Mi
nombre es Jim Hawton, pero hace cosa de varios años, en Pantheon's Shadows fui
más conocido como Jimbo Drill, el payaso diabólico. Aunque entonces yo no era
más que otro decorado del escenario; un personaje secundario cuya tarea era
simplemente sujetar los afilados cuchillos que en breve, serían arrojados por
John Ballesta, hacia el cuerpo moribundo de alguien que una vez fue un
ciudadano feliz, hasta que terminó aquí, en nuestras garras.
Tengo
que reconocer que primero no sentía nada, ni miedo, ni angustia, ni siquiera
remordimientos, pues había sido educado de tal manera que mi cabeza se vaciara
de cualquier tipo de sentimiento ante los espeluznantes espectáculos del
Pantheon's. Solamente me limitaba a contemplar con mi rostro maquillado los
atroces actos que sucedían dentro de esa carpa maldita y escuchaba los sonoros
aplausos de un público enfermizo dispuesto a pagar verdaderas fortunas para ver
como de frágil podía ser una vida humana.
Fuera
del show, el Pantheon's era mi familia y lo único que tenía en este mundo.
Willy Komodo, el dueño del circo me encontró debajo de un puente cuando yo
tenía solamente tres años, y antes de dejarme allí, decidió darme una
oportunidad en la vida y convertirme un un peón más de su oscuro negocio. Le
debía tanto entonces a ese hombre, que ni por un instante se me ocurrió
cuestionarle el “porqué” de esos actos terroríficos e inhumanos.
Pero
las cosas cambiaron en el momento en que yo ya tenía 18 años y, por capricho de
la misma existencia, el destino me puso frente a una situación que jamás iba a
olvidar. La cosa fue más o menos así: uno de esos viernes por la noche, en el momento
en que uno se acomoda en su hogar y deja atrás todas las preocupaciones y
migrañas del trabajo; por medio de sorteo o por cuestión de turnos, no lo
recuerdo bien, fui seleccionado para limpiar y desinfectar todo el macabro
escenario de ese circo de los horrores. Agarré la fregona y el cubo como ya
había hecho otras veces antes y empecé a borrar de la carpa todos los rastros
de sangre, sudor y los miembros en putrefacción amputados salvajemente de las
víctimas del Pantheon's.
Fue
entonces, como si de algún modo me hubiese estado esperando, el cuerpo
destrozado de un hombre, quien dábamos por supuesto que había muerto esa tarde,
sollozó con fuerza y me miró con sus ojos que ya no lloraban lágrimas, lloraban
sangre. “Habéis dejado a un niño sin padres ¡mi hijo!” gritó el hombre con su
último aliento mientras soltaba la correa de su vida y dejaba ir todas las
fuerzas que había retenido hasta ahora. Me costó un rato asimilarlo, pero tengo
que reconocer sin temor alguno, que ese pobre hombre despertó en mi un horrible
sentimiento de culpabilidad que me llevó a tomar decisiones que jamás hubiese
tomado estando entre las cadenas del Pantheon's. Pues en esos escasos segundos
me vi completamente reflejado, pero no en el ya fallecido hombre, sino en su
hijo, que acababa de caer en las manos del destino, sin padres, como me pasó a
mi. Y más allá de esto, y aún ser muy difícil, vi cómo la historia se repetía.
El niño se quedaba huérfano y abandonado, era adoptado por un señor cuyas
creencias sobrepasan toda ética humana, y terminaba encerrado en una vida de
crimen y miseria para siempre.
Y
si, es asombroso cómo en cuestión de segundos, mi vida dio un giro que
cambiaría para siempre mi percepción de este cruel mundo.
Me
dí cuenta que Pantheon's Shadow estaba llegando demasiado lejos, y aunque ya
era tarde para reaccionar, era consciente que debía acabar con ese circo, pero
no disponía de la suficiente fuerza ni valentía para plantar cara a toda esa
gente que me crió y me dio una familia a la que amar. Y cómo era de suponer, en
mi cabeza estallaron centenares de dudas cuyas respuestas quedaban al azar del
destino. ¿Cómo sería mi vida sin el Pantheon's? ¿Cuál sería mi lugar en un
mundo que siempre se había encontrado detrás de esa carpa roja y jamás había
conocido? ¿E incluso, sería yo capaz de emprender tales actos? ¿Merece una
persona morir por haber matado a otra? Intentaba evitarlo, pero poco a poco en
mi mente se forjaba una única respuesta: ¡Sí, en el Pantheon's sí!
Los
días pasaron y el espectáculo continuaba a un ritmo incansable, pero ahora era
diferente. Detrás de mis ojos todo había cambiado, y todo era mucho más
horrible que antes. Cada vida que desaparecía en ese escenario se agarraba a mi
con tanta fuerza, que hasta tenía la sensación de poder sentir su peso en mi
espalda.
