dimarts, 7 d’agost del 2018

E-2

Esta noche he vuelto aquí tras tanto, tanto tiempo. Aquí... donde mueren los Dioses. Tierra de fantasmas de ceniza enfriada por el pesar de los años. ¿Te acuerdas de este lugar?

Todos estos faros que antaño eran fuentes de luz y vida ahora tan solo son un mero y triste recuerdo del más puro y estricto abandono. La dejadez, y la soledad; espectros que una vez te persiguieron por estos lares, en ese día que el destino te quiso soltar aquí, ya fuese por una razón que no queremos comprender, o por un capricho, cuya potestad de negárselo jamás la tuviste tú ayer, pequeña. Y tampoco la tendrás mañana.

Fíjate que esta es la era del absoluto conocimiento. La era de la información y las omnipresentes raíces de las relación humana. Tantos datos disfrazados de respuestas a un todo que jamás asimilaremos. Tantas cosas que me llevan a preguntarme y meditar por años: ¿Cómo y por qué alguien como tú, fiel cazadora de la verdad más pura, puede vivir entre tanta falsedad y penumbra?

Recuerdo una vez, un viejo vaquero me contó una historia que ya casi he olvidado. Todas las historias se olvidan, excepto aquellas en las que te quedaste prisionero porque tu mismo destruiste la llave de tu celda. El caso es que el viejo me habló de como las personas crean leyes y teorías, y tratan de definir la realidad con simples palabras que tan solo son moldes para que la gente como tú pueda domesticar aquello indomable. Como se busca constantemente el manejo de todo. Y sin embargo, niña, las vacas; esas vacas que el ranchero criaba en su granja; vacas que ni siquiera saben que las personas las llaman “vacas”, porque en realidad eso no tiene significado alguno, desconocen todas las teorías y leyes que los humanos se empeñan en desarrollar, y aún así viven en su más pura y serena ingenuidad. Viviendo sin pensar en un mañana; pues este no existe en realidad.

Tal vez esas teorías sobre el mundo… de la pequeñez humana… de lo inconcebible… no sean más que intentos absurdos de hallar un entendimiento que siempre termina frustrado. Esas teorías del todo y del nada en absoluto que no dejan de corroer. Yo mismo una vez me di cuenta de todo esto, niña; De como el mundo se excusa por todo, cuando lo cierto es que como todos, tú misma te has regido por tus reglas individuales que allí fuera jamás han tenido validez alguna. Que cosas… el Sol sigue dando vueltas por allí y lo seguiría haciendo aunque nadie jamás lo hubiese mencionado en la historia.

No creas que trato de ser profundo, amiga mía; tampoco destructivo. Ni siquiera pesimista. Solo trato de explicarte otro día más como las cosas no son más ni menos que lo que tratamos que sean. Las cosas son porque tenían que ser. Este es el instante en el que nuestro mundo se distancia de toda descripción objetiva. Si dejas de pensar un segundo, si dejas apagar por un instante esa voz con la que dialogas constantemente dentro de tu cabecita, el mundo que te rodea “es” y nada más.




dimecres, 27 de juny del 2018

FÁBULAS DE "TERRA HIELO" (Parte 2): ENTRE LAS MANOS DEL INVIERNO

Un golpe contundente hizo vibrar el bote con violencia. Y tras éste, un par más rompieron todo el silencio que las aguas habían retenido. Las rocas cristalizadas por el hielo ya se asomaban por la superfície del mar; hecho que le daba a entender al deprimido y devastado Hans Wieden que ya no navegaba muy lejos de la costa.

Su embarcación no tardó en rozar la orilla del continente. Terra Hielo había sido devorada por las nieblas que se albergaban más allá del horizonte, y todo ese desprecio e inhumanidad habían sustituido la bonita imagen que el muchacho había conocido de ese impenetrable imperio.

El frío escamaba la piel ya insensibiliazda del joven Hans. Llevaba más de un día a la intemperie flotando  sobre ese bote maltrecho. Suerte tenía de no haber empezado a sufrir los primeros síntomas de una inevitable hipotermia. A pesar de esto, los primeros temblores y espasmos ya estaban al acecho en busca de un instante de debilidad. De un instante de rendición.

Esas eran tierras volcánicas. La roca parecía reciente, ya que el agua todavía no había erosionado los grumos de la lava solidificada. Tal vez las corrientes le habían arrastrado hasta la Península de Howl, al sur-este de Terra Hielo. ¿Quién sabía? En ese entonces, todo lo que Hans conocía sobre el desolado mundo exterior procedía de los varios libros que había leído en la Corte de la Emperatriz Svrine. Svrine…

Hans Wieden se puso en pie tras su desembarco. Los gélidos vientos le azotaban despiadados. Hans lloraba y gritaba dominado por el éxtasis y la frustración de haber estado un día cara a cara con el más deseado y envidiado paraíso, y la mañana siguiente haber visto como ese mismo lugar le susurraba al oído que jamás había sido nada allí. Que nunca pertenecería a esas tierras de luz y magia. Que ese no sería su hogar por mucho que él quisiese.

Pero las lágrimas y llantos de Hans se perdían en el silencio de la nada, como cualquier esperanza de poder regresar algún día. Cualquier esperanza de poder ser aceptado. Todo había sido un gran malentendido o un gran acto de imprudencia desesperado, pero ahora ya no le quedaba nada. El chico finalmente se dejó caer al suelo y esta vez quiso dejarse devorar por las olas del ártico.

Hans despertó con los característicos petardeos de una acogedora e indiscreta fogata. Al parecer, alguien lo había arrastrado hasta una antigua y oxidada nave industrial, y había encendido varios barriles de oleo a modo de calefactor improvisado.

Varios colectivos de desconocidos se hallaban esparcidos alrededor de las distintas hogueras prendidas en esa área. Esa gente lucía enferma y fatigada. Supervivientes atrapados para siempre en la más despiadada intemperie polar. Personas que, sin duda alguna, le habían salvado la vida.

