dimecres, 28 de març del 2018

ICARUS III: LA SINFONÍA DEL ATLAS

Una vez conocí a alguien bastante especial. Alguien que ahora mismo se encuentra años luz de aquí, pero que sin embargo fue quién me inspiró para llegar hasta donde he llegado hoy, y todavía me inspira y me inspirará para cruzar esos límites que cada persona se construye en su propio universo individual, y de los que yo también fui víctima una vez. Podríamos decir que se trataba de una especie de mentor mío; tal vez algo menos rígido, pero que de todos modos supo sacar lo mejor de mí a la luz, y me enseñó como desechar todo aquello desechable de mis días. Fue esta persona quien me mostró con paciencia y voluntad como nota tras nota anotada, acorde tras acorde acordado, y por cada tecla tecleada del piano de la vida, nacen las más bellas y perfectas sinfonías. Fue exactamente así como nació la “Sinfonía del Atlas”.

La Sinfonía del Atlas no era nada más ni nada menos que un viaje hacia lo desconocido. Una hermosa lluvia de estrellas destellantes en los cielos de un recóndito lugar de este magno Universo. Una historia de lucha y sufrimiento, agria y dulce a la vez. Pura magia en constante incomprensión y movimiento. Una brisa cósmica o una estrella muriendo para dejar espacio y cobijo a mil nuevas estrellas más. Un todo que devora esa nada a la que todos hemos conocido alguna vez. Una sombra protectora.

Pero antes de un gran viaje, hay que empezar con un pequeño paso hacia adelante. Algo efímero, pero que será la semilla de esta minuciosa composición. Una primera pieza del engranaje.

Yo empecé mi sinfónica travesía en un humilde Cabaré perdido en una ruta de asteroides en la constelación de Antares. A pie de una autopista espacial bastante concurrida por mercaderes cósmicos y algún que otro clan de crímenes menores organizados. Sin nada en los bolsillos más que la esperanza y la fuerza de voluntad que esa persona le había regalado a mi alma solitaria.

En ese entonces no era demasiado optimista en cuanto a los asuntos de la vida que se me presentaban. Creo que el adjetivo que mejor me definía era “Perdido”. Sin un lugar a donde ir, y con el único fin de sobrevivir e ir empujando los días, me convertí ni siquiera sé como, en el ayudante de cocina del barman de ese local. Algo realmente despreciable, pero que iba a mantenerme con vida.

Yo nunca había ejercido como músico. Mi mencionado mentor tampoco; por lo menos abiertamente. Aunque curiosamente y por naturaleza, mis oídos siempre andaban necesitados de una melodía o un ritmo que pudiese acompañar mis labores; y de algún modo, trabajar en ese lugar concreto tenía una cierta atmósfera reconfortante y satisfactoria.

Mis horarios en el Cabaré de Antares eran largos y exhaustivos. Casi rozando la explotación humana. Mi jefe, el barman, era un hombre sucio y rudo, falto de empatía y sobrado de apatía profesional. Y yo, tan vulnerable y frágil, detestaba ese trabajo, pero tampoco tenía otro lugar a donde ir que me acogiese tal y como ese local me había acogido, a pesar de mis nulas cualidades reconocibles; así que no tenía más remedio que aguantar el peso de las rutinas en mi espalda. Durante ese oscuro episodio, lo único que mantenía mi moral alzada era pensar que, a pesar de toda la incomodidad y sufrimiento que esos días me aguardaban con celosía, había alguien en este infinito y extravagante Universo a quién todavía tenía muchísimas cosas por demostrarle. Alguien que cambió mi forma de ver el mundo y ni siquiera se había dado cuenta de ello. Alguien que, con tan solo su presencia en mi memoria, me había brindado las herramientas para seguir luchando donde la mayoría cayeron antaño.

Los días fueron circulando como las naves que cruzaban la autopista que veía desde la ventana de esa cocina de la que no salía. Trabajar aquí ya se iba normalizando en mis cicatrizados horarios. Mis manos me escocían de tanto limpiar vajillas, mis oídos se desgarraban por cada bronca que el tabernero me hacía, y mi sofoco interno despertaba en mí un creciente estrés que, afortunadamente, podía aligerarse cuando oía ese piano de allí fuera generar tales hermosas melodías. Eso era lo único que calmaba mi reprimido monstruo interior; y no tardé en ver en esas teclas un modo de aliviar mis pesares. No tardé en darme cuenta que por muchas sombras que me acompañasen en ese lugar, siempre habrá esa chispa de magia y armonía para recordarme que nunca debo retroceder. Tal vez vi en eso mismo una forma de recordar que esa persona seguía allí, tan lejos pero tan cerca a la vez.

Empecé a escabullirme de mi trabajo para contemplar a los artistas que cada noche venían al Cabaré de Antares a tocar sus magistrales piezas de piano; que normalmente iban acompañados de otros instrumentos, algún que otro cantante y sus correspondientes bailarinas con atuendos escandalosamente llamativos. Todo lucía tan colorido y vivo… una fascinante explosión cromática de luces, melodías increíbles y destellos que por un instante me transportaron a un lugar muy, muy distinto a ese al que yo siempre había pertenecido. Ojalá mi mentor pudiese estar aquí para ver esto.

