Todo empezó con un ligero tambaleo que,
más rápido de lo que los tres exploradores de Caelum habían previsto, se empezó
a convertir en un vertiginoso temblor que agitaba con una furia despiadada ese
solitario hidrodeslizador. Una pequeña nave que, al lado de ese infinito
océano, símbolo de más de mil años de abandono del amado Planeta Azul, se
convertía en una diminuta mota de polvo casi imperceptible.
El humor de Daxx se desvanecía a cada
desmesurado balanceo que esa salvaje tormenta les regalaba. Los tres
aventureros sabían y se recordaban a si mismos constantemente que habían sido
entrenados para sobrevivir en un entorno de tales características, pero les
ardía sin escrúpulo alguno la dolorosa espina de saber que esto no era una
simulación, y cualquier error era motivo para terminar con sus vidas.
Jennet, al mando de la nave, no podía
retener las lágrimas procedentes del escozor de sus manos y de su consciencia.
Unas lágrimas que, junto a las de su compañero Frigg, se perdían en esas
turbulentas e hipnotizantes aguas, movidas por las omnipresentes corrientes y
borrascas de ese lugar.
Afortunadamente, la tormenta cesó en poco
tiempo. Dejando la espesa capa de nubes flotando sobre sus cabezas,
recordándoles que jamás estarán a salvo allí, los chicos tomaron ese instante
para recuperar su humor, y soltar toda la tensión de haber sobrevivido a la
primera de las trampas mortales que les esperaban en esa odisea.
Frigg, aprovechando esa provisional calma,
sacó de su bolsa el incompleto mapa holográfico, que los primeros pioneros en
regresar a la Tierra habían perfilado antes de fallecer en sus turbias aguas.
El mapa en si no les era demasiado útil; en él solo se podía ver agua y algunas
diminutas superficies de roca que debían haber sido antiguos montes y
cordilleras. Pero darse cuenta de la verdadera función de ese plano, resultaba
escalofriante para los tres exploradores; ya que esta tarea, no era ni más ni
menos que mostrarles lo lejos que habían logrado llegar los anteriores visitantes
de este lugar, antes de morir.
El caso es que la presión de haber sido
enviados aquí para salvar a su colonia de Cealum, les inmunizaba más de lo que
creían ante todos los peligros mortales adjuntos en esa travesía; pues si no desaparecían
aquí, estaban predestinados a desaparecer en Caelum; junto a todos sus
habitantes.
—¿Alguna vez habéis visto una “Batería Epsilo”? —preguntó Daxx, un tanto
mareado por el constante balanceo de la nave, cuyo motor permanecía y
permanecería apagado hasta fijar un rumbo.
—¡Ya lo creo! —Afirmó Frigg con una cierta pasión, mientras deslizaba la
imagen digital del mapa con su pulgar húmedo por la lluvia—. Son depósitos
colosales de cuarzo, capaces de almacenar miles de Teravatios de energía.
Empezaron a construir estas impresionantes baterías antes de la Gran Emigración
del 2914, y los fundadores de Caelum usaron un par de estas para fundar la
colonia… .
—Y al parecer se quedaron cortos… —interrumpió Daxx.
—¿Qué? —preguntó Jennet desconcertada por el comentario de su compañero.
—¡Lógico! Si hubiesen usado más de dos “bicharracos” de esos hace 1602 años,
hoy no estariamos aquí —respondió Daxx en su habitual tono burlesco, provocando
así un silencio sepulcral entre los otros dos aventureros, que se miraron entre
ellos hasta que decidieron volver a centrar sus mentes en su única misión, y
arrancar los motores.
—Ya, supongo que lo hecho, hecho está… —se respondió Daxx a si mismo,
molesto por la falta de respuestas por parte de sus compañeros.
No mucho rato más tarde, la oscuridad de
la noche empezó a invadir ese cielo que, a causa del grueso e infinito manto de
nubes y niebla, hacía horas que ya estaba oscuro.
Cuando los exploradores descendieron sus
miradas hacia el mar, quedaron totalmente atónitos ante la imagen que se
proyectaba reluciente en sus incrédulos ojos. Todo el abismo del océano que les
rodeaba irradiaba rayos potentes de luz a causa de los millones de “Linkers”
que habían sido abandonados en la antigua superficie terrestre. Bellas luces
intermitentes que recordaban a los tres humanos el gran error que la humanidad
cometió, y que la llevó a esparcirse por toda la galaxia en busca de nuevos
lugares donde vivir. Lugares como Caelum.
—¿Cómo algo tan hermoso pudo destruir todo un planeta? —se preguntó Jennet
admirando esos focos que convertían el océano en un inmenso zafiro.
—Supongo que sin 10.000 metros de agua por encima, esas malditas ventanas
espaciales no debían lucir tanto—. Respondió Daxx.
Sorprendentemente, los tres chicos de
Caelum no tardaron en llegar a una zona cuya localización superaba los límites
de ese mapa inacabado. Una zona de aguas muy profundas pero a la vez
extremadamente quietas. Tanto, que el silencio que generaban ponía los pelos de
punta a los tres desventurados humanos.
Las luces del abismo, más relucientes que
en previas zonas, se encendían y se apagaban aleatoriamente, formando así una
especie de coreografía submarina realmente cautivadora.
—Hasta ahora todo está muy tranquilo —susurró Frigg supersticioso, para no
enfadar a los diablos de ese planeta—. Parece incluso mentira que los pioneros
jamás llegasen hasta aquí.
—Ya lo creo —dijo Jennet.
—Tal vez llegaron en época de sirenas… —soltó Daxx rompiendo esa aura de
misterio que les rodeaba—. Hay que ver el mal genio tienen esas sardinas con
brazos.
Entonces, de repente entre las neblinas de
esa noche fantasmal, una escalofriante figura del tamaño de un rascacielos
apareció en el lejano horizonte. Parecía una estatua gigante de hierro,
representando a una especie de ser humano ahogándose en ese profundo océano.
Aunque sin embargo, sus rasgos faciales no correspondían a los de una persona
normal.
El detector de vatios de Frigg se activó,
detectando dentro de esa figura medio hundida una deseada “Batería Epsilo”. Así
que, ignorando el pavor que esa colosal estatua les provocaba, decidieron
desembarcar y trepar con cuerdas la estatua guiados solamente por el constante
pitido del detector de vatios.
—¡Menudo hombretón! —bromeó Daxx, tras alcanzar la cima de la cabeza de la
figura—. Un poco feo, el pobre, pero las horas de gimnasio no se las quita
nadie —dijo de nuevo, refiriéndose a la estatua.
De la mochila de provisiones de Jennet
sacaron tres nuevas cuerdas, que usaron para descender, como bien indicaba el
artilugio de Frigg, por la cavidad bucal de la fría estatua de hierro medio
oxidado.
—¡O dios! decidme que nos vacunaron del Tétanos —gimió Daxx, rompiendo el
silencio que les acompañaba durante ese infinito descenso.
La oscuridad les envolvía inevitablemente,
aun llevar varias linternas equipadas en sus trajes de exploración. El eco de
las palabras de Daxx, sonaba y resonaba incansable, y las múltiples piedrecitas
que Jennet arrojaba al abismo de esa metálica laringe, jamás tocaban fondo.
Hasta que, tras media hora de lenta caída, una cálida luz apareció en el
presunto final de esa caverna.
—¡La Batería! —exclamó Frigg emocionado.
Soltaron las cuerdas al llegar al suelo, y
contemplaron con admiración ese enorme depósito de cuarzo y hormigón, origen de
esos deslumbrantes rayos de luz que iluminaban los alrededores de esa tenebrosa
fosa.
Antes de que Jennet comprimiese dicho
artefacto con su “Reductor Atómico”, Daxx encontró en una de las esquinas una
misteriosa inscripción grabada a cuchillo en esa superficie de cuarzo pulido.
Los tres aventureros de Caelum empezaron a leer, totalmente dominados por la
curiosidad:
La fiebre de los Linkers están llegando
demasiado lejos. Lo que empezó siendo un sistema útil se ha convertido en
nuestra perdición. La gente ya no se conforma con tener su propio universo
independiente. Ahora se dedican a invadir Universos ajenos en busca de dinero y
diversión. Y cómo todo, esto nos pasa factura.
Estamos clausurando cientos de Linkers,
que son aprovechados por criaturas de otros mundos que buscan venganza contra
los humanos. Pero estas criaturas nos superan en número y sobretodo en tamaño.
Son monstruos inmensos, duros y fríos, que se alimentan de electricidad. En
poco tiempo ya no les podremos contener en sus mundos, y entonces será el fin.
Se zampan sin escrúpulos a los robots del exterior con sus mandíbulas de acero;
les encanta devorar las Baterías Epsilo; y sobretodo, les apasiona engullir
humanos estúpidos.
Profesor Marcus Higginton, 4177.
AÑO 2880
La vida era dura para un robot cómo Blip.
Los abusivos trabajos en la mina y la falta de comprensión por parte de los
ambiciosos humanos, les convertían en verdaderos esclavos sin más objetivo en
la existencia, que picar y picar hasta ser consumidos por el tiempo, y con
suerte, ser fundidos en un gran horno tras 150 años de trabajo. Ser fundidos
para convertirse en una tostadora, un microondas o en la tapa del trasero de un
nuevo androide, listo para 150 años de trabajo e incomprensión.
La existencia de sentimientos en esas
criaturas de acero no era un misterio ya, aunque por egoístas razones humanas,
este factor era completamente ignorado, y nadie se mostraba en contra de dicha
ignorancia.
“Las máquinas solo sirven para facilitar la vida al hombre”, o “Un robot que
interfiera en la vida de un humano por voluntad propia, no es un robot apto
para existir en nuestra sociedad” eran algunas de las oraciones que definían y
determinaban la vida en esos tan brillantes años de progreso humano y
prosperidad.
Blip conocía perfectamente el mundo en que
vivía aún tener tan solo 3 años terrestres. Las condiciones en las que
trabajaba junto a otros de su especie convertían su rutina en un infierno que
soportar para mantenerse vivo obedeciendo a las estrictas órdenes y tareas del
Emperador.
El Emperador no era ni más ni menos que el
gobernante de la nación de Boltenia. Unas tierras de corrupción tan plagadas de
humanos partidarios al régimen del emperador, cómo de minas de cuarzo, que
dichas personas usaban para construir grandes depósitos de energía para “mover
el planeta a su voluntad”. Olvidándose y marginando completamente el triste
mundo de los robots, que desde hacía años se habían convertido en el único
verdadero motor de la Tierra.
Como todas las mañanas, Blip se presentaba
en la corte del Emperador junto a cientos de esclavos robóticos, donde recibía
las instrucciones para su trabajo rutinario. A continuación los guardianes del
ejército del emperador, unos hombres equipados con tecnológicas armaduras y
todo tipo de armas eléctricas, les forzaban a punta de cañón, a cruzar
distintos Linkers cuyas destinaciones eran todo tipo de minas y canteras de
cuarzo. Concretamente para el pequeño Blip, una enorme y árida excavación
perdida en medio de un infinito desierto de arena y grava.
Cuando Blip agarraba con sus manos de
chapa blanca ese pico que por poco le superaba en tamaño, andaba varios metros
de desierto en busca de una zona alejada de los demás androides que, con fuerza
golpeaban las rocas en busca de pequeñas porciones del preciado cuarzo, que en
esa sociedad, se había convertido en un prestigioso mineral. El caso es que, a
medida que Blip andaba solitario en busca de una piedra que con su escasa
fuerza pudiese romper, más llamaba la atención de los modernísimos sistemas de
vigilancia de ese sofocante Linker. Y esto le hacía un robot diferente de los
demás, ya que a pesar de su inocente pequeñez y obediencia, por algún motivo
desconocido, se convertía en un sujeto al que controlar constantemente durante
su eterna jornada laboral.
Su efímero tamaño daba a conocer que su
verdadera labor jamás tuvo que ser la minería, pues Blip había sido
originalmente diseñado para realizar tareas domésticas en las casas de los
compradores de Boltenia. Pero fue un pequeño error de fabricación lo que lo
llevó a ser rechazado del mundo del hogar y ser acogido en el único lugar en el
que todo androide podía pertenecer. En el sucio universo de la minería y la
excavación.
A menudo, Blip se tomaba unos pequeños
descansos para lubricar con aceite sus diminutos engranajes, mientras que, con
tristeza y nostalgia contemplaba el blanco y vacío cielo de ese lugar, en el
que destacaba una enorme lente luminosa que enfocaba con la mirada cada
movimiento que el robot llevaba a cabo. Blip era consciente de que esa colosal
lente integrada en el mismo cielo no era más que otra de las decenas de cámaras
de vigilancia que le acechaban sin descanso, pero aun saberlo, a Blip le
reconfortaba saber que había alguien más con él, que silenciosamente le hacía
compañía.
A causa de su pequeño defecto de
fabricación, en escasas ocasiones, el androide tenía que ser atendido por algún
mecánico de la corte del emperador, quien, con desgana le solía reemplazar
varias piezas experimentando sin piedad ni ética, con los múltiples mecanismos
del robot, en busca de una cura definitiva para su problema. Cosa que al
pequeño androide le provocaba pánico.
Pero, aprovechando sus cortas épocas de
baja, Blip dejaba que sus orígenes en el mundo urbano se apoderasen de sus
actos, y en secreto, se fugaba a la ciudad en busca de aprendizaje y
observación del mundo de los humanos. Cosa que al Emperador no le hubiese hecho
ninguna gracia descubrir; ya que cuantas más visitas hacía Blip a la ciudad,
más cerca se encontraba de darse cuenta de cómo de vulnerables eran los humanos
al poder de sus apreciados Linkers.
Blip veía lo que esos portales
dimensionales eran capaces de hacer por las personas; pero también todos los
accidentes y desgracias que provocaba la falta de control del hombre sobre esas
puertas espaciales. Gente que quedaba atrapada por descuido en universos de
pesadilla; personas cuyos propios Linkers averiados, les absorbían llevándolas
a la muerte; e incluso peleas entre la gente por el dominio de un universo
concreto. Una falta de control que los robots no sufrían, pues su inorgánica
anatomía les protegía de tales accidentes. Blip no se dio cuenta aún, pero
estaba descubriendo que la verdadera solución a su esclavitud, era el mismo
invento que había llevado al mundo de los humanos hasta esos días de
prosperidad y expansión.
No fue hasta que Blip fue descubierto en
la ciudad y castigado por el Emperador a diez semanas de trabajo sin reposo,
que el pequeño robot empezó a reflexionar si de verdad quería terminar con ese
opresivo sistema que no reconocía la libertad de los nuevos habitantes de la
Tierra. Llegando a la conclusión de que tal vez esa era la mejor decisión que
podía tomar.
Desde ese instante, Blip empezó a trabajar
junto a los otros robots de la cantera, solamente para convencerlos de su plan,
y explicarles el poder de control sobre los Linkers, que ellos poseían y los
humanos no.
Fue así cómo tras unas semanas más de
abusos, todos los robots mineros de la nación reunieron el suficiente valor
para que, en el momento de ser forzados a entrar en su mundo de trabajo, estos
se resistiesen ante la opresión de los guardias, y lograsen arrastrarles hasta
cruzar los Linkers, donde quedarían encerrados para siempre.
Fue así cómo poco a poco, Blip y su
ejército tomaron el control de Boltenia, y empezaron a producir y comercializar
miles y miles de portales dimensionales por todo el planeta, con el fin de
permitir a los robots de todas las naciones alzarse contra la raza humana, y
así convertir la Tierra en un lugar solo apto para robots.
AÑO 2208
Cuando Ámber despertó, los científicos del
laboratorio se le abalanzaron como leones hambrientos de las respuestas que
solo la chica les podía dar.
Ella, se miró las manos y sonrió con
euforia al darse cuenta que había sobrevivido al temido experimento; pero su
sonrisa se desvaneció y se convirtió en un súbito escalofrío, cuando en su
frágil mente regresaron todos los recuerdos sobre su viaje, y el terrible
futuro que le espera a la humanidad.
—Cuéntame Ámber —dijo el Doctor Byron mientras se le acercaba lentamente
cogiéndole la mano con calidez—. Cuéntame lo que has visto en tu viaje al
futuro.
Ámber, conteniendo sus fuertes ganas de
llorar, tragó saliva y soltó con voz temblorosa:
—¡Nada! No he visto nada. El experimento no ha funcionado.
Gran relato de ciencia ficción !!
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