Una mujer con dos niñas estaba allí, supervisando al joven desterrado.
¿Donde estoy? —preguntó el joven confuso—. ¿Y quienes sois vosotras?
El padre de estas niñas te ha encontrado esta mañana inconsciente en la Playa de los Geysers —dijo la mujer—. Estabas al borde de la hipotermia… has tenido mucha suerte de que Jasim te encontrara.
¿Eres la madre?
No —dijo secamente mirando a las dos niñas que observaban a Hans con inquietud—. Solo las cuido mientras su papá está fuera del campamento rescatando trastos útiles del exterior. Mi nombre es Alice, y este es el último campamento del Sendero Vulcan. Las tormentas han arrasado con todos los demás…
Agradezco que me hayáis salvado la vida… —cortó el chico—. Pero ahora debo regresar al Imperio de Terra Hielo.
Ya me contarás cómo piensas llegar allí… esa ciudad es del todo inalcanzable. Desde que cerraron las puertas a los huérfanos, ya nadie ha vuelto entrar ni salir de ella.
Excepto yo.
Ambos se miraron con cierta tensión y frialdad.
Papá conoce un modo de entrar a Terra Hielo —pronunció una de las niñas de repente.
¿Es eso cierto? —preguntó Hans al instante.
¡No…! —defendió Alice—. ¡Bueno sí! Pero ya no…
¿Por qué no?
Se trata de una antigua base militar del ejército personal de la Dinastía Lars. Está al pié del volcán Nordeg, y digamos que custodia una ruta subterránea directa hacia el Imperio. La conocen como el Enclave de Stalemate.
¿Tú o ese tal Jasim podría llevarme hasta allí?
¡No tan rápido, forastero! —interrumpió la mujer—. Cuando aislaron Terra Hielo de los Senderos ya se aseguraron de bloquear ese acceso.
¿Cómo? ¿Y por qué desconozco todo esto si he vivido toda mi vida en ese Imperio?
Supongo que a los ciudadanos se les mantiene al margen de los temas externos para evitar difundir el pánico y la duda moral. El caso es que fumigaron Stalemate con gases alucinógenos de todo tipo y, desde entonces, todos los que han tratado de cruzar ese umbral han muerto por ataques de pánico o se han quitado la vida en ese mismo lugar.
¡Esto es terrible!
Sí, de todos modos no vale la pena obsesionarse… al fin y al cabo siempre termina siendo Terra Hielo quien decide quien entra y quién no. Ya puedes desearlo con todas tus fuerzas, que ésta siempre tendrá la última palabra.
¡Tonterías! Necesito volver cueste lo que cueste… toda mi vida y todo lo que aprecio se encuentra allí.
Créeme si te digo que todos los que estamos en este campamento también moriríamos por acceder a ese Imperio.
Necesito que me lleves a ese tal Stalemate… tú o el padre de las niñas… no me importa.
¡Nadie va a llevarte al Enclave de Stalemate! Es una ridiculez.
No os pido que entréis conmigo… solo que me orienteis hasta allí.
Entrar en el Enclave de Stalemate es firmar tu sentencia de muerte —irrumpió una voz grave desde detrás del chico—. Ni siquiera yo, que ya conocía esas instalaciones desde mucho antes de ser clausuradas, he podido adentrarme más de cinco metros de la entrada principal de la base.
¿Tú eres Jasim? —preguntó Hans al nuevo individuo.
Así es.
Yo soy Hans Wieden… soy ciudadano de Terra Hielo… por lo menos antaño lo fui… necesito volver.
Sepas que no te he salvado la vida esta mañana para dejar que te me mates ahora.
Yo hago lo que me dé la gana con mi vida. Nadie te pidió que me salvaras... Dime pues… ¿Queréis algo cambio? Haré lo que me pidais.
Que te alejes de ese maldito lugar y ni se te ocurra volver a pensar en él.

Hans pasó la noche en vela observando las ondeantes y calurosas llamas de ese barril prendido.
¿Por qué razón te echaron de Terra Hielo? —preguntó Alice rompiendo el silencio y característico sonido de los petardeos de las brasas.
Digamos que destapé algo que no debía haber destapado… quise meterme en algo que me superaba mil veces en altura.
¿Y qué pasó?
Supongo que molesté a alguien. Y cuando no eres nada y te enfrentas a un todo absoluto, deshacerse de ti es pan comido… ¿pero sabes? Ahora no me apetece hablar sobre esto.
Entiendo…
Solo deseo poder regresar allí cuanto antes… aunque ya me hayan tachado de la lista para siempre. ¡Oye! ¿Por qué Jasim ha dicho que conocía el Enclave de Stalemate? ¿Trabajaba allí? ¿Era un soldado?
Así es. Tan solo era un recluta y por esta razón no le dejaron irse con las élites. A demás su mujer, Delia, pertenecía a los Senderos y jamás hubiese sido admitida allí arriba.
¿Qué le pasó? ¿Dónde está ella?
Ella murió hace dos años en un asalto en las barracas. Su familia quedó muy desestabilizada desde entonces. Por esto yo les ayudo con todo lo que puedo.
¿Y tu familia?
Mi familia desapareció sin dejar rastro cuando yo era pequeña. Mi padre era cartógrafo, y viajaba por todo el ártico trazando mapas de islas y trozos de hielo flotantes. El único día que mi madre decidió ir con él de expedición, ambos no volvieron jamás. Lo único que me dejaron fue una colección de mapas de lugares a los que nunca creo que vaya.
Lo siento…
No hace falta. La tragedia es rutina en éste páramo de muerte y soledad.
Podrías enseñarme las obras de tu padre.
¿Me lo preguntas?
No… solo digo que… bueno, me gustaría apreciar sus trabajos. Soy bastante curioso, la verdad. De no ser por estos impulsos míos hoy no creo que estuviera aquí hablando contigo.

Hans acompañó a Alice hasta una pequeña choza hecha a base de láminas de aluminio y capas de plástico deformado. Allí dentro, la mujer encendió una vela y abrió un baúl de acero que, al parecer por los grabados de su tapa, antaño había transportado explosivos.

Alice empezó a sacar pergaminos y a desenroscarlos con suma precaución y delicadeza, mostrando esos detallados garabatos a los impacientes ojos de Hans que, sin duda, estaban expectantes de algo que no querían manifestar. Hasta que se hallaron cara a cara con ello.

Un mapa de rutas de ese Sendero. Eso era. Una guía al detalle de todo ese tal Sendero Vulcan. La Playa de los Geysers, el Volcán Nodreg y ¿cómo no? El mismísimo enclave de Stalemate. El chico aprovechó la mínima distracción de Alice para doblar ese mapa y ocultárselo dentro de su pantalón todavía húmedo. Al parecer, Hans acababa de reservarse un viaje nocturno hacia los límites de ese sendero.

Cuando todo el campamento ya dormía en sus cabañas. Hans Wieden llevó a cabo un gran acto de desobediencia, y robó una moto de nieve para cruzar todo ese páramo helado. Él había sido advertido, más era del todo incapaz de sobrevivir en un espacio tan hostil como lo era ese. Sin embargo las ansias de volver a cobrar su vida le impulsaba a no dejarse llevar por los miedos y todos los obstáculos psicológicos que se le habían impuesto. Hasta que, siguiendo el mapa paso a paso, finalmente llegó a las puertas de una gran edificación de hormigón integrada al cuerpo de un monte colosal, cuyas rocas eran recién solidificadas. Hans estaba a las puertas de Stalemate.

La puerta al Enclave era grande y semicircular. Precintada hasta el último milímetro, pero llena de perforaciones en la chapa de la misma, fruto de otros varios desventurados que también quisieron acceder. Esa imagen del puro abandono ponía los pelos de punta. El interior empapado de la penumbra más densa, parecía albergar los espectros en pena de todos los que murieron allí dentro. Y por un instante el chico se replanteó la idea de entrar en ese edificio maldito. Tenía miedo. Mucho miedo. Pero nada era tan fuerte y tozudo como su dolor y voluntad, así que cogió aire, y se dejó devorar por las tinieblas de Stalemate. Quizás antaño ese lugar no le hubiese provocado tal sentimiento de frialdad, pero ahora Hans ya había aprendido a creer en maldiciones.

Los primeros pasos fueron firmes, y por unos instantes, la mente de Hans se reía de todas esas cosas que le habían contado los del campamento. Todo iba perfectamente y ni siquiera el hedor de putrefacción de ese sitio era un impedimento para seguir avanzando. Hans caminaba por ese largo corredor y cada vez estaba más seguro de sí mismo.