Infiltrarme en el espectáculo se convirtió en parte de mi día a día. Por infortunio, el tiempo del que disponía para estar allí era verdaderamente escaso; pues si el barman se percataba de mi ausencia en la cocina, la cosa podía acabar realmente mal para mí. Aun así, con un perseverante espíritu autodidacta, y con la ayuda de varios vídeos de la nefasta “red cósmica de Antares”, empecé a aprender a tocar y componer canciones simples de piano; y por las horas más puntas de la noche, prescindiendo del sueño con cierto grado de enfermiza obsesión, empecé a practicar con el piano del local, cuando éste ya estaba durmiendo. Y con el paso de las semanas, mi fluidez y técnica al tocar mejoraba y mejoraba hasta puntos que ni yo mismo era capaz de creer de alguien como yo. Aun así, mis oportunidades para sacar mi nueva pasión a la luz eran nulas. Eso me resultaba verdaderamente frustrante; pues sentía que tenía tanto por dar… y no podía hacer nada mientras permaneciese encadenado en ese rol que el destino me había asignado.

Pasaron unos meses más y recibí un primer golpe de suerte. Una oportunidad mínima para sacar a la luz todo aquello que había aprendido sin riesgo de perder todo aquello que me mantenía vivo. El Cabaré de Antares cerró durante dos semanas por unas reformas pendientes en el sistema gravitatorio del asteroide; y mi estúpido jefe aprovechó esa temporada para comer y alcoholizarse hasta reventar en los casinos más asquerosos de toda Andrómeda. Así que aprovechando esa temporada de relativa libertad, descubrí que esas fechas coincidían con el prestigioso carnaval anual “Sirius' Lights”; varias constelaciones cenitales en la bóveda celeste desde Antares. Festival que sin duda alguna, más de una vez había sido nombrado por mi mentor, como un ejemplo de majestuosidad e incomparable belleza. Esa era la mejor oportunidad que se me presentó de cambiar mi destino; y no iba a desaprovecharla.

Durante mi viaje a bordo del Orion Express, empecé a redactar un diario sobre mis inicios en ese mundo de magia al que tanto ansiaba pertenecer. Un diario cuyas palabras escritas y por escribir ya tenían un legítimo propietario que no iba a ser yo.

Las estrellas que veía desde la ventana del tren espacial lucían como ángeles guías en mi introspectiva travesía en busca de la armonía y la belleza. Me sentía como el protagonista de ese antiguo relato de la Tierra que tanto me apasionaba escuchar ya hace tiempo… Ícaro, el joven alado que no pudo resistirse a la imagen y el calor de una magna estrella, y fue abducido por ella hasta la perdición. Trágico, poético e irónico. Unos adjetivos interesantes.

Llegué a la estación de Sirius 12 – Ultra, y la presencia de dicho festival se hacía notar en todas partes. Carteles luminosos y gente disfrazada con extravagantes y luminosos trajes se encontraban en cada rincón de ese lugar. Esa estación, ubicada en la faz de un satélite artificial que orbitaba Sirio, sería el lugar de partida de miles y miles de carrozas luminosas que se abrirían paso por toda la constelación dejando tras de si sus famosas estelas de luz de colores gravadas en el aire cósmico.

Me acerqué a una terraza de una cafetería de las mismas instalaciones y contemplé con serenidad la galaxia desde allí. Sirio se veía fascinantemente resplandeciente y fulgurante en las lejanías; casi hipnótico para mí. Si dijera que siempre había soñado con estar aquí, tal vez mentiría… en realidad no recuerdo haberlo pensado jamás antes, más que en esta misma etapa de mi viaje. Aun así, sentía como esas luces me anunciaban a gritos que haber llegado hasta este lugar era lo mejor que podía haber hecho.

En mi taza de café podía ver todo el cosmos reflejado. Cientos de estrellas ordenadas minuciosamente y en perfecta armonía en una mancha de café espacial. Tener el cielo en mis manos por ese instante me hizo regresar a las antiguas mitologías terrestres… ¡Atlas! ¡El Titan condenado! El gigante que se pasaría toda la eternidad sujetando el firmamento en sus altas y fuertes espaldas, para que éste jamás dejase de iluminar el mundo. Mis dedos empezaban a tintinear una melodía con la cerámica de la taza. Unas notas que iban a dar sentido a todos los años luz que había recorrido. Una melodía que sería un vivo reflejo de ese ser que una vez me condujo hasta aquí. “¡La Sinfonía del Atlas!” ¡Eso era!

El gran Carnaval de Sirius' Lights cobró vida un año más, y todo el abismo cósmico se empezó a llenar de colores y luces que no tardaron en llenar mis ojos de lágrimas que buscaban desechar todo lo malo de mis días. El desfile de carrozas que partió desde delante justo de mis ojos atónitos en la estación, era algo indescriptible. Todo lucía tan extraordinario e increíble. La música... el ambiente festivo... la rapsodia de colores cabalgando por las calles de ese lugar… Necesitaba poder capturar toda esa magia en un pentagrama, sin importar qué precio tuviese que pagar. En esas experiencias se hallaba la esencia de mis deseos. ¡Ya estaba harto de la mediocridad! Tenía que demostrar que podía formar parte de todo eso. Que algún día formaría parte de todo esto.

Me inscribí en un concurso musical en el Conservatorio de Sirius ß. La gente interesada en participar se subía a un pequeño escenario junto a su instrumento de dominio e interpretaba sus piezas para ser juzgados por el mismo público al finalizar dicho torneo. Cuando me tocó subir, mi corazón dio un vuelco. Jamás había tocado el piano delante de nadie; y mucho menos delante de un público expectante. Eso me ponía de los nervios, pues ni siquiera sabía si realmente sabía tocar bien, ya que mi propia opinión jamás había sido contrastada con la de nadie más. Aun así, haciendo un acto de coraje e impulsado por las fuerzas que seguía arrastrando en mi bolsillo, empecé a tocar una de esas melodías que me había aprendido en el Cabaré. Nada increíble, pero suficiente para darme cuenta de que por lo menos no lo hacía tan mal.

No gané ese torneo. Ni siquiera quedé finalista; pero tampoco me importaba, pues acababa de dar un primer paso hacía lo desconocido de ese mundo. La cosa dio un giro cuando alguien tocó mi espalda justo en el instante en que me decidía a regresar a las calles. Me giré esperándome encontrar con alguna cara familiar, pero sin embargo el tipo que me había llamado era alguien del todo desconocido.
No se te da mal el piano… para ser solamente un lavaplatos de Antares.
Disculpe… ¿Nos conocemos? —dije mirando al hombre mayor de baja estatura que me había hablado.
He tocado un par de veces en el Cabaré de Antares dónde te he visto trabajar; aunque hace un mes que me he retirado del mundo del espectáculo.
¿Por qué se ha retirado?
Tal vez ya sea demasiado viejo para estas cosas… ¿Sabes…? Estoy buscando a alguien que toque el piano en mi teatro de Sirius… alguien que reemplace mi papel en mi proyecto musical. Quizás estés interesado en cambiar de trabajo…
¡Por su puesto! Pero por este escenario ha pasado mucha gente con mucho más talento que yo. ¿Por qué iba usted a elegirme a mí, precisamente?
No lo sé… quizás sea mera intuición artística. Veo en ti potencial, chico… ven a mi teatro y saca a la luz todo aquello que reprimes en este joven corazón.

En menos de una semana, Antares ya era cosa del pasado. Mi instalación en el Teatro de Sirius fue rápida y cómoda. Allí me impartieron clases de conocimiento musical y piano, y al mes siguiente ya estaba acompañando con las coreografías de mis dedos algunas obras teatrales de poca envergadura.

La cosa parecía que funcionaba perfectamente allí dentro. Tenía un lugar y una comunidad que me acogía con hospitalidad; podía dedicarme a mi pasión con absoluta libertad; y la suerte por una vez en la vida se había puesto de mi lado. Pero sin embargo no podía olvidar de ningún modo esa sensación que tuve esa noche en el Carnaval; esa extraña conexión con mi pasado, presente y futuro. “La Sinfonía del Atlas”; así es como la llamé ese día. Trabajar para el señor Woodsboro, dueño de ese impresionante teatro, era algo que no podía dejar de agradecer. Pero de algún modo, sabía que mi finalidad máxima no se hallaba en reconstruir las obras que alguien compuso una vez; que me encontraba demasiado lejos de casa para limitarme a esto. Sabía que tarde o temprano debería dar vida a “La Sinfonía del Atlas”; por todas esas cosas que aprecio. Ahora solamente necesitaba encontrar el momento de empezar.

Pasé varios meses más en el teatro, y mi conocimiento cómo intérprete musical fue mejorando hasta el punto de convertirme en el pianista oficial del mismísimo Teatro de Sirius. Durante el día me dedicaba a ensayar las piezas que debía aprenderme para cada función interpretada allí; y por las noches, terminados ya los espectáculos diarios, empecé a idear y componer esa sinfonía que tanto tiempo llevaba merodeando en mi sesera. Al fin y al cabo, todo empezaba a recordarme a mis autodidactas lecciones nocturnas en Antares.

Un día recibí una inesperada llamada en mi “busca” personal. El señor Woodsboro había sido ingresado en un hospital cerca de Altaïr tras sufrir un repentino derrame cerebral en su oficina. Su estado era grave, pero aun así, al parecer se había empeñado en querer hablar conmigo.

Hola Finn… has hecho un buen trabajo estos últimos meses. No me arrepiento de haberte encontrado a ti, y no a cualquiera de esos que tocaba en el conservatorio ese día del Carnaval.
Agradezco lo que me está diciendo, señor… aun tengo mucho por sorprenderle. ¡ya verá! —dije con una forzada sonrisa que ocultaba la tristeza y la incomodidad de ese momento.
Mucho me temo que ya se me han terminado las sorpresas para mí, hijo.
¡No diga esto, señor Woodsboro!
¿Sabes cuál fue la mayor sorpresa que me diste, Finn?
—…
Una noche ya hará un par de años me reuní con el director del Cabaré de Antares por asuntos que ahora no importan… y justo antes de que me fuera del local, por las tres y media de la madrugada, no pude evitar ser atraído por un sonido familiar que procedía del atrio principal. Allí fue cuando te vi y me fijé en ti por primera vez; un joven lavaplatos que estaba aprendiendo por sus propios medios a cautivar al mundo con el bello sonido de un piano de carretera… . Desde ese entonces, varias noches me acerqué al local para ver tus progresos. Y por las fechas del gran Carnaval de Sirius' Lights, convencí al director del Cabaré para que cerrase el local unas semanas y así poderme encontrar contigo allí dónde te encontré… y no me arrepiento… .
El señor Woodsboro empezó a convulsionar bruscamente, y sus constantes vitales empezaron a fallar.
No quiero que mi teatro sea tu prisión… Cuando creas que es el momento, vuela de allí y haz reales tus más fascinantes sueños. Vuela como muchos otros querrían volar pero no han podido. Se férreo a los motivos que te han permitido convertirte en lo que eres. ¡Encuentra la magia! El cosmos no es tan grande para los que saben como… .
Acto seguido, el señor Woodsboro finalmente falleció ante mis ojos perplejos. Desde ese instante, tras oír esas palabras, mi trabajo empezó a cobrar mucho más sentido del que jamás había tenido.

