El rechazo, el miedo, la soledad, la muerte. Jamás
antes me había dado cuenta de lo fácil que puede ser destruir una vida; y, de haberlo comprendido en
su momento, los errores que me han llevado a esta conclusión jamás hubiesen
sido cometidos. Pero mucho me temo que ya es demasiado tarde para reparaciones;
y el destino se ha cobrado lo que por mi culpa, le pertenece.
Por ahora todo sigue un
misterioso orden, cuyos factores cambian en instantes determinados que no logro
comprender y tal vez no deba. Todo empieza con un “¡Nunca te dejaré solo!”, que es seguido por un “¡Este no es tu hogar!” y termina con un extraño “¡No voy a abrir los ojos!”; pero
cada una de estos factores acompañados y constantemente
supervisados por un frío y desconcertante “¡Quédate conmigo!”.
Por ahora todas estas
secuencias no son más que simples y ligeros parpadeos en medio de una oscuridad
absoluta, y en este momento todo resulta muy confuso…, tal vez lo único que
puedo y debo hacer es cerrar los ojos y olvidar lo sucedido; aunque solo sea
unos segundos.
“Quédate conmigo”.
AÑO 2941
—¿Es que no lo entiendes, Bim? ¡Maldito robot del diablo! Timmy ha muerto, y ya jamás va a volver contigo —grito entre lágrimas y ahogados sollozos al pequeño y fiel robot
de mi difunto hermano gemelo, mientras observo la delicada capa roja de
superhéroe que cuelga de su cabecita de cromo blanco, esa capa que Timmy solía
atarle en las horas de recreo.
Bim, alzando la vista, me mira en silencio, con su inocencia grabada en sus diminutas
lentes de cristal, y su cuerpo electrónico reposando con una incomprensible
serenidad. No hace nada, ni siquiera se lamenta por la muerte de su mejor
amigo; solo me observa en calma, mientras el ligero viento que se filtra por la
ventana acaricia y hace flamear con suavidad la pequeña capa roja que, quiera o
no, aún conserva y esparce en el aire la dulce esencia de Timmy.
—¿No lo entiendes? —repito desconsoladamente ante la inevitable falta de comprensión del
pequeño androide, entristeciéndome al ver que
su única reacción es el vulgar gesto de bajar su mirada distraída hacia la moqueta del piso, y mantener celosamente ese trágico y agotador
silencio que poco a poco me desmoraliza cada vez más—. ¡No sirves para
nada! ¡Vete de aquí; fuera. Este no es tu hogar!
El robot, tras oír mis desagradables palabras, con una notable dificultad,
escribe en un papel las palabras “Por favor, quédate conmigo”. Palabras que al
instante rechazo con dolor. Bim, cabizbajo, obedece mis crueles órdenes y se retira de la
habitación caminando lentamente hasta cruzar el largo pasillo y llegar a la puerta principal de la casa. Preparado para cruzarla
y no volver nunca más aquí, donde su imagen solo me impide olvidar el rostro de
mi pobre hermano.
Cuando Bim llega a la calle, solitario con su ondulante trapo rojo
en su mecánico cuello y su pequeño e
insignificante cuerpo cromado, se dirige sin pensárselo dos veces al pequeño
parque infantil del final de la calle, origen de todas las aventuras que había
vivido con el pequeño Timmy. Decidido, se ubica con
rapidez al centro exacto de esa plaza, y en su más notable silencio, empieza a
contemplar con curiosidad todos los inocentes niños de su alrededor; buscando a
alguien que quiera jugar a superhéroes con él. Sin embargo, nadie presta
ninguna atención al silencioso androide que, disimuladamente, alza su mirada
hacia al cielo para observar a las bandadas de golondrinas que planean libres
por el firmamento, hasta desaparecer en el más lejano horizonte.
En ese instante los ojos de
cristal del pequeño robot solitario se iluminan con una cierta nostalgia, totalmente ignorada por la otra gente
del parque. Él, atrapado en su diminuto mundo de fantasía, y acompañado por las
aves del cielo, abre sus delgados y flexibles brazos enfocando su cuerpo hacia el horizonte, y por unos
breves instantes, él se convierte en una de esas ligeras y libres golondrinas, volando sin detención alguna hacia un nuevo mundo lleno de
aventuras por vivir. Un mundo con su mejor amigo.
