Una
vez conocí a alguien bastante especial. Alguien que ahora mismo se
encuentra años luz de aquí, pero que sin embargo fue quién me
inspiró para llegar hasta donde he llegado hoy, y todavía me
inspira y me inspirará para cruzar esos límites que cada persona se
construye en su propio universo individual, y de los que yo también
fui víctima una vez. Podríamos decir que se trataba de una especie
de mentor mío; tal vez algo menos rígido, pero que de todos modos
supo sacar lo mejor de mí a la luz, y me enseñó como desechar todo
aquello desechable de mis días. Fue esta persona quien me mostró
con paciencia y voluntad como nota tras nota anotada, acorde tras
acorde acordado, y por cada tecla tecleada del piano de la vida,
nacen las más bellas y perfectas sinfonías. Fue exactamente así
como nació la “Sinfonía del Atlas”.
La
Sinfonía del Atlas no era nada más ni nada menos que un viaje hacia
lo desconocido. Una hermosa lluvia de estrellas destellantes en los
cielos de un recóndito lugar de este magno Universo. Una historia de
lucha y sufrimiento, agria y dulce a la vez. Pura magia en constante
incomprensión y movimiento. Una brisa cósmica o una estrella
muriendo para dejar espacio y cobijo a mil nuevas estrellas más. Un
todo que devora esa nada a la que todos hemos conocido alguna vez.
Una sombra protectora.
Pero
antes de un gran viaje, hay que empezar con un pequeño paso hacia
adelante. Algo efímero, pero que será la semilla de esta minuciosa
composición. Una primera pieza del engranaje.
Yo
empecé mi sinfónica travesía en un humilde Cabaré perdido en una
ruta de asteroides en la constelación de Antares. A pie de una
autopista espacial bastante concurrida por mercaderes cósmicos y
algún que otro clan de crímenes menores organizados. Sin nada en
los bolsillos más que la esperanza y la fuerza de voluntad que esa
persona le había regalado a mi alma solitaria.
En
ese entonces no era demasiado optimista en cuanto a los asuntos de la
vida que se me presentaban. Creo que el adjetivo que mejor me definía
era “Perdido”. Sin un lugar a donde ir, y con el único fin de
sobrevivir e ir empujando los días, me convertí ni siquiera sé
como, en el ayudante de cocina del barman de ese local. Algo
realmente despreciable, pero que iba a mantenerme con vida.
Yo
nunca había ejercido como músico. Mi mencionado mentor tampoco; por
lo menos abiertamente. Aunque curiosamente y por naturaleza, mis
oídos siempre andaban necesitados de una melodía o un ritmo que
pudiese acompañar mis labores; y de algún modo, trabajar en ese
lugar concreto tenía una cierta atmósfera reconfortante y
satisfactoria.
Mis
horarios en el Cabaré de Antares eran largos y exhaustivos. Casi
rozando la explotación humana. Mi jefe, el barman, era un hombre
sucio y rudo, falto de empatía y sobrado de apatía profesional. Y
yo, tan vulnerable y frágil, detestaba ese trabajo, pero tampoco
tenía otro lugar a donde ir que me acogiese tal y como ese local me
había acogido, a pesar de mis nulas cualidades reconocibles; así
que no tenía más remedio que aguantar el peso de las rutinas en mi
espalda. Durante ese oscuro episodio, lo único que mantenía mi
moral alzada era pensar que, a pesar de toda la incomodidad y
sufrimiento que esos días me aguardaban con celosía, había alguien
en este infinito y extravagante Universo a quién todavía tenía
muchísimas cosas por demostrarle. Alguien que cambió mi forma de
ver el mundo y ni siquiera se había dado cuenta de ello. Alguien
que, con tan solo su presencia en mi memoria, me había brindado las
herramientas para seguir luchando donde la mayoría cayeron antaño.
Los
días fueron circulando como las naves que cruzaban la autopista que
veía desde la ventana de esa cocina de la que no salía. Trabajar
aquí ya se iba normalizando en mis cicatrizados horarios. Mis manos
me escocían de tanto limpiar vajillas, mis oídos se desgarraban por
cada bronca que el tabernero me hacía, y mi sofoco interno
despertaba en mí un creciente estrés que, afortunadamente, podía
aligerarse cuando oía ese piano de allí fuera generar tales
hermosas melodías. Eso era lo único que calmaba mi reprimido
monstruo interior; y no tardé en ver en esas teclas un modo de
aliviar mis pesares. No tardé en darme cuenta que por muchas sombras
que me acompañasen en ese lugar, siempre habrá esa chispa de magia
y armonía para recordarme que nunca debo retroceder. Tal vez vi en
eso mismo una forma de recordar que esa persona seguía allí, tan
lejos pero tan cerca a la vez.
Empecé
a escabullirme de mi trabajo para contemplar a los artistas que cada
noche venían al Cabaré de Antares a tocar sus magistrales piezas de
piano; que normalmente iban acompañados de otros instrumentos, algún
que otro cantante y sus correspondientes bailarinas con atuendos
escandalosamente llamativos. Todo lucía tan colorido y vivo… una
fascinante explosión cromática de luces, melodías increíbles y
destellos que por un instante me transportaron a un lugar muy, muy
distinto a ese al que yo siempre había pertenecido. Ojalá mi mentor
pudiese estar aquí para ver esto.
Infiltrarme
en el espectáculo se convirtió en parte de mi día a día. Por
infortunio, el tiempo del que disponía para estar allí era
verdaderamente escaso; pues si el barman se percataba de mi ausencia
en la cocina, la cosa podía acabar realmente mal para mí. Aun así,
con un perseverante espíritu autodidacta, y con la ayuda de varios
vídeos de la nefasta “red cósmica de Antares”, empecé a
aprender a tocar y componer canciones simples de piano; y por las
horas más puntas de la noche, prescindiendo del sueño con cierto
grado de enfermiza obsesión, empecé a practicar con el piano del
local, cuando éste ya estaba durmiendo. Y con el paso de las
semanas, mi fluidez y técnica al tocar mejoraba y mejoraba hasta
puntos que ni yo mismo era capaz de creer de alguien como yo. Aun
así, mis oportunidades para sacar mi nueva pasión a la luz eran
nulas. Eso me resultaba verdaderamente frustrante; pues sentía que
tenía tanto por dar… y no podía hacer nada mientras permaneciese
encadenado en ese rol que el destino me había asignado.
Pasaron
unos meses más y recibí un primer golpe de suerte. Una oportunidad
mínima para sacar a la luz todo aquello que había aprendido sin
riesgo de perder todo aquello que me mantenía vivo. El Cabaré de
Antares cerró durante dos semanas por unas reformas pendientes en el
sistema gravitatorio del asteroide; y mi estúpido jefe aprovechó
esa temporada para comer y alcoholizarse hasta reventar en los
casinos más asquerosos de toda Andrómeda. Así que aprovechando esa
temporada de relativa libertad, descubrí que esas fechas coincidían
con el prestigioso carnaval anual “Sirius' Lights”; varias
constelaciones cenitales en la bóveda celeste desde Antares.
Festival que sin duda alguna, más de una vez había sido nombrado
por mi mentor, como un ejemplo de majestuosidad e incomparable
belleza. Esa era la mejor oportunidad que se me presentó de cambiar
mi destino; y no iba a desaprovecharla.
Durante
mi viaje a bordo del Orion Express, empecé a redactar un diario
sobre mis inicios en ese mundo de magia al que tanto ansiaba
pertenecer. Un diario cuyas palabras escritas y por escribir ya
tenían un legítimo propietario que no iba a ser yo.
Las
estrellas que veía desde la ventana del tren espacial lucían como
ángeles guías en mi introspectiva travesía en busca de la armonía
y la belleza. Me sentía como el protagonista de ese antiguo relato
de la Tierra que tanto me apasionaba escuchar ya hace tiempo…
Ícaro, el joven alado que no pudo resistirse a la imagen y el calor
de una magna estrella, y fue abducido por ella hasta la perdición.
Trágico, poético e irónico. Unos adjetivos interesantes.
Llegué
a la estación de Sirius 12 – Ultra, y la presencia de dicho
festival se hacía notar en todas partes. Carteles luminosos y gente
disfrazada con extravagantes y luminosos trajes se encontraban en
cada rincón de ese lugar. Esa estación, ubicada en la faz de un
satélite artificial que orbitaba Sirio, sería el lugar de partida
de miles y miles de carrozas luminosas que se abrirían paso por toda
la constelación dejando tras de si sus famosas estelas de luz de
colores gravadas en el aire cósmico.
Me
acerqué a una terraza de una cafetería de las mismas instalaciones
y contemplé con serenidad la galaxia desde allí. Sirio se veía
fascinantemente resplandeciente y fulgurante en las lejanías; casi
hipnótico para mí. Si dijera que siempre había soñado con estar
aquí, tal vez mentiría… en realidad no recuerdo haberlo pensado
jamás antes, más que en esta misma etapa de mi viaje. Aun así,
sentía como esas luces me anunciaban a gritos que haber llegado
hasta este lugar era lo mejor que podía haber hecho.
En
mi taza de café podía ver todo el cosmos reflejado. Cientos de
estrellas ordenadas minuciosamente y en perfecta armonía en una
mancha de café espacial. Tener el cielo en mis manos por ese
instante me hizo regresar a las antiguas mitologías terrestres…
¡Atlas! ¡El Titan condenado! El gigante que se pasaría toda la
eternidad sujetando el firmamento en sus altas y fuertes espaldas,
para que éste jamás dejase de iluminar el mundo. Mis dedos
empezaban a tintinear una melodía con la cerámica de la taza. Unas
notas que iban a dar sentido a todos los años luz que había
recorrido. Una melodía que sería un vivo reflejo de ese ser que una
vez me condujo hasta aquí. “¡La Sinfonía del Atlas!” ¡Eso
era!
El
gran Carnaval de Sirius' Lights cobró vida un año más, y todo el
abismo cósmico se empezó a llenar de colores y luces que no
tardaron en llenar mis ojos de lágrimas que buscaban desechar todo
lo malo de mis días. El desfile de carrozas que partió desde
delante justo de mis ojos atónitos en la estación, era algo
indescriptible. Todo lucía tan extraordinario e increíble. La
música... el ambiente festivo... la rapsodia de colores cabalgando
por las calles de ese lugar… Necesitaba poder capturar toda esa
magia en un pentagrama, sin importar qué precio tuviese que pagar.
En esas experiencias se hallaba la esencia de mis deseos. ¡Ya estaba
harto de la mediocridad! Tenía que demostrar que podía formar parte
de todo eso. Que algún día formaría parte de todo esto.
Me
inscribí en un concurso musical en el Conservatorio de Sirius ß. La
gente interesada en participar se subía a un pequeño escenario
junto a su instrumento de dominio e interpretaba sus piezas para ser
juzgados por el mismo público al finalizar dicho torneo. Cuando me
tocó subir, mi corazón dio un vuelco. Jamás había tocado el piano
delante de nadie; y mucho menos delante de un público expectante.
Eso me ponía de los nervios, pues ni siquiera sabía si realmente
sabía tocar bien, ya que mi propia opinión jamás había sido
contrastada con la de nadie más. Aun así, haciendo un acto de
coraje e impulsado por las fuerzas que seguía arrastrando en mi
bolsillo, empecé a tocar una de esas melodías que me había
aprendido en el Cabaré. Nada increíble, pero suficiente para darme
cuenta de que por lo menos no lo hacía tan mal.
No
gané ese torneo. Ni siquiera quedé finalista; pero tampoco me
importaba, pues acababa de dar un primer paso hacía lo desconocido
de ese mundo. La cosa dio un giro cuando alguien tocó mi espalda
justo en el instante en que me decidía a regresar a las calles. Me
giré esperándome encontrar con alguna cara familiar, pero sin
embargo el tipo que me había llamado era alguien del todo
desconocido.