Seguí tocando en el teatro varios meses más; y por las noches, mi proyecto, la Sinfonía del Atlas, ya iba tomando una forma consistente. Podía sentir las vibraciones que un solo pentagrama podía transmitir. Sentía esa magia tan cargada de anhelo y nostalgia. Ese viaje más allá de las estrellas proyectadas en mi taza. Esa catarsis tan deseada plasmada en unas notas musicales esperando ansiosas a ser tocadas alguna vez.

Y un día algo cambió en esa historia. Durante una interpretación; casi rozando el cierre de la obra, tuve una extraña sensación que hacía mucho tiempo que no había sentido. Unos ojos me observaban muy atentos des del público y, a pesar de estar confuso y no poder localizarlos, hubiese jurado que se trataba de esa persona con la que empecé mi viaje. Algo verdaderamente extraño, pues una sensación de ese tipo no sabía que demonios podía significar. Quizá era cierto todo eso, o quizá me estaba volviendo realmente loco. Pero me sentía cuidadosamente analizado por esa mirada que ni siquiera sabía de donde procedía, envuelto en su cálida supervisión. Como si volviese a ser un niño a merced de un destino que me daba pluma y tinta para que yo mismo escribiera en sus páginas.

Cuando el público se disolvió tras finalizar el espectáculo, me apresuré hacia la salida del teatro y traté de reconocer entre esa multitud de personas que ya despegaban con sus naves, a alguien a quien hacía tanto tiempo que no veía. Pero nada. No vi absolutamente nada.

Tras ese instante de confusión; pasadas ya muchísimas horas de trabajo y entusiasmo, por fin saqué a la luz la obra de mi vida: La Sinfonía del Atlas. La nueva dirección del teatro me puso varios obstáculos para hacerla pública, pero tras ver el resultado, no dudaron en ponerla en cartelera una par de veces por semana. La cosa avanzaba mejor de lo que jamás hubiese imaginado.

E irónicamente, con el dinero que recaudé, decidí regresar a los orígenes de esta aventura. Decidí regresar al Cabaré de Antares siendo esta vez el nuevo dueño del local; rebautizado ahora como “El Atlas de Antares”; un local dedicado exclusivamente a rememorar toda esa magia que pude recoger en mi sinfonía, y toda esa magia que todavía estaba por venir. Un lugar donde poder revivir todas esas emociones cada día del año. Un lugar donde reunir esas esencias que a uno le conducen a emprender tales magnas odiseas. Un lugar donde esperar a que vuelvas por aquí algún día; pues sin ti, todo esto jamás hubiese sido posible, y jamás habrá sido posible. Por absurdas e irreales que suenen mis palabras…, esta vez quiero que tú también seas parte de la Sinfonía del Atlas.



dimarts, 13 de març del 2018

DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS

—Papá… creo que tengo otro monstruo debajo de la cama.
—¿Otra vez, Norman? ¡Creo que ya hemos hablado sobre esto!
—Lo sé. ¡Pero es que es verdad! ¡Te lo juro! He visto sus ojos brillando bajo mi colchón. Creo que me ha susurrado algo, pero no estoy seguro… .
—Veamos… uff… me agotas, Norman… aquí yo no veo nada. Nada de nada. ¿Cuántas veces tendré que repetirte que los monstruos solo viven en la Luna, eh?
—¡Esto no es cierto!
—¿Por qué no?
—Se lo pregunté a mi profesor, y todos mis compañeros se rieron de mí. Todavía se ríen.
—Esto es porqué tienen miedo de que les digan la verdad, hijo. ¡No saben nada!
—Y si viven en la Luna, ¿Porqué nadie los ha visto entonces?
—Porqué viven en el lado que nadie puede ver… . Están en el lado más oscuro y misterioso de la mismísima Luna.
—Ya…
—¿No me crees?
—Si… claro…
—¡Pues dilo, Norman! Di: “Te creo papá”.
—Te creo... papá.
—Buenas noches, hijo.
Papá murió asesinado por unos ladrones esa misma noche en el salón de casa.

Años más tarde, tras una larga noche de fiestas y descontrol, recibí un extraño mensaje de texto en mi teléfono móvil.

Hacía años que ya no pensaba en ese fatídico día que se llevó a mi padre. En realidad, ese tema se había vuelto casi anatómicamente imposible de concebir en mi cabeza, pues cada vez que recibía recuerdos sobre tal suceso, una extraña nube blanca ocupaba mi memoria y me hacía del todo imposible poder rescatar cualquier tipo de información relevante. Era como un extraño sistema de auto-defensa que llevaba años construyendo en mi subconsciente sin darme cuenta. Algo que agradecer.

El caso es que esa noche recibí un mensaje cuyo emisor no figuraba en mi lista de contactos. Al principio no le presté ninguna atención. Todo mensaje que me llegaba sin nombre conocido tenía que ser publicidad indeseada. Aunque no lo fuese en realidad. Pero afortunadamente algo terminó por llamarme la atención en ese texto en particular: en él decía “El asesino de tu padre está allí, donde viven los monstruos”.

Llegué a casa un tanto descolocado, pero no sabía si era por el misterioso mensaje recibido, o por la juerga nocturna a la que había sobrevivido. Inmediatamente revisé aquello que había llegado a mi móvil con la esperanza de que eso hubiese sido una simple alucinación de alcohólico de fin de semana; sin embargo, ese texto seguía allí, en los archivos de mi teléfono. Ni una palabra había sido mal interpretada.

La Luna estaba alta, y su luz se filtraba con fuerza a través de las ventanas de mi casa. Me desvestí, engullí un par de galletas de la despensa, y me fui a mi cama sin pensármelo dos veces. Estaba agotado. Cuando el Sol saliese ya me encargaría de todas las incógnitas que habían surgido hoy.

De repente, una extraña voz construida a base se escalofriantes susurros, irrumpió en mis oníricas. Me desperté aterrado, pues supuestamente estaba solo en casa. Desde que había cumplido la mayoría de edad, se me había otorgado la casa de mi difunto padre, y desde entonces nadie había vivido conmigo más de una semana entera. Y en esta semana no se daba el caso. Varios recuerdos empezaron a brotar en mi cabeza a medida que rememoraba que esa lejana noche también había oído extraños susurros nacer de debajo de mi cama.

Me asomé lentamente para observar ese oscuro espacio que me separaba del suelo y no logré ver nada más que unas zapatillas, y un par de balones de baloncesto que ni siquiera eran míos, pero llevaban años allí abandonados. Todo me llevaba a pensar que esos susurros habían sido imaginaciones mías. De hecho, ya estaba a punto de validar esta teoría cuando algo me agarró de la cabeza con un súbito movimiento, y empezó a tirar de ella con brutalidad hasta hacerme caer de mi propio colchón, y arrastrar mi cuerpo y mis sábanas hacía la penumbra más profunda y espectral de debajo de mi cama.

Cuando menos me di cuenta, poseído por la confusión y el shock, terminé siendo arrastrado a través de unas extrañas galerías oscuras que para nada formaban parte de mi casa. Yo golpeaba con los puños sin visualizar mi agresor, tratando de liberarme a toda costa; pero nada. No había puño alguno que pudiese frenar esa fuerza que me dominaba.

Poco más tarde esa fuerza cesó, y yo destensé todos mis músculos sin ni siquiera saber donde estaba. Alcé mi vista rápidamente y me llevé una colosal sorpresa, pues a mi alrededor, cientos de criaturas extrañas me observaban con curiosidad y desconcierto.

Había seres de todas formas, colores y texturas de piel; con variables e insólitas cantidades de extremidades, ojos, cuernos… . Eso era como un gran festival de monstruos estereotipados de cuento infantil, pero sin duda estaba sucediendo realmente delante de mis ojos idiotizados.

—¡Vale! ¿Qué coño significa todo esto? —dije asustado siendo devorado por las omnipresentes miradas que me rodeaban. Me puse de pie de un salto y los monstruos se apartaron de mi cuerpo con espanto.
—Esto es… extraño… —me sorprendí.
—¡Hola Norman! —soltó de repente un ser peludo con cuernos y con un rostro peculiarmente simpático—. ¡Pensábamos que ya no te veríamos por aquí!
—¿Cómo sabes mi nombre?
—¿No te acuerdas de mí? —dijo el bicho entristeciéndose—. ¿No recuerdas a Monty?
—¿Quién es Monty?
—¡Yo! —dijo el mismo ser peludo—. Norman… ¿estás bien?
—¿Tú eres el asesino de mi padre? —pregunté paranoico.
—¿Yo? ¿¡Qué dices tío!? —se defendió Monty mientras un coro de monstruos se empezaba a reír a carcajadas a nuestro alrededor—. Creo que deberías hacer una visita a la Gerente Tenenbaum; debes estar hambriento y desorientado.

Monty me llevó a través de esas galerías que, al parecer, eran parte de unas inmensas instalaciones ubicadas en un oculto cráter lunar. ¿El cómo había llegado hasta allí? No tenía ni la más paupérrima idea; pero eran tantas las preguntas que me abofeteaban en ese instante, que mi extravagante paradero solo era un efímero interrogante más.

Llegamos a una amplia cantera desde donde podía ver vagamente la superficie de ese lugar. Un inmenso firmamento totalmente negro y estrellado ocupaba cada centímetro de cielo que se veía desde allí abajo, como una gran mancha de petróleo en el agua del mar. Si todavía permanecía en mí una mínima duda de si estaba en el espacio exterior, ésta acababa de morir.

Decenas de seres trabajaban extrayendo con todo tipo de herramientas, un extraño mineral blanco que yacía incrustado en las rocas grises de ese cráter. El fruto de esas excavaciones desprendía un horrendo olor que me resultaba curiosamente familiar.
—¿Qué es esto?
—¡Queso!
—¿Queso?
—¡Por su puesto! La luna está hecha de queso.
—¡Genial! Lo que me faltaba por oír hoy…

Llegamos a una estructura formada por varios pilares de acero adheridos en los límites naturales de la cantera. En su interior había un nuevo pasillo lleno de puertas de gran tamaño. Supongo que los diseños se ajustaban a las dimensiones de los monstruos que habitaban en ese lugar. Y en el fondo, una puerta a mi escala humana se alzaba firme y cuidadosamente cerrada con pestillos de acero dorado.
—La Gerente Tenenbaum está en su despacho.

Monty llamó a la puerta y no tardé en percibir como alguien se asomaba por la mirilla de cristal. Pocos segundos más tarde, esa presencia empezó a desbloquear los cerrojos poco a poco.

—Monty… ¿Qué sucede? —preguntó una misteriosa mujer humana que abrió la puerta.
—Norman vuelve a estar desorientado. Creo que necesita comida.
—¡Gracias Monty! ¿Puedes irte ahora?
La mujer me miró con sus grandes y abiertos ojos, que parecían estar leyendo mis pensamientos.

—Norman ¿Vuelves a estar perdido?
Yo me paseaba por ese despacho que resultaba extrañamente terrícola. Había una lámpara, un escritorio de madera oscura y una biblioteca con libros como “El Sanatorio de la Doctora T” o “Soñaba con Espectros”.
—¡No! … ¡Bueno, sí! No lo sé… el monstruo de debajo de mi cama me ha arrastrado hasta aquí.
—¿Hasta la Luna otra vez?
—¿Cómo que otra vez? ¡Yo nunca he estado en la Luna! —dije sintiendo un fuerte mareo.
—¿Tu padre está muerto, Norman?
—¡Así es!
—¿Quién lo mató?
—Esto es lo que he venido a descubrir, señorita Tenenbaum…
—Ya… ¿Pero quién lo mató?
—¿Fue usted?
Ella me miró un rato más pero no dijo nada. Tras unos instantes de silencio; la Gerente de ese complejo lunar se sentó en el sillón de su oficina y empezó a hojear un librito cuyo título no conseguí identificar.
—¿Fue usted la asesina de mi padre? —repetí impaciente.
Tenenbaum cerró su libro tras anotar alguna cosa y lo guardó antes de que pudiese leer el título imprimido en la portada.
—Voy a darte algo de comer y unos fármacos para que puedas descansar bien esta noche. Mañana empezarás a trabajar en la cantera. Ahora te llevaremos a tu habitación.
—¿¡Qué!? No no no… yo no he venido a buscar trabajo. He venido a descubrir quién mató a mi padre.
La Gerente pulsó un botón naranja que se encontraba encima de su mesa, y en pocos minutos, un monstruo verde y morado con aspecto de anfibio entró por la puerta con una bandeja llena de cosas.
—Ven conmigo chico… te acompaño a tu habitación —pronunció con una voz ridículamente absurda.

Seguí a ese bicharraco con desgana. Algo me inquietaba en esa mujer y en su forma de hablarme; y todo ese lugar era escandalosamente turbio. Todos los pasillos estaban plagados de monstruos con comportamientos irracionales; algunos humanos corrían de un lado a otro con bandejas e inexplicables instrumentos musicales. Todo resultaba muy inquietante.

Me condujeron hasta un diminuto salón vacío y allí me dejaron junto a esa bandeja que el monstruo llevaba consigo. En ella había un cacho de pan, un poco de ensalada, un taper con pasta y unas albóndigas mal cocinadas de a saber qué tipo de carne no terrestre. Además de un vaso de plástico con agua y un par de pastillas para dormir. Ya empezaba a sentirme como un auténtico prisionero.

Al día siguiente, tras una pésima y movida noche en ese sitio, me adentré a las absurdas y malolientes minas de queso gruyere junto a mi supuesto amigo Monty, y éste me explicó paso a paso mis tareas a realizar. Yo ni le escuchaba. Estaba demasiado pendiente de mis tormentas personales y, además, yo no era uno de esos monstruos esclavizados que estaba aquí para trabajar en esas ridículas excavaciones.
—Oye Monty… ¿Se puede saber quién se supone que es esa tal Tenenbaum?
—¡Oh, claro! Es la mujer que visitaste ayer por la tarde… —responde inocente.
—¡Esto ya lo sé, idiota! Me refiero a por qué tú y tus compañeros trabajáis para ella; y por qué es la dueña de este lugar.
—Es el precio que tiene poder vivir aquí.
—¿Acaso tenéis opción?
—Aquí estamos protegidos…
—¿De qué?
—De algo muy malo.
—¿Pero de qué?
—De algo muy, muy malo… .

Contemplé ese paisaje gris y todos los seres que lo habitaban. Todo resultaba tan similar a como lo imaginaba cuando era un niño. ¿Y si realmente ya estuve en ese lugar, como bien me había insinuado tantas veces? ¡Imposible! ¡Lo recordaría!
—¿Sabes Monty? Creo que Tenenbaum es quién mató a mi padre… .
Monty se empezó a reír con escandalosos gruñidos que le hacían digno de ser nombrado “monstruo”.
—¡Tío! ¡Tenenbaum no ha matado a tu padre!
—¿Como puedes estar tan seguro? Ayer le hablé sobre este tema cuando estuve en su despacho y no quiso responderme nada… ¿No te parece sospechoso? Antes de llegar aquí, recibí un mensaje que me decía que el asesino de mi padre se escondía en este lugar.
—Seguramente sea cierto… hay monstruos muy malvados aquí dentro.

De repente una súbita música empezó a sonar por toda la cantera, y decenas de hombres humanos llegaron repartiendo unas misteriosas píldoras azules.
—¿Qué diablos es esto, Monty? —pregunté paranoico.
—Son pastillas de oxígeno… la Gerente Tenenbaum dice que sin ellas, nuestros pulmones no pueden respirar en la Luna. Cada día a la misma hora debemos tomarlas si no queremos descomprimirnos e implosionar.

Mi paranoia crecía por cada monstruo que veía engullendo esas píldoras. Quería hacer una visita a la Gerente para que me diese algunas respuestas, así que necesitaba escapar de esa mina para alcanzar ese despacho.

Empecé a correr esquivando a esos humanos como pude, pero éstos se abalanzaron sobre mí, y en poco tiempo ya me tenían inmovilizado.
—¡Soltadme! ¡Asesinos! —grité.
—¿Has oído? —decía con burla uno de esos hombres a su compañero, que me agarraba del brazo con fuerza—. El tipo de los monstruos ahora nos llama “asesinos”.

Irónicamente, esa gente me llevó encadenado al despacho de la Gerente Tenenbaum, dónde ella me esperaba en su escritorio con sus ojos bien abiertos. Analizándome de nuevo.
—¡Usted es una mala persona! —dije histérico—. ¡Usted está engañando a todos esos monstruos y me está engañando a mí!
—¿De qué monstruos quieres hablar hoy, Norman?
—¡Maldita sea! ¡Explíqueme que demonios es este sitio!
—Tu padre ya te habló sobre esto… ¿No es verdad?
—¡Sí! Antes de que tú le mataras esa noche.
—¿Por qué crees que yo querría matar a tu padre? ¿Cuéntame? —me preguntó desafiante.
—¡Y yo que sé! Quizás porqué usted es una sádica…
—Tomo nota Norman… —dijo ella sacando de nuevo ese librito que ayer no pude llegar a ver, y hoy me doy cuenta de que se titula “Norman Maddison”; mi nombre—. Ahora vete a descansar, Norman. No te olvides de tomarte la píldora; mis hombres te la traerán con un vaso de agua. Buenas noches.



dimecres, 7 de març del 2018

EN TIEMPOS ANTES DE HEXENNACHT

La historia terminó una vez más fría y deprimente… como cada año ya pasado. Pude tener la vida ante mis ojos incorpóreos como una dulce y cálida tentación divina; sin embargo volví a perder, como siempre, todas esas anheladas oportunidades de ser aceptado tal y como las cosas han ido… como el “espíritu residual genérico” que eternamente seré. Ahora solo será cuestión de esperar y esperar, e ir empujando día tras día encerrado en el vacío y la soledad del “otro barrio”, esperando a que pase otro año entero. Imaginando como será la próxima vez en la Tierra; y fantaseando sobre como pudo haber sido la anterior. Sabiendo que la “Resurrección” no tiene ninguna prisa por encontrarme. ¿Demasiado dramático otra vez? ¿En serio? ¡Lo siento! A veces casi me olvido de que me estás leyendo… .

Solamente ha pasado una hora y ya no sé que hacer con mi tiempo. ¡Esto es muy agotador y bochornoso! Ya me he ventilado todo mi repertorio entero de chistes por contarme a mí mismo… ¿Has probado alguna vez de contarle un chiste a tu propio ser? Suena extraño, pero me atrevería a decir que es más divertido de lo que parece. ¿Sabes? Yo lo que siempre hago es imaginarme de pie en el escenario de un gran teatro renacentista; con sus magnas columnatas de oro y una colosal cúpula de mármol pintado al fresco, encima de un desfiladero de graderías de terciopelo carmín. Y en ellas, contemplándome con entusiasmo y admiración, miles de personas me aplauden bajo la luz triunfal de los combustibles focos. Y lo mejor de todo: ¡Estas personas están desnudas! ¡Muy desnudas! Y su cabello suele estar hecho de turrón de yema con grumos de nueces de macadamia. Después yo lanzo mi camiseta al público y mientras la gente se pelea por ella, dejo caer una inmensa lluvia de confeti y serpentina que les provoca una poderosa e inesperada sorpresa. Y cuando todo el teatro yace empapelado y la gente está fascinada, saco una cerilla y le prendo fuego. Después de todo... mis propios chistes no me terminan haciendo tanta gracia; pero mi estupidez incurable si lo hace.

Me paseo por el espacio vacío y me dedico a pegar algunos brincos con alguna que otra triple voltereta aérea mortal. Mi espalda ahora mismo estaría jodidísima de los porrazos que me he pegado haciendo esto; pero al no tener una espalda estrictamente física, digamos que ese riesgo ya lo tengo bastante asumido.

Llego a mi humilde morada cansado de poner a prueba la gravedad de este sitio. Bueno… cuando hablo de mi morada, en realidad me refiero a un pedazo de nada, en medio de la nada, del que me he adjudicado su propiedad. Antes dibujaba un círculo en el suelo para delimitar mi territorio; pero ese ingenioso truco no me traía más que problemas legales con el corrupto Gobierno de Satanás. El tío me insistía en que, ya que hacía un circulo, dibujase un buen pentagrama en su interior, a modo de publicidad política y todas esas movidas; pero en vez de hacer eso, yo veía mucho más conveniente dibujar un plátano. A mí me parecía la mar de gracioso... la verdad; pero al parecer, unos eran de ofensa fácil y sabían como hacerse cobrar la blasfemia.

No sé como deben ir las cosas por el Infierno. Hace años que no me acerco a esos senderos abrasadores. Tampoco creo que haya cambiado mucho la cosa desde la última vez que fui. Allí todos son muuuy conservadores y retrogradas. Me pregunto si la eterna tortura física y el suplicio constante resulta más interesante que este vacío en el que me hallo. No soy un experto ni nada… tampoco quiero quejarme por quejarme, pero quiero suponer que cuando tu horario semanal se basa en ser desollado, empalado en una estaca, o abierto en canal, las lecciones de anatomía humana avanzada no te las quita nadie. De hecho, yo siempre he pensado que de allí saldrían buenos cirujanos. Hmm… También me pregunto qué clase de travesuras debería hacer un cirujano en vida para terminar siendo condenado en el Infierno… .

Después hay otros tipejos que viven en su propio Limbo personal. ¡En serio! ¡No es broma! Me enteré de la historia de un chaval que se está pasando la muerte en un parque de atracciones. ¡Esto no es justo! ¡En absoluto! Él montado en una montaña rusa en una constante inyección de adrenalina, mientras que la máxima inyección de adrenalina a la que yo aspiro consiste en correr en línea recta. ¿¡Acaso ese niño es más importante qué yo!? ¿Por qué debería él gozar de ese privilegio? ¡Seguro que en realidad escupía en la sopa de su hermana, o golpeaba a su padre con un calcetín sudado…! En fin… cosas del Juicio Final. Aunque más que un juicio, debería ser considerado una tómbola. De todos modos ese día yo llegué tarde y ya no quedaban plazas a las que optar. La línea de trenes Pos-Mortem está escandalosamente descuidada.

Mi casa se caracteriza por tener un fantástico calendario anual en el que me recreo contando los días... y nada más. Esos son los servicios mínimos que te ofrecen en las oficinas de Atención al Difunto. De todos modos, jamás te imaginarías lo que uno, con la suficiente desesperación y una pizca de creatividad, puede llegar a hacer con ese cartoncillo doblado. No hace falta que me juzguéis por esto… .

A ver… ¿Qué más puedo hacer ahora? Venga, venga, necesito algún tema mínimamente interesante sobre el que reflexionar un rato… Veamos... Hmm… ¿La Revolución Francesa? ¿El Psicoanálisis de Freud? ¿El Tercer Reich Alemán?… ¿Patos?… ¡Espera! ¿Sabes como se llama esa canción que suena algo como: “na-na ta-ta-ta-ta na-na-na-na-na na-na ta-ta ta-ta-ta...”? ¡Me aburro…! ¡Oh, sí! ¿Te he contado alguna vez como morí? ¿No? ¿Quieres que te lo explique entonces? ¿Tampoco? ¡Vaya, qué ganas le pones! De todos modos, si estás aquí es por tu propia voluntad, así que creo que voy a explicártelo igualmente. Vale… esto ha sonado muy autoritario. No me gusta… . Te lo explicaré si no te parece mal, claro… . ¡Así mejor!

¿Alguna vez has oído a hablar sobre una exótica especie de medusa llamada Cubozoaires, o avispa de mar? ¡Sí! ¿Aquellas que son conocidas por sus cuerpos cúbicos y sus flagélicos tentáculos capaces de distribuir una dolorosa, lenta y angustiante defunción a aquel que se crea lo suficientemente osado para entrar en su rango de contacto? ¿Aquellas que en Filipinas provocan más de 40 muertes al año? Sabes de lo que hablo ¿verdad?... Pues me atropelló una moto.

Ahora si que ya no sé que más hacer… Pfff… ¿Tú qué me cuentas, eh? ¿Como va todo? ¿Bien? No te escucho del todo… la cobertura es pésima aquí dentro. ¿Qué has dicho? ¿¡Mejor que a mí!? Me lo imaginaba… Por cierto… ¿Sabes que ahora mismo estoy detrás de ti?… Acechándote en silencio... ¡Es broma! No hace falta que te gires… en serio, no lo hagas… sería muy ridículo para ambos. Solo trato de pasar el rato con la mayor improductividad posible.

Este próximo Hexennacht la cosa seguro que irá mejor. Ahora ya conozco el modo de alcanzar a la Gran Bruja de Aranei, y ese bicharraco de la entrada ahora ya me conoce a mí. Está todo bajo control. El año que viene no voy a dejarme llevar por la incertidumbre. ¡Desde luego que no! ¡Este año siguiente conseguiré la vida eterna! Aunque vaya en contra de toda naturaleza… no sé como, pero lo haré. Al menos a algo me aferro para mantener la moral alzada. Ahora solamente puedo esperar, esperar y seguir esperando.

Cojo el calendario y contemplo unas diminutas fotografías de paisajes que los cretinos de las oficinas añadieron en el diseño, y algún día ya me explicarán porqué… . Puedo ver una playa tropical impresa sobre la lámina de cartón. ¿Cuántas veces había soñado yo en un paraíso como ese cuando estaba vivo? ¿Cuantas oportunidades de viajar a un lugar así dejé escapar? ¿Cuantas veces habré mirado esta foto y me habré hecho exactamente las mismas preguntas?

Todavía recuerdo la última vez que estuve en una playa del sur. Las del norte no deberían llamarse playas, pues un ser humano no se baña en sus aguas por disfrute y capricho voluntario. Bueno, a menos que seas como era yo y te guste fingir parálisis corporales para asustar a mi tío Donald. Si es que ese pobre hombre ya estaba destinado a morir de un infarto por mi culpa… Puedo recordar también una vez que unos amigos y yo saludamos y animamos con gran admiración a un hombre que nos llamaba desde esas gélidas y turbulentas aguas, en un magno acto de valentía y superación humana. El siguiente día nos dimos cuenta de que ese señor había sido arrojado desde un barco de narcotraficantes daneses, y nos estaba pidiendo auxilio desesperado. Anécdotas… ¡Cómo hecho de menos esos momentos! Ahora éstos solamente existen una vez al año. Ojalá pudiese usar esas aguas para criogenizarme y no despertar hasta el próximo Hexennacht. ¡La eterna demora me mata!… ¡Qué irónico!

¿Y ahora qué? Se me acaban las cosas por hacer aquí y me tortura pensar que la vida me queda tan lejos ahora mismo… ¡Maldita naturaleza de las cosas! Esto es tan frustrarte como enjabonarte el cuerpo con un cactus. No me preguntes cómo lo sé… . Tampoco importa. Las horas van pasando y ya no sé que hacer. Creo que me estoy acalorando; pues empiezo a ver las cosas dobles… . Tampoco debería disgustarme este hecho, pues mejor que un calendario en medio de la absoluta nada, son dos calendarios en medio de la absoluta nada. Ahora ya ha deliro, y todo esto justo acaba de empezar. ¡Ya no puedo más! La nada es asfixiante y la espera se me está haciendo eterna. Me derrito por volver a estar vivo de nuevo, pero la Tierra me da la espalda por ahora. Necesito que me des un respiro; de verdad. ¡Un poco de aire fresco! Ahora ya solo faltan 364 días para Hexennacht.