“—Aunque siempre he deseado darlas a conocer, jamás me he considerado una
buena dibujante. A mis cercanos le gustan mis obras, pero no por la calidad,
sino por su trasfondo. ¿Me entiendes?
—Mucha gente tiende a subestimarse en exceso, y esto solo lleva al fracaso.
Ten en cuenta que si quieres superarte, antes deberías ser capaz de apreciar
realmente tu trabajo y juzgarlo como éste merece ser juzgado.
—¿Sabes? No me arrepiento de haber hablado contigo. Me caes bien.
—¿Sueles arrepentirte de tus conversaciones?
—¡No! Bueno… Tal vez… . Verás, yo solo vengo a este foro para hacer amigos.
—Genial, porque yo solo vengo aquí para ser un amigo”.
Tres contundentes golpes en la puerta de
mi desordenada morada me arrancan del profundo sueño que me ha retenido estas
últimas horas. Recuerdo la conversación de anoche, y esta se aferra a mis
pensamientos más de lo habitual, convirtiéndose en una extraña y amarga espina
de remordimiento.
La puerta vuelve a ser golpeada con mucha
más fuerza que antes. Golpes acompañados de una voz grave y siniestra que grita
mi nombre con furia: “¡Zack, abre la maldita puerta!”. Me levanto de la
silla de mi escritorio y apago todos los monitores que iluminan esta pequeña
habitación con una luz azulada; y a continuación, me abro paso entre el
desorden de cajas, papeles y aparatos inútiles que inundan mi sucio habitáculo,
hasta llegar a la puerta principal, y abrirla.
—Dame los datos —me dice un corpulento hombre con una peligrosa apariencia.
—Dame tú un segundo —digo arrancándome las legañas que rodean mis rojizos
ojos.
—Dame los condenados datos ahora, si quieres el dinero —me responde con
agresividad.
—Está bien, está bien, tampoco hace falta enfadarse —digo provocador ante la
mirada asesina del individuo—. No sabía que teníais tanta prisa para allanar
una casa. Si al fin y al cabo, la propietaria no saldrá de su domicilio hasta
las 11:30, así que aún tenéis hasta tiempo para el “carajillo” mañanero.
Llego de nuevo a mi mugriento despacho y
trato de encender la solitaria bombilla que cuelga del techo, pero ésta resiste
ante mis intentos; así que me limito a buscar los documentos entre las montañas
de papeleo de mi escritorio, envuelto en la sombría oscuridad de mi hogar.
—Aquí tienes los datos —digo al monstruo corpulento de la entrada—. En
papel, cómo habéis pedido. Irrastreables.
El hombre suelta un espontáneo gruñido
para mantener su personaje de “bulldog matón”, y seguidamente se saca un fajo
de billetes de su americana, y me los da con desprecio. Yo cuento uno a uno
esos billetes y el hombre no se mueve hasta que me aseguro de que están todos.
—Muchas gracias caballero —le digo con un cierto humor—. No sé porqué
pensaba que ya te habrías gastado la mitad en el bar de la esquina. Ah, por
cierto. Cuando entréis allí no le echéis a perder sus dibujos. Hazlo por mí,
hombretón —bromeo hasta cerrar la puerta finalmente, y regresar a mi despacho.
Las horas pasan imparables, y mi vida
permanece, como siempre, inexistente ante los ojos del mundo. Antes mataba el
tiempo cuestionándome cosas: ¿Cuál era el verdadero sentido de la vida? ¿Qué
haría si viviese en otro lugar muy lejano a este? ¿Si el fin justifica los
medios, está bien lo que hago para sobrevivir? Ahora estas preguntas ya forman
parte de otro yo. Un “yo” ya olvidado por el presente en el que vivo.
Enciendo la televisión, sin ningún
propósito particular; y solo escucho malas noticias. Incendios, atentados,
pobreza y enfermedad. Todo los horrores del mundo se ven muy domesticables
cuando vives en las sombras. Soy totalmente consciente de esto; y esto me
tranquiliza a la vez que me hace sentir inmortal. Si no es que ya estoy más
muerto que vivo, en las tinieblas de estas cuatro paredes.
Pero las cosas cambian en el preciso
instante en que, cómo con un espejo, mis actos se reflejan repentinamente en el
televisor, en la forma de una nefasta noticia sobre el violento secuestro de
una chica en mi ciudad. Una chica cuya dirección aparece en los documentos que
he entregado a ese hombre esta mañana.
Sudores fríos empiezan a bajar por mi
frente al escuchar las insensibles palabras de la presentadora del telediario.
Al principio niego con toda mi voluntad sentirme responsable de dicho desastre,
y trato de convencerme de que esto es una mera coincidencia en la que yo no
estoy involucrado. Pero a medida que corren los segundos, mi relación con la
impactante noticia se vuelve más y más evidente. La chica de la noticia era sin
duda alguna, la que estuvo hablando conmigo en el foro anoche; la chica que,
sin piedad alguna manipulé para obtener sus datos personales. ¿Cómo pudo ella
dejarse engañar por un monstruo como yo? ¿Cómo pude yo provocar tanto daño a
alguien feliz? La información que vendía, siempre había sido usada para simples
robos materiales. Y jamás hubiese sospechado que esa gente pudiese llegar tan
lejos. Que yo pudiese haber llegado tan lejos.
Todo debe ser una horrible pesadilla; pues
esto me resulta cada vez más irreal. Tal vez deba superarlo deprisa y, con la
más fría sangre, adaptarme a los eventos adjuntos con mi único oficio; esta
sería la opción ideal, si no me resultara tan imposible aislarme de este dolor
que retuerce mis entrañas cuando pienso que por mi culpa, una vida que jamás me
hizo daño, ha dado tal terrible e inesperado vuelco. Que he sido una pieza
imprescindible en un macabro plan que ha a afectado a alguien que no tenía la
culpa de mi necesidad de supervivencia.
Me voy a dormir antes de que cometa alguna
estupidez de la que arrepentirme de nuevo. Seguro que mañana todo lo que pasa
por mi cabeza estará mucho más claro.
De repente, la oscuridad de lo que se
muestra cómo un desagradable sueño, nubla mis ojos y me lleva a un lugar que,
más que aliviar mi poderoso pesar, más bien aumenta éste hasta puntos
desesperantes; pues ahora, de repente, me encuentro en una extraña cafetería
rodeado de gente cuyos rostros son imperceptibles ante mi vista, con la
excepción de la imagen de esa joven del foro, quien se encuentra frente a mi impecable,
y me recita cara a cara, las mismas palabras que tecleó la noche anterior.
Me esfuerzo desesperadamente para
advertirle de que nunca se deje convencer por mí; pero sin embargo mi control
sobre esta ilusión nocturna es nulo, y las palabras que salen de mi traidora
garganta son las que engañaron a la chica en ese momento.
“—Siempre me he considerado un hombre sensible por el arte.
—¿Eres algún tipo de coleccionista?
—Más bien un simple apasionado.
—¿De los que van en su “Jaguar” de exposición en exposición?
—¡Exacto! Pero olvídate del “Jaguar”. Yo soy más de “Mini Cooper”. ¿sabes
que? Si me das tu dirección, algún día puedo llevarte a alguna de mis galerías
favoritas. ¿Qué te parece… ?”
Me despierto al instante de este sofocante
sueño, antes de ser capaz de poder evitar esas palabras pronunciadas en esa
imaginaria recreación; y es entonces cuando me doy cuenta de hasta qué punto la
culpabilidad me está devorando. Si realmente existe algún modo de sanar el
festival de remordimientos que ocupa en mi estómago, éste no es la adaptación y
mucho menos la ignorancia. Este es el valor de asumir mis destrozos, y
por tanto, mis responsabilidades. Es hora de reaccionar. Es hora de salvar a la
víctima de mis acciones. Es hora de contactar con el hombre que me contrató
para cometer ese horrible delito.
Me apresuro a revisar la pequeña cámara
que oculto en la puerta de mi hogar, para intentar obtener la mayor cantidad de
información sobre ese despreciable individuo; y rápidamente observo una
pequeña cinta blanca adherida en su nuca, señal de un tatuaje muy reciente; así
que sin perder ni un solo segundo, me conecto a los sistemas de vigilancia
cercanos a los distintos estudios de tatuaje, y no descanso hasta localizar al
hombre, y aprovechar todos los datos obtenidos. Entonces, una vez conocidos sus
nombres gracias a los registros de la tienda, llega el momento de entrar en el
foro en el que tantas vidas he arruinado.
“—Buenos días. ¿Es usted Alvin Detroit?
—Sí. ¿Algún problema?
—¡En absoluto! Sólo que gracias a su anterior visita, usted se ha convertido
en nuestro cliente número 1.000.000 de Kinney's Tatoos, y si me deja su
dirección, va usted a ser obsequiado con un magnífico lote de productos de nuestros
estudios totalmente gratuitos…”.
Llego con mi destartalada camioneta hasta
el portal de un asqueroso edificio de los barrios bajos de la ciudad. Y armado
con mi potente “Tazzer”, una jeringuilla de somníferos, y con unos pequeños
refuerzos cibernéticos, me dirijo hasta el habitáculo remarcado en mi GPS;
encontrándome con una puerta completamente sucia, demacrada y desencajada de
sus marcos.
Accedo silenciosamente con mi mente
ocupada solamente en el motivo que me mueve a emprender tal riesgo; y una vez
en los pasillos de este edificio aparentemente solitario, empiezo a andar con
sigilo hasta encontrarme con ese corpulento individuo tumbado en su mugriento
sofá escuchando una escandalosa cadena de radio de deportes.
No dudo en actuar, porque sé que si lo
hiciera, seguro que me echaría atrás, y esa chica perdería su única verdadera
posibilidad de sobrevivir; pues la policía hace años que ha dejado de
investigar secuestros en ésta oscura urbe; ésta solamente limpia los
escenarios, y empieza expedientes que jamás va a terminar. Así que me cubro los
oídos con los audífonos especiales de mi teléfono móvil, y activo con una
ingeniosa aplicación, una potente descarga de decibelios que son rápidamente
emitidos por todos los dispositivos del edificio.