—No
se te da mal el piano… para ser solamente un lavaplatos de Antares.
—Disculpe…
¿Nos conocemos? —dije mirando al hombre mayor de baja estatura que
me había hablado.
—He
tocado un par de veces en el Cabaré de Antares dónde te he visto
trabajar; aunque hace un mes que me he retirado del mundo del
espectáculo.
—¿Por
qué se ha retirado?
—Tal
vez ya sea demasiado viejo para estas cosas… ¿Sabes…? Estoy
buscando a alguien que toque el piano en mi teatro de Sirius…
alguien que reemplace mi papel en mi proyecto musical. Quizás estés
interesado en cambiar de trabajo…
—¡Por
su puesto! Pero por este escenario ha pasado mucha gente con mucho
más talento que yo. ¿Por qué iba usted a elegirme a mí,
precisamente?
—No
lo sé… quizás sea mera intuición artística. Veo en ti
potencial, chico… ven a mi teatro y saca a la luz todo aquello que
reprimes en este joven corazón.
En
menos de una semana, Antares ya era cosa del pasado. Mi instalación
en el Teatro de Sirius fue rápida y cómoda. Allí me impartieron
clases de conocimiento musical y piano, y al mes siguiente ya estaba
acompañando con las coreografías de mis dedos algunas obras
teatrales de poca envergadura.
La
cosa parecía que funcionaba perfectamente allí dentro. Tenía un
lugar y una comunidad que me acogía con hospitalidad; podía
dedicarme a mi pasión con absoluta libertad; y la suerte por una vez
en la vida se había puesto de mi lado. Pero sin embargo no podía
olvidar de ningún modo esa sensación que tuve esa noche en el
Carnaval; esa extraña conexión con mi pasado, presente y futuro.
“La Sinfonía del Atlas”; así es como la llamé ese día.
Trabajar para el señor Woodsboro, dueño de ese impresionante
teatro, era algo que no podía dejar de agradecer. Pero de algún
modo, sabía que mi finalidad máxima no se hallaba en reconstruir
las obras que alguien compuso una vez; que me encontraba demasiado
lejos de casa para limitarme a esto. Sabía que tarde o temprano
debería dar vida a “La Sinfonía del Atlas”; por todas esas
cosas que aprecio. Ahora solamente necesitaba encontrar el momento de
empezar.
Pasé
varios meses más en el teatro, y mi conocimiento cómo intérprete
musical fue mejorando hasta el punto de convertirme en el pianista
oficial del mismísimo Teatro de Sirius. Durante el día me dedicaba
a ensayar las piezas que debía aprenderme para cada función
interpretada allí; y por las noches, terminados ya los espectáculos
diarios, empecé a idear y componer esa sinfonía que tanto tiempo
llevaba merodeando en mi sesera. Al fin y al cabo, todo empezaba a
recordarme a mis autodidactas lecciones nocturnas en Antares.
Un
día recibí una inesperada llamada en mi “busca” personal. El
señor Woodsboro había sido ingresado en un hospital cerca de Altaïr
tras sufrir un repentino derrame cerebral en su oficina. Su estado
era grave, pero aun así, al parecer se había empeñado en querer
hablar conmigo.
—Hola
Finn… has hecho un buen trabajo estos últimos meses. No me
arrepiento de haberte encontrado a ti, y no a cualquiera de esos que
tocaba en el conservatorio ese día del Carnaval.
—Agradezco
lo que me está diciendo, señor… aun tengo mucho por sorprenderle.
¡ya verá! —dije con una forzada sonrisa que ocultaba la tristeza
y la incomodidad de ese momento.
—Mucho
me temo que ya se me han terminado las sorpresas para mí, hijo.
—¡No
diga esto, señor Woodsboro!
—¿Sabes
cuál fue la mayor sorpresa que me diste, Finn?
—…
—Una
noche ya hará un par de años me reuní con el director del Cabaré
de Antares por asuntos que ahora no importan… y justo antes de que
me fuera del local, por las tres y media de la madrugada, no pude
evitar ser atraído por un sonido familiar que procedía del atrio
principal. Allí fue cuando te vi y me fijé en ti por primera vez;
un joven lavaplatos que estaba aprendiendo por sus propios medios a
cautivar al mundo con el bello sonido de un piano de carretera… .