De repente, un súbito
estruendo arranca a Bim de su cálido sueño para recordarle que ya no tiene
hogar ni nadie con quien compartir su vida. Es entonces cuando un segundo
temblor agita los circuitos del androide, logrando que este se dé
cuenta esta vez del peligro que acecha a un niño que pedalea en su triciclo,
rumbo hacia el profundo foso de unas obras cercanas.
Ante esa escalofriante
situación, impulsado y animado por el superhéroe que Timmy le había brindado
años atrás, Bim corre incansable hacia el rescate del infante. Y cuando ya
parece demasiado tarde para evitar lo peor, el robot se abalanza contra el
triciclo y su propietario, tirándolos bruscamente contra el suelo de asfalto.
Bim, satisfecho por su
heroica intervención, revive en su memoria varios de los episodios vividos en
ese parque junto a su fallecido compañero; recibiendo por imprevisto un duro
azote de quien parece ser el padre del infante, que permanece en el suelo
agonizando por las decenas de rasgaduras que la caída le ha causado.
—¡Robot asqueroso! —grita el
padre furioso, mientras la madre consuela y abraza a su hijo herido—. ¿¡Qué
demonios le has hecho a mi pobre hijo!?
Bim, asustado y apenado por
el dolor causado por sus actos, regresa lentamente a casa, pero esta vez no
cruza la puerta para volver a mi cuarto y suplicarme la aceptación. Esta vez
sube las escaleras del piso, y no se detiene hasta llegar al tejado más alto de
este edificio de 6 plantas. Una vez allí, triste y acompañado de su silencio y
su capa roja, trepa con dificultad las barandillas de seguridad y, plantado
ante el precipicio, a un solo paso de su destrucción absoluta, se tensa el nudo
de la capa y abre los brazos para volar con las golondrinas. Para volar hacia
un mundo de aventuras. Para volar hacia un lugar donde seguir siendo un
superhéroe. Un lugar con Timmy.
Cuando mis padres llegan a
casa y preguntan por el pequeño robot de mi hermano, solamente consigo
responder: “Bim ha decidido marcharse, y jamás volverá”.
AÑO 2940
Todo dolor detona a causa de
una nefasta decisión del pasado, y se convierte en la tortura del “hoy”. En mis
recientes once años, mi tiempo para tomar decisiones había sido escaso, aunque sin embargo, ese fatídico día cambié por completo el rumbo de la que tenía que ser una vida
perfecta con una unida familia feliz. Terminando con un dolor que me haría
arrepentir cada uno de los días que aún estaban por llegar.
—¡Ven a ver esto Timmy! Ha
aparecido esta noche pasada y es increíble —dije a mi hermano con un gran
entusiasmo y una pésima precaución. Él, en su rincón favorito del parque,
jugando tranquilamente con su compañero robot, no quiso prestar atención a mis
estúpidas palabras, pues la mayoría de mis avisos terminaban en bromas de muy
mal gusto que el chico ya no quería tolerar—. ¡En Serio, ven, a ti también te
va a fascinar! —repetí con la horrible insistencia que nos llevaría al profundo
pozo de las fatalidades. Segundos más tarde, fue su adorable bondad lo que lo
llevó a abrochar por última vez la capa a su amigo Bim, y acercarse pacientemente a mi para ver el motivo de mis eufóricas
palabras.
Llevé a mi hermano hasta un callejón cercano a ese
parque, más allá de las barreras de arbustos podados y árboles grises que
delimitaban el establecimiento infantil. Y cuando llegamos a mi objetivo, le
mostré asombrado la reluciente pero espeluznante imagen de un portal
dimensional abandonado al fondo de la estrecha y oscura calle.
—¡Mira! —dije emocionado—.
Alguien ha dejado un “Linker” personal para nosotros.
—Sabés que papá y mamá no
quieren que nos acerquemos a esas cosas si no son seguras —dijo Timmy con su
suave aunque atragantada voz.
—¡Pero miralo bien!
—insistí—. Un universo solo para ti y para mi, y para tu robot. Allí dentro
podremos venir a jugar cuando queramos sin que nadie se entere. ¡Es fantástico! Admítelo.
Podía apreciar la
inseguridad en los ojos del pequeño Timmy, pero su falta de empuje contra mis
convincentes palabras le llevó a tomar la peor
decisión de su vida.
Cruzamos el luminoso portal,
y en cuestión de segundos nos encontrábamos en un infinito y perturbador laberinto de tuberías y maquinaria pesada de todo
tipo, envuelto por un vacío cielo de un color naranja como el fuego.
—Tranquilo, nunca te dejaré
solo —le prometí mirándole a sus llorosos y aterrados ojos, que parpadeaban incansables.
—Quédate conmigo todo el rato
—dijo él con un hilo de voz, mientras me agarraba con fuerza la manga de mi jersey.
—Claro que sí —dije, antes de que mi serenidad se quebrantara por completo.
Los eventos que sucedieron a
continuación llegaron de una forma tan súbita y brutalmente inesperada, que recordarlos se convierte en una
verdadera pesadilla. Lo único que me viene a la cabeza al
intentar rememorar ese terrible instante, es una fría y susurrante voz grave, procedente de unos altavoces diciendo: “Vaya, vaya, alguien está lejos de casa. ¡Darnok, Relix, ocupaos de esos mocosos!”. Y al
instante, dos monstruosos perros diabólicos de aspecto enfermizamente salvajes
salieron de unos conductos de acero, y se lanzaron contra mi y mi hermano sin
remordimiento alguno, atacándonos con tal fuerza y agresividad, que en pocos
segundos mi consciencia se convirtió en un oscuro y tenebroso foso negro sin
salida.
Desperté en la camilla de
una iluminada sala de urgencias, infestada de médicos que con gestos nerviosos
y apresurados, intentaban salvar a cualquier precio la vida de mi hermano y la mía, dos niños malheridos
cuyas vitalidades colgaban de un hilo medio roto.
Ante la horrible presión de
esa macabra escena, al ver mi repentino abrir de ojos en esa camilla, los
médicos se vieron forzados a centrar su atención en mí, y dejaron de lado al
pequeño Timmy durante unos breves segundos. Unos breves segundos que le
arrebatarían la vida, y dejarían que la más tenebrosa huella de la tristeza y el
dolor quedase grabada para siempre en mí, y a todos los que me rodean.
Ojalá ese último aviso
hubiese sido otra de mis bromas de mal gusto.
AÑO 2961
Terminados mis estudios y
profesionalizándome en el amplio mundo de la ingeniería informática, encontré el modo de cubrir esa grieta que partía mi corazón con una
infernal agonía; pues había hallado el modo definitivo de olvidar al pequeño
Timmy, quien jamás abandonó el retorcido mundo de mi cabeza. Un método superior
a todas esas absurdas tardes con el psicólogo, que lo único que lograban era
expandir mi dolor. Y es que si de verdad no era capaz de olvidar ese delicado
rostro y esos ojitos llorosos que me suplicaban volver a casa, solo me quedaba
una alternativa: traerlos de vuelta. Y con este alocado lema fundé mi
laboratorio submarino de tecnologías avanzadas de TimmyTechs. Lugar que
hospedaría el primer psyco-simulador jamás construido en la historia; basándome
en un polvoriento diseño que Bim dibujó para su mejor amigo, años antes de la
tragedia. Un complejo ordenador construido por mi, capaz de recrear vida
inteligente a partir de comportamientos y códigos genéticos de personas
pertenecientes este oscuro mundo; o que alguna vez estuvieron aquí.
Al principio hasta yo mismo
me convencí que dicho proyecto era una verdadera locura, y que reemplazar la
vida de mi difunto hermano era una tarea imposible, y aún más, inmoral. Pero mi perspectiva dio un inmenso
giro una de mis múltiples noches en vela en mi taller,
cuando de repente, adormecido a causa una larga jornada, desperté para
darme cuenta que todos los datos de Timmy que yo había introducido en el
psyco-simulador, que jamás habían llegado a ser procesados, acababan de ser
absorbidos por el dispositivo; y en la pantalla de este se mostraba un luminoso
y azul garabato de unos parpadeantes ojos infantiles observándome en el
silencio de la noche.
Me costó trabajo encontrar
un razonamiento lógico para ese fenómeno, y para ser sincero, aún no
lo he encontrado; pero si de algo estaba seguro y todavía lo estoy, es que mi
invento no había reemplazado la vida de mi hermano por una ficticia imitación;
el invento acababa de crear un vínculo real hacia el verdadero Timmy, perdido y
atrapado en un mundo que jamás debería ser comprendido.
