dimecres, 28 de març del 2018

ICARUS III: LA SINFONÍA DEL ATLAS

Una vez conocí a alguien bastante especial. Alguien que ahora mismo se encuentra años luz de aquí, pero que sin embargo fue quién me inspiró para llegar hasta donde he llegado hoy, y todavía me inspira y me inspirará para cruzar esos límites que cada persona se construye en su propio universo individual, y de los que yo también fui víctima una vez. Podríamos decir que se trataba de una especie de mentor mío; tal vez algo menos rígido, pero que de todos modos supo sacar lo mejor de mí a la luz, y me enseñó como desechar todo aquello desechable de mis días. Fue esta persona quien me mostró con paciencia y voluntad como nota tras nota anotada, acorde tras acorde acordado, y por cada tecla tecleada del piano de la vida, nacen las más bellas y perfectas sinfonías. Fue exactamente así como nació la “Sinfonía del Atlas”.

La Sinfonía del Atlas no era nada más ni nada menos que un viaje hacia lo desconocido. Una hermosa lluvia de estrellas destellantes en los cielos de un recóndito lugar de este magno Universo. Una historia de lucha y sufrimiento, agria y dulce a la vez. Pura magia en constante incomprensión y movimiento. Una brisa cósmica o una estrella muriendo para dejar espacio y cobijo a mil nuevas estrellas más. Un todo que devora esa nada a la que todos hemos conocido alguna vez. Una sombra protectora.

Pero antes de un gran viaje, hay que empezar con un pequeño paso hacia adelante. Algo efímero, pero que será la semilla de esta minuciosa composición. Una primera pieza del engranaje.

Yo empecé mi sinfónica travesía en un humilde Cabaré perdido en una ruta de asteroides en la constelación de Antares. A pie de una autopista espacial bastante concurrida por mercaderes cósmicos y algún que otro clan de crímenes menores organizados. Sin nada en los bolsillos más que la esperanza y la fuerza de voluntad que esa persona le había regalado a mi alma solitaria.

En ese entonces no era demasiado optimista en cuanto a los asuntos de la vida que se me presentaban. Creo que el adjetivo que mejor me definía era “Perdido”. Sin un lugar a donde ir, y con el único fin de sobrevivir e ir empujando los días, me convertí ni siquiera sé como, en el ayudante de cocina del barman de ese local. Algo realmente despreciable, pero que iba a mantenerme con vida.

Yo nunca había ejercido como músico. Mi mencionado mentor tampoco; por lo menos abiertamente. Aunque curiosamente y por naturaleza, mis oídos siempre andaban necesitados de una melodía o un ritmo que pudiese acompañar mis labores; y de algún modo, trabajar en ese lugar concreto tenía una cierta atmósfera reconfortante y satisfactoria.

Mis horarios en el Cabaré de Antares eran largos y exhaustivos. Casi rozando la explotación humana. Mi jefe, el barman, era un hombre sucio y rudo, falto de empatía y sobrado de apatía profesional. Y yo, tan vulnerable y frágil, detestaba ese trabajo, pero tampoco tenía otro lugar a donde ir que me acogiese tal y como ese local me había acogido, a pesar de mis nulas cualidades reconocibles; así que no tenía más remedio que aguantar el peso de las rutinas en mi espalda. Durante ese oscuro episodio, lo único que mantenía mi moral alzada era pensar que, a pesar de toda la incomodidad y sufrimiento que esos días me aguardaban con celosía, había alguien en este infinito y extravagante Universo a quién todavía tenía muchísimas cosas por demostrarle. Alguien que cambió mi forma de ver el mundo y ni siquiera se había dado cuenta de ello. Alguien que, con tan solo su presencia en mi memoria, me había brindado las herramientas para seguir luchando donde la mayoría cayeron antaño.

Los días fueron circulando como las naves que cruzaban la autopista que veía desde la ventana de esa cocina de la que no salía. Trabajar aquí ya se iba normalizando en mis cicatrizados horarios. Mis manos me escocían de tanto limpiar vajillas, mis oídos se desgarraban por cada bronca que el tabernero me hacía, y mi sofoco interno despertaba en mí un creciente estrés que, afortunadamente, podía aligerarse cuando oía ese piano de allí fuera generar tales hermosas melodías. Eso era lo único que calmaba mi reprimido monstruo interior; y no tardé en ver en esas teclas un modo de aliviar mis pesares. No tardé en darme cuenta que por muchas sombras que me acompañasen en ese lugar, siempre habrá esa chispa de magia y armonía para recordarme que nunca debo retroceder. Tal vez vi en eso mismo una forma de recordar que esa persona seguía allí, tan lejos pero tan cerca a la vez.

Empecé a escabullirme de mi trabajo para contemplar a los artistas que cada noche venían al Cabaré de Antares a tocar sus magistrales piezas de piano; que normalmente iban acompañados de otros instrumentos, algún que otro cantante y sus correspondientes bailarinas con atuendos escandalosamente llamativos. Todo lucía tan colorido y vivo… una fascinante explosión cromática de luces, melodías increíbles y destellos que por un instante me transportaron a un lugar muy, muy distinto a ese al que yo siempre había pertenecido. Ojalá mi mentor pudiese estar aquí para ver esto.

Infiltrarme en el espectáculo se convirtió en parte de mi día a día. Por infortunio, el tiempo del que disponía para estar allí era verdaderamente escaso; pues si el barman se percataba de mi ausencia en la cocina, la cosa podía acabar realmente mal para mí. Aun así, con un perseverante espíritu autodidacta, y con la ayuda de varios vídeos de la nefasta “red cósmica de Antares”, empecé a aprender a tocar y componer canciones simples de piano; y por las horas más puntas de la noche, prescindiendo del sueño con cierto grado de enfermiza obsesión, empecé a practicar con el piano del local, cuando éste ya estaba durmiendo. Y con el paso de las semanas, mi fluidez y técnica al tocar mejoraba y mejoraba hasta puntos que ni yo mismo era capaz de creer de alguien como yo. Aun así, mis oportunidades para sacar mi nueva pasión a la luz eran nulas. Eso me resultaba verdaderamente frustrante; pues sentía que tenía tanto por dar… y no podía hacer nada mientras permaneciese encadenado en ese rol que el destino me había asignado.

Pasaron unos meses más y recibí un primer golpe de suerte. Una oportunidad mínima para sacar a la luz todo aquello que había aprendido sin riesgo de perder todo aquello que me mantenía vivo. El Cabaré de Antares cerró durante dos semanas por unas reformas pendientes en el sistema gravitatorio del asteroide; y mi estúpido jefe aprovechó esa temporada para comer y alcoholizarse hasta reventar en los casinos más asquerosos de toda Andrómeda. Así que aprovechando esa temporada de relativa libertad, descubrí que esas fechas coincidían con el prestigioso carnaval anual “Sirius' Lights”; varias constelaciones cenitales en la bóveda celeste desde Antares. Festival que sin duda alguna, más de una vez había sido nombrado por mi mentor, como un ejemplo de majestuosidad e incomparable belleza. Esa era la mejor oportunidad que se me presentó de cambiar mi destino; y no iba a desaprovecharla.

Durante mi viaje a bordo del Orion Express, empecé a redactar un diario sobre mis inicios en ese mundo de magia al que tanto ansiaba pertenecer. Un diario cuyas palabras escritas y por escribir ya tenían un legítimo propietario que no iba a ser yo.

Las estrellas que veía desde la ventana del tren espacial lucían como ángeles guías en mi introspectiva travesía en busca de la armonía y la belleza. Me sentía como el protagonista de ese antiguo relato de la Tierra que tanto me apasionaba escuchar ya hace tiempo… Ícaro, el joven alado que no pudo resistirse a la imagen y el calor de una magna estrella, y fue abducido por ella hasta la perdición. Trágico, poético e irónico. Unos adjetivos interesantes.

