dilluns, 30 de maig del 2016

LEYENDAS DE UN YO DEL MAÑANA (Parte 1)

Cuando Ámber fue finalmente seleccionada para el experimento, esa barrera que separaba la fortuna, del verdadero terror se volvió casi indistinguible. Le mantenía la moral alzada recordar constantemente la gran cifra de dinero que se filtraba en la cuenta de su miserable familia, cada segundo que ella permanecía en esa sala de espera; tan sola. Rodeada por ese frío y amenazador blanco de la clínica. Distraída en sus propios pensamientos que, esa misma tarde, por poco probable que pareciera, podían ser los últimos de su vida.

No era esta la primera vez que un ser humano iba a viajar a través del tiempo, pero la verdad, para qué engañarse, jamás nadie había vuelto. Si a una cosa se aferraba la joven, ésta era la plena confianza que tenía en la gente con quien trabajaba en ese proyecto. Se negaba a pensar que esos individuos de tan cálidas y acogedoras sonrisas, podrían convertirse en sus asesinos.

Cuando empezó el experimento, su aparente serenidad inicial empezó a desvanecerse a medida que le cortaban sus largos cabellos rojizos hasta poco más de sus frías orejas. Sus ojos azules lagrimosos mostraban un gran arrepentimiento por todas esas cosas que había decidido renunciar esas últimas semanas, y que tal vez renunciaría para siempre. Pero ese puñado de científicos ignoraban cualquier tipo de elemento sentimental que pudiese interferir en el experimento. Por muy duro que se les hiciese.

Minutos más tarde, tras inyectarle todo tipo de sustancias y envolver su cráneo con un extraño casco de cromo y infinitas capas de polímeros distintos. El Doctor Byron se acercó a Ámber y le explicó brevemente el funcionamiento del experimento, ya que el propósito estaba más que claro. No iba a ser un viaje al futuro cómo muchos entendían dicho concepto. El cuerpo físico de la chica jamás iba a abandonar el presente; solo su conciencia. “Su espíritu”, aclaraba el doctor en palabras probablemente más cercanas y acogedoras. Ámber sería la primera “espectadora del futuro”. Es decir, su presencia allí, donde sea que se pueda definir como “allí”, no alteraría ni influiría a nada ni a nadie. Solo se limitaría a observar. Esas fueron las últimas palabras que la joven pudo escuchar antes de desaparecer para adentrarse en el lugar más desconocido del universo; antes de partir hacia los días que aún están por llegar.

AÑO 3006

Asombrado por los colosales edificios de cristal que se alzaban ante sus ojos, el profesor Arthur J.Larrick se encontraba en un estado que rozaba desde el más frío desconocimiento hasta la más irritante curiosidad. Sonreía al mismo tiempo que una dolorosa presión se apoderaba de su estómago, al preguntarse a si mismo si realmente había viajado al futuro, o por lo contrario, había muerto en el intento. Se frotaba sus ojos una y otra vez hasta complacer su necesidad de sentirse integrado en esa realidad, por muy surrealista que pareciese. Toda su vida tal y como la conocía había quedado atrás, muy atrás. Su familia, sus compañeros, su dulce hogar e incluso el encargado de la funeraria contratado para recoger sus restos si el experimento fracasaba; todos ellos seguían allí, en 1912.

Larrick no se podía creer su propio logro. Haber creado una escalera cuyos peldaños eran los siglos no era algo que se pudiese tomar a la ligera. Pero antes de preocuparse por gestionar su orgullo, necesitaba comprender ese lugar que él seguía llamando “la Tierra”, aunque sin embargo, presentaba un entorno tan nuevo y desconocido, que se percibía como si de otro planeta lejano se tratase.

Los escasos e indistinguibles fragmentos de un cielo blanco totalmente vacío se escurrían entre centenares de extravagantes edificaciones de formas retorcidas y antinaturales. No había Sol ni nubes; ni siquiera corriente de aire. Toda la luz que hacía relucir ese magno lugar procedía del mismo vacío que rodeaba la vista perdida del profesor. Todo era como una burbuja infinita rellenada con los más intrigantes secretos de una lejana y astronómica ciencia. Un lugar de ficción, cuyas leyes y propiedades se escapaban completamente de los limitados conocimientos de Larrick. Todo era igual que  ese sueño del futuro que todos perseguimos durante nuestra infancia, pero jamás logramos alcanzar.

Tras separar sus ojos de ese vacío omnipresente, estos se dirigieron directamente hacia lo que parecían ser las calles de ese lugar. Habitadas única y sorprendentemente por fríos androides de exoesqueletos tan blancos y puros como el mismo cielo de ese enigmático mundo. “Hombres de metal”, se repetía sin freno el profesor, patidifuso ante esa desfilada de seres mecánicos, de características y comportamientos tan humanos como perturbadores.

Larrick no tardó en comprender que su presencia allí se había convertido en el objetivo de todas las insensibles miradas de esos metálicos ciudadanos. Su instinto de supervivencia, adormecido después de 30 años de paz encerrado en su taller, se despertó tan súbitamente que el profesor solo pudo pensar en correr. Y eso  hizo; corrió por su vida sin darse cuenta que su falta de conocimiento sobre ese lugar se iba a convertir en su perdición.

A medida que el profesor avanzaba por esas infinitas calles, rodeado de extrañas construcciones incomprensibles, ese lugar se iba convirtiendo en un profundo y retorcido laberinto. Los caminos se dividían y multiplicaban a cada paso que Larrick realizaba en ese territorio. Había calles en todas direcciones, sentidos y dimensiones. Caminos hacía lo ancho, lo largo, lo profundo, e incluso hacía orientaciones hipercúbicas que Larrick no lograba asimilar en su frágil y primitiva mente. En poco tiempo se empezó a dar cuenta que ya no corría por temor; sino por curiosidad.

Saber volver a casa ya no era una preocupación para él. Todos los cabos ya estaban más que atados en 1912. Larrick se recordaba a si mismo sin remordimiento alguno que toda su vida había estado dedicada exclusivamente a descubrir ese misterioso lugar, ignorando qué precio debería pagar para lograrlo. Él, agotado y contemplando la diversidad de caminos que se abrían como ventanas ante su mirada, se sentó en una esquina para recuperar su aliento, ya perdido en la soñada atmósfera del futuro.

De repente, una singular luz descendió de ese imperceptible cielo, y aterrizó en una avenida cercana al paradero del profesor. Este, olvidándose al instante de la gran fatiga que arrastraba, se levantó de un fuerte impulso para alcanzar ese misterioso resplandor, cuando de repente, una voz empezó a sonar dentro de su aturdida cabeza.

—Créeme si te digo que te arrepentirás de acercarte a ese “Linker”.
—¡Por el amor de Dios! ¿Quien eres? ¿Y qué demonios es un “Linker”? —preguntó el profesor, mientras un frío sudor le empapaba la cara.
—Ven conmigo, te voy a mostrar la respuesta a todas tus preguntas —sugirió la voz fríamente sin presentación alguna. Larrick, terriblemente confuso, no podía responder a esa entidad; ni siquiera podía moverse. Así que sin ninguna oposición ni resistencia, en cuestión de segundos fue recogido por un vehículo esférico que se materializó allí mismo, delante de sus incrédulos ojos, preparado para llevarle volando hacia su inesperado anfitrión.

Lo que Arthur J.Larrick vio durante ese trayecto destruyó todos y cada uno de sus 30 años de estudios. Por muy increíble que pareciese, el cielo se estaba abriendo literalmente para permitir al singular carruaje flotante cruzar diferentes zonas espaciales; cada una más sorprendente que la anterior. Y así continuó hasta que, por sorpresa para el viajero, el extravagante vehículo se adentró en una oscura región, cuyo contenido resultaba totalmente invisible entre las tinieblas.

Aparecieron de repente en la negrura de ese espacio unas extrañas estructuras cúbicas flotantes de metal y tiras de neón que a cuanto más cerca Larrick se encontraba de ellas, más colosales e implacables se mostraban. Pero el carruaje no se detuvo ante la presencia de esas figuras, que levitaban en ese océano de penumbras cósmicas. El vehículo, con un giro seco, se filtró por unas oscuras galerías ocultas en la superficie de la estructura, revelando en poco tiempo una gran ciudad albergada en su nocturno interior.

