(Pulsa aquí para leer Parte 1)
La imprevista avalancha había cubierto con capas y capas de nieve todos y cada uno de los metros cuadrados del albergue de Brokenhope. Hacía por lo menos un siglo que no sucedía un evento así en ese remoto lugar, por lo que la precaución por ese tipo de desastres naturales llevaba años olvidada, casi extinta.
La imprevista avalancha había cubierto con capas y capas de nieve todos y cada uno de los metros cuadrados del albergue de Brokenhope. Hacía por lo menos un siglo que no sucedía un evento así en ese remoto lugar, por lo que la precaución por ese tipo de desastres naturales llevaba años olvidada, casi extinta.
Mark Silver intentaba abrir la puerta
principal del edificio con gran desesperación y violencia, pero esta
había quedado totalmente bloqueada por la masa blanca que le
mantenía sepultado en esa gélida tumba invernal. Aun así, el
interior del albergue empezaba a ser dominado por una nube de calor
procedente de los sistemas de calefacción internos, que seguían
activos por ese entonces, y habían perdido todo mecanismo de
ventilación.
El vocalista se estremecía de nervios
e intentaba con grandes impulsos forzar todas las puertas y ventanas
de la planta baja, pero todo esfuerzo resultaba en vano y peligroso.
Lanzó puños, sillas e insultos hacia toda posible salida del
recinto hasta que por fin se dio cuenta de que esta vez la naturaleza
había ganado ese macabro pulso.
Silver se sentó sobre la barra del
bar del salón principal del albergue, y como todo el mundo ya había
evacuado el edificio, no sintió remordimiento alguno en llenarse un
par de copas o tres con el whisky más lujoso que pudo localizar
entre las escasas botellas que seguían intactas tras la gran
sacudida de hacía media hora. Todo resultaba excesivamente
estresante y el calor empezaba a volverse incómodamente sofocante.
El hombre se frotó la frente agobiado como ya había hecho en otros
momentos de tensión, cuando de repente, unos lentos pasos empezaron
a acercarse desde las escaleras del segundo piso.
Mark Silver alzó la cabeza al
instante y allí estaba el profesor Fritz Cooper, cojeando con su
pierna y cadera demolida.
—Tío ¡Menudo susto me has dado!
—dijo el músico retirado.
—No he encontrado ninguna salida ni
en la segunda ni en la tercera planta.
—¿Nada?
—Nada de nada. Todas las ventanas de
los pisos altos están enterradas y tienen rejas de metal. Además,
todo el techo del comedor está derrumbado, por lo que no hay modo de
llegar hasta los balcones de la segunda planta.
—¡Oh mierda! ¡Joder! ¿Qué vamos
a hacer ahora? —gritó Silver cada vez más dominado por el pánico.
—Relajarnos —soltó Fritz—. Y
esperar a que nos rescaten.
—Con la tormenta que está cayendo
ningún equipo de rescate va a tener los huevos de subir hasta aquí
en toda la maldita semana.
—Vendrán a buscarnos… ya verás
—dijo el matemático con forzado optimismo.
—Esto si alguien se acuerda de que
existimos…
Un extraño grito medio ahogado resonó
por los pasillos del albergue hasta alcanzar los oídos de los dos
prisioneros de esa cárcel.
—¿Había alguien más en el
albergue? —cuestionó Silver sorprendido.
—No he visto a nadie. Vamos a ver…
Sonaron varios gritos más, pero estos
se atenuaron hasta convertirse en leves sollozos de agonía.
Procedían del diezmado comedor del segundo piso. Ambos llegaron allí
y, fijándose bien, lograron ver un cuerpo enterrado entre las ruinas
del techo de la sala.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¿Porqué no me
lleváis ya al infierno, eh? —se decía el tipo a si mismo entre
delirios.
—¡Oye amigo! ¿Como podemos sacarte
de aquí? —gritó Silver tratando de ayudar a ese individuo.
—¡No lo hagáis! ¡nunca lo hagáis!
He sido un monstruo... —suspiró rechazando la ayuda.
Fue entonces cuando Fritz y Mark
lograron ver como un enorme tablón de madera atravesaba la espalda
del moribundo tipo. Una herida demasiado grande para poder tener
esperanzas.
—¡No digas tonterías! ¡Te
sacaremos de aquí! —exclamó Silver.