Llegué a la estación de Sirius 12 – Ultra, y la presencia de dicho festival se hacía notar en todas partes. Carteles luminosos y gente disfrazada con extravagantes y luminosos trajes se encontraban en cada rincón de ese lugar. Esa estación, ubicada en la faz de un satélite artificial que orbitaba Sirio, sería el lugar de partida de miles y miles de carrozas luminosas que se abrirían paso por toda la constelación dejando tras de si sus famosas estelas de luz de colores gravadas en el aire cósmico.

Me acerqué a una terraza de una cafetería de las mismas instalaciones y contemplé con serenidad la galaxia desde allí. Sirio se veía fascinantemente resplandeciente y fulgurante en las lejanías; casi hipnótico para mí. Si dijera que siempre había soñado con estar aquí, tal vez mentiría… en realidad no recuerdo haberlo pensado jamás antes, más que en esta misma etapa de mi viaje. Aun así, sentía como esas luces me anunciaban a gritos que haber llegado hasta este lugar era lo mejor que podía haber hecho.

En mi taza de café podía ver todo el cosmos reflejado. Cientos de estrellas ordenadas minuciosamente y en perfecta armonía en una mancha de café espacial. Tener el cielo en mis manos por ese instante me hizo regresar a las antiguas mitologías terrestres… ¡Atlas! ¡El Titan condenado! El gigante que se pasaría toda la eternidad sujetando el firmamento en sus altas y fuertes espaldas, para que éste jamás dejase de iluminar el mundo. Mis dedos empezaban a tintinear una melodía con la cerámica de la taza. Unas notas que iban a dar sentido a todos los años luz que había recorrido. Una melodía que sería un vivo reflejo de ese ser que una vez me condujo hasta aquí. “¡La Sinfonía del Atlas!” ¡Eso era!

El gran Carnaval de Sirius' Lights cobró vida un año más, y todo el abismo cósmico se empezó a llenar de colores y luces que no tardaron en llenar mis ojos de lágrimas que buscaban desechar todo lo malo de mis días. El desfile de carrozas que partió desde delante justo de mis ojos atónitos en la estación, era algo indescriptible. Todo lucía tan extraordinario e increíble. La música... el ambiente festivo... la rapsodia de colores cabalgando por las calles de ese lugar… Necesitaba poder capturar toda esa magia en un pentagrama, sin importar qué precio tuviese que pagar. En esas experiencias se hallaba la esencia de mis deseos. ¡Ya estaba harto de la mediocridad! Tenía que demostrar que podía formar parte de todo eso. Que algún día formaría parte de todo esto.

Me inscribí en un concurso musical en el Conservatorio de Sirius ß. La gente interesada en participar se subía a un pequeño escenario junto a su instrumento de dominio e interpretaba sus piezas para ser juzgados por el mismo público al finalizar dicho torneo. Cuando me tocó subir, mi corazón dio un vuelco. Jamás había tocado el piano delante de nadie; y mucho menos delante de un público expectante. Eso me ponía de los nervios, pues ni siquiera sabía si realmente sabía tocar bien, ya que mi propia opinión jamás había sido contrastada con la de nadie más. Aun así, haciendo un acto de coraje e impulsado por las fuerzas que seguía arrastrando en mi bolsillo, empecé a tocar una de esas melodías que me había aprendido en el Cabaré. Nada increíble, pero suficiente para darme cuenta de que por lo menos no lo hacía tan mal.

No gané ese torneo. Ni siquiera quedé finalista; pero tampoco me importaba, pues acababa de dar un primer paso hacía lo desconocido de ese mundo. La cosa dio un giro cuando alguien tocó mi espalda justo en el instante en que me decidía a regresar a las calles. Me giré esperándome encontrar con alguna cara familiar, pero sin embargo el tipo que me había llamado era alguien del todo desconocido.
No se te da mal el piano… para ser solamente un lavaplatos de Antares.
Disculpe… ¿Nos conocemos? —dije mirando al hombre mayor de baja estatura que me había hablado.
He tocado un par de veces en el Cabaré de Antares dónde te he visto trabajar; aunque hace un mes que me he retirado del mundo del espectáculo.
¿Por qué se ha retirado?
Tal vez ya sea demasiado viejo para estas cosas… ¿Sabes…? Estoy buscando a alguien que toque el piano en mi teatro de Sirius… alguien que reemplace mi papel en mi proyecto musical. Quizás estés interesado en cambiar de trabajo…
¡Por su puesto! Pero por este escenario ha pasado mucha gente con mucho más talento que yo. ¿Por qué iba usted a elegirme a mí, precisamente?
No lo sé… quizás sea mera intuición artística. Veo en ti potencial, chico… ven a mi teatro y saca a la luz todo aquello que reprimes en este joven corazón.

En menos de una semana, Antares ya era cosa del pasado. Mi instalación en el Teatro de Sirius fue rápida y cómoda. Allí me impartieron clases de conocimiento musical y piano, y al mes siguiente ya estaba acompañando con las coreografías de mis dedos algunas obras teatrales de poca envergadura.

La cosa parecía que funcionaba perfectamente allí dentro. Tenía un lugar y una comunidad que me acogía con hospitalidad; podía dedicarme a mi pasión con absoluta libertad; y la suerte por una vez en la vida se había puesto de mi lado. Pero sin embargo no podía olvidar de ningún modo esa sensación que tuve esa noche en el Carnaval; esa extraña conexión con mi pasado, presente y futuro. “La Sinfonía del Atlas”; así es como la llamé ese día. Trabajar para el señor Woodsboro, dueño de ese impresionante teatro, era algo que no podía dejar de agradecer. Pero de algún modo, sabía que mi finalidad máxima no se hallaba en reconstruir las obras que alguien compuso una vez; que me encontraba demasiado lejos de casa para limitarme a esto. Sabía que tarde o temprano debería dar vida a “La Sinfonía del Atlas”; por todas esas cosas que aprecio. Ahora solamente necesitaba encontrar el momento de empezar.

Pasé varios meses más en el teatro, y mi conocimiento cómo intérprete musical fue mejorando hasta el punto de convertirme en el pianista oficial del mismísimo Teatro de Sirius. Durante el día me dedicaba a ensayar las piezas que debía aprenderme para cada función interpretada allí; y por las noches, terminados ya los espectáculos diarios, empecé a idear y componer esa sinfonía que tanto tiempo llevaba merodeando en mi sesera. Al fin y al cabo, todo empezaba a recordarme a mis autodidactas lecciones nocturnas en Antares.

Un día recibí una inesperada llamada en mi “busca” personal. El señor Woodsboro había sido ingresado en un hospital cerca de Altaïr tras sufrir un repentino derrame cerebral en su oficina. Su estado era grave, pero aun así, al parecer se había empeñado en querer hablar conmigo.

Hola Finn… has hecho un buen trabajo estos últimos meses. No me arrepiento de haberte encontrado a ti, y no a cualquiera de esos que tocaba en el conservatorio ese día del Carnaval.
Agradezco lo que me está diciendo, señor… aun tengo mucho por sorprenderle. ¡ya verá! —dije con una forzada sonrisa que ocultaba la tristeza y la incomodidad de ese momento.
Mucho me temo que ya se me han terminado las sorpresas para mí, hijo.
¡No diga esto, señor Woodsboro!
¿Sabes cuál fue la mayor sorpresa que me diste, Finn?
—…
Una noche ya hará un par de años me reuní con el director del Cabaré de Antares por asuntos que ahora no importan… y justo antes de que me fuera del local, por las tres y media de la madrugada, no pude evitar ser atraído por un sonido familiar que procedía del atrio principal. Allí fue cuando te vi y me fijé en ti por primera vez; un joven lavaplatos que estaba aprendiendo por sus propios medios a cautivar al mundo con el bello sonido de un piano de carretera… . Desde ese entonces, varias noches me acerqué al local para ver tus progresos. Y por las fechas del gran Carnaval de Sirius' Lights, convencí al director del Cabaré para que cerrase el local unas semanas y así poderme encontrar contigo allí dónde te encontré… y no me arrepiento… .
El señor Woodsboro empezó a convulsionar bruscamente, y sus constantes vitales empezaron a fallar.
No quiero que mi teatro sea tu prisión… Cuando creas que es el momento, vuela de allí y haz reales tus más fascinantes sueños. Vuela como muchos otros querrían volar pero no han podido. Se férreo a los motivos que te han permitido convertirte en lo que eres. ¡Encuentra la magia! El cosmos no es tan grande para los que saben como… .
Acto seguido, el señor Woodsboro finalmente falleció ante mis ojos perplejos. Desde ese instante, tras oír esas palabras, mi trabajo empezó a cobrar mucho más sentido del que jamás había tenido.

Seguí tocando en el teatro varios meses más; y por las noches, mi proyecto, la Sinfonía del Atlas, ya iba tomando una forma consistente. Podía sentir las vibraciones que un solo pentagrama podía transmitir. Sentía esa magia tan cargada de anhelo y nostalgia. Ese viaje más allá de las estrellas proyectadas en mi taza. Esa catarsis tan deseada plasmada en unas notas musicales esperando ansiosas a ser tocadas alguna vez.

Y un día algo cambió en esa historia. Durante una interpretación; casi rozando el cierre de la obra, tuve una extraña sensación que hacía mucho tiempo que no había sentido. Unos ojos me observaban muy atentos des del público y, a pesar de estar confuso y no poder localizarlos, hubiese jurado que se trataba de esa persona con la que empecé mi viaje. Algo verdaderamente extraño, pues una sensación de ese tipo no sabía que demonios podía significar. Quizá era cierto todo eso, o quizá me estaba volviendo realmente loco. Pero me sentía cuidadosamente analizado por esa mirada que ni siquiera sabía de donde procedía, envuelto en su cálida supervisión. Como si volviese a ser un niño a merced de un destino que me daba pluma y tinta para que yo mismo escribiera en sus páginas.

Cuando el público se disolvió tras finalizar el espectáculo, me apresuré hacia la salida del teatro y traté de reconocer entre esa multitud de personas que ya despegaban con sus naves, a alguien a quien hacía tanto tiempo que no veía. Pero nada. No vi absolutamente nada.

Tras ese instante de confusión; pasadas ya muchísimas horas de trabajo y entusiasmo, por fin saqué a la luz la obra de mi vida: La Sinfonía del Atlas. La nueva dirección del teatro me puso varios obstáculos para hacerla pública, pero tras ver el resultado, no dudaron en ponerla en cartelera una par de veces por semana. La cosa avanzaba mejor de lo que jamás hubiese imaginado.

E irónicamente, con el dinero que recaudé, decidí regresar a los orígenes de esta aventura. Decidí regresar al Cabaré de Antares siendo esta vez el nuevo dueño del local; rebautizado ahora como “El Atlas de Antares”; un local dedicado exclusivamente a rememorar toda esa magia que pude recoger en mi sinfonía, y toda esa magia que todavía estaba por venir. Un lugar donde poder revivir todas esas emociones cada día del año. Un lugar donde reunir esas esencias que a uno le conducen a emprender tales magnas odiseas. Un lugar donde esperar a que vuelvas por aquí algún día; pues sin ti, todo esto jamás hubiese sido posible, y jamás habrá sido posible. Por absurdas e irreales que suenen mis palabras…, esta vez quiero que tú también seas parte de la Sinfonía del Atlas.



Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada