Hay
tantas y tantas cosas para conocer y descubrir en este mundo, que a veces uno
tiene el miserable deseo de encerrarse y dejar que sea otra persona quién
desmantele estos infinitos misterios de la existencia. Sin embargo, aún
habiéndolo sospechado durante años, esta jamás fue la filosofía de mi abuelo
Gaspar, quien fingiendo haberlo abandonado todo, creó un imperio más allá de
los ojos del mundo y lo ocultó celosamente por razones que aún están por saber,
razones que sin duda alguna voy a desvelar esta vez para resolver el enigma más
grande de mi vida; el enigma de mi abuelo Gaspar y de toda mi familia.
Todo
empezó con un pequeño sobre reposando en la alfombrilla de la entrada de mi
casa, en un sombrío día de trabajo en la oficina. No le presté demasiada
atención, pues la mayoría de cartas que aterrizaban en mi portal solían
reclamar el precio de mis suministros; pero tras unas horas de deambular por mi
hogar, decidí echar un vistazo a ese sobre, para darme cuenta de que su sello
era inexistente, y por tanto, este no había llegado hasta aquí por correo. Así
que esta vez, desgarré con cautela esa superficie de papel, y encontré una nota
cuyas palabras carecían de sentido para mí, y decían así: “Pacific 33 te
espera, si aceptas esta invitación reúnete conmigo en la entrada del puerto
mañana a las 6:00”.
Es
lógico que, al principio, me lo tomase como una extraña broma o algún tipo de
ingeniosa trampa para aprovecharse de mi, pero a medida que las horas
pasaban, el nombre de “Pacific 33” empezaba a excavar entre mis
desordenadas memorias, para permitirme llegar a la conclusión de que esta
denominación fue pronunciada una vez por alguien a quien yo admiré mucho en su
tiempo: mi desaparecido abuelo Gaspar. Fue así como equipado con una gran
curiosidad e imprudencia, decidí acudir a esa cita que el destino me había
propuesto.
Llegué
al puerto bajo un naciente sol de Septiembre, en busca de una barba blanca o un
arrugado rostro conocido, pero sin embargo quien me recibió no se ajustaba para
nada a esa descripción, pues no era ni más ni menos que una chica de cabellos
dorados, que tras sus gafas de sol, me localizó entre la multitud de pescadores
y barriles, y me ofreció una cordial encajada de manos.
—Erin
Williams, veo que recibiste mi carta —se presentó quitándose las gafas, y
dejando al descubierto unos fríos ojos azules.
—Vaya,
esto me resulta bastante confuso —dije con un suspiro—. Soy Todd Walter.
Llámame Todd.
—¿Como
el barbero? —bromeó.
—Si,
como el barbero... —suspiré de nuevo con una ligera sonrisa que ocultaba mi
falta de control sobre esta situación.
—Supongo
que lo que quieres ahora son explicaciones —dijo esta vez más seriamente.
—¡Sí!
¡Exacto!, en media hora debo llegar al trabajo, así que te ruego que seas
breve, si no es molestia.
—Vaya…
—rió con ironía—. Creo que no has entendido el verdadero propósito de esta
invitación.
Yo,
tras oír sus palabras, me froté la cabeza con desconcierto, y fruncí el ceño
esperando a que Erin prosiguiera con su discurso.
—Ves
este barco —dijo ella señalando un viejo bote pesquero que estaba amarrado
detrás de nosotros—. Este es el barco de tu abuelo Gaspar; y por deseo suyo,
deberías ceder unos días de tu vida para conocer el imperio que forjó con sus
propias manos.
—Entonces
te envía mi abuelo —deduje con facilidad—. ¿Voy a verle, donde sea que me lleve
este barco? —pregunté mostrando una falsa serenidad que ocultaba la rapsodia de
emociones que se mezclaban en mi estómago en ese momento.
—Mucho
me temo que no va a ser así —dijo envuelta por un súbito pesar que solo me
llevaba a pensar lo peor.
—Gaspar
ha muerto… —resolví de nuevo, con una insensibilidad justificada por la
ausencia de mi abuelo en los últimos 20 años de mi vida.
—Murió
hace ya dos años; en su testamento programó este mismo día para que te viniese
a buscar.
—¿Y
entonces por qué demonios quiere que vaya a su “imperio”? —pregunté con dureza.
—Gaspar
me dijo que tú deberías averiguarlo una vez allí —respondió Erin.
—¿Y
dónde es “allí”? —insistí.
—En
Pacific 33, el magno imperio de tu abuelo.
A
bordo del pesquero tripulado por un puñado de ancianos pescadores, con las
brisas del océano golpeando mi frente con suavidad, y mis pensamientos perdidos
en las olas que encrespan las aguas, me apoyé en la barandilla de la cubierta y
dejé que las preocupaciones de mi rutina se desvanecieran con el viento, para
centrarme en el misterio que se abría ante mis ojos.
Durante
ese instante tenía la desagradable sensación de haber vivido engañado a lo
largo de mis últimos 20 años, y en ese entonces no sabía qué creer.
Erin
se me acercó y se apoyó en mi misma barandilla, a mi lado, y se quitó las gafas
de sol de nuevo, signo de que quería decirme alguna cosa.
—Siento
mucho la muerte de tu abuelo —se lamentó.
—No
te preocupes por esto —respondí con un hilo de voz—. Jamás le conocí realmente.
Abandonó a mi familia cuando solo tenía seis años, y hasta hoy, no he tenido ni
una mísera noticia de él. Mi familia me contó que se cansó de este mundo, y
decidió irse a vivir solo para emborracharse sin tener que preocuparse por los
problemas de la vida.
—Tal
vez tu familia tenía motivos para contarte tal estupidez —soltó la chica.
—¿Qué
quieres decir? —pregunté sorprendido.
—Gaspar
jamás quiso aislarse del mundo, solamente encontró el modo de hacerlo girar a
su alrededor; y por este motivo construyó Pacific 33; un lugar donde ser libre
para soñar y romper rutinas; un paraíso personal, una anhelada utopía hecha a
medida para él y su gente. ¿Sabes Todd? Tu abuelo era un genio, ya que supo encontrar
la felicidad en un mundo donde la gente vive como marionetas del día a día;
encontró ese lugar que las personas solo se atreven a soñar, y supo apañárselas
para defender su lucha hasta el final.
Mis
ojos se iluminaron tras escuchar esas palabras, que me resultaban tan
conmovedoras… ; pero rápidamente una nube gris contraatacó a la increíble
historia de Erin.
—Si
mi abuelo encontró dicho paraíso, por qué jamás trajo a su familia consigo en
ese lugar.
—No
lo sé —respondió ella cabizbaja—. A lo mejor no quería involucrar a tu familia
en sus turbios negocios.
—¿Que
clase de negocios?
—Verás,
Gaspar pudo construir la máquina perfecta que se convertiría en su “Edén”, pero
todo artefacto necesita combustible, y por este motivo convirtió Pacific 33 en
un clandestino centro de acogida para toda esa gente que deseaba empezar su
vida desde cero. Es decir, ex-criminales, ex-sectarios, fallidos suicidas,
incomprendidos sociales, personas cuyas vidas no tenían sentido… . Además, los
contrabandistas marítimos se comprometían a brindar todo tipo de suministros a
Gaspar, a cambio de alojamiento en Pacific 33.
—Osea
que mi abuelo construyó un hotel para los cobardes de la sociedad y criminales
potenciales —interrumpí resumiendo las palabras de la joven.
—Yo
no les llamaría cobardes —dijo Erin con una nostálgica mirada perdida en el
azul y cristalino horizonte—. Pues hace falta mucho valor para dejar atrás una
vida entera.
—Vaya,
lo siento, no pretendía ofender —me disculpo al darme repentina cuenta de que
ella también estuvo metida en los mencionados colectivos que emigraron hacia
Pacific 33.
—No
importa —responde con una sonrisa—. ¿Por qué no me cuentas algo sobre ti?
—propone cambiando súbitamente de tema.
—La
verdad es que no hay mucho que contar sobre mi, pero aquí la más misteriosa
eres tu, y por tu acento juraría que eres inglesa… —sonrío.
—Irlandesa
—corrige—. Nací cerca de Belfast, pero renací en Pacific 33, de la mano de tu
abuelo.
—Hablas
de mi abuelo como si fuese una especie de Dios, o profeta.
—En
parte lo fue para nosotros, pues él nos ofreció un lugar y una comunidad donde
protegernos de la corrupción y el dolor que reina las calles. Él dio
color a nuestras decadentes vidas y un motivo para luchar siendo quienes
realmente queríamos ser.
—¡Fascinante!
—Gaspar
tenía un corazón de oro, pero también un puño de hierro… El hombre sabía cómo
mantener a raya a los huéspedes más inquietos de su imperio, e incluso sabía
cómo deshacerse de aquellos que jamás pertenecerían a nuestra comunidad.
—¿Les
mataba? —pregunto intrigado.
—¡No!
Tan solo les suprimía la memoria con su “suero de la amnesia” y les devolvía a
tierra inconscientes.
—Jamás
había oído a hablar sobre dicho suero.
—Hay
muchas cosas de las que no has oído a hablar de Pacific 33.
Hoy,
tras el frío impacto de una incómoda migraña, me levanto del colchón del
camarote que me hospeda, y salgo a cubierta encontrando a varios miembros de la
tripulación contemplando con admiración un gran edificio de acero y aluminio
sostenido en el infinito manto del Océano Pacífico. Me cuesta apreciar la
complejidad de la estructura debido a mis dolores de cabeza, y a la niebla gris
que cubre el cielo, pero poco a poco, las borrascas del mar arrastran mi dolor
y sanan ligeramente mi visión permitiéndome ver el inmenso bloque de pisos
flotante que al parecer, fue la mayor invención de mi abuelo.
No
tardo en darme cuenta de que el nombre de “Pacific 33” se debe un antiguo
crucero, cuyas piezas se emplearon para la construcción de esta magna
edificación; y por lo que puedo observar toda la energía eléctrica requerida en
estas instalaciones, era generada por las decenas de molinos de viento y de
agua que rodean este lugar.
—¿Cómo
demonios se mantiene a flote esta estructura? —pregunto a Erin, que yace en mi
lado.
—Por
las múltiples cámaras de aire y estabilizadores integrados en la base del
edificio.
—¿Y
todo esto construyó mi abuelo solo? —pregunto de nuevo, intrigado.
—Claro,
con la ayuda de un buque de obras, y un grupo de sobornados constructores. ¿Que
te esperabas encontrar?
—¡No
lo sé! Tal vez una isla con un pequeño campamento oculto; chozas de madera o
algo así.
Al
atracar en un pequeño y rústico muelle que sobresale de la estructura, nos
abrimos paso hacia la entrada del polvoriento y dejado edificio, que un día fue
la anhelada “Atlántida” de mi abuelo Gaspar. Nos encontramos en una especie de
comedor amplio, cargado de mesas y torcidos cuadros de temática marinera,
colgados a juego con las secuencias de ventanillas con vistas al más profundo y
espeluznante océano. Todo está abandonado y oscuro, y por lo que puedo ver, un
evento inesperado causó el abandono de este lugar, pues todos los objetos
permanecen tal y como lo dejaron el último día. Todo resulta más silencioso y
siniestro de lo que imaginé. No hay ni una sola alma, y esto me produce
verdadero terror.
—No
me contaste que este era un paraíso para momias —digo a Erin al darme cuenta de
que mi viaje hasta aquí puede haber sido en vano.
—No
lo sabía —dice ella, con un inesperado pánico ante el macabro escenario que se
muestra en sus fríos ojos—. La última vez que estuve aquí todo estaba más vivo
y alegre que nunca. Tu abuelo me obligó a abandonar Pacific 33 tres semanas
antes de su muerte, con la orden de regresar hoy contigo. Yo era consciente de
que se encontraba en algún tipo de lío, pero jamás me contó en qué apuro se
había metido. Así que solamente obedecí.
—¿Y
ahora qué demonios hacemos aquí? ¿Sacar el polvo? —bromeo con un amargo sarcasmo.
—Tal
vez nos convenga saber lo que sucedió con este lugar, y con toda mi familia.
—¡Genial!
Cómo si no tuviera suficiente en la oficina, que ahora me toca ser Sherlock
Holmes —protesto descaradamente.
—Oye
Todd, si no quieres ayudarme en esto puedes regresar a tu maldita casa, y
volver a la absurda rutina por la que tu abuelo tanto luchó en contra —se
enfurece Erin.
Regreso
por la misma puerta que me permitió entrar en estas ruinas, y cruzo el muelle
subiendo con torpeza al bote pesquero. No oso pedir a la tripulación que me
devuelvan a mi ciudad, pues dejar a Erin en este atormentado edificio no me
resulta para nada moral. Así que me refugio en mi camarote, y me dedico a
reflexionar, mientras una ligera lluvia golpea el cristal de mi ventanilla. Mientras,
caigo en un profundo sueño.
Al
despertar un par de horas más tarde, desaparecidos ya todos los rastros de mi
anterior migraña, salgo de nuevo a cubierta en busca de la chica, pero tras
preguntar a un par de los navegantes de la embarcación, me doy cuenta de que
ella aún no ha regresado.
El
cielo se ha aclarado, y lo que era una siniestra estructura en medio de unas
tormentosas aguas salvajes, ahora luce como una especie de hotel exótico,
envuelto por un brillante cielo azul totalmente libre de nubes y tinieblas,
totalmente rico de paz y serenidad.
Me
siento culpable, lo reconozco, no solo por no haber ayudado a Erin, sino por
haber rechazado la oportunidad de conocer el lugar que llevó a mi abuelo a
dejar toda su vida atrás, con las respuestas de mis infinitas cuestiones
adjuntas. Me protejo los ojos con la mano, del abrasador sol del Septiembre, y
alzo mi vista hacia el punto más alto del edificio, donde una especie de
bandera ondea con las brisas, y en ella hay escritas unas palabras que me esfuerzo
para leer. “¿Cómo vas a llegar el paraíso, si ni siquiera lo intentas?”,
firmado por Gaspar.
Parece
absurdo, lo sé, pero solo basta este viejo eslogan para hacerme replantear el
motivo de mi expedición. Tal vez el trabajo y la rutina puedan esperar un
tiempo más, así que esta vez, bajo la presencia de este resplandeciente y
reconfortante sol, me adentro de nuevo al edificio para descubrir los misterios
que oculta la perdida y legendaria utopía de mi abuelo.
Cruzo
el comedor evitando el contacto con los objetos abandonados, y todo aquello que
nos pueda aclarar lo sucedido aquí. Por ahora todo lo que veo y siento es
devastación. Pero por un momento, pasan por mi cabeza imágenes de cómo este
lugar pudo lucir en sus mejores días. Puedo oler la comida salir de la cocina,
rumbo a las grandes mesas de madera con viejos trapos como manteles; y puedo
escuchar a la alegre amalgama de voces de gente cuyas preocupaciones ya dejaron
de existir. Por un instante puedo apreciar esa libertad y felicidad de la que Erin
tanto me habló; esas vacaciones eternas en un lugar oculto para todos aquellos
que vivimos encadenados al sistema. Ese imperio al que solo los que realmente
se atrevieron a renunciar al día a día pudieron alcanzar.
Salgo
por una puerta a una especie de terraza muy extensa, con un suelo de hierba
artificial, y una fresca y omnipresente decoración tropical. Ahora siento de
nuevo los cálidos rayos del Sol en mi rostro.
En
las lejanías de esta terraza sostenida sobre las aguas, puedo apreciar el gran
hueco de una piscina llena de escombros, y una especie de derruido cóctel-bar
con una increíble vista al horizonte. Además, destacan varias plataformas
sobresalientes de aluminio donde al parecer, los huéspedes podían pescar
envueltos en la más intensa y tranquila atmósfera del Pacífico, respirando
libertad en estado puro. Me cuesta creer que alguien fuera capaz de terminar
con un paraíso así.
De
repente, logro encontrar a la desaparecida Erin en un mirador ubicado a un par
de plantas por encima del patio donde me encuentro. Ella no me ve, y ahora
mismo creo que lo mejor sería ir a buscarla. Así que cruzo decenas y decenas de
pasillos llenos habitaciones y distintas zonas de ocio, hasta encontrar el
camino que me lleva a ese mirador.
—¡Erin!
—grito levemente al encontrarla.
—Todd
—se sorprende ella al verme—. Pensaba que ya no regresarías.
—Me
equivoqué y lo siento, de veras —reconozco—. Al fin y al cabo, solo hay una
vida, y creo que si mi abuelo nos trajo aquí, algo quería que encontrásemos.
—Mucho
me temo que ya he encontrado algo.
Dicho
esto, y con un lúgubre caminar, cogemos un ascensor, que nos lleva hasta la más
alta de las plantas del extravagante hotel flotante, y accedemos a lo que es
conocido como “Solarium”; una especie de salón circular cuyas paredes son
paneles de cristal, desde donde se nos permite contemplar la grandeza de estas
instalaciones construidas a partir de fragmentos del antiguo crucero Pacific
33.
—En
este lugar tu abuelo nos solía reunir para mostrarnos sus proyectos y sus innovaciones
para Pacific 33 —me cuenta Erin al llegar al piso—. Ahora mira en lo que se ha
convertido.
Al
trasladar mi mirada hacia donde la chica me indica, un frío sudor empieza a
fluir por mi sonrojada frente, pues cuatro cadáveres en descomposición reposan
en el suelo de moqueta azul, siendo totalmente azotados por la luz solar que se
filtra por los muros de cristal de esta habitación. Rápidamente localizo varias
perforaciones de bala en diferentes zonas del Solarium, y en estos cuatro
cuerpos moribundos.
Lucho
para aguantar las náuseas provocadas por esta escena, y al parecer, Erin
también lo hace; pero aún así, ambos nos acercamos a los fallecidos y no
tardamos en darnos cuenta de que uno de esos cadáveres corresponde a mi abuelo
Gaspar, y este lleva una pistola. Miro a los ojos de la chica, impactado por la
atrocidad que yace ante nuestros ojos. Ella llora, no solo por haber
reencontrado el cuerpo de la persona que una vez le salvó la vida, sino que
además, por haberse dado cuenta de los actos que esta persona hizo antes de
caer.
—¿Gaspar
asesinó a esta gente y se suicidó? —me pregunto a mi mismo en voz alta.
—Gaspar
nunca haría algo así —sollozó ella con fuerza.
Yo
no sé cómo reaccionar ante esta situación, porque después de todo, quién está
aquí es mi abuelo; el abuelo que nos abandonó hace ya tantos años, para
construir su propio mundo y terminó así, convertido en polvo. No sé qué lo
llevó a este fatídico final, pero esto me lleva a reflexionar si realmente
valió la pena haber encontrado el deseado paraíso donde olvidarse de los
problemas y las corrupciones de la sociedad. Un paraíso que se iba a convertir
en su tumba.
Erin
encuentra una segunda pistola enterrada entre los escombros de esta sala, y es
así como esta vez nos damos cuenta de que Gaspar se encontró en medio de un
tiroteo, y fue esto lo que le costó la vida. ¿Pero por qué motivo mi abuelo se
encontró en dicha situación? ¿A caso su gente provocó un motín? Por ahora todo
son preguntas.
Pasamos
varias horas contemplando las calmas aguas del Pacífico intentándonos aislar
por unos instantes del enigma que nos esconde el clandestino hotel de las
brisas marinas y las borrascas; y no es hasta que el sol empieza a caer, y el
cielo se enrojece, que no tomamos la decisión de movernos.
—A
lo mejor deberíamos volver a casa —le propongo en un intento de consuelo.
—¿Y
si Gaspar empezó el tiroteo? —dice ella temblando por la presión de las ideas
que merodean su cabeza—. ¿Y si realmente él quería a esos tres hombres muertos?
—Seguro
que no —susurro.
—¿Entonces
por qué evacuó a todos los huéspedes del edificio? ¿Por qué no quiso contarme
nada?
—No
lo sé… —digo cabizbajo, entristeciéndome por el dolor de la chica—. Creo que
nunca lo sabremos.
Al
instante Erin sacó del bolsillo de sus tejanos una pequeña y misteriosa
grabadora de voz plateada.
—La
he encontrado junto al cadáver de Gaspar —me dice ofreciéndome el dispositivo—.
Temía saber lo que contiene, pero creo que es el momento de revelar la verdad
oculta de Pacific 33.
Sorprendido
y sin pensármelo dos veces, activo la cinta, y la grave voz de mi abuelo
regresa a mis oídos después 20 años de desaparición.
“Todd,
querido, es una verdadera lastima que este mensaje tenga que proceder de unos
altavoces y no de mi propia voz, pues haber estado hoy contigo y conocerte
ahora, hubiese sido mi mayor deseo y mi mayor utopía; pero las circunstancias
han dado un giro inesperado, y si escuchas esto, es porque ya me he ido, y mi
querida discípula te ha traído hasta aquí en mi nombre.
Tal
vez estés furioso por mi larga ausencia; tal vez estés confuso por el repentino
descubrimiento de este lugar; tal vez solo quieras respuestas. Hijo, permíteme
que te relate la última de mis odiseas:
Desde
que eras un niño fuiste el único que apreció realmente mis historias sobre
paraísos y utopías; y aunque creas que soy un cobarde por abandonarte a ti y a
tu familia, yo siempre quise estar con vosotros; pero tus padres jamás
aprobaron mi proyecto y a la gente con quien trataba. Me tomaron por loco y por
una mala influencia para ti, así que aún anhelarlo, jamás te pude traer aquí;
no mientras fueses ese dulce niño al que le brillaban los ojos cuando
contemplábamos juntos el mar infinito.
Llegué
aquí solo, sin ningún propósito más que el de construir un lugar donde
la absoluta libertad fuese la única ley y la única religión; un lugar al que
traerte cuando tus decisiones dependieran solamente de ti; un lugar para
sacarte del sistema que nos ha amordazado a todos y nos convierte en títeres
vulgares sin sueños.
Acogí
a todo tipo de gente que, como yo, buscaba una vida desde cero. Pero esto Erin
ya te lo habrá contado. El caso es que las voces llegaron demasiado lejos, y un
grupo de gente llegó a las instalaciones y me ofrecieron la compra de mi
creación. Yo
me negué, y por esta razón me amenazaron con revelar el paradero de
Pacific 33 si no les vendía mi obra.
Estuve
varios días intentando suprimir sus memorias, pero esos hombres ya iban
preparados para esto, así que solo me quedaba la alternativa más drástica; la
única alternativa que me permitiría conservar este paraíso para ti y la gente
que necesita alejarse de las polvorientas cadenas de la sociedad. He evacuado toda la
residencia porque voy a acabar con estos tipos, y esto no va a acabar
nada bien. Pero la libertad es algo por lo que vale la pena luchar. ¿No crees?
Así que dime, querido Todd, ¿Estarías dispuesto a rescatar Pacific 33 de las
tinieblas, junto a Erin? ¿Estarías dispuesto a ser libre para
siempre? ¿Estarías dispuesto a ser feliz? Entonces Pacific 33
podría ser tu nuevo hogar.”
Erin
me observa con los ojos llorosos llenos de ansia y emoción, mientras yo intento
procesar estos 20 años de información. ¿Realzar Pacific 33? ¿Dejar atrás mi
rutina? ¿Empezar una nueva vida en el magno paraíso que creó mi abuelo?
¿Renunciar a todo eso que siempre se me hizo creer que era lo correcto? ...
¿Sabes que? Empieza a ser hora de tomar una decisión firme, y tal vez el
trabajo y la rutina puedan esperar un tiempo más sin mí. Al fin y al cabo tan
solo hay una vida… y ahora es el momento de vivirla ¿Verdad?