Entonces
llegó el día en que el Pantheon's finalmente tomó un nuevo rumbo. Conseguí un
par de libros de la pequeña carpa de la Pitonisa del circo. Unos polvorientos
volúmenes llenos de códigos indescriptibles capaces de dotar al predicador de habilidades
dignas de un ser divino. Algo así me contaron de pequeño. El caso es que en el
momento en que el último rayo de sol se desvanecía entre las montañas,
encerrado y mal desmaquillado en mi tienda desordenada, empecé a hojear esas
antiguas páginas mugrientas hasta encontrar lo que más se aproximaba a mis
necesidades: el hechizo del “Valor Mortal”.
Recité
esas cinco líneas de palabras extravagantes con cierta dificultad, y entre las
sombras de la noche, esperé una respuesta que no llegó. Decepcionado y
desmoralizado empecé a llorar todo lo que no había llorado estos últimos 15
años de mi vida. Esa corrosiva sensación de impotencia me hacía sentir débil,
muy débil. Hasta que me quedé totalmente dormido.
No
puedo decir con exactitud si pasaron minutos o tal vez horas; el caso es que
una extraña brisa acarició mi rostro ya libre de las lágrimas y me despertó con
un horrible escalofrío. Alguien había entrado en mi carpa y se escondía
sigilosamente entre el desorden. Yo me quedé paralizado, no sabía si fingir
estar durmiendo o empezar a correr hacia el exterior. Por fortuna o no, fue esa
cosa la que rompió el hielo primero. No la podía ver, pero era más que obvio
que ella sí podía verme a mi. Fue entonces cuando empezó a hablar con una voz
grave y fría.
“Jim
Hawton... ¿O debería llamarte Jimbo Drill, el payaso diabólico de Pantheon's
Shadow? Parece que tu alma ha suplicado mi ayuda. La mayoría de la gente
considera mi invocación una verdadera locura, pero por ignorancia o valor, tú
has tomado esa decisión y aquí me encuentro, a tu servicio. Explicame, joven
espíritu, la razón de tus oraciones y convénceme para que te ceda el codiciado
don del Valor Mortal”.
“Pantheon's
Shadow siempre fue mi familia y mi hogar, pero tras tantos años en sus
espectáculos, he descubierto por fin la diferencia entre el bien y el mal, y me
he dado cuenta que haber caído aquí ha estado el peor castigo de mi vida. Tengo
fe en que todo este tiempo en este lugar me va a servir para algo, para poder
acabar con él, pero no soy capaz de reunir el valor suficiente para enfrentarme
a esto. Este es el motivo de mi llamada”. Expliqué intentando ser lo más claro
posible, aun sintiendo un inmenso nudo en la garganta.
“¡No
tienes ni la más mísera idea de que es el bien y el mal!” gritó ese ente de las
tinieblas. “Pero me has convencido. Yo te concederé el Valor Mortal, pero a
cambio tu vas a tener que cumplir mi condición. ¿Estás dispuesto a aceptar un
pacto sagrado? ¿O permitirás que tus instintos de precaución se antepongan a
tus más oscuros deseos?”
“¿Cuales
son tus condiciones?” pregunté intentando aparentar poseer el control de la
situación.
“Muy
sencillo, simplemente te voy a pedir que hagas bien tu trabajo; y con esto
quiero decir que te encargues de terminar con el espectáculo del Pantheon's Shadow
para siempre. Te concederé ese don durante todo el resto de la noche, y tu
deberás asegurarte de que eliminas cada una de sus piezas por completo. En el
momento en que arrojes la última alma en el más profundo infierno, tu deuda
estará saldada, y tu, Jimbo Drill, serás libre para toda la eternidad”.
“¿Y
qué pasaría si no cumpliese con el pacto?” pregunté esta vez.
La
voz soltó una risa silenciosa y respondió. “Si termina la noche y no cumples tu
misión, serán los espíritus del Pantheon's Shadow quienes se van a encargar de
destruirte a ti. Piensa Jim ¿hasta que punto vas a permitir que este
espectáculo convierta tu vida en un eterno sufrimiento?”
“¡Acepto!”
dije definitivamente, esta vez sin dudarlo.
“¡Perfecto!”
exclamó ese espectro de la oscuridad con una satisfacción que me incomodaba.
“Tienes 5 horas” dijo dejando caer de la nada un antiguo reloj de arena sobre
el piso, iniciando en ese instante la cuenta atrás.
Entonces
un silencio fantasmal se apoderó del ambiente. Salí de la carpa y respiré fuerte
para recibir todo el oxígeno que me permitiesen mis débiles pulmones. Y
repentinamente sentí el dolor de un aguijón envenenado clavándose en mi médula
lentamente. Lo que pasó durante los siguientes segundos se convirtió en una
mancha oscura en mi memoria, pero el caso es que como por arte de magia, una
especie de odio insanable se apoderó de mis venas y de mis pensamientos,
llenándolos de los más perturbadores recuerdos que ocultaba mi cabeza. Y en
cuestión de unos segundos más, me encontraba corriendo sin control alrededor
del campamento. Sí, mis movimientos se correspondían con mi voluntad, pero por
contradictorio que parezca, puedo afirmar sin miedo de equivocarme que ese no
era yo.
Lo
siguiente es mejor que quede en el olvido, pues la carnicería fue tal, que
incluso bajo esos misteriosos efectos, podía apreciar una pizca de exceso en
mis actos, aunque eso no me frenó en ningún momento. La Pitonisa, John
Ballesta, y todos los otros compañeros, incluyendo a Willy Komodo se
convirtieron en las víctimas de lo que parecía simbolizar la última de las
funciones del Pantheon's. Y una vez me aseguré de haberlos mandado a todos al
infierno del que nacieron, prendí en llamas la enorme carpa, que en un par de
horas, pasó de ser roja a ser negra, y finalmente gris; el gris de las cenizas
que se empezaron a esparcir a medida que el sol me daba la bienvenida a un
nuevo día. Y con más remordimientos que satisfacción, cuando esos efectos
liberaron de nuevo a mi verdadero “yo”, empecé a correr hacia los infinitos
bosques de pinos que siempre habían ocultado ese circo, que en una sola noche,
pasó a ser historia.
Llegué
a la ciudad, y estuve los siguientes cinco años malviviendo en los suburbios,
compartiendo espacio con gente a la que no conviene hacer enfadar. Tal vez esto
me proporcionó ese instinto de supervivencia que tanto había necesitado, y
quieras o no, me ayudaba a olvidar mi tenebroso pasado; a pesar de ser del todo
consciente de que “Jimbo Drill” me perseguiría para siempre. Y así viví hasta
que definitivamente me di cuenta de que el olvido no me daba de comer, y ya
había estado demasiado tiempo de brazos cruzados esperando la caridad de
personas que no tienen ningún interés por mi vida; y no les culpo.
Mi
falta de aptitudes para un trabajo “normal” me regaló 5 años más en la miseria,
y cuando por fin llegué a los 28, en 1964, vi la oportunidad de mi vida en el
recorte de un periódico. “El Parque del Claro” era un parque de atracciones
recién inaugurado en la ciudad, el cual se veía obligado a buscar personal con habilidades
de entretenimiento para atraer al necesitado público. Primero dudé si yo era la
persona adecuada para dicho trabajo. ¿Podía atribuirme el mérito de haber
entretenido a alguien durante esos tiempos, forzados a olvidar, en el
espectáculo del Pantheon's? Más tarde me di cuenta que si dejaba pasar este
milagro, me arrepentiría como jamás me había arrepentido antes.
Entrar
en la plantilla del equipo de entretenimiento del Parque del Claro fue
complicado. Mis habilidades como payaso de circo eran limitadas y el tiempo me
las había deteriorado; además, mi absoluta falta de documentación no ayudaba
demasiado. Pero la necesidad de clientes del parque me permitió superar esos
obstáculos, y en poco tiempo ya me encontraba rodeado de niños que esperaban
con ansias para ver aterrizar un pastel en mi rostro, que volvía a estar
maquillado como una vez lo estuvo “Jimbo Drill”.
Entonces
llegó un nuevo giro en mi vida. Tal vez el último giro de la vida de un payaso
que acababa de encontrar lo que parecía ser la serenidad tras una gran
tormenta. Misteriosamente, y sin motivo alguno, mi mente empezó a recuperar
macabras imágenes del Pantheon's, las cuales me empezaron a visitar en mis
sueños más profundos. Pero esto solo fue la punta del iceberg ya que días más
tarde empecé a despertar con heridas y rasguños sangrientos por todo el cuerpo.
Miles de teorías me llevaban a creer que yo mismo me causaba esos hematomas,
pero ninguna explicaba porqué algunas de esas heridas estaban hechas con la
hoja de un cuchillo.
Y la
cosa fue a más: A los 43 años lo que empezaron siendo heridas y cortes se
convirtieron literalmente en auténticas mutilaciones. En un par de años había
perdido una mano entera y tres dedos de la otra. ¡Ahora asustaba a los niños!
Aún recuerdo cómo esa madre consolaba a su pequeño hijo ese día que se
convirtió en mi última jornada en el Parque del Claro. “Tranquilo Blair,
tranquilo. El payaso malo ya se va...”.
Desmoralizado
y completamente destrozado, cogí con mi única mano la bolsa con mis pocas
pertenencias y lo abandoné todo. El trabajo, la ciudad, los niños que ya no me
querían. Empecé a reflexionar sobre mi triste vida, mis inexistentes
motivaciones y sobretodo la extraña pérdida de mi mano y mis dedos. Y sin
ningún tipo de rumbo ni destino, decidí volver donde todo había empezado: en
las tierras del Pantheon's Shadow.
Y
justo al llegar allí, una misteriosa brisa me recordó algo que ya se hallaba
perdido en mi más oscuro subconsciente. Una frase que decía: “Si termina la
noche y no cumples tu misión de acabar con el espectáculo, serán los espíritus
del Pantheon's Shadow quienes se van a encargar de destruirte a ti”.
Y
fue entonces cuando comprendí que cometí el grave error de dejar un cabo suelto
esa fatídica noche. El espectáculo del Pantheon's jamás terminó. Jamás terminó
y jamás iba a terminar. No mientras siguiese yo con vida. Yo era la última
pieza del Pantheons que también debía morir esa noche.