Desde ese entonces, varias noches me acerqué al local para ver tus
progresos. Y por las fechas del gran Carnaval de Sirius' Lights,
convencí al director del Cabaré para que cerrase el local unas
semanas y así poderme encontrar contigo allí dónde te encontré…
y no me arrepiento… .
El
señor Woodsboro empezó a convulsionar bruscamente, y sus constantes
vitales empezaron a fallar.
—No
quiero que mi teatro sea tu prisión… Cuando creas que es el
momento, vuela de allí y haz reales tus más fascinantes sueños.
Vuela como muchos otros querrían volar pero no han podido. Se férreo
a los motivos que te han permitido convertirte en lo que eres.
¡Encuentra la magia! El cosmos no es tan grande para los que saben
como… .
Acto
seguido, el señor Woodsboro finalmente falleció ante mis ojos
perplejos. Desde ese instante, tras oír esas palabras, mi trabajo
empezó a cobrar mucho más sentido del que jamás había tenido.
Seguí
tocando en el teatro varios meses más; y por las noches, mi
proyecto, la Sinfonía del Atlas, ya iba tomando una forma
consistente. Podía sentir las vibraciones que un solo pentagrama
podía transmitir. Sentía esa magia tan cargada de anhelo y
nostalgia. Ese viaje más allá de las estrellas proyectadas en mi
taza. Esa catarsis tan deseada plasmada en unas notas musicales
esperando ansiosas a ser tocadas alguna vez.
Y
un día algo cambió en esa historia. Durante una interpretación;
casi rozando el cierre de la obra, tuve una extraña sensación que
hacía mucho tiempo que no había sentido. Unos ojos me observaban
muy atentos des del público y, a pesar de estar confuso y no poder
localizarlos, hubiese jurado que se trataba de esa persona con la que
empecé mi viaje. Algo verdaderamente extraño, pues una sensación
de ese tipo no sabía que demonios podía significar. Quizá era
cierto todo eso, o quizá me estaba volviendo realmente loco. Pero me
sentía cuidadosamente analizado por esa mirada que ni siquiera sabía
de donde procedía, envuelto en su cálida supervisión. Como si
volviese a ser un niño a merced de un destino que me daba pluma y
tinta para que yo mismo escribiera en sus páginas.
Cuando
el público se disolvió tras finalizar el espectáculo, me apresuré
hacia la salida del teatro y traté de reconocer entre esa multitud
de personas que ya despegaban con sus naves, a alguien a quien hacía
tanto tiempo que no veía. Pero nada. No vi absolutamente nada.
Tras
ese instante de confusión; pasadas ya muchísimas horas de trabajo y
entusiasmo, por fin saqué a la luz la obra de mi vida: La Sinfonía
del Atlas. La nueva dirección del teatro me puso varios obstáculos
para hacerla pública, pero tras ver el resultado, no dudaron en
ponerla en cartelera una par de veces por semana. La cosa avanzaba
mejor de lo que jamás hubiese imaginado.
E
irónicamente, con el dinero que recaudé, decidí regresar a los
orígenes de esta aventura. Decidí regresar al Cabaré de Antares
siendo esta vez el nuevo dueño del local; rebautizado ahora como
“El Atlas de Antares”; un local dedicado exclusivamente a rememorar
toda esa magia que pude recoger en mi sinfonía, y toda esa magia que
todavía estaba por venir. Un lugar donde poder revivir todas esas
emociones cada día del año. Un lugar donde reunir esas esencias que
a uno le conducen a emprender tales magnas odiseas. Un lugar donde
esperar a que vuelvas por aquí algún día; pues sin ti, todo esto
jamás hubiese sido posible, y jamás habrá sido posible. Por
absurdas e irreales que suenen mis palabras…, esta vez quiero que
tú también seas parte de la Sinfonía del Atlas.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada