Una
nueva mañana iluminaba intensamente los rascacielos y los campos
artificiales de la Globe 4. Última ciudad poblada y protegida del
sector 1-9 ABSIS. La placentera atmósfera de confort y serenidad que
esa recreación de un mundo ideal brindaba a sus conciudadanos,
distorsionaba la trágica realidad por la que el planeta entero
estaba pasando. La gente era feliz; el Sol brillaba incesante y
glorioso, y nada parecía ir mal, dentro de los perímetros de
aquella burbuja de ensueño.
Hacía
años que el modelo “Embers” había sido totalmente retirado del
mercado de las tecnologías domésticas de 1-9 ABSIS, y de varios
otros sectores marginados que habían atestiguado el escándalo del
brutal accidente de Rich Kellen y su niñera mecánica. Ese hecho no
supuso una retirada absoluta oficial del sector de la industria
robótica, pues la falta de empleo humano, a la fuerza tenía que ser
reemplazado por la fría mano de obra artificial. Ese catastrófico
evento puntual del joven Kellen solo fue un pequeño toque de
atención que despertaría en las personas una cierta paranoia sana
hacía todas las máquinas que coexistían con ellas.
El
nuevo modelo “Ignite” surgió con la promesa de compensar y
mantener controlados esos defectos que Embers tenía y no pudieron
localizar a tiempo. Éste era mucho más dócil e inofensivo en todos
los aspectos estudiados. Tanto, que, un año después de su
lanzamiento al mundo, fue rebajado con cierto desprecio a la
categoría de “Robot de Cuna”. Aun así, la sensibilidad de las
personas hacía potencialmente sospechoso cualquier acto de su
androide que fuese mínimamente malinterpretable.
Ignis
fue bautizado y trasladado como robot de asistencia, en un colegio de
párvulos de la misma Globe 4. Sus tareas principales iban desde
vigilar los pasillos para que durante las horas de clase no hubiera
altercados, y menos en las horas de cierre; hasta jugar y divertir a
los infantes durante el tiempo de recreo. Su trabajo a jornada
completa era complejo y humanamente imposible; ¿Pero qué más daba
eso? Ignis solo era un electrodoméstico más en un mundo dominado
por la insensible y fría mecanización.
El
pequeño e inanimado robot vivía solo en esos pasillos. De día
trabajaba sin reposo alguno, y de noche también lo hacía. Pero
cuando uno se enfrenta a la absoluta y constante monotonía,
cualquier mínimo detalle diferencial se convierte en la frontera
entre la felicidad y la corrosiva apatía. Para el androide Ignis,
esa frontera se hallaba en la compañía de sus pequeños amigos,
alumnos del parvulario. El calor y la gracia que esas personitas le
regalaban cada día, era lo único que le reconfortaba a pesar del
imparable paso del tiempo. Insólitas e inusuales palabras para estar
hablando de un simple robot de asistencia personal. Algo no debía
andar bien allí dentro.
Arin
era una niña de familia burguesa, alumna de ese centro de la Globe
4, que más de una vez había añadido al pequeño Ignis en alguno de
sus infantiles juegos del recreo. Algo que parecería trivial y
tonto, pero llenaba el corazón cibernético del robot de una
necesaria ternura e ilusión. Bueno… esto si es que había algún
tipo de sentimiento en esa cabeza de cromo y remaches… no lo sé.
Las
semanas pasaban e Ignis no podía evitar buscar el modo de saciar su
soledad buscando siempre la compañía humana. En sus días buenos
había niños a los que hacer reír. En los mejores, Arin le buscaba
para jugar con él. Pero lo que predominaba en sus eternos e
invariables calendarios solía ser la soledad y el abandono. Este
nefasto hecho empezaba a crear en los archivos de su disco duro una
anormal necesidad de empezar a cambiar el transcurso de su vida
forzada a la íntegra mecanización. Graso error para el efímero
androide Ignis… pues tal vez había nacido en el lugar equivocado,
en un momento equivocado para sufrir ese tipo de crisis.
A
pocas semanas de cerrar la escuela por vacaciones de verano, Ignis
fue relevado de sus cargos ya que la chapa que le formaba y le daba
cuerpo resultaba abrasadora por culpa de los potentes rayos del Sol
que golpeaban sofocantes todas las calles exteriores de la Globe 4; y
eso era demasiado peligroso para los infantes que quisieran jugar con
él. Hecho que devastaba sin piedad a ese pobre androide, que de un
día para otro, perdió todo aquello que le hacía sentirse feliz por
un instante, pues hasta ya pasado todo el verano, no volvería a
estar operativo durante las valiosas horas de recreo.
Y
uno de esos días alguien se acercó al robot cuando éste reposaba
desactivado en el cuarto de mantenimiento del colegio. Allí estaba
Arin acercándosele con sumo y cauteloso silencio. La niña observó
al autómata aparentemente inanimado y con inocente brusquedad, le
dio una patada en la pierna para ver si realmente dormía o solamente
fingía hacerlo. Pero con el sonoro estruendo de sus golpes, un
profesor se acercó allí y llamó la atención de la pequeña.
—Arin,
¿se puede saber que haces aquí?
—¿Qué
hace Ignis aquí encerrado?
—Ignis
está de vacaciones. Ya ha jugado mucho con vosotros este año… el
pobre también se las merece. ¿No crees?
—¿Y
ya no puedo jugar más con él?
—Hasta
el siguiente curso no… pero no te pongas triste, Arin… como Ignis
ha sido muy bueno con vosotros este tiempo, el año que viene
seguramente compraremos dos o tres robots más como él para que
jueguen contigo y con los demás niños. ¿Qué te parece?
—Bien…
—¡Anda!
Ahora vamos al patio que hoy hace un día precioso…
Fue
en ese preciso instante en que la niña y el profesor recularon para
marcharse, que súbitamente, el supuestamente inconsciente Ignis
largó su brazo de acero y agarró con fuerza el brazo de la niña
para que no le dejase solo otra vez; pero como consecuencia de sus
actos, Arin empezó a gritar aterrada y, el profesor, viendo ese
inesperado fenómeno, empezó a tirar de la niña y a golpear el
brazo del androide mientras gritaba con fuerza: ¡Déjala! ¡Maldito
robot! ¡Ayuda… Ignis está atacando a una alumna!
Los
agentes de la SAIA (Seguridad Ante Inteligencias Artificiales) no
tardaron en acudir al recinto. Por las calles los rumores volaban
como aves carroñeras y avivaban las ascuas del ya olvidado episodio
de Rich Kellen y Embers. Cierto pánico y desconfianza se adueñó de
nuevo de esa sociedad que hasta día de hoy, se había permitido
ignorar los riesgos que comportaba que el hombre conviviese con la
máquina.
Ignis,
cuyo brazo tan solo le colgaba gracias a un par de filamentos
internos, fue trasladado a unos laboratorios del centro para que
investigasen qué produjo esa reacción en un robot que prometía ser
estrictamente inofensivo y controlable. ¿Hacía falta preocuparse
por ese hecho? ¿Eran los modelos Ignite tan seguros como se hacía
creer a la sociedad? ¿Qué iba a suceder ahora con el pequeño e
indefenso Ignis?
Tres
días más tarde, el director del parvulario, el señor Milligan,
llegó a esos laboratorios en busca de respuestas sobre lo sucedido
aquel día. El androide, que yacía tumbado en una especie de camilla
de aluminio totalmente desconectado de sus funciones motoras, pudo
oír que la pequeña Arin se encontraba bien. Que al parecer tan solo
había sufrido un par de rasguños en su frágil brazito, y que
probablemente estos habían sido causados por los bruscos gestos del
profesor que trataba de liberarla.
Los
operarios del laboratorio le contaron a Milligan que no habían
localizado ningún tipo de perturbación en los circuitos y softwares
de ese ejemplar Ignite. Que todo parecía ir bien dentro suyo, y que
especulaban con argumentos ciertamente firmes que ese evento tan solo
se trataba de un espasmo en las poleas del sistema hidráulico del
robot, seguramente causadas por el calor del ambiente, por los
impactos que la misma Arin le había propiciado al autómata minutos
antes del incidente, o por ambas cosas a la vez.
Aun
así, no iban a dejar que Ignis regresase a la circulación hasta
poder contactar con su legítimo programador; que al parecer, se
hallaba totalmente desaparecido de la Globe 4. Había algo que
todavía inquietaba a los operarios que habían estado investigando
ese robot; y la venenosa espina de la paranoia seguía colapsando las
conclusiones. Milligan no parecía un gran entendido sobre ese tema,
pero aun así, pudo notar un mínimo y disimulado nerviosismo en sus
anfitriones.
Ignis
pasó las siguientes semanas ofuscado pensando en la pobre Arin, y
hundido en la nostalgia y el deseo de poder volver a jugar con ella;
de dejar esos laboratorios e ir a buscarla de una vez por todas, pues
eso era lo único que le hacía feliz en una vida tan monótona y
gris como la suya. Necesitaba aventura; necesitaba diversión y
comprensión; y le torturaba pensar que en ese mundo nadie estaría
dispuesto a entregarle todas esas cosas por las que moriría de
verdad. Aun así, la esperanza era lo único que conservaba en su
disco duro. La esperanza de poder ser aceptado en un lugar tan
injusto como aquel.
Llegaron
noticias en el laboratorio sobre el supuesto programador de Ignis.
Noticias que al parecer, cambiaron la cara a más de un operario de
ese lugar:
—Josh
Tharnaw era el hombre que había dado luz a los códigos internos de
aquel robot en concreto; pero murió justo antes de terminar con su
proyecto en su taller. El tipo había quedado gravemente afectado por
la radiación tras un viaje fuera de la ciudad, y al regresar a su
casa, lamentablemente ya se encontraba en estado terminal. Aún así
quiso terminar con ese robot Ignite, pues con el dinero que la
Corporación le pagaría sería suficiente para que su mujer pudiese
seguir adelante sin él. Ha sido su propia mujer quien nos lo ha
contado todo. La pobre estaba muy afectada.
—¿Sabes
si ella notó alguna cosa extraña en este Ignite mientras su marido
lo estaba programando? —preguntó un operario al informante.
—No
se sabe del cierto, pero parece ser que el robot estuvo presente
cuando Josh Tharnaw soltó su último suspiro delante de su mujer.
—¿Y
qué?
—Podría
ser que el código interno del androide quedase de algún modo
contaminado por las emociones y las muestras de afecto que surgieron
en ese lugar. Mirad esto… —dijo el tipo que llevaba la
información mientra desplegaba un dossier lleno de párrafos y
párrafos de código informático extraído del disco duro de Ignis—.
Uno de los primeros datos que tiene gravado en su memoria interna es
la oración “Pase lo que pase… aunque creas que ya no te queda
nada, yo siempre estaré a tu lado”.
—Pero
esto es virtualmente imposible… unas simples palabras jamás
podrían influenciar en un software. Y menos en uno tan básico como
los de un modelo Ignite… .
—Podría
ser que asociase esta oración con el hecho de agarrar un brazo y…
—¡Silencio!
—gritó un extraño individuo con un viejo sombrero en el fondo de
la sala—. Tantos años que habéis estado estudiando para llegar
hasta aquí, y sois del todo incapaces de ver lo más evidente. Este
androide ha desarrollado auténticos sentimientos, como bien un ser
humano haría. Era inevitable… sé que todos nos negamos a
aceptarlo, pero los robots del hoy también pueden sentir emociones y
reaccionar a ellas con nuestra misma lógica humana.
—¡Esto
es del todo imposible! Tiene que tratarse de un error informático
sin duda. Un objeto inanimado formado de hierro y cables no puede
sentir nada.
—¿Y
qué es tu cerebro, sino un mero entrecot en constante
desfibrilación? Llevo muchos años estudiando la inteligencia
artificial emocional y hoy puedo aseguraros que las máquinas con
cerebro programado también pueden almacenar verdaderas
emociones en sus cabezas.
—¿Y
por qué este hecho no se había manifestado mucho antes?
—Tal
vez nunca antes a un robot se le había permitido sentir afecto y
empatía con la libertad que este ejemplar ha tenido al nacer en una
situación tan cruda… . Los
robots de hoy en día se construyen en frías fábricas donde al
segundo de nacer, ya son forzados a desempeñar una tarea precisa…
desconectándose del todo con la oportunidad de experimentar
emociones sensibles. Y si estos no son aptos; automáticamente se les
destruye sin piedad…
—Os
lo he dicho, chicos… este Ignite tiene los códigos contaminados…
—¡Memeces!
—insistió el
tipo del sombrero—. Este robot no está contaminado por
nada… este robot solo
está aprendiendo a
ser humano.
Ignis
sería destruido en cuestión de días. Las conclusiones ya estaban
escritas en el archivo de la compañía, y la escuela ya había
recibido un nuevo modelo Ignite recién salido de una fábrica en
condiciones puramente neutrales. Este era el fin del pobre robot, que
no podía dejar de lamentarse en silencio por tener
que olvidar a su amiga, a
sus compañeros a los que tanto se moría por hacer reír,
y por todos esos buenos momentos que
le esperaban, y se vio
obligado a dejar atrás para siempre.
Pero
una noche, de las últimas en
la cuenta atrás, en el
momento más inesperado, una
figura sombría adornada con un sombrero conocido se adentró
en la penumbra de ese laboratorio ya dormido, y sin decir ni una sola
palabra, empezó a conectar cables y baterías al cuerpo de Ignis
para devolverle su movilidad que ya llevaba semanas perdida.
—Huye
de aquí, amigo. Sé libre. Sé
más astuto que ellos y demuestra
al mundo lo que escondes dentro de esta cabecita de acero…
El
pequeño robot se marchó corriendo
asustado sin decir una sola
palabra a su salvador.
Ignis
circulaba por las calles aprovechando cada rincón sombrío que
encontraba para ocultarse de los ojos de los transeúntes noctámbulos
que todavía estaban merodeando por allí, la mayoría de ellos
bebidos tras una intensa noche de copas en los locales más
aberrantes del polígono. Tras las alarmas que saltaron el día en el
que Ignis agarró a Arin del brazo, no existía imagen más
aterradora en toda Globe 4 que la de un robot corriendo por las
sombras totalmente fuera de control humano.
No
más de una hora más tarde, todas las pantallas de la ciudad se
encendieron de repente con una alerta clara procedente de la
Corporación: “Androide Ignite defectuoso fugitivo. Cuidado: es
muy peligroso”. Las cosas se estaban complicando mucho para
Ignis, que ni siquiera tenía ya un lugar seguro a donde ir. Toda la
ciudad le buscaba armada.
El
Sol del verano ya alumbraba la urbe de nuevo, y varias brigadas de la
SAIA ya andaban preguntando por las casas si alguien tenía algún
tipo de información sobre el paradero del robot Ignite. Ignis pudo
escuchar una conversación inquietante de un ciudadano con uno de
esos agentes:
—Pero
dígame señor agente… ¿Qué es lo que ha sucedido con ese robot? Yo
también tengo un asistente Ignite… ¿Me va a suceder algo?
—Tranquilo
caballero… ese robot fugitivo es un modelo defectuoso único… le
puedo asegurar que sus androides Ignite se encuentran en perfecto
estado y jamás le van a hacer nada. Y si usted tiene una mínima
sospecha… la SAIA le ayudará inmediatamente.
—¿Qué
clase de defecto es el que tiene ese robot? ¿Por qué atacó a esa
niña?
—No
lo sabemos del todo… creemos que se trata de archivos corruptos o
algo así. Digamos que es como si hubiese cogido una extraña
enfermedad que distorsiona su patrón de comportamiento. Una especie
de demencia…
Ignis
llegó al colegio del que una vez formó parte y, oculto tras uno de
los columpios del patio, pudo ver como los niños celebraban con
entusiasmo el fin del curso. Se les veía muy felices a todos ellos
juntos… más de lo que él jamás sería. Tan solo.
Las
clases terminaron y los niños empezaron a salir más contentos y
eufóricos que nunca de sus aulas. Allí estaba Arin, con su brazo ya
sanado del todo que inmediatamente fue a buscar a su madre en la
puerta del colegio para volver a casa y gozar de unas anheladas
vacaciones de verano. Ignis salió de su escondite discretamente y se
dispuso a seguir a la niña hasta su casa. No quería que se fuese
para siempre… jamás se lo perdonaría a si mismo; pues sin las
aventuras que vivía con ella ya no le quedaba nada con lo que
sentirse feliz y libre.
La
madre y la niña, seguidas secretamente por el androide, llegaron a
su piso, a pocas calles del colegio. Vivían en un bajo, y alrededor
de la entrada había una jardinera con unas flores amarillas de las
que Ignis arrancó una con delicadeza justo antes de plantarse
delante de la entrada. Al ver que nadie pasaba por esa calle, el
pequeño robot se sentó en el bordillo y esperó en silencio a algo
que ni él mismo sabía que sucedería, pero sucedió: Arin salió
por la puerta para jugar en un diminuto patio que había al lado de
la entrada y en ese instante ambos se miraron en silencio.
—¡Ignis!
¿Has venido a jugar conmigo? —preguntó la niña dibujando una
sonrisa en su rostro.
El
androide, manteniendo el silencio y con cierta timidez, le entregó
la flor amarilla a la pequeña. Ahora si que se sentía feliz de
verdad, pero de repente, un agente de la SAIA lanzó un grito desde
la calle.
—¡Niña!
¡No te acerques a este robot! ¡Está enfermo y es peligroso! ¡No
cojas lo que te dé!
El
agente agarró a Ignis del brazo, pero éste se resistió con fuerza
hasta que su brazo cedió y fue arrancado de cuajo, pues ya estaba
maltrecho desde la última pelea de ese fatídico día.
Arin
observaba al robot sufriendo, que todavía tenía la flor en la mano
y se esforzaba para entregársela mientras el agente desenfundaba una
pistola de balas electrificadas. La niña avanzó un paso temblorosa
y finalmente cogió la flor, que se mantenía reluciente e intacta a
pesar de la lucha que se estaba librando. Cuando ella se acercó
pálida, Ignis todavía resistiéndose y despegándose de las manos
de ese agente, pronunció con una efímera voz que jamás en su
existencia había usado: “Pase lo que pase… yo siempre
estaré a tu lado…”.
Finalmente, el pequeño androide fue
abatido con dureza por la autoridad. Y en muy poco tiempo la brigada
se lo llevó en un camión, para que jamás, jamás volviese a las
calles de la Globe 4.
Lo que pasase después de aquello con
Ignis quedó archivado para siempre en las memorias de la SAIA y la
Corporación. Cuando el pánico se empezó a disolver, los modelos
Ignite fueron examinados uno a uno y, aun no retirarlos de la
circulación, un nuevo modelo llamado “Pyros” salió al mercado,
corrigiendo esta vez los desperfectos de Embers y Ignite.
Desperfectos… desperfectos en un mundo donde ya no se permite
espacio para los robots “defectuosos”.
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