—Hijo,
no tienes que tomarte estas cosas tan a pecho. Has recorrido muchos
kilómetros para llegar hasta aquí… no eres un imbécil. Te lo
puedo asegurar yo mismo.
—Eres
mi tío… como un padre para mí. ¿Qué podrías decirme tú, si lo
único que tratas es de protegerme? ¿Y de qué me sirve? ¿De qué
me sirve todo esto si nadie en el mundo cambiará su forma de verme?
—...Tal
vez quién cambie al fin y al cabo seas tu y tu forma de enfrentarte
al mundo. Algún día madurarás. Ya lo verás. Y entonces todo te
parecerá muy, muy distinto a como lo ves ahora.
—¡Yo
no quiero cambiar! ¿Por qué debería hacerlo yo si nadie más lo
hará? La gente no cambia. Los cretinos nacen y mueren cretinos;
aquellos que tienen un buen corazón lo tendrán hasta pudrirse, y
todos aquellos que no quieren saber nada de mí y de mi vida, jamás
les importará un bledo lo que me suceda. Adaptarme a esto significa
conformarme. Y si algo he aprendido después de este maldito viaje,
es que el conformismo da asco.
—A
veces uno tiene que aprender a conformarse a las circunstancias por
pura supervivencia. Está escrito en nuestro propio ADN. La
naturaleza lo dicta.
—No
si cabe la opción de luchar por algo mejor…
—Tonterías,
hijo, tonterías.
—¿Tonterías?
—Dime
entonces… ¿Cuál es exactamente tu lucha, eh jovenzuelo?
—En
realidad… no lo se…
—¿¡Lo
ves!? No hay lucha… solamente protestas. Se te pasará. Créeme…
todos hemos pasado por algo así alguna vez. Este espíritu de
rebeldía tuyo solo es transitorio. Mera jerga juvenil.
—Simplemente
trataba de convertirme en alguien real… mostrarme como un hombre
modesto, comprensivo y luchador, y no como un número más en un
listado infinito. Es una pena que hoy en día uno sea antes un código
numérico vacío que una persona en su totalidad.
—No
entiendo exactamente a donde quieres llegar…
—¿A
dónde quiero llegar? A que a los que alguna vez hemos tratado de
quebrantar esos códigos se nos ha rechazado sin piedad alguna. Sin
ni siquiera parar a preguntarse si había algo bueno en nuestro acto.
Somos fantasmas, tío. ¡Fantasmas! Pero no de los que asustan, no…
más bien de los que nadie escucha por mucho que griten a pulmón.
Rechazados, ignorados y reducidos a polvo. No saben nada de mí…
solo lo que yo he decidido que sepan, y aun fingir no hacerlo, no
hacen más que juzgar, juzgar y juzgar. Y no saben nada. Solamente
cuentan mentiras, una tras otra, y las disfrazan de verdad para que
deje de molestarles y entrometerme como la pesada carga en la que me
he convertido, y…
—¿Ya
has pensado en dedicarte al teatro?
—¿¡Qué!?
—Al
teatro… se te da bien esto de los discursillos dramáticos.
—¿Me
tomas el pelo? Pensaba que podía confiar en ti para contarte mis
dolores de cabeza.
—Lo
siento… solo estaba bromeando. Sabes que yo siempre te escucho…
aunque no puedo decir que comparta tu conspiranoico punto de vista,
la verdad.
—No
hablo de conspiraciones… hablo de hechos que yo mismo he conocido
cara a cara. ¿Acaso tú nunca te has sentido desechado por la
inhumanidad? ¿Jamás has sentido que el mundo a veces actúa como
una máquina sin sentimientos? ¿Jamás has sentido que se ríen de
ti cuando tratas de expresar algo que a otros no les resulta cómodo.
—Bueno…
no lo sé… ya sabes que yo no tengo tanta imaginación como tu,
pero…
—¡Pero
nada! ¿Sabes qué? Creo que me haré a la mar… seré un corsario,
sí… un maldito corsario errante. Me olvidaré de todo y de todos y
no regresaré a tierra hasta que por fin puedan verme como un
verdadero hombre… ¡no! mejor, mejor agarraré un corcel y
cabalgaré mil valles y llanuras más allá de…
—¿Tú
crees?
—...pfff…
como si yo supiera algo de esto… estoy muy cansado. Se esperan de
mí algo que jamás cumpliré… .
—Vete
a dormir, hijo. Mañana ya seguiremos hablando si quieres. Será lo
mejor.
—Creo
que me daré una ducha.
—Por
cierto… ¿por qué no tratas de recopilar todas esas cosas, las
escribes bien escritas, y te montas un buen libro? Podrías ganar
dinero y todo.
—No
voy a escribir nada… solamente quería contártelo. Nada más.
—¿Por
qué?
—Porque
este es el último lugar que me queda donde todavía puedo hacerme
oír. Bueno… esto si es que todavía me escucha alguien.