¿Que si conocí a Chuck? Por su
puesto… ¿Quién no conocía a ese idiota? Ese tipo era la persona
más estúpida e inútil que jamás he conocido en toda mi vida. De
hecho creo que podría estar orgulloso de ser llamado estúpido, pues
de entre todos los adjetivos que se dejaban usar para describirle,
“estúpido” era un perfecto halago.
Al tipo le gustaba jugar a ser un
artista. ¡Realmente se lo creía! ¿No es absurdo? Cuando en
realidad el único arte que tenía era el de hacer el ridículo una
vez tras otra. Y aún así, sin duda alguna, era un maestro ejemplar
del auto-engaño y la eterna ignorancia. Algo tan fuerte que podría
llegar a ser hasta admirable si no procediese de tal incompetente
ser.
La última vez que le vi sabía que se
llevaba algo entre manos. Alguna incomprensible cosa de las suyas.
Entonces no le di importancia, pues nada bueno podía estar
relacionado con él. Y si te digo la verdad, todos los que le hemos
conocido en alguna ocasión hemos temido más de una vez acabar
involucrados en uno de sus actos de homenaje y culto a la estupidez
humana. Es tan exageradamente humillante… .
El caso es que el tipejo se fue de
casa alegre y cantarín, con una incrédula inocencia que inspiraba
hasta una inesperada ternura; ternura que se desvanecía cuando
recordábamos que lo más tierno que ese ser tenía era su propio
encéfalo. Encéfalo que por cierto, aun no ha demostrado su
existencia. Algunos comentaban que tenía una cita con alguna
persona, humana o no. Yo me decantaba más por los que creían que se
iba a comprar churros en la plaza. Al fin y al cabo, el tiempo que un
ser humano normal invierte en una cita estándar era exactamente el
mismo que tardaba él en salir de su casa, encontrar la plaza,
encontrar la tienda de churros, encontrar los churros, pagar los
churros, salir de la tienda, marcharse de la plaza y lograr encontrar
su casa de nuevo. Y esto si no perdía las llaves.
No le volví a ver hasta la mañana
siguiente. Tan deplorable como siempre. Aunque un poco apagado, la
verdad. Tengo que reconocer que en ese instante sentí cierta
curiosidad por lo que fuera que le estuviese pasando, así que me
acerqué a su habitáculo por eso de las dos del mediodía.
Miré por la ventana de su comedor, y
entre el cartografiable desorden de trastos y escombros, estaba él
durmiendo espachurrado en su sillón; con la boca tan abierta que lo
que deberían ser simples ronquidos se convertían en demoníacas
cacofonías de película de terror. Entonces, en ese instante me di
cuenta que salía humo de su cocina; era obvio que algo se estaba
incendiando allí dentro. Golpeé el cristal de su ventana tan fuerte
como pude con la intención de despertar a ese desgraciado, pero no
existía acto ni catástrofe natural que pudiese interrumpir su
plácido sueño. Entonces rodeé su casa y logré acceder a ella por
la puerta trasera, que siempre la tenía abierta y no entiendo
porqué.
Tras cruzarme con pasillos decorados a
base de cuadros colgados con esparadrapo, habitaciones invadidas por
osos de peluche y lavabos cuyas condiciones prefiero no describir,
llegué a la cocina y no tardé en hallar un microondas bailando
claqué entre nubes de humo y descargas eléctricas sobre un sucio
mármol que llevaba años sin desinfectar.
Impulsivamente arranqué el cable que
unía el cacharro con la corriente. Encendí el grifo, vertí el
humeante aparato y abrí la ventana para erradicar la nube de humo
que se había generado allí dentro. Finalmente abrí el microondas y
lo que había en su interior era un plato de espaguetis con bechamel
todo derramado... con su correspondiente tenedor, y un inexplicable
teléfono móvil chispeante… ¡menudo estúpido!
Me dirigí al salón para despertar a
ese personaje y contarle todo lo sucedido. Ese tipo no solo era un
peligro para si mismo, sino que además se había convertido un
insulto hacia la coherencia y la evolución humana. Algo ya serio.
Pero de camino allí, no pude evitar fijarme en un misterioso cajón
desencajado de un mueble en su comedor, lleno a rebosar de papeles y
otros objetos que a simple vista no podía reconocer.
Me acerqué allí temiendo encontrar
datos bancarios importantes, o algún otro tipo de documento oficial
personal. De ese inútil me lo esperaba todo. Pero por mi sorpresa,
lo que había allí dentro eran paquetes de regalo que al parecer
nunca se atrevió a entregar, y montones de tiras cómicas explicando
con dibujos mal coloreados los episodios más estúpidos y
vergonzosos de su estúpida existencia. No lucía demasiado optimista
ni inocente, la verdad. Parecía ser que Chuck era conocedor e
incluso participante de ese boicot que todo el mundo le hacía.
Parecía que se había quedado atrapado en un fatídico personaje del
que jamás supo renunciar. Bastante extravagante todo esto ¿No?… Y
justo en un mueble vecino yacía, todo resplandeciente, un paquete de
churros de ayer.
El siguiente día ese tipo salió de
su casa como cada día hacía. Creo que iba a comprarse un móvil
nuevo, o algo así. Se dejó las llaves puestas en la puerta de su
casa, con ambos zapatos desatados, la camiseta del revés, y equipado
con esa cara de empanado reconocible a años luz de esta calle. Todo
seguía con estricta normalidad. Aunque creo que algo estaba
cambiando en mi forma de percibir su “hacer”. Quizás empezaba a
entender su estupidez, como otro tipo de inteligencia que todavía no
logramos comprender. O quizás simplemente había pasado una mala
noche. Aun así, jamás me hubiese imaginado que alguien pudiese
llegar sufrir por su propia idiotez; pero al fin y al cabo, ¿Quién
en el mundo querría entender lo que hay en la cabeza de un estúpido?
Encéfalos =)
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