dimarts, 28 de juny del 2016

LEYENDAS DE UN YO DEL MAÑANA (Parte 2)

Todo empezó con un ligero tambaleo que, más rápido de lo que los tres exploradores de Caelum habían previsto, se empezó a convertir en un vertiginoso temblor que agitaba con una furia despiadada ese solitario hidrodeslizador. Una pequeña nave que, al lado de ese infinito océano, símbolo de más de mil años de abandono del amado Planeta Azul, se convertía en una diminuta mota de polvo casi imperceptible.

El humor de Daxx se desvanecía a cada desmesurado balanceo que esa salvaje tormenta les regalaba. Los tres aventureros sabían y se recordaban a si mismos constantemente que habían sido entrenados para sobrevivir en un entorno de tales características, pero les ardía sin escrúpulo alguno la dolorosa espina de saber que esto no era una simulación, y cualquier error era motivo para terminar con sus vidas.

Jennet, al mando de la nave, no podía retener las lágrimas procedentes del escozor de sus manos y de su consciencia. Unas lágrimas que, junto a las de su compañero Frigg, se perdían en esas turbulentas e hipnotizantes aguas, movidas por las omnipresentes corrientes y borrascas de ese lugar.

Afortunadamente, la tormenta cesó en poco tiempo. Dejando la espesa capa de nubes flotando sobre sus cabezas, recordándoles que jamás estarán a salvo allí, los chicos tomaron ese instante para recuperar su humor, y soltar toda la tensión de haber sobrevivido a la primera de las trampas mortales que les esperaban en esa odisea.

Frigg, aprovechando esa provisional calma, sacó de su bolsa el incompleto mapa holográfico, que los primeros pioneros en regresar a la Tierra habían perfilado antes de fallecer en sus turbias aguas. El mapa en si no les era demasiado útil; en él solo se podía ver agua y algunas diminutas superficies de roca que debían haber sido antiguos montes y cordilleras. Pero darse cuenta de la verdadera función de ese plano, resultaba escalofriante para los tres exploradores; ya que esta tarea, no era ni más ni menos que mostrarles lo lejos que habían logrado llegar los anteriores visitantes de este lugar, antes de morir.

El caso es que la presión de haber sido enviados aquí para salvar a su colonia de Cealum, les inmunizaba más de lo que creían ante todos los peligros mortales adjuntos en esa travesía; pues si no desaparecían aquí, estaban predestinados a desaparecer en Caelum; junto a todos sus habitantes.

¿Alguna vez habéis visto una “Batería Epsilo”? —preguntó Daxx, un tanto mareado por el constante balanceo de la nave, cuyo motor permanecía y permanecería apagado hasta fijar un rumbo.

¡Ya lo creo! —Afirmó Frigg con una cierta pasión, mientras deslizaba la imagen digital del mapa con su pulgar húmedo por la lluvia—. Son depósitos colosales de cuarzo, capaces de almacenar miles de Teravatios de energía. Empezaron a construir estas impresionantes baterías antes de la Gran Emigración del 2914, y los fundadores de Caelum usaron un par de estas para fundar la colonia… .

Y al parecer se quedaron cortos… —interrumpió Daxx.
¿Qué? —preguntó Jennet desconcertada por el comentario de su compañero.
¡Lógico! Si hubiesen usado más de dos “bicharracos” de esos hace 1602 años, hoy no estariamos aquí —respondió Daxx en su habitual tono burlesco, provocando así un silencio sepulcral entre los otros dos aventureros, que se miraron entre ellos hasta que decidieron volver a centrar sus mentes en su única misión, y arrancar los motores.
Ya, supongo que lo hecho, hecho está… —se respondió Daxx a si mismo, molesto por la falta de respuestas por parte de sus compañeros.

No mucho rato más tarde, la oscuridad de la noche empezó a invadir ese cielo que, a causa del grueso e infinito manto de nubes y niebla, hacía horas que ya estaba oscuro.