El vehículo aterrizó silenciosamente en el hangar próximo a un gran edificio cilíndrico de cristal, donde esperaba de pie un pequeño androide acompañado de un par de guardaespaldas mecánicos que le doblaban en tamaño.

—Bienvenido al futuro, Profesor Larrick —dijo el pequeño robot, equipado con un peculiar sombrero de copa, y con una potente pero refinada voz, que dejó al humano totalmente boquiabierto—. Mi nombre es Grablayn, director supremo de Thursdayland, y te he traído aquí para enseñarte el inevitable destino del planeta Tierra.

Larrick, sin saber cómo manifestar esa bomba de fascinación que había detonado en su interior al oír al autómata hablar, cosa que resultaba impensable en su verdadera época, encajó su mano temblorosa con la del robot para mantener esa ficticia cordialidad entre hombre y máquina, que tanta euforia le causaba.

—Por qué no hay humanos aquí? —preguntó el profesor, con voz apagada por la agitación del momento.
—Si que hay humanos; gran parte de la humanidad se encuentra aquí, encerrada en estos rascacielos de cristal del Complejo de Thursdayland. Les mantenemos bien distraídos durante sus centenarias vidas.
—Habéis secuestrado a los humanos… —intentó deducir el profesor.
—En realidad les hemos salvado de ellos mismos —respondió Grablayn en un enigmático y escalofriante tono—. Verás, ya hace años que nos dimos cuenta que este mundo no pertenece a los humanos; ni siquiera a los robots como nosotros. Me explico, el progreso científico de los humanos creció hasta puntos que hubiese valido la pena jamás alcanzarlos. Esa ansia de prosperidad y conocimiento causó infinidades de beneficios sociales desde la mismísima aparición del hombre, pero el abuso de poder lo llevó a querer controlar lo que jamás debe ser controlado: la realidad.

A lo largo de la historia hubieron guerras, invasiones, contaminaciones absolutas del globo; hasta que llegó el descubrimiento definitivo que podía cambiar esa vida que todos conocíamos: Los “Linkers”, conocidos también como los portales hacia el más allá. Verdaderas entradas hacía dimensiones infinitas, cuyas propiedades y leyes se adaptaban y moldeaban al gusto de su consumidor. Un próspero negocio que convirtió nuestro bello planeta en un auténtica red pseudo-informática. Plagada de enlaces hacia mundos que llegan desde los más incoherentes lugares hasta los más oscuros y enfermizos sueños de perturbados psicópatas.
—Que les habéis hecho a los humanos? —preguntó Larrick de nuevo, sin comprender la larga narración del androide.
—La venta y uso de los Linkers se les fue de las manos de tal modo que, hasta resultaba imposible desplazarse por esas calles sin terminar atrapado por accidente en el laberinto de mundos alternativos de los millones de usuarios de ese sistema. Esa luz que viste en la avenida era un Linker malicioso; empleados para atrapar a los más ingenuos en horribles dimensiones de pesadilla —aclaró el robot—. El caso es que con el paso de los años, no había evolución alguna que salvase a los humanos de su propia invención. Y solo los androides podíamos sobrevivir en ese entorno multidimensional. Así que construimos varios recintos como Thursdayland, libres de portales para refugiar a la humanidad, mientras las calles poco a poco se volvieron nuestras. ¡Allí fuera, Larrick, no sobrevivirías ni un solo día! —resumió Grablayn al percibir la visible falta de entendimiento del humano—. Y ya empieza a ser hora de que te reencuentres con los tuyos.

Larrick y los tres autómatas entraron en el gran rascacielos de cristal; y allí estaban. Centenares de personas humanas distribuidas por las muchas y extensas plantas del edificio. Personas aferradas a enormes computadoras que, a los ojos del profesor, se convertían en auténticos artefactos de ciencia ficción. Humanos totalmente deshumanizados, reposando en aparatosos sillones equipados con tubos y depósitos por todos sus lados, cantos e incluso por sus ocultos interiores.

—Así no hacen daño a nadie —añadió el anfitrión, frotándose sus inorgánicas manos con satisfacción—. Sus vidas ya no se encuentran en este mundo. Ahora viven y vivirán felices para siempre en una recreación virtual de la realidad. Le llamamos “Elypsis 2.0”; un lugar donde por fin pueden destruir todo lo que quieran sin temor alguno. Y además, todas sus necesidades están completamente cubiertas por sus confortables asientos subministradores.