El hombre, quien al instante se percata de
mi presencia, empieza a retorcerse y a gritar por la terrible migraña que le
asedia gracias a ese pitido infernal. Y es así como inmovilizado ante mí, éste
termina electrocutado y finalmente inconsciente.
Me cuesta horrores arrastrar a ese maldito
fiambre hasta la entrada de su morada, y cargarlo en mi furgoneta. Pero una vez
contemplo a ese sucio cuerpo reposando en el metal de mi vehículo, empiezo a
encontrar un ligero gusto por la venganza. Aún sabiendo que el mayor
responsable de esta catástrofe soy yo.
El hombre despierta varias horas después,
atado a una improvisada silla eléctrica construida a base de cableado que he
encontrado esparcido por mi casa, directamente conectado al panel de energías.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo, imbécil? —grita él aturdido.
—¿Dónde está la chica? —pregunto con la más serena voz de dominar la
situación.
—Te estás poniendo en peligro, estúpido niñato.
En este instante, mis manos se dirigen
rápidamente hacia la palanca del panel eléctrico, y ésta libera una dolorosa
descarga de amperios sobre el apestoso gorila que yace ante mí.
—Maldito hijo de… —grita agonizando.
—Solo era para destaparte los oídos —respondo irónico—. Dime donde está la
chica que secuestrasteis ayer.
—Menudo idiota, el mercado cambia y esa chillona ya es fiambre. Su cuerpo ya
se está hundiendo lentamente en el río, mientras sus órganos malolientes
reposan en las entrañas de algún millonario de la Provincia.
Oídas estas palabras, el peor de los
escalofríos se adueña de mis esperanzas; y alimenta mis remordimientos de una
forma incontrolable. Ahora, totalmente falto de control y piedad, activo la
palanca del panel para dejar que sea el destino quién la desarme de nuevo. Y
seguidamente, envuelto en un cegador ataque de cólera, empiezo a golpear mi
cabeza contra la pared más cercana, hasta caer desplomado al suelo junto al
cuerpo carbonizado, ya sin vida, de mi rehén.
Me encuentro de nuevo en un sueño,
producto de mis culpas, donde yo, sentado en un lujoso sillón, me levanto
súbitamente y me abrocho la valiosa corbata que cuelga de mi cuello. A
continuación, con mi más frío y neutro caminar, empiezo a avanzar sin detención
alguna por los pasillos de una casa desconocida, hasta llegar a una humilde
habitación. Una pequeña sala ocupada por esa pobre muchacha, que pinta sin
distraerse con mi presencia, la que será la última de las obras de su vida;
pues al instante, saco un largo y afilado cuchillo de mi elegante americana, y
su hoja roza duramente el cuello de la chica ante la mirada de un “yo”
perturbadoramente inexpresivo. Ese insensible “yo” incapaz de sentir empatía
cuando su víctima se encuentra ante una simple pantalla. A tantos kilómetros de
él.
Dedico los siguientes días de dolor, a
rastrear y desmantelar todos los detalles de la organización que me contrató
ese espeluznante día; y es así cómo definitivamente decido renunciar para
siempre al oficio que me ha estado alimentando durante tanto años. Delato a las
autoridades los más tenebrosos detalles de ese oculto y miserable mercado;
revelando sin censura también mi papel en este macabro proyecto. Pero aún así,
jamás llego a confesar mi identidad. No hasta que haya atado todos los cabos
que ese día solté; y tal vez ni siquiera entonces. Aún tengo un último crimen
que cometer.
“—Aquí patrulla “Charlie”. Tiroteo en el distrito 14. solicitamos refuerzos
inmediatos. Corto.
—Mandamos refuerzos ahora”.
Una vez limpia de guardias esa casa que
hasta ahora solo he visitado en sueños; accedo a su detallado interior y ando a
través del largo pasillo, esta vez soltando algunas ligeras lágrimas que
compadecen y suplican perdón a esa preciosa vida que por mi culpa, terminó ya
hará una semana.
Entro en esa humilde habitación, sin
ninguna otra ley ni permiso que el de mis dolorosos remordimientos. Y es
entonces cuando una a una, fotografío todas las magníficas obras de arte que
logro encontrar en esa delicada sala tan melancólicamente ordenada y solitaria;
cuyas paredes presenciaron el más horrible crimen de este mundo.
Me despido de esas paredes como jamás me
había despedido de nadie antes, y al regresar a casa, construyo con mis
doloridas manos una eterna galería virtual donde exponer todos esos dibujos,
que se quedaron sin autor. Todo el dinero recaudado por las visitas de esta
galería serán ingresados a la cuenta de la familia de la pobre chica; junto a
todos los ahorros que he acumulado durante toda mi vida haciendo daño a gente
inocente.
“—Mi nombre es Zack Anderson, y ya doy por concluida mi misión. Nadie imagina
cómo lamento la muerte de su hija. Nadie. Y ahora, sin más motivo para seguir
este oscuro viaje, empieza a ser hora de desaparecer de nuevo de los ojos de
este mundo; pero tal vez... de otro modo”.
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