—Maté a una niña… no merezco
vuestra ayuda… —lloró el tipo— ...he arruinado a tantas
familias…
Mark Silver intentó apartar una viga
de madera que se cruzaba en la puerta y le impedía el avanzar hasta
el tipo, pero Fritz le cogió del hombro para que dejase de
esforzarse.
—Este hombre no va a sobrevivir…
está muy mal herido. Dejémosle irse en paz.
—Gracias amigos… mi nombre es Zack
Anderson… —dijo el malherido agonizando con su último aliento—.
Este edificio es muy viejo… No aguantará mucho tiempo en pie...
Buscadme en los listados del Infierno.
A continuación el hombre murió.
De nuevo en el salón principal, la
tensión entre los dos compañeros empezaba a crecer junto a la
ascendente temperatura que había invadido el aire de aquel
establecimiento.
—¡Cavemos un túnel en la nieve!
Seguro que hay alguna pala o alguna herramienta que nos podría
ayudar en este asqueroso edificio —sugirió el cantante.
—No seas idiota… no sabemos
cuantos metros de nieve cubren el albergue. Lo más seguro es que el
túnel ceda y muramos enterrados en la nieve como dos croquetas de
supermercado.
—Creo que correré el riesgo…
—Si calculamos probabilidades, te
aseguro que que tenemos muchos más números de que vengan a
rescatarnos…
—Oye ¡Tu calculas mucho pero no
sugieres una mierda! Ya has oído a ese tipo… este edificio va a
ceder, así que si no quieres acabar aplastado como un maldito
felpudo, será mejor que movamos el culo.
—¡Ya lo creo que pienso! Solo que
no suelto en voz alta la primera estupidez que se me pasa por la
mente. Mira, vamos a actuar con cabeza. Pensar con detenimiento y
actuar con seguridad es más eficiente y seguro que movernos por
impulso… .
Un fuerte crujido hizo temblar
bruscamente toda la estructura del albergue. Las vigas se empezaban a
torcer; esta vez el edificio se estaba hundiendo de verdad.
—Vale… estamos muertos… —suspiró
Silver en las precuelas de la rendición—. ...Y ni siquiera me
quedan cigarrillos.
—¡No te rindas! Hemos sufrido mucho
en nuestras vidas. Ambos lo sabemos de sobras. Merecemos un final
mucho más digno ¿No crees?
—¿Sabes? Empiezo a creer que me da
igual… de todos modos si estamos aquí es porque no tenemos nada
que hacer allí fuera ¿no?
—Tal vez suene irónico, pero en el
fondo creo que si llegamos hasta Brokenhope es porque todavía
tenemos una mínima esperanza de volver. Vamos a salir de esta y
probablemente nos abriremos un nuevo rumbo mucho mejor que aquel que
nos trajo hasta aquí. ¡Ya verás!
—Estás delirando…
—¡No lo hago! —se defendió Fritz
Cooper.
—Cuéntame Fritz… ¿Qué malos
vientos te condujeron a Brokenhope? Tras lo que pasó en el colegio
Marsh Kinney, me refiero...
—Es una larga historia… no quiero
aburrirte.
—¿Es que acaso crees que tengo algo
mejor que hacer mientras “espero a que nos rescaten”? —pronunció
Silver acentuando las comillas con sus dedos.
Fritz se sentó en uno de los
taburetes de la barra del bar y se sirvió un vaso del mismo whisky
que Mark Silver se había tomado antes.
—Temas de fracaso laboral,
básicamente.
—¿Aspiraciones fallidas?
—Sí, algo así… —dijo mientras
se tomaba un trago del contenido de su vaso—. Cuando dejé la
docencia quise intentar abrirme paso en el mundo de la neurociencia;
una aventura de medio año… pero lo mío eran las matemáticas, y
como no se me daba bien explicarlas, decidí usarlas en el estudio de
nuevos teoremas basados en la Conjetura de Hodge… algo difícil de
explicar. El caso es que tras varios proyectos en la Universidad de
Dashville, logré recaudar los fondos suficientes para fundar mi
propio centro de investigación y análisis junto a Frank Miller y
Ross Armstrong, en ese entonces mis socios.
—¿Y que pasó?