Por pequeños instantes le parecían ver sombras moviéndose a través de la oscuridad y la niebla, pero siempre resultaban ser telarañas o pedazos de trapo mugrientos colgados del techo y de las omnipresentes tuberías. Un camino sereno, silencioso y para nada hostil hacia Terra Hielo. Tal vez la leyenda de Stalemate se hizo tan escalofriantemente grande entre los ciudadanos del Sendero de Vulcan, que nadie jamás se atrevió a entrar realmente. Mera superstición popular. ¿Quién sabe? O quizá Hans era inmune a los alucinógenos… .

El muchacho llevaba ya una hora andando a través de un vasto túnel de soledad y abandono cuando un primer indicio de luz se asomaba a un distante punto de fuga. Era la anhelada salida, dónde supuestamente el glorioso paraíso invernal le estaba esperando. Hans corrió como un desesperado, pero una mala sincronización de sus extremidades dominadas por la euforia le hizo tropezar bruscamente. Cuando Hans se recompuso quedó del todo horrorizado, pues había regresado al principio de ese largo y oscuro camino. A tan solo unos tres metros de la puerta semicircular. Eso no era posible… a menos que toda esa caminata hubiese sido una estúpida alucinación de una hora y él jamás se había movido de ese punto. Hans empezó a hurgar en su mente en busca de una explicación, y fue entonces cuando su razón le hizo darse cuenta de que en realidad tan solo llevaba 5 minutos allí dentro. Todo era realmente confuso. En el momento de alzar la cabeza, todo su alrededor se había convertido en una espantosa masa negra que no le dejaba ver nada.

Alguien agarró súbitamente a Hans cuando éste se estaba ofuscando con la más pura ansiedad.
¡Imbécil! Te dije que te olvidaras de Stalemate.
Jasim había acudido al rescate como por arte de un milagro. Éste empujó al joven hasta la salida del Enclave y le salvó la vida por segunda vez en un mismo día. Lo último que pudo ver Hans al recuperar la consciencia fue a ese hombre dentro del perímetro mortal, golpeándose la cabeza contra una pared hasta la muerte, preso de la locura que ese lugar maldito le había otorgado. El joven no pudo hacer más nada. Solo quedarse al margen aterrorizado y ver la sangre brotar del cuerpo de un superviviente que acababa de terminar su camino.

Jasim había muerto por su culpa. Eso era indiscutible. ¿Cómo iba Hans a explicar lo sucedido a Alice? ¿Cómo iba a explicárselo a sus hijas? Con la más horrible pérdida y ese profundo pesar, el chico denegado de Terra Hielo empezó a rehacer su camino. Deprimido y sin una gota de moral y voluntad en sus venas. Acabado. ¿Era él capaz de confesarse a esa gente, o huiría como ese cobarde que siempre fue, pero jamás quiso reconocer? Terra Hielo se alejaba mientras la desesperación lo devoraba todo a su andar. Terra Hielo se acababa de volver inalcanzable.

(Continuará...)

dijous, 7 de juny del 2018

FÁBULAS DE "TERRA HIELO" (Parte 1): LOS DOS ROSTROS DE SVRINE

El vago recuerdo de “Terra Hielo” que permanecía en la cabeza de Hans era realmente pobre y vacío.

Desterrado del todo, el hombre de ya unos 35 años, solitario y un completo desconocido hasta por sus vecinos más cercanos, se dedicaba a contar uno a uno los días que caían como las botellas de “vodka” y “ginebra” de sus estantes; en grises tierras nutridas por el rechazo y la más pura e imperturbable melancolía. Rechazado y melancólico definían a la perfección a ese hombre. Tal vez porqué jamás supo como olvidar del todo, o tal vez porqué jamás aprendió a reír en un lugar donde la gente necesitaba reír por pura supervivencia.

Promesas, recuerdos, y anhelos quedaron sepultados en un baúl cuya llave se había quedado demasiado lejos del alcance de Hans. Todo estaba demasiado lejos de su alcance. Y con todas estas pérdidas, memorias sobre una Emperatriz del más frío y lejano Invierno y sus dos rostros malditos; un guardián de hielo grande como un galeón de mercancías, y un magno Imperio cuyas torres y palacios acariciaban el Sol con sus cúspides. Un cuento de hadas escrito con la sangre de los que se fueron y no hallaron modo de regresar. Un cuento que, inevitablemente, estaba destinado des del principio a arder en la hoguera del olvido, pues nadie había intentado evitarlo jamás.

Con muy corta edad, el pequeño Hans fue enviado a “Terra Hielo” por su paupérrima familia, nativa del Sendero Gris, con el fin de ofrecerle una vida absolutamente al margen de la pobreza y mediocridad con la que sus padres habían tenido que convivir todos esos años.

Por fortuna en ese entonces, el chico llegó en épocas de gran prosperidad y esplendor para el lugar, así que sin mucho obstáculo de pormedio pasó inmediatamente a formar parte y crecer en la corte infantil de la gran Emperatriz de ese destellante imperio. Corte que se dedicaba especialmente a acoger con los brazos abiertos a niños que, como Hans, buscaban un lugar digno donde vivir y madurar; pues la vida en “Terra Hielo” era de ensueño. Todo relucía como zafiro pulido dentro de esas murallas, y no cabía espacio para el aburrimiento y la amargura ajena. El frío letal y las borrascas de esas tierras nórdicas ni siquiera era un problema allí, pues las avanzadas tecnologías habían dotado a la urbe de su propio y placentero microclima ideal. Y de este modo, persona que por casualidad atestiguaba esa lúcida utopía invernal, era persona que no regresaba jamás a las monótonas calles de la periferia.

La vida en la Corte era sencilla. El paso del tiempo no era un pesar, porqué nunca lo había sido. Había tiempo de sobras para trabajar, tiempo de sobras para descansar, y tiempo de sobras para el ocio y el recreo. Los huérfanos y huérfanas que terminaban allí sabían de sobras que habían caído en buenas manos. Y los padres que decidieron dejarlos también eran conscientes de ello.

La recién coronada Emperatriz del Imperio, su alteza Svrine, descendiente de una prestigiosa familia de difuntos alquimistas y hechiceros estudiosos del hielo y sus propiedades cuánticas; era una joven benevolente y hospitalaria ante la atención de su propia Corte.

A menudo se dejaba ver por las áreas de reposo de infantes, jóvenes y no tan jóvenes; siempre arrastrando tras de si esa aura de pureza y despreocupación que todo el mundo tanto admiraba. Siempre sonriente y serena. Con sus vestidos a juego con la gélida nieve de las montañas más cercanas. Una reina del hielo con un corazón ardiente a los ojos de su pueblo. Sin embargo toda esa envidiable blancura era inevitablemente ofuscada por una inquietante leyenda popular, que ya se había hecho notar por todo el Imperio y más allá de sus murallas.

La maldición de las dos caras de Svrine”. Así es como la llamaban. Leyenda que relataba como, fuera de la aparente ternura y felicidad de su majestad, lejos de la supervisión del pueblo y la Corte, la Emperatriz se volvía presa de un mal desconocido, y éste fue la perdición de su familia entera. Un antiguo hechizo maligno. Un extraño evento esotérico que le devoraba el alma y se adueñaba de su cuerpo, volviéndola tan fría y despiadada como las borrascas de allí fuera. Pero realmente nadie conocía su origen ni su vericidad.

Durante su estancia en la Corte, de un modo u otro, la inevitabilidad de dicha leyenda llegó a los oídos del joven Hans quien, por un ateísmo bastante firme y desarrollado para su escasa edad, se negó a dar mínima validez a esos relatos sobrenaturales.

Los años iban pasando en esa urbe y Hans vivía en cierta armonía con esa família que había crecido junto a él. Esa misteriosa leyenda protagonizada por la mismísima Emperatriz no se borraba de la mente colectiva de la Corte. El tiempo no era lo suficientemente voraz como para arrastrarla hasta el olvido; y aún así, nadie osaba hablar sobre ese tema en lugares públicos donde una de las miles de orejas de Svrine pudiera oírle. No era por miedo a ser castigados; más bien se trataba de un merecido respeto a esa mujer que más allá de los relatos que se contasen, jamás había hecho ningún verdadero daño a nadie. Por lo menos no públicamente.

Hans había sido muchas cosas a lo largo de su madurez. Un buen amigo o un tipo al que odiar sin compasión, un compañero o un estorbo más, un verdugo o una víctima de los demás y de sí mismo a la vez. Todo distinto ante los ojos de quien te hablase de él. Lo que nadie podía discutir sin duda alguna en ese entonces, era su retorcida psique y su extremada facilidad por obsesionarse e inconformarse con esas cosas que le llamaban la atención.

Así pues, el muchacho no había tenido ningún remordimiento a la hora de darle vueltas a ese relato que había dotado a esa ciudad de una atmósfera de misterio e incertidumbre que superaba con creces el surrealismo que ese sitio ya tenía de por sí. Su atracción por la leyenda no fue instantánea, más pasaron años hasta que Hans se involucró de pleno en esta historia. Todo empezó con una llave perdida en un conducto de climatización, y que por cosas de un caprichoso “Deus ex-machina”, terminó siendo expulsada sobre la litera de Hans; en uno de los cientos de dormitorios que había en las murallas de la Corte. Cuando el chico se encontró con dicho objeto la misma noche de su espontánea aparición, no tardó en aceptar el reto que la vida le acababa de proponer. Así que durante los siguientes días, con la ayuda de su amigo y compañero de litera Alfred Willermann, aprovecharon todo rato que tenían disponible para manosear cada una de las puertas que había en todo el palacio y parte de la calle principal, sin ningún fin verdadero más que el de alimentar sus ansias de corrosivo descubrimiento. Pero en ese entonces jamás llegaron a encontrar la ranura correspondiente. Eso fue decepcionante.

Ambos jóvenes terminaron olvidándose del misterio y la llave fue guardada en un cajón donde Hans y Alfred solían guardar golosinas que robaban del comedor algunos fines de semana. Encerrada hasta nuevos eventos o quizá para siempre. ¿Quién sabía?

Semanas más tarde, un día que aparentemente había amanecido con normalidad en la Corte de Terra Hielo, Alfred acudió corriendo a Hans con una noticia inesperada entre manos. Sabiendo que Alfred nunca corría por cualquier motivo ageno, y mucho menos en horas oficiales de descanso, lo que fuere que había descubierto tenía que ser algo realmente fascinante. Y así era.

Alfred había oído como unos centinelas mencionaban la llave desaparecida de la “Cámara de Frost”; el gran generador térmico que mantenía esa ciudad aislada de las inhumanas temperaturas e imprevisibles catástrofes climáticas que frecuentaban en el Círculo Polar. Llave que sin duda alguna se encontraba en manos de Hans y su Amigo, cuyas intenciones no consistían precisamente en devolvérsela a sus dueños.

Esa misma noche, infringiendo toda norma que se opusiera entre ellos y su objetivo, los dos críos cruzaron media ciudad saltando de tejado en tejado para no ser vistos por nadie durante su viaje hasta la “Base Svei”, edificio que albergaba la ya mencionada Cámara de Frost, y que se hallaba en una fortaleza del casco antiguo.

Con la ayuda e impulso de Alfred, Hans pudo trepar la muralla de la fortificación hasta alcanzar una ventana que sería su acceso directo a esas instalaciones cuyo paso a peatones estaba estrictamente prohibido.

A decir verdad, esta no era la primera vez que los dos muchachos rondaban por esas zonas restringidas. En un par de ocasiones antes habían estado en esa misma fortaleza para usar las calderas tibias a modo de aguas termales privadas. Meras locuras adolescentes que jamás dejaban de ser divertidas. Pero esa vez la zona estaba totalmente vigilada por centinelas de la Guardia Imperial, así que no quedaba espacio alguno para juegos. En el instante en que Hans cruzó el muro, Alfred tuvo que huir antes de ser visto por unos agentes que merodeaban la zona.

Hans prosiguió con su marcha, sin esperar ni decir nada a su compañero, que ya debía andar lejos de allí. Y ocultándose detrás de las calderas e inmensos tubos humeantes de ese edificio, el joven llegó a la puerta de la famosa Cámara de Frost y no tardó en introducir la llave y girarla silenciosamente abriendo así esa puerta; y enseguida se asomó en su interior para deleitar sus ansias de aventura. Pero lo que vio allí dentro le hizo retroceder al instante. Allí, junto al resplandeciente generador, se encontraba la Emperatriz Svrine acompañada de un colosal titán de hielo y rocas. Pero algo iba mal… la dulce y encantadora Svrine estaba allí humeante. La dulce y encantadora Svrine estaba allí, al parecer, encerrada y custodiada por un grotesco muñeco de nieve de mil toneladas. Algo demasiado extraño. Hans salió corriendo de allí sin pensarselo dos veces.

El chico no le contó nada a su compañero Alfred Willermann cuando éste regresó a la habitación. Su ambición puede que le cegara en ese instante. Tan solo se excusó contándole que esa no se trataba de la verdadera llave de la Cámara de Frost, y que todo había sido un jodido malentendido. Pero eso no significó dejar el tema de lado; pues Hans acababa de abrirse las puertas a un misterio que no iba a dejar escapar de ningún modo. Eso le daba verdadero morbo animal. Desde entonces decidió que un día de esos haría una nueva visita a la Emperatriz.

Cuando el muchacho reunió el coraje suficiente, acompañado de su soledad y esas llaves que semanas antes se convirtieron en un camino directo a la aventura, rehizo el camino de tejados hasta la Base Svei y se abrió paso entre las mismas calderas y tuberías que anteriormente fueron su escondite. Lo que no se esperaba es que alguien ya estaba pendiente de su llegada.

En el preciso instante en que el joven abrió esa puerta de nuevo, una gigantesca mano de hielo se escurrió entre los marcos y trató de agarrar al muchacho. Pero los reflejos de éste le salvaron por esta vez. Aunque tarde para evitar un segundo intento de alcance.

Los gélidos dedos de ese ser invernal no tardaron en oprimir al chico quien, falto de fuerzas, fue arrastrado hasta el interior de la Cámara de Frost.

La Emperatriz Svrine estaba allí, entre las luces y capas de niebla procedentes del generador. Su imagen era difusa y mucho más agresiva y demoníaca de lo que jamás había sido expuesta. ¿La leyenda de los dos rostros de Svrine era cierta? ¿Cómo era eso posible?

Vaya, vaya… parece que alguien se ha metido donde no debía —dijo la Emperatriz removiendo la neblina con su aliento—. ¡Vran! Acercame el chico. ¿Quieres?
El titán deslizó a Hans hasta los pies de Svrine, y con su monstruoso índice arrodillo al chico ante la presencia de su majestad.

Svrine acercó su rostro sombrío al joven que yacía en el suelo, y soltó una brisa de humo blanquecino.
Hans Wieden… —susurró la chica con una voz espectral.
A su servicio… majestad… —soltó el chico sin saber como reaccionar.
Parece que la Corte se te quedó pequeña… la cuenta atrás ya ha empezado… .
Lo siento señoría… yo no quería…
¡Jamás serás libre Hans! —alzó la voz—. No hasta que cumplas con tu destino.
¿Qué destino?
¡Tú destruirás Terra Hielo… es inevitable…!

Hans se levantó de repente y trató de huir de esa perturbadora reunión, pero el monstruo de hielo no dudó en golpear al chico y lanzarlo disparado contra el cuerpo del generador. Hans perdió el conocimiento al instante.

El chico se despertó, aturdido enmanillado, y en un bote que flotaba sobre las movedizas aguas del Ártico. Ante él, un ejército entero yacía inmóvil de pie en un muelle de hormigón. El día estaba nublado, y el frío traspasaba toda barrera climática impuesta por los límites de Terra Hielo. Un hombre con un diploma se adelantó al resto y empezó a leer de su papiro.

Por orden directa y explícita de su legítima majestad, la Emperatriz Svrine II de la dinastía Lars. Indiscutible gobernadora suprema de Terra Hielo y los “8 Senderos del Norte”. El ciudadano y miembro de la Corte Juvenil Imperial Hans Wieden será oficialmente desterrado del Imperio, y devuelto por las mismísimas corrientes marinas a su tierra natal el día de hoy.
¿Qué? ¡No! ¡Espera! ¡Esto es un malentendido! —gritó Hans—. ¡Yo no quería hacer nada! Lo juro por mi vida… ¡Por favor! No me voy a ninguna parte…
Terra Hielo te desea un buen viaje, señor Wieden, y que encuentres un nuevo hogar —siguió el orador—. ¡Buen viaje!
El bote fue finalmente liberado de su muelle.

(Continuará...)

dimarts, 22 de maig del 2018

E-1

¡...Es que no puedo entenderlo! Yo solamente quería demostrarles que no soy solamente lo que ven… que no soy el chaval imbécil que el mundo cree que soy.
Hijo, no tienes que tomarte estas cosas tan a pecho. Has recorrido muchos kilómetros para llegar hasta aquí… no eres un imbécil. Te lo puedo asegurar yo mismo.
Eres mi tío… como un padre para mí. ¿Qué podrías decirme tú, si lo único que tratas es de protegerme? ¿Y de qué me sirve? ¿De qué me sirve todo esto si nadie en el mundo cambiará su forma de verme?
...Tal vez quién cambie al fin y al cabo seas tu y tu forma de enfrentarte al mundo. Algún día madurarás. Ya lo verás. Y entonces todo te parecerá muy, muy distinto a como lo ves ahora.
¡Yo no quiero cambiar! ¿Por qué debería hacerlo yo si nadie más lo hará? La gente no cambia. Los cretinos nacen y mueren cretinos; aquellos que tienen un buen corazón lo tendrán hasta pudrirse, y todos aquellos que no quieren saber nada de mí y de mi vida, jamás les importará un bledo lo que me suceda. Adaptarme a esto significa conformarme. Y si algo he aprendido después de este maldito viaje, es que el conformismo da asco.
A veces uno tiene que aprender a conformarse a las circunstancias por pura supervivencia. Está escrito en nuestro propio ADN. La naturaleza lo dicta.
No si cabe la opción de luchar por algo mejor…
Tonterías, hijo, tonterías.
¿Tonterías?
Dime entonces… ¿Cuál es exactamente tu lucha, eh jovenzuelo?
En realidad… no lo se…
¿¡Lo ves!? No hay lucha… solamente protestas. Se te pasará. Créeme… todos hemos pasado por algo así alguna vez. Este espíritu de rebeldía tuyo solo es transitorio. Mera jerga juvenil.
Simplemente trataba de convertirme en alguien real… mostrarme como un hombre modesto, comprensivo y luchador, y no como un número más en un listado infinito. Es una pena que hoy en día uno sea antes un código numérico vacío que una persona en su totalidad.
No entiendo exactamente a donde quieres llegar…
¿A dónde quiero llegar? A que a los que alguna vez hemos tratado de quebrantar esos códigos se nos ha rechazado sin piedad alguna. Sin ni siquiera parar a preguntarse si había algo bueno en nuestro acto. Somos fantasmas, tío. ¡Fantasmas! Pero no de los que asustan, no… más bien de los que nadie escucha por mucho que griten a pulmón. Rechazados, ignorados y reducidos a polvo. No saben nada de mí… solo lo que yo he decidido que sepan, y aun fingir no hacerlo, no hacen más que juzgar, juzgar y juzgar. Y no saben nada. Solamente cuentan mentiras, una tras otra, y las disfrazan de verdad para que deje de molestarles y entrometerme como la pesada carga en la que me he convertido, y…
¿Ya has pensado en dedicarte al teatro?
¿¡Qué!?
Al teatro… se te da bien esto de los discursillos dramáticos.
¿Me tomas el pelo? Pensaba que podía confiar en ti para contarte mis dolores de cabeza.
Lo siento… solo estaba bromeando. Sabes que yo siempre te escucho… aunque no puedo decir que comparta tu conspiranoico punto de vista, la verdad.
No hablo de conspiraciones… hablo de hechos que yo mismo he conocido cara a cara. ¿Acaso tú nunca te has sentido desechado por la inhumanidad? ¿Jamás has sentido que el mundo a veces actúa como una máquina sin sentimientos? ¿Jamás has sentido que se ríen de ti cuando tratas de expresar algo que a otros no les resulta cómodo.
Bueno… no lo sé… ya sabes que yo no tengo tanta imaginación como tu, pero…
¡Pero nada! ¿Sabes qué? Creo que me haré a la mar… seré un corsario, sí… un maldito corsario errante. Me olvidaré de todo y de todos y no regresaré a tierra hasta que por fin puedan verme como un verdadero hombre… ¡no! mejor, mejor agarraré un corcel y cabalgaré mil valles y llanuras más allá de…
¿Tú crees?
...pfff… como si yo supiera algo de esto… estoy muy cansado. Se esperan de mí algo que jamás cumpliré… .
Vete a dormir, hijo. Mañana ya seguiremos hablando si quieres. Será lo mejor.
Creo que me daré una ducha.
Por cierto… ¿por qué no tratas de recopilar todas esas cosas, las escribes bien escritas, y te montas un buen libro? Podrías ganar dinero y todo.
No voy a escribir nada… solamente quería contártelo. Nada más.
¿Por qué?
Porque este es el último lugar que me queda donde todavía puedo hacerme oír. Bueno… esto si es que todavía me escucha alguien.




dilluns, 14 de maig del 2018

UN DÍA DE TRABAJO CON LA SEÑORITA LARS


Buenos días Sujeto número 99, me han dicho que querías hablar conmigo.
Así es… ¡Toma, Teresa! Te he traído unas flores… son del laboratorio... pero bueno… son flores.
Oh… ¡Qué mono! Dime ¿qué es lo que te pasa, eh?
Verás… sé que he insistido antes en ello, pero necesito que me dejes vivir.
¡Aha!
¡La vida es maravillosa! ¡No quiero perderla! Y menos por el hecho de haber nacido en este sitio.
Hijo… entiendo por lo que estás pasando. ¡De veras!
¿Entonces por qué no dejas de tratarme como un sujeto destinado a morir en tus ensayos, aunque sea por un instante? ¡Amo la vida! ¡Te lo juro! No me hagas esto…
Sujeto 99, yo te entiendo… pero tienes una idea de la vida absolutamente idealizada. Jamás en tu vida has salido de este laboratorio. No tienes ni una mínima idea de lo que hay allí fuera. Hay muchas cosas malas… gente mala, desastres naturales…
Pero esque a mi esto me da igual. ¡No quiero morir! ¡No sin haber vivido antes! Te lo suplico… haría lo que fuera para que no me matases. ¡Por favor! ¿Me darás una oportunidad de seguir con vida?
No.
¿Pero por qué? Sé que me creasteis expresamente para destruirme con vuestras armas experimentales. Soy consciente de que ni siquiera soy un verdadero ser humano. Sé que tu tarea es matarme, como has matado a decenas más como yo. Pero a pesar de ello, sabes que he hecho todo lo que ha estado en mi mano y más durante todos estos días para evitar este destino.
Hijo… siento mucho que todo esto te esté haciendo daño. Pero es que no puedo sentir ni una mínima empatía por ti. Eres un sujeto de pruebas, y nunca dejarás de serlo.
Dejaría de serlo si tú dejases de tratarme como tal.
La cosa no funciona así.
¿Por qué no? Antes que sujeto soy un ser con sentimientos… y sé con total seguridad que quiero seguir viviendo… aun no haber vivido nunca antes realmente.
Lo sé.
¿No vas a dar ni una mínima validez a mis suplicios? ¿Nada? ¿Soy realmente tan insignificante?
Si entendieras mi trabajo, tú mismo te responderías a todo esto… . De todos modos, agradezco mucho las flores que me has traído.
Las agradeces… pero no las escuchas. ¿Qué demonios debo hacer más para que te apiades de mí? Solo quiero ser como las otras personas de este maldito mundo…
No puedes hacer nada… es lo que te ha tocado. De veras que lo siento, pero la cosa va así. Si quieres, como mucho puedo mandar a mi compañera para que sea ella quien te despedace…
¡Memeces! Yo no quiero esto.
¿En serio? Es una chica muy simpática, y tiene unas manos suaves como la seda. Tal vez te convenga… ya te la presentaré uno de estos últimos días tuyos.
¡No! ¡Basta!
Vale… hablemos de otras cosas ahora… que ya veo que este tema a ti te pone algo nervioso.
¿Leíste ese poema que dejé escrito en las paredes de mi celda?
¿Ese que habla de las cosas que harías si pudieses seguir viviendo?
Ese mismo, sí.
Era precioso… me pareció muy, muy bueno. Se te da genial todo esto de escribir. Pero tengo que decirte de nuevo que tienes la vida del todo idealizada. La vida no es tan perfecta como tu la describes hablando des del puro desconocimiento… ¡para nada!
Así es como me gusta verla, y así es como la vería si pudiese. Así me hace sentir en realidad. Sé que también tiene cosas malas; es inevitable; pero mientras tenga las cosas buenas… ¿qué problema hay?
Esto está muy bien… ¿Escribirás más cosas antes de fallecer?
No lo sé… ¿Serviría de algo?
No.
Ya… claro que no… ¿por qué pregunto?
—…
¿Y ahora qué?
Ahora vuelves a tu celda. ¿Qué vas a hacer cuando regreses?
No lo sé… nada… . Me voy a mi celda, regreso el día de mi ejecución, y dejo que la historia me abandone en el olvido para siempre, como el mísero sujeto de pruebas que inevitablemente me ha tocado ser.
Quizá exista la reencarnación y puedas renacer en una vida brillante y soleada… .
Yo no busco una vida brillante y soleada. ¡Yo quería esta vida! Sólo necesitaba esta… ¡Nada más! No quiero mal a nadie… solamente ser feliz, y…
¿Y…?
Pfff… en realidad… ni te imaginas como envidio a toda esa gente que puede despertarse cada día sabiendo que podrán ver el Sol salir con absoluta seguridad, y ya ni siquiera dan gratitud a este hecho… . Me muero por vivir… aunque jures entenderlo, puedo asegurarte que no estás comprendiendo nada. Solamente ves lo que te conviene e ignoras el resto por que sabes que aquí quien tiene el control eres solamente tú misma. Ahora si que no sé que voy a hacer.
¡Anda! Vete a descansar. Ya hemos conversado lo suficiente… te vendremos a buscar el día de tu final.

[…]

—”Buenos días Señorita Lars. ¡Bonitas flores! ¿Se las ha regalado alguien?”
Buenos días Asistente Glados. Sí, pero nada importante… un sujeto defectuoso bastante cabezota.
—”Vaya. ¿Y qué quería?”
Tonterías… cree que sabe lo que quiere, pero solo son juegecillos de su cabeza desestabilizada. Por cierto, Glados. ¿Podrías ir preparando todas las nuevas herramientas para ejecutar al Sujeto 99 para mañana mismo? ¡Que esta noche me han invitado a una fiestaza en la playa y no me le puedo perder para nada del mundo!

dimarts, 8 de maig del 2018

PRESIDIO ETERNO

Allí fuera todo solía brillar antes. Sin embargo las sombras volvieron para encerrase en esta habitación conmigo y recordarme a diario que nunca he sido más que un niño vulnerable a los ojos del mundo. Nada más que esto; un estúpido e indefenso crío incapaz de sobrevivir por sus propios medios.

No sé cuánto tiempo llevo aquí dentro encerrado. Yo me atrevería a afirmar que demasiado, pero cuando no tienes una cruz fijada en tu calendario, siempre puede haber un “demasiado” más.

Aquí ya no queda absolutamente nadie. No queda nada más que sombras cazadoras con un hambre voraz. Antes la poderosa luz me inspiraba a combatir cualquier cosa que me obstaculizara en mi viaje. Hoy esa luz solamente es un firme recordatorio de lo que significa echar de menos, y de lo patético que fui cuando todavía podía verla brillar en ese firmamento gris. Que todos los Purgatorios que imaginaba eran algo más que simples cuentos de ficción sin fundamento, y ahora me doy cuenta. Esta vez tampoco espero ser entendido… ahora sé de sobras que uno solo entiende lo que quiere entender; aun fingir lo contrario. Nadie toma en serio a los críos como yo, que no saben nada del mundo real.

Con la única compañía de un tiburón de peluche que una vez mi hermano trajo a casa, cuento las horas que caen de mi reloj, y me escondo de los depredadores de la noche que merodean por mi cuarto.

Salir de aquí o quedarme para siempre ha dejado de estar en mi mano. Llamo a la puerta en busca de ayuda pero nadie responde ya. Nadie quiere responder a algo tan insignificante, ya sea por temor a buscarse complicaciones innecesarias, o por meras mentiras disfrazadas de protección severa. Tengo miedo… no quiero seguir temiendo a la oscuridad, aun saber lo plagada de monstruos que ésta yace. Allí fuera todo el mundo ríe y se lo pasa bien sin importarle nada de nada; pero en esta pequeña habitación, ni al dormir estoy a salvo. Jamás estaré a salvo. Extraño tanto la luz... aunque ésta jamás me ha querido alumbrar.

Mi pijama de rayas azules y blancas es la única pizca de color que todavía me queda. Siempre había temido que un día me quedase pequeño y tuviese que donarlo; siempre ha sido mi pijama favorito… pero esto ya ha dejado de preocuparme, pues aquí dentro ya no tengo modo alguno de crecer. Siempre seré un mocoso asustado y nada más.

Oigo un ruido. Por un momento pienso que alguien va a abrir la puerta y a sacarme de aquí de una vez por todas. Una efímera respuesta del exterior que llevaba semanas anhelando oír, pero que resulta ser tan irreal como yo mismo. “Obsis” o “Frusty” deben andar muy cerca de aquí… es su hora de comer y me están buscando una jornada más. Yo creé estos horribles monstruos antaño y ahora se han convertido en mi peor pesadilla. Creía que me protegerías de todo lo malo de mis días, y confiaba en ello sin imaginar los eventos que vendrían después. Pero su existencia terminó por transformarme en lo que soy ahora: un intento de hombre delirante.
Me escondo entre las sábanas y trato de contener la respiración como puedo. Ellos están muy, muy cerca. Puedo oírles buscarme por el armario y por detrás de la puerta. Sus silenciosos rugidos me ponen los pelos de punta, pero me permiten detectar con suma precisión su ubicación en este cuarto. Obsis está allí, cerca de la puerta, recordándome con sus ojos morados lo vulnerable que uno se vuelve cuando tiene que enfrentarse a sus miedos cara a cara, y lo débil e insignificante que te hace buscar ayuda. Que tus temores más profundos ya se encargarán de destruir todo aquello que en un futuro puedas llegar a apreciar. Y entonces no tendrás oportunidad de recuperar lo que se desvaneció en el aire como polvo.

Frusty ya se está asomando entre las sábanas donde me hallo; susurrándome cuál espectro que, mientras yo sigo aquí sufriendo en esta cama, el mundo jamás ha dejado de girar lleno de felicidad y vitalidad. Que las luces no se apagan porque hoy no haya salido de mi escondite. Que todos están demasiado ocupados para venirme a buscar aquí.

Estoy harto de los monstruos… no solo de aquellos de los que antaño quise escapar; también de los que devoraron pedazo a pedazo mis escasos fragmentos de ilusión y bondad, y decidieron convertir todo aquello que me hacía feliz en mera basura enfermiza, para terminar encerrándome aquí. Solo e incomunicado. Al margen de todo. Sin nisiquiera poder mostrar quien soy en realidad.

Ya puedo ver los ojos de Obsis y Frusy parpadeando ante mí. Me cubro los ojos con el suave tiburón para no ver lo que esos seres van a hacer conmigo. ¡Yo solo quiero salir de este infierno! ¡No quiero seguir teniendo miedo! ¡Estoy harto! ¡Harto! ¡Harto de ser visto como un niño llorica y atemorizado! Sé que todavía sigues escuchándome detrás de esa puerta bloqueada.

...Hasta que la alarma de mi teléfono móvil me despierta otra madrugada más para empezar una nueva jornada. Ahora todo luce tranquilo y apaciguado. Parece que esos monstruos ya han dejado de acecharme por ahora. Bueno… hasta que la fría noche regrese cuando este día termine.

diumenge, 29 d’abril del 2018

ESE DÍA, CUANDO PERDÍ LA CABEZA

Hay que ver que irónica puede llegar a ser la vida… resulta que un día quise hacer algo fuera de lo común, y me dijeron que estaba loco. ¡Muy loco! ¡Ido de verdad! Y sinceramente, me enfadé bastante. Traté de hacerme entender, luché para defender mi postura hasta superar los límites de mi benevolencia, y todo para terminar dándome cuenta de que estoy como una auténtica regadera. ¡Como un cencerro! Que siempre lo he estado, y que cada esfuerzo que hacía para mostrar lo contrario, era una prueba fiel de mi falta de estabilidad. Y yo creyéndome que lo que hacía era mínimamente coherente… ¡hay que ver que estupidez, eh!

Joder… no me extraña que os rierais de mí. Si es que todo lo que hacía era digno de un chiste pésimo. ¡Muy, muy nefasto! Aún suerte que ahora estoy en cuarentena y me han privado de todo contacto con vosotros, por qué si no… uff ¡Dios no quisiera que os contagiara la locura, por favor! Mejor bien lejitos, y evitemos problemas. Al fin y al cabo, mi insana demencia es el único motivo que me unió a vosotros… nada más. Olvidadme tan rápido como podáis, porque no es sano que retengáis en vuestra memoria a este chiflado. Para nada. No os aportaría nada bueno.

¿Qué si alguna vez he hecho algo útil? ¡Nah! Pensaba que sí pero no… solo era una barbarie tras otra. Aún suerte que me recordasteis a tiempo el nulo valor que tenía lo que os dediqué, porqué sino hubiese cometido el graso error de seguir haciéndolo. De hecho todavía lo hago, pero no os preocupéis… solo son cosas de la falta de cordura; nada más. Habéis hecho bien de aguantarme todo este tiempo con amabilidad y paciencia, y fingiendo interés para que mi locura no se volviese incontrolable. Os lo agradezco de veras… joder, que habría hecho sin vosotros… . Ahora ya sois libres de mi, os lo merecéis.

¡Y todo esto con tan solo 18 años! Tan poca edad y tan descentrado. Ni siquiera puedo entender de dónde cojones he sacado tiempo para perder el norte de este modo tan aberrante. Te lo juro… no me lo explico. Seguramente vosotros ya habéis dado con explicaciones más lógicas que cualquier estupidez que a mí se me pudiese ocurrir con mis neuronas maltrechas; al fin y al cabo, de otra cosa no, pero puedo estar orgulloso de haber sido un muy, muy buen sujeto de estudio. Sincero, dócil y tranquilo. ¿Qué más se puede pedir?

En fin… tengo muchas cosas más que comentar, ¿Pero para qué perder el tiempo con idas de olla mías? El mundo os espera allí fuera. Yo creo que me quedaré por aquí… así que nada; sed buenos, y saludos cordiales desde Brokenhope.

Ni te imaginas lo imposible que me resulta dejar de estar loco.

dijous, 12 d’abril del 2018

EMBERS 2: IGNITE

Pase lo que pase… aunque creas que ya no te queda nada, yo siempre estaré a tu lado…”.

Una nueva mañana iluminaba intensamente los rascacielos y los campos artificiales de la Globe 4. Última ciudad poblada y protegida del sector 1-9 ABSIS. La placentera atmósfera de confort y serenidad que esa recreación de un mundo ideal brindaba a sus conciudadanos, distorsionaba la trágica realidad por la que el planeta entero estaba pasando. La gente era feliz; el Sol brillaba incesante y glorioso, y nada parecía ir mal, dentro de los perímetros de aquella burbuja de ensueño.

Hacía años que el modelo “Embers” había sido totalmente retirado del mercado de las tecnologías domésticas de 1-9 ABSIS, y de varios otros sectores marginados que habían atestiguado el escándalo del brutal accidente de Rich Kellen y su niñera mecánica. Ese hecho no supuso una retirada absoluta oficial del sector de la industria robótica, pues la falta de empleo humano, a la fuerza tenía que ser reemplazado por la fría mano de obra artificial. Ese catastrófico evento puntual del joven Kellen solo fue un pequeño toque de atención que despertaría en las personas una cierta paranoia sana hacía todas las máquinas que coexistían con ellas.

El nuevo modelo “Ignite” surgió con la promesa de compensar y mantener controlados esos defectos que Embers tenía y no pudieron localizar a tiempo. Éste era mucho más dócil e inofensivo en todos los aspectos estudiados. Tanto, que, un año después de su lanzamiento al mundo, fue rebajado con cierto desprecio a la categoría de “Robot de Cuna”. Aun así, la sensibilidad de las personas hacía potencialmente sospechoso cualquier acto de su androide que fuese mínimamente malinterpretable.

Ignis fue bautizado y trasladado como robot de asistencia, en un colegio de párvulos de la misma Globe 4. Sus tareas principales iban desde vigilar los pasillos para que durante las horas de clase no hubiera altercados, y menos en las horas de cierre; hasta jugar y divertir a los infantes durante el tiempo de recreo. Su trabajo a jornada completa era complejo y humanamente imposible; ¿Pero qué más daba eso? Ignis solo era un electrodoméstico más en un mundo dominado por la insensible y fría mecanización.

El pequeño e inanimado robot vivía solo en esos pasillos. De día trabajaba sin reposo alguno, y de noche también lo hacía. Pero cuando uno se enfrenta a la absoluta y constante monotonía, cualquier mínimo detalle diferencial se convierte en la frontera entre la felicidad y la corrosiva apatía. Para el androide Ignis, esa frontera se hallaba en la compañía de sus pequeños amigos, alumnos del parvulario. El calor y la gracia que esas personitas le regalaban cada día, era lo único que le reconfortaba a pesar del imparable paso del tiempo. Insólitas e inusuales palabras para estar hablando de un simple robot de asistencia personal. Algo no debía andar bien allí dentro.

Arin era una niña de familia burguesa, alumna de ese centro de la Globe 4, que más de una vez había añadido al pequeño Ignis en alguno de sus infantiles juegos del recreo. Algo que parecería trivial y tonto, pero llenaba el corazón cibernético del robot de una necesaria ternura e ilusión. Bueno… esto si es que había algún tipo de sentimiento en esa cabeza de cromo y remaches… no lo sé.

Las semanas pasaban e Ignis no podía evitar buscar el modo de saciar su soledad buscando siempre la compañía humana. En sus días buenos había niños a los que hacer reír. En los mejores, Arin le buscaba para jugar con él. Pero lo que predominaba en sus eternos e invariables calendarios solía ser la soledad y el abandono. Este nefasto hecho empezaba a crear en los archivos de su disco duro una anormal necesidad de empezar a cambiar el transcurso de su vida forzada a la íntegra mecanización. Graso error para el efímero androide Ignis… pues tal vez había nacido en el lugar equivocado, en un momento equivocado para sufrir ese tipo de crisis.

A pocas semanas de cerrar la escuela por vacaciones de verano, Ignis fue relevado de sus cargos ya que la chapa que le formaba y le daba cuerpo resultaba abrasadora por culpa de los potentes rayos del Sol que golpeaban sofocantes todas las calles exteriores de la Globe 4; y eso era demasiado peligroso para los infantes que quisieran jugar con él. Hecho que devastaba sin piedad a ese pobre androide, que de un día para otro, perdió todo aquello que le hacía sentirse feliz por un instante, pues hasta ya pasado todo el verano, no volvería a estar operativo durante las valiosas horas de recreo.

Y uno de esos días alguien se acercó al robot cuando éste reposaba desactivado en el cuarto de mantenimiento del colegio. Allí estaba Arin acercándosele con sumo y cauteloso silencio. La niña observó al autómata aparentemente inanimado y con inocente brusquedad, le dio una patada en la pierna para ver si realmente dormía o solamente fingía hacerlo. Pero con el sonoro estruendo de sus golpes, un profesor se acercó allí y llamó la atención de la pequeña.
Arin, ¿se puede saber que haces aquí?
¿Qué hace Ignis aquí encerrado?
Ignis está de vacaciones. Ya ha jugado mucho con vosotros este año… el pobre también se las merece. ¿No crees?
¿Y ya no puedo jugar más con él?
Hasta el siguiente curso no… pero no te pongas triste, Arin… como Ignis ha sido muy bueno con vosotros este tiempo, el año que viene seguramente compraremos dos o tres robots más como él para que jueguen contigo y con los demás niños. ¿Qué te parece?
Bien…
¡Anda! Ahora vamos al patio que hoy hace un día precioso…

Fue en ese preciso instante en que la niña y el profesor recularon para marcharse, que súbitamente, el supuestamente inconsciente Ignis largó su brazo de acero y agarró con fuerza el brazo de la niña para que no le dejase solo otra vez; pero como consecuencia de sus actos, Arin empezó a gritar aterrada y, el profesor, viendo ese inesperado fenómeno, empezó a tirar de la niña y a golpear el brazo del androide mientras gritaba con fuerza: ¡Déjala! ¡Maldito robot! ¡Ayuda… Ignis está atacando a una alumna!

Los agentes de la SAIA (Seguridad Ante Inteligencias Artificiales) no tardaron en acudir al recinto. Por las calles los rumores volaban como aves carroñeras y avivaban las ascuas del ya olvidado episodio de Rich Kellen y Embers. Cierto pánico y desconfianza se adueñó de nuevo de esa sociedad que hasta día de hoy, se había permitido ignorar los riesgos que comportaba que el hombre conviviese con la máquina.

Ignis, cuyo brazo tan solo le colgaba gracias a un par de filamentos internos, fue trasladado a unos laboratorios del centro para que investigasen qué produjo esa reacción en un robot que prometía ser estrictamente inofensivo y controlable. ¿Hacía falta preocuparse por ese hecho? ¿Eran los modelos Ignite tan seguros como se hacía creer a la sociedad? ¿Qué iba a suceder ahora con el pequeño e indefenso Ignis?

Tres días más tarde, el director del parvulario, el señor Milligan, llegó a esos laboratorios en busca de respuestas sobre lo sucedido aquel día. El androide, que yacía tumbado en una especie de camilla de aluminio totalmente desconectado de sus funciones motoras, pudo oír que la pequeña Arin se encontraba bien. Que al parecer tan solo había sufrido un par de rasguños en su frágil brazito, y que probablemente estos habían sido causados por los bruscos gestos del profesor que trataba de liberarla.

Los operarios del laboratorio le contaron a Milligan que no habían localizado ningún tipo de perturbación en los circuitos y softwares de ese ejemplar Ignite. Que todo parecía ir bien dentro suyo, y que especulaban con argumentos ciertamente firmes que ese evento tan solo se trataba de un espasmo en las poleas del sistema hidráulico del robot, seguramente causadas por el calor del ambiente, por los impactos que la misma Arin le había propiciado al autómata minutos antes del incidente, o por ambas cosas a la vez.

Aun así, no iban a dejar que Ignis regresase a la circulación hasta poder contactar con su legítimo programador; que al parecer, se hallaba totalmente desaparecido de la Globe 4. Había algo que todavía inquietaba a los operarios que habían estado investigando ese robot; y la venenosa espina de la paranoia seguía colapsando las conclusiones. Milligan no parecía un gran entendido sobre ese tema, pero aun así, pudo notar un mínimo y disimulado nerviosismo en sus anfitriones.

Ignis pasó las siguientes semanas ofuscado pensando en la pobre Arin, y hundido en la nostalgia y el deseo de poder volver a jugar con ella; de dejar esos laboratorios e ir a buscarla de una vez por todas, pues eso era lo único que le hacía feliz en una vida tan monótona y gris como la suya. Necesitaba aventura; necesitaba diversión y comprensión; