dimecres, 30 de desembre del 2015

ÁVALON: LA ÚLTIMA EXPEDICIÓN AL CIELO

La vida, ese breve recuerdo que se funde en la nada y se esparce por el cielo cómo los gases tóxicos que ahora envuelven el planeta. Sin darnos cuenta, se nos fue de las manos; y detrás de nosotros dejamos ese rastro de desolación, caos, muerte... sobretodo muerte.

Partí hacia las alturas con el simple deseo de olvidar lo que cualquier mortal del siglo XXI quisiera olvidar; persiguiendo un objetivo probablemente inexistente, pero que marcaría el destino de la humanidad.

En el año 2070, cuando tan solo era un chico de 14 años, el mundo se alzó con grandes progresos; económicos, políticos, tecnológicos... . La gente gastaba dinero para todo, e incluso lo malgastaba en cualquier tontería. Luego, en el 2075, cómo una daga envenenada por el más mortal veneno, llegó la crisis, y nos encontró desprevenidos e indefensos.
Los primeros síntomas fueron pequeños conflictos, debates televisados, asaltos terroristas... lo siguiente fue una guerra a escala mundial: La Tercera Guerra Mundial, o también llamada: La Primera Guerra Tóxica.

Estados Unidos, con ansias de dominio, creo a Zoik, un humanoide modificado genéticamente a base de sustancias peligrosamente tóxicas. Y junto a este, lanzaron millones de Zoiks más, que arrasaron con China, Rúsia, y todos los países potenciales del mundo. Pero, esa especie evolucionó hasta el punto de desarrollar una mentalidad propia, y acabó con su país creador. El mundo como lo conocíamos dejó de existir, y ya era demasiado tarde para recuperar-lo.

Los afortunados consiguieron evacuar lo que antes era nuestro hogar, y consiguieron un puesto en la gran estación espacial Elypsis, que merodeaba sigilosamente por nuestra órbita. El resto de la población fuimos abandonados a nuestra suerte en este paraje hostil, luchando por nuestras vidas sin futuro.

Fue entonces, en 2078, cuando recibí una carta con mi nombre escrito: Jacob Darry “Dog, el cazarecompensas” . Observé esas letras de excelente caligrafía, y ese legendario logotipo que me dio a conocer a mi nuevo cliente. El Clan del León Dorado.
Fue cuestión de pocas horas, que me encontrara cara a cara con mi anfitrión, el señor Mark Coster, el jefe de ese clan de millonarios supervivientes.

Una vez acomodados en esos cálidos sofás de terciopelo, con una taza de lo que parecía ser té rojo, Coster me presentó el motivo de mi inesperada invitación.

Durante los transportes de gente hacia Elypsis; la aeronave Gamma32, sufrió grandes turbulencias, que resultaron fatales y provocaron la pérdida de ese vehículo. Era un accidente frecuente en esos viajes; la nave se estrella, gente muere, llega el equipo de rescate, etc. Pero esa vez fue distinto, ya que no se encontró ningún rastro de la nave caída.
Después de tres años de investigación, llegaron a la conclusión de que había algo allí, en el lugar del impacto; una superficie de X dimensiones que flotaba en el firmamento a causa de una acumulación de las densas capas de gases que cubren el planeta. Un lugar del cual hablaban los mitos de la zona; la isla perdida de Ávalon. Y mi misión: Encontrarla.

Y aquí me encuentro ahora, a bordo de una pequeña nave dirigible tripulada por unos detestables autómatas que se pasan el día peleándose y recargando sus caprichosas baterías, las cuales deseo arrancar de sus fríos cuerpos metálicos cuando acabe todo esto.

Me siento en la proa del vehículo, mientras observo a los robots discutiendo en un idioma que nunca entenderé, con la mente perdida en las nubes que me rodean, reflexionando sobre cómo cambia el pensamiento de las personas; en que si no hubiera perdido a mis padres en la guerra, seguiría siendo ese chaval que se paseaba por las calles sin ningún destino, sin ningún futuro... probablemente más feliz.
Vuelvo a centrar mi atención en esos autómatas, criaturas incapaces de comprender mis pensamientos y veo que han dejado de gritarse, se les ve alarmados. Es luego cuando veo la terrible tormenta que se acerca con sed de destrucción.

Aparto con un gesto brusco al robot que tripula la nave, y tomo el control; pero todo esfuerzo resulta inútil cuando ya estás dentro de la nube negra. El cúmulo de sonidos, la lluvia ácida, las terribles olas de vientos del norte y la falta de visibilidad me resuenan en mi cabeza, esto me impide pensar con claridad. Me obligo a respirar hondo y calmarme, pero entonces una ráfaga de viento se lleva al hombre metálico que se intentaba reincorporar después de recibir mi violento golpe. Esto me deja completamente aturdido.

Y cuando parece todo perdido, veo filtrarse entre las masas oscuras un rayo de luz. Un rayo de luz que me indica el final de la tormenta; un rayo de luz que me da fuerza para sacar a la nave ilesa de esta terrible lluvia ácida y continuar mi aventura. Así que con mi último aliento agarro fuerte el timón con la insignia del Clan del León Dorado, y me impulso hacia el Sol. Lo que sucedió a continuación no logro recordarlo.

El caso es que me despierto en mi camarote con un dolor de cabeza infernal, y el humor por los suelos. Salgo a la superficie apartando a todos esos hombres lata que me tapaban el camino, sin prestar atención a lo que están haciendo. En cuando miro al cielo, automáticamente se me dibuja una sonrisa en el rostro. El Sol brilla cómo nunca había brillado jamás, el aire era fresco y agradable. Entonces me acerco a los robots, que están formando un circulo. No tardo en darme cuenta que están “llorando” al robot que voló por los cielos por esa ráfaga de viento, el robot que al que involuntariamente yo maté. Parece increíble, pero por una vez me siento mal por haberlos tratado tan violentamente. ¿Y si realmente tienen sentimientos?

Consulto los mapas, y todas esas cartas aeronáuticas, llevamos dos semanas volando y aún no hemos encontrado nada; temo no haber seguido la ruta adecuada. Me tumbo en la hamaca del camarote, mientras leo La Vuelta al Mundo en 80 Días que me dejaron los de Clan junto con la embarcación y la tripulación.

De repente, los radares de la nave detectan tierra. Salgo corriendo de la sala, y me hago espacio entre los autómatas que se me han adelantado. Quedo maravillado contemplando ese inmenso continente flotante.

Al acercarnos puedo apreciar las ruinas de una ciudad entera tragada por árboles de tamaño descomunal, y decenas de islas enlazadas por las gruesas raíces que cuelgan de las plataformas de roca.


Aterrizamos y anclamos impacientes y orgullosos. Tarde para darnos cuenta de que esa isla también está infestada de Zoiks.