—Bueno, todo fue bastante bien los
primeros años… después, la evidente falta de progreso ralentizó
nuestras ganancias hasta anularlas del todo y terminar por perder
dinero por cada hora que pasábamos trabajando. Mis socios empezaron
a dudar de mi capacidad de control económico y técnico, por lo que
a mis espaldas buscaron un modo de forzarme a renunciar a mi puesto
de director. Su intención era lograr que dimitiese por mi propia
cuenta a base de sabotajes y falseando cartas amenazadoras contra mí.
Cuando descubrí sus planes, no tuvieron más remedio que expulsarme
del equipo directamente a las malas. Con desprecio y crudeza. Eso me
dolió de verdad, pues yo siempre había confiado en ellos.
—Esto fue cruel…
—Lo fue… traté de no tomarme en
serio todo lo que pasó entonces, y busqué modos de rehacer mi vida
de una u otra forma; pero el daño ya estaba hecho y esa herida me
terminó llevando a una profunda depresión de la que tardé tres
años en salir. Y una noche, en los tiempos en que todo volvía a
cobrar sentido para mí, causé un grave incidente con el coche:
atropellé mortalmente a alguien… ese alguien era mi ex-socio Frank
Miller.
—Vaya, que suerte la tuya.
—No había nadie en la calle esa
noche, así que decidí largarme y no asumir ninguna responsabilidad
sobre lo sucedido. Entonces esa pregunta empezó a atormentarme día
y noche sin cesar…
—Espera un momento… ¿Qué
pregunta?
—Si la muerte de ese hombre fue
realmente un accidente o algo que llevaba premeditando desde hacía
mucho tiempo… . Entonces decidí aislarme del mundo y llegué aquí,
al albergue de Brokenhope; donde los sueños no se hacen realidad
porque no existe sueño alguno que soñar.
Mark Silver se sentó en una silla del
local y puso los pies sobre la mesa. El calor allí dentro se estaba
haciendo insoportable y la esperanza de ser rescatados se diluía por
cada segundo que seguían encerrados.
—¡Mataría por un cigarrillo!
—¿Y ya está? ¿Esto es todo lo que
me puedes decir de mi confesión?
—Ah si… la historia... no está
mal. ¿Cuanto tiempo llevabas esperando a poder decir esa última
frase? ¿La de los sueños? Me ha gustado bastante como suena… .
—Vale listillo… ¿Porqué no me
cuentas tus tormentos y dejas que “Cooper Cuatro-ojos” te purgue
de tus pecados?
—Creo que me haría falta más de un
par de copas para vomitar tanta mierda. Y después un par más para
olvidarlo.
—¿Qué clase de mierda?
—Descontrol, muchas drogas de todo
tipo, algún que otro corazón roto… ya sabes, la vida… .
Una nueva sacudida mucho más fuerte
reveló la muerte inminente de los compañeros. Las vigas se estaban
doblando de forma ya casi antinatural. Toda la tercera planta del
albergue ya había sido tragada por el peso de la nieve.
—Vamos a morir aquí ¿Lo sabes
verdad? —dijo Silver ya con inhumana serenidad.
—Pues si vamos a morir aquí, no
permitamos que Brokenhope sea nuestra cárcel eterna…
—¿A qué te refieres?
—¡Libera tus sentimientos! ¡Suelta
esa mierda! Si vinimos a Brokenhope a encerrarnos en nuestra mente,
no le concedamos ese privilegio. Siéntete libre de vaciar todo lo
que tengas que vaciar como lo hacías antes de acabar aquí
encerrado, y de este modo Brokenhope jamás será nuestra tumba.
¡Vamos a matar Brokenhope!
—¡Está bien! —gritó el
vocalista soltando una visible lágrima—. Dame esa botella —imploró
a Fritz señalando el whisky.
El matemático se la entregó y Silver
la lanzó con fuerza contra la misma pared de los cuadros donde horas
antes ese vaso había sido destrozado. Ya habiendo liberado la
tensión, Mark Silver se decidió a hablar:
—Cuando me expulsaron del colegio,
la decepción de mi padre, un prestigioso farmacéutico de mi estado,
fue tal… que decidió que yo no era digno de pertenecer a su
familia. Así que sin lugar a donde ir, me uní a un colectivo de
ocupas nómadas de los suburbios, y con algunos de esos tipos creamos
una banda de pop-rock callejera. La llamamos “Stretch n' Loosen”.
Y así, bajo este nombre, logramos subsistir tocando en distintos
locales dónde nos trataban bastante bien; pero lo que era más
importante para mí: podía olvidar el abandono de mi familia.
—Debió de ser muy duro…
—Años más tarde, con cierta fama
en el estado, empecé a meterme en líos tras juguetear con algunas
drogas; por lo que terminé casándome con una de las coreógrafas de
mi banda a quién no amaba, pero cuya familia tenía tanto dinero que
era mi refugio perfecto para evitar los asuntos legales.
Mark Silver entonces empezó a llorar
de verdad.
—Aun así me sentía tan infeliz,
que empecé a perder el control de mí mismo, y entre concierto y
concierto, me distraía maltratando y castigando a mi esposa sin
piedad. Me había convertido en un auténtico monstruo al que ya no
podía frenar de ningún modo.
Cuando esa verdad inevitablemente
salió a la luz, los escándalos me obligaron a abandonar el estado y
por consiguiente a mi banda, que se las apañó para encontrar a un
vocalista mucho mejor que yo. Tras todo eso, habiéndolo perdido
todo, me sumergí de lleno en el pozo de las drogas, y no fue hasta
un par de años después que no empecé a ver luz en mi vida. Unos
antiguos fans míos me encontraron perdido y moribundo en la calle y
me consiguieron empleo como “showman” en un local nocturno. Todo
empezaba a funcionar de nuevo, pero aun así no lograba separarme de
ese fantasma oscuro de mi pasado.
La cosa cambió una noche cuando
conocí a una mujer que frecuentaba ese local, de la cual me empecé
a enamorar ciegamente. No solo por su belleza, sino porque hallaba en
ella una nueva oportunidad de reconstruir todo aquello que ya daba
por perdido. Era un verdadero ángel caído del firmamento… Desde
entonces, cada vez que la veía llegar con sus amigas yo tocaba las
melodías más dulces de mi repertorio; y cuando la veía con algún
hombre, simplemente me entraban ganas de explotar en mil pedazos
sobre ese escenario. Era tan duro... Siempre había fardado de ser un
gallito y todo me había salido mal, y fue en ese entonces cuando
descubrí todo lo que me había perdido por mi arrogancia. Y el
tiempo fue pasando en mi ceguera hasta que un día por fin decidí
abrirle mi corazón a la persona que me regaló un nuevo sentido a
todo.
—¿Y qué pasó?
—¿Que qué pasó? Que ella y su
querido prometido se encargaron de ofrecerme muy amablemente una
invitación al magnífico albergue de Brokenhope, donde sin
esperanzas ni fuerzas terminé; “donde los sueños no son sueños
porqué…”, bueno, era algo así… .
Silver se limpió la cara con la manga
de su camiseta. Se le veía muy afligido.
—Tu historia tampoco ha estado nada
mal —se burló Fritz con cierta sensiblidad—. Tiene ese toque
tragi-cómico que siempre entra bien un domingo por la tarde.
Silver alzó la mirada y se empezó a
reír sonoramente. Los dos individuos rieron un buen rato, pues esas
iban a ser las últimas carcajadas de su vida.
El destructivo sonido de la segunda
planta derrumbándose inició la cuenta atrás en el temporizador
vital de Fritz y Mark. Las vigas ya estaban casi rotas del todo y el
calor era infernal. Pedazos de madera y yeso caían del techo cómo
si de una lluvia de meteoritos se tratara. Todo temblaba allí
dentro, y la nieve ya se asomaba por todos los rincones del salón
principal. Cuadros, botellas y mesas cayeron al suelo con dureza. Ese
era el final, pero los dos compañeros ya eran libres de todo. Sus
almas ya no pertenecían a Brokenhope.
Mark Silver puso en pie una mesa y una
de las sillas entre todo el caos de objetos precipitándose sin
piedad. Entonces se peinó el pelo con la mano temblorosa y se sentó.
Fritz Cooper no acababa de comprender lo que estaba haciendo su
amigo.
—¡Oye Profesor Cooper! —gritó
Silver de repente—. ¿Podrías volverme a explicar cómo resolver
las ecuaciones de segundo grado, por favor? Es que la en la última
clase no me quedó muy claro.
En ese instante Fritz sonrío
emocionado.
—Claro que sí Marcus, te lo
explicaré todas las veces que haga falta.
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