Cuando los exploradores descendieron sus miradas hacia el mar, quedaron totalmente atónitos ante la imagen que se proyectaba reluciente en sus incrédulos ojos. Todo el abismo del océano que les rodeaba irradiaba rayos potentes de luz a causa de los millones de “Linkers” que habían sido abandonados en la antigua superficie terrestre. Bellas luces intermitentes que recordaban a los tres humanos el gran error que la humanidad cometió, y que la llevó a esparcirse por toda la galaxia en busca de nuevos lugares donde vivir. Lugares como Caelum.

¿Cómo algo tan hermoso pudo destruir todo un planeta? —se preguntó Jennet admirando esos focos que convertían el océano en un inmenso zafiro.
Supongo que sin 10.000 metros de agua por encima, esas malditas ventanas espaciales no debían lucir tanto—. Respondió Daxx.

Sorprendentemente, los tres chicos de Caelum no tardaron en llegar a una zona cuya localización superaba los límites de ese mapa inacabado. Una zona de aguas muy profundas pero a la vez extremadamente quietas. Tanto, que el silencio que generaban ponía los pelos de punta a los tres desventurados humanos.

Las luces del abismo, más relucientes que en previas zonas, se encendían y se apagaban aleatoriamente, formando así una especie de coreografía submarina realmente cautivadora.

Hasta ahora todo está muy tranquilo —susurró Frigg supersticioso, para no enfadar a los diablos de ese planeta—. Parece incluso mentira que los pioneros jamás llegasen hasta aquí.
Ya lo creo —dijo Jennet.
Tal vez llegaron en época de sirenas… —soltó Daxx rompiendo esa aura de misterio que les rodeaba—. Hay que ver el mal genio tienen esas sardinas con brazos.

Entonces, de repente entre las neblinas de esa noche fantasmal, una escalofriante figura del tamaño de un rascacielos apareció en el lejano horizonte. Parecía una estatua gigante de hierro, representando a una especie de ser humano ahogándose en ese profundo océano. Aunque sin embargo, sus rasgos faciales no correspondían a los de una persona normal.

El detector de vatios de Frigg se activó, detectando dentro de esa figura medio hundida una deseada “Batería Epsilo”. Así que, ignorando el pavor que esa colosal estatua les provocaba, decidieron desembarcar y trepar con cuerdas la estatua guiados solamente por el constante pitido del detector de vatios.

¡Menudo hombretón! —bromeó Daxx, tras alcanzar la cima de la cabeza de la figura—. Un poco feo, el pobre, pero las horas de gimnasio no se las quita nadie —dijo de nuevo, refiriéndose a la estatua.

De la mochila de provisiones de Jennet sacaron tres nuevas cuerdas, que usaron para descender, como bien indicaba el artilugio de Frigg, por la cavidad bucal de la fría estatua de hierro medio oxidado.

¡O dios! decidme que nos vacunaron del Tétanos —gimió Daxx, rompiendo el silencio que les acompañaba durante ese infinito descenso.

La oscuridad les envolvía inevitablemente, aun llevar varias linternas equipadas en sus trajes de exploración. El eco de las palabras de Daxx, sonaba y resonaba incansable, y las múltiples piedrecitas que Jennet arrojaba al abismo de esa metálica laringe, jamás tocaban fondo. Hasta que, tras media hora de lenta caída, una cálida luz apareció en el presunto final de esa caverna.

¡La Batería! —exclamó Frigg emocionado.

Soltaron las cuerdas al llegar al suelo, y contemplaron con admiración ese enorme depósito de cuarzo y hormigón, origen de esos deslumbrantes rayos de luz que iluminaban los alrededores de esa tenebrosa fosa.

Antes de que Jennet comprimiese dicho artefacto con su “Reductor Atómico”, Daxx encontró en una de las esquinas una misteriosa inscripción grabada a cuchillo en esa superficie de cuarzo pulido. Los tres aventureros de Caelum empezaron a leer, totalmente dominados por la curiosidad:

La fiebre de los Linkers están llegando demasiado lejos. Lo que empezó siendo un sistema útil se ha convertido en nuestra perdición. La gente ya no se conforma con tener su propio universo independiente. Ahora se dedican a invadir Universos ajenos en busca de dinero y diversión. Y cómo todo, esto nos pasa factura.

Estamos clausurando cientos de Linkers, que son aprovechados por criaturas de otros mundos que buscan venganza contra los humanos. Pero estas criaturas nos superan en número y sobretodo en tamaño. Son monstruos inmensos, duros y fríos, que se alimentan de electricidad. En poco tiempo ya no les podremos contener en sus mundos, y entonces será el fin. Se zampan sin escrúpulos a los robots del exterior con sus mandíbulas de acero; les encanta devorar las Baterías Epsilo; y sobretodo, les apasiona engullir humanos estúpidos.

Profesor Marcus Higginton, 4177.

AÑO 2880
La vida era dura para un robot cómo Blip. Los abusivos trabajos en la mina y la falta de comprensión por parte de los ambiciosos humanos, les convertían en verdaderos esclavos sin más objetivo en la existencia, que picar y picar hasta ser consumidos por el tiempo, y con suerte, ser fundidos en un gran horno tras 150 años de trabajo. Ser fundidos para convertirse en una tostadora, un microondas o en la tapa del trasero de un nuevo androide, listo para 150 años de trabajo e incomprensión.
La existencia de sentimientos en esas criaturas de acero no era un misterio ya, aunque por egoístas razones humanas, este factor era completamente ignorado, y nadie se mostraba en contra de dicha ignorancia.
Las máquinas solo sirven para facilitar la vida al hombre”, o “Un robot que interfiera en la vida de un humano por voluntad propia, no es un robot apto para existir en nuestra sociedad” eran algunas de las oraciones que definían y determinaban la vida en esos tan brillantes años de progreso humano y prosperidad.

Blip conocía perfectamente el mundo en que vivía aún tener tan solo 3 años terrestres. Las condiciones en las que trabajaba junto a otros de su especie convertían su rutina en un infierno que soportar para mantenerse vivo obedeciendo a las estrictas órdenes y tareas del Emperador.

El Emperador no era ni más ni menos que el gobernante de la nación de Boltenia. Unas tierras de corrupción tan plagadas de humanos partidarios al régimen del emperador, cómo de minas de cuarzo, que dichas personas usaban para construir grandes depósitos de energía para “mover el planeta a su voluntad”. Olvidándose y marginando completamente el triste mundo de los robots, que desde hacía años se habían convertido en el único verdadero motor de la Tierra.

Como todas las mañanas, Blip se presentaba en la corte del Emperador junto a cientos de esclavos robóticos, donde recibía las instrucciones para su trabajo rutinario. A continuación los guardianes del ejército del emperador, unos hombres equipados con tecnológicas armaduras y todo tipo de armas eléctricas, les forzaban a punta de cañón, a cruzar distintos Linkers cuyas destinaciones eran todo tipo de minas y canteras de cuarzo. Concretamente para el pequeño Blip, una enorme y árida excavación perdida en medio de un infinito desierto de arena y grava.

Cuando Blip agarraba con sus manos de chapa blanca ese pico que por poco le superaba en tamaño, andaba varios metros de desierto en busca de una zona alejada de los demás androides que, con fuerza golpeaban las rocas en busca de pequeñas porciones del preciado cuarzo, que en esa sociedad, se había convertido en un prestigioso mineral. El caso es que, a medida que Blip andaba solitario en busca de una piedra que con su escasa fuerza pudiese romper, más llamaba la atención de los modernísimos sistemas de vigilancia de ese sofocante Linker. Y esto le hacía un robot diferente de los demás, ya que a pesar de su inocente pequeñez y obediencia, por algún motivo desconocido, se convertía en un sujeto al que controlar constantemente durante su eterna jornada laboral.

Su efímero tamaño daba a conocer que su verdadera labor jamás tuvo que ser la minería, pues Blip había sido originalmente diseñado para realizar tareas domésticas en las casas de los compradores de Boltenia. Pero fue un pequeño error de fabricación lo que lo llevó a ser rechazado del mundo del hogar y ser acogido en el único lugar en el que todo androide podía pertenecer. En el sucio universo de la minería y la excavación.

A menudo, Blip se tomaba unos pequeños descansos para lubricar con aceite sus diminutos engranajes, mientras que, con tristeza y nostalgia contemplaba el blanco y vacío cielo de ese lugar, en el que destacaba una enorme lente luminosa que enfocaba con la mirada cada movimiento que el robot llevaba a cabo. Blip era consciente de que esa colosal lente integrada en el mismo cielo no era más que otra de las decenas de cámaras de vigilancia que le acechaban sin descanso, pero aun saberlo, a Blip le reconfortaba saber que había alguien más con él, que silenciosamente le hacía compañía.

A causa de su pequeño defecto de fabricación, en escasas ocasiones, el androide tenía que ser atendido por algún mecánico de la corte del emperador, quien, con desgana le solía reemplazar varias piezas experimentando sin piedad ni ética, con los múltiples mecanismos del robot, en busca de una cura definitiva para su problema. Cosa que al pequeño androide le provocaba pánico.

Pero, aprovechando sus cortas épocas de baja, Blip dejaba que sus orígenes en el mundo urbano se apoderasen de sus actos, y en secreto, se fugaba a la ciudad en busca de aprendizaje y observación del mundo de los humanos. Cosa que al Emperador no le hubiese hecho ninguna gracia descubrir; ya que cuantas más visitas hacía Blip a la ciudad, más cerca se encontraba de darse cuenta de cómo de vulnerables eran los humanos al poder de sus apreciados Linkers.

Blip veía lo que esos portales dimensionales eran capaces de hacer por las personas; pero también todos los accidentes y desgracias que provocaba la falta de control del hombre sobre esas puertas espaciales. Gente que quedaba atrapada por descuido en universos de pesadilla; personas cuyos propios Linkers averiados, les absorbían llevándolas a la muerte; e incluso peleas entre la gente por el dominio de un universo concreto. Una falta de control que los robots no sufrían, pues su inorgánica anatomía les protegía de tales accidentes. Blip no se dio cuenta aún, pero estaba descubriendo que la verdadera solución a su esclavitud, era el mismo invento que había llevado al mundo de los humanos hasta esos días de prosperidad y expansión.

No fue hasta que Blip fue descubierto en la ciudad y castigado por el Emperador a diez semanas de trabajo sin reposo, que el pequeño robot empezó a reflexionar si de verdad quería terminar con ese opresivo sistema que no reconocía la libertad de los nuevos habitantes de la Tierra. Llegando a la conclusión de que tal vez esa era la mejor decisión que podía tomar.

Desde ese instante, Blip empezó a trabajar junto a los otros robots de la cantera, solamente para convencerlos de su plan, y explicarles el poder de control sobre los Linkers, que ellos poseían y los humanos no.

Fue así cómo tras unas semanas más de abusos, todos los robots mineros de la nación reunieron el suficiente valor para que, en el momento de ser forzados a entrar en su mundo de trabajo, estos se resistiesen ante la opresión de los guardias, y lograsen arrastrarles hasta cruzar los Linkers, donde quedarían encerrados para siempre.

Fue así cómo poco a poco, Blip y su ejército tomaron el control de Boltenia, y empezaron a producir y comercializar miles y miles de portales dimensionales por todo el planeta, con el fin de permitir a los robots de todas las naciones alzarse contra la raza humana, y así convertir la Tierra en un lugar solo apto para robots.

AÑO 2208

Cuando Ámber despertó, los científicos del laboratorio se le abalanzaron como leones hambrientos de las respuestas que solo la chica les podía dar.

Ella, se miró las manos y sonrió con euforia al darse cuenta que había sobrevivido al temido experimento; pero su sonrisa se desvaneció y se convirtió en un súbito escalofrío, cuando en su frágil mente regresaron todos los recuerdos sobre su viaje, y el terrible futuro que le espera a la humanidad.

Cuéntame Ámber —dijo el Doctor Byron mientras se le acercaba lentamente cogiéndole la mano con calidez—. Cuéntame lo que has visto en tu viaje al futuro.

Ámber, conteniendo sus fuertes ganas de llorar, tragó saliva y soltó con voz temblorosa:

¡Nada! No he visto nada. El experimento no ha funcionado.