—¿Puedes oírme, Bred? ¿puedes
verme? ¿Estoy realmente aquí?
—¡Si, Timmy, te oigo! —dije
al mismo tiempo que unas gruesas lágrimas se generaban en mis exhaustos ojos,
al oír esa dulce y ya olvidada voz—. ¡Estas conmigo, hermano! Jamás te voy a perder otra
vez —exclamé rendido ante mis emociones—. Ojalá papá y mamá pudieran ver esto.
El garabato, a lo largo de la noche, me demostró que era capaz de recordar situaciones que Timmy experimentó antes de
su muerte, pero por suerte o infortunio, evitaba de todos modos hablar sobre
ese fatídico día. Aún no logro entender si lo hacía por falta de
recuerdos, o para no herirme a mi.
Nuestras conversaciones no
eran del todo fluidas, y a veces carecían de sentido; pero no podía creer lo
que acababa de lograr. La emoción del instante no me permitió reflexionar si
realmente ese invento debía existir en un mundo donde la muerte siempre había
sido el final de todo; pero por razones desconocidas, el psyco-simulador no
tardó en ser conocido por centenares de empresas que podían ganar fortunas con
mi artefacto.
Me negué completamente a
vender ese teléfono del más allá, y aún menos a vender la vida del pequeño Timmy,
huésped eterno de mi máquina.
La única oferta que
consiguió llamar mi atención fue la de un misterioso individuo,
conocido como Grablayn, y esta decía así: “Tú me ofreces el psyco-simulador y yo
salvo a la humanidad de una inminente extinción en manos de los Linkers”. Conocía de primera mano el daño que esos portales podían causar y causarían con el tiempo, pero rechacé su oferta, para poder gozar del macabro
reencuentro con mi hermano.
Pero a pesar de todo, poco a
poco y a medida que pasaban los días empecé a cuestionarme hasta qué punto
poder oír la voz de Timmy tras una extravagante pantalla, satisfacía esa necesidad de
salvación que había contenido tras tantos años. Pues aunque sus ideas y su
memoria hubiesen regresado de la muerte, eso que había creado no era lo que
realmente necesitaba encontrar, pues lo que realmente buscaba no era más que
algo totalmente imposible. Y el psyco-simulador jamás solucionaría un error de
20 años. Entonces debía tomar una decisión: devolver a mi hermano de donde le
saqué o permanecer toda mi vida recordando que por mi culpa ahora él era un par
de ojos dibujados en el monitor de mi taller. Un par de ojos que nunca me
devolverían lo que realmente perdí ese día.
La decisión estaba tomada.
Solamente necesitaba el coraje para llevar a Timmy donde ya le envié ese día. Y reunir ese coraje me costó dos años enteros de
sufrimiento e indecisión.
AÑO 2963
Esta noche he vendido
definitivamente el psyco-simulador al fanático de Grablayn. Timmy, por alguna
razón que desconozco y agradezco, se desconectó totalmente ayer por la tarde; evitando una dolorosa despedida llena de
explicaciones que no podía ofrecerle, ya que alejarme de él para siempre era
injustificable.
Ya es tarde, y mis párpados
rojizos me pesan hasta el punto de dormirme en la mesa de mi taller, ante el
hueco que ha dejado el ya ausente psyco-simulador.
De repente, desde un lugar que no logro localizar, una espectral voz interrumpe
mi plácido sueño y hace real la peor de mis pesadillas, pues esa delicada voz
recita con un inesperado rencor: “Me forzaste en entrar en ese infierno, y
ahora soy un espejismo de tu dolor”. “Me prometiste que jamás me dejarías solo,
y aquí dentro hace frío y está muy oscuro”. “Lloraste al verme de nuevo y
encender las luces, pero ahora ya están apagadas de nuevo; y tengo frio, mucho
frio”.
Me despierto al instante y
suspiro con alivio al darme cuenta de que esa voz es solamente fruto de mis
sueños y del horrible cargo de consciencia que mis decisiones me han causado.
Pero tras alzar mi vista hasta el fondo del taller, me doy cuenta de que en todas las pantallas de la
habitación se proyecta la palabra “Invisible”.