Larrick, asombrado y a la vez aterrado por esa horrible imagen de degradación humana, alzó sus manos, aún temblorosas, y se agarró la cabeza con desconcierto.

—Tal vez tú también quieras probar y conocer a Elypsis...— sugirió el robot con una mecánica sonrisa.

Desde ese preciso instante, nadie volvió a saber nada más del profesor Larrick, el primer viajero del tiempo. Algunas malas voces cuentan que rechazó la oferta de Grablayn, pero jamás supo volver a su hogar, en 1912. Otras voces más siniestras cuentan una versión mucho más oscura que la anterior, tan oscura como los mismísimos secretos de Thursdayland, y de todo el futuro que se esconde tras la terrible distopía  del 3000.

AÑO 4516

—Más que “la Tierra” debería llamarse “el Agua” —bromeaba Daxx, al observar ese océano infinito que una vez fue la hermosa y acogedora Tierra; llena de historias y misterios por resolver que, al parecer, jamás llegaron a ser resueltos.
—Por qué no nos ayudas a preparar el “hidrodeslizador” y te dejas de estupideces —protestó Jennet, molesta por la falta de seriedad y colaboración de su compañero.
—¡Claro que sí, preciosa! —respondió Daxx en un tono ridículamente varonil, mientras se cargaba su pesada mochila de expedición en la espalda.

Daxx, Jennet y el doctor Frigg, a pesar de su escasa experiencia en exploración espacial, fueron enviados para regresar a la Tierra después de más de 1000 años de abandono, en busca de antiguas fuentes de energía que serían usadas para alimentar su decadente colonia de “Caelum”. Los previos estudios les habían advertido del estado en que se encontraba ese antiguo mundo humano, pero jamás nadie había imaginado tal grado de desolación.

—¡Dios mio! —exclamó el doctor Frigg, al salir de la cabina de control de la aeronave y contemplar por primera vez esa lisa y fantasmal superficie de agua que cubría y componía cada uno de los centímetros que formaban ese infernal paisaje.
—Parece que el tipo que decidió llamarle “El Planeta Azul” ya había estado aquí antes —seguía bromeando Daxx, mientras ayudaba a cargar las provisiones en el vehículo que permitiría a los tres exploradores de Caelum re-descubrir el ya caído planeta que, por poco creíble que pareciese, miles de años atrás fue el origen de la humanidad.

No tardaron en soltar el hidrodeslizador de la plataforma de la gran nave que les había llevado hasta aquí. El impacto del vehículo al precipitarse contra la superficie rompió por completo la serenidad de esas aguas silenciosas y terroríficas.

Jennet fue la primera en bajar de la nave para dejarse caer en el piso del hidrodeslizador; un vehículo acuático diseñado por los más prestigiosos ingenieros de su colonia, preparado para navegar colosales distancias a gran velocidad. O algo así tenían entendido los tres desventurados exploradores, que jamás hubiesen imaginado la odisea que les aguardaba una vez se adentrasen en ese océano maldito.

—¡Ya conocéis las instrucciones! —quiso dejar claro Frigg, coronado ya como el líder de la expedición.
—Creo que los de la agencia nos las repitieron suficientes veces —se burló Daxx.
—Sorpréndenos —Desafió Jennet con astucia.
—Si, claro, número uno… No separarse de… número dos… eh… —intentó responder Daxx sin éxito.

Sus compañeros rápidamente le miraron con unas disimuladas pero reconfortantes sonrisas, que tanto necesitaban en esa aventura. Tal vez eran esas sonrisas el elemento fundamental para ese viaje que la agencia de Caelum jamás añadió en sus inventarios.

Pero por infortunio para los tripulantes del hidrodeslizador, esas sonrisas rápidamente fueron desvanecidas al mismo tiempo que una gran nube gris se apoderó de ese cielo azul pálido, y con ella una demoníaca tormenta eléctrica.

—Lección 85 del manual de supervivencia en la Tierra —soltó Daxx de repente ante la horrible imagen de la cercana tempestad que en breves les alcanzaría—. Jamás jamás, nadie ha regresado al Planeta Azul y ha vuelto para contarlo.

CONTINUARÁ