaba casi imperceptible; pero el niño gozaba de la información
necesaria para buscarla y ser capaz de poderla hallar. Tiró con su
mano, ayudándose también con los fragmentos de dedo que quedaban en
su muñón hasta que la rejilla saltó y el infante pudo introducirse
en su interior; tarde para ver que ya conocían su paradero, y que
estaban aumentando la temperatura de esas tuberías.
El niño gateó por los conductos en
busca de una salida que le salvase de ese infierno ardiente. Todo
estaba empezando a quemar mucho, y la piel del niño se estaba
degradando más y más por cada minuto que pasaba allí dentro. Eso
se había convertido en un autentico horno para humanos
desobedientes. Pero entonces, por acto de la más pura casualidad, la
tubería por donde el sujeto circulaba se desprendió de su
estructura sujetada en el techo, y el niño cayó de nuevo; pero esta
vez no impactó sobre el agua de una piscina; esta vez cayó sobre el
mismísimo escritorio del despacho de la doctora Teresa Lars. Una
casualidad realmente desconcertante.
Teresa quedó totalmente asombrada
cuando el niño apareció de la nada, y se levantó ante ella con la
piel escaldada y rodeado de pedazos de metal y copos de polvo. Ambos
se miraron envueltos en un tenso hilo de silencio que duró varios
segundos; y entonces el niño se lanzó hacia ella agarrando un
afilado pedazo de hierro procedente del conducto derrumbado,
amenazando con su filo el pálido cuello de la mujer.
—¿Por qué me has hecho esto?
—gritó el muchacho desconsolado.
—Porqué esta es tu función en este
mundo, cariño.
—¡Mientes! ¡Solamente dices
mentiras! Me habéis espiado, manipulado y utilizado para probar
vuestras máquinas de tortura, sin darme ni una sola posibilidad de
poder vivir. Eres un monstruo Teresa Lars. ¡Esto es lo que eres!
—¿Acaso un monstruo haría un
pastel de arándanos tan delicioso como el que hay en esa mesilla?
—Sonrío con malicia la doctora mientras señalaba con la vista el
otro extremo del despacho.
Un suculento olor empezó a invadir
las fosas nasales del Sujeto 32. Teresa Lars no estaba mintiendo ¡no!
Allí había un pastel ¡y de arándanos! Eso era fascinante… el
niño sabía que era hora de terminar con ese suplicio; la doctora
debía pagar por lo que le había hecho, y por lo que hizo a los 31
sujetos que murieron aquí de formas horribles; ¡pero es que era
verdad! ¡Había un pastel de arándanos en la mesilla! ¿¡Por qué!?
¡Basta! ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, si! Vengar a los sujetos y…
¡Maldita sea, que buen olor! ¡Que demonios! El Sujeto de pruebas
número 32 dejo caer suavemente el trozo de acero y se acercó a ese
deliciosa tarta hipnotizado por la esponjosa imagen de esa anhelada
obra de la gastronomía. Teresa Lars se recompuso al instante, agarró
la pistola que ocultaba debajo de la mesa y reventó de un seco
balazo la tapa de los sesos de ese crío.
“Prueba de control mental remoto
superada al 100%. El Sujeto número 32 ha cumplido a la perfección
con los actos y el comportamiento diseñados y asignados durante todo
el transcurso de la prueba REM. 0 errores localizados. Tiempo exacto:
15 horas, 12 minutos y 50 segundos. Reconstruyendo y reanimando el
cuerpo del sujeto. Implantando bancos de memoria en su sistema
nervioso... Sujeto número 33 en circulación. Abriendo cámara de
armamento REM. 0 anomalías detectadas durante el último escaneo.
Área limpia y restaurada. Iniciando test psicotécnico en 3… 2…
1”.
¿Algún estómago fuerte en la sala? >=)
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