Corro asustado hasta cruzar
los solitarios pasillos submarinos de mis instalaciones, y llegar a la nave que
me llevará a la superficie. Pero los circuitos internos del
vehículo están misteriosamente averiados, y la máquina no se encuentra operativa. En su pequeño monitor del panel de comandos
aparecen las palabras: “Estoy aquí, pero no puedes verme; ahora soy invisible”.
Mi ataque de pánico al haber quedado totalmente aislado y a merced del espectro
vengativo del pequeño Timmy me lleva a correr sin rumbo alguno a través de toda
la estación submarina, encontrándome en cada habitación, galería y taller las
omnipresentes palabras del fantasma que yo cree. “Las luces ya se han apagado,
y ahora no soy más que un espejismo de tu dolor” “Solo soy una satírica tragedia,
una macabra broma del destino” “Los años han pasado, pero ya no existen excusas
ni justificaciones cuando eres invisible”.
Cuando regreso al taller,
tras mi desesperado intento de fuga, conteniendo las lágrimas y la tristeza
causada por la guerra moral de mi arruinada cabeza, encuentro un extraño papel escrito en la impresora de mi desordenado escritorio, que nunca antes lo había visto. El papel está datado de ayer por
la tarde, y su origen procede del espeluznante psyco-simulador. Al centrarme en
las diminutas letras escritas en una esquina de la hoja, un horrible escalofrío
toma el control de mis emociones, ya que en esta hoja está escrito: “Por favor,
quédate conmigo”.
El peso de mis sentimientos
me termina de derrumbar cuando por fin me doy cuenta de la verdad que no pude ver por mi despreciable ceguera. El
psyco-simulador no sirvió para ayudar al estúpido de mí a
consolarme, sino para ayudar a mi pobre hermano. Yo no reviví a mi hermano ese día; yo solamente le
encendí una luz para que él dejara de estar solo en las penumbras, y pudiese
estar conmigo. Ese artefacto no me satisfacía a mi; le satisfacía a él; y por
mi egoísmo le he arrebatado lo único que le quedaba después de haberle
arrebatado todo.
“Quédate conmigo”.
AÑO 2940
—¡Quédate conmigo! —exclama
la doctora ante los cuerpos inanimados de mi y mi hermano, en esa fría sala de
urgencias—. ¡Quédate conmigo, no te rindas! —repite entre el alboroto de
médicos y intermitentes pitidos de las máquinas de reanimación.
No logro recordar lo que ha
pasado, pues el aturdimiento me domina por completo los pensamientos. “Nunca te
dejaré solo”; estas palabras se encienden en mi mente como si alguien me las hubiese grabado con fuego en
la cabeza. Entonces las ideas empiezan a tomar posición entre los escombros del
shock, y ese vacío infinito oscuro se desvanece con la claridad.
Ahora lo recuerdo; el “Linker” abandonado, la grave voz amenazadora y los
perros diabólicos. Mi hermano Timmy está en la camilla de mi lado luchando por su vida y… va a morir aquí. Yo
sobreviviré, y su trágica muerte se convertirá en la ruina de mi vida y la de
mis padres, y la de Bim. ¡El psyco-simulador! ¡El espectro! Todo ha sido una
alerta; una ilusión. Un regalo del destino para tener una segunda oportunidad. Cuando
abra los ojos los médicos correrán para salvarme, y será el final de Timmy. ¡No voy a abrir
los ojos!
Dicho esto, y dispuesto a
reparar el futuro que se avecina en la triste historia que aún no ha sucedido,
arranco de mi cuerpo todos los dispositivos que me mantienen respirando y esta
vez, si solo uno va a salir de esta clínica, este va a ser Timmy. Esta es mi última decisión.
AÑO 2963
Aquí, en las penumbras todo
está muy oscuro, y hace frío, mucho frío. Todo lo que haya dicho y hecho
ya no importa. Pero ahora que a través de la pantalla puedo ver a mi
hermano Timmy y su pequeño e inocente robot vivir la vida que jamás
hubiesen vivido por mi culpa; estoy totalmente seguro de que no me arrepiento de nada. De nada.
Derroche de imaginación....y una ilustración muy bonita para complementar la historia !!
ResponEliminaVaya, muchas gracias =D. Siempre va bien un derroche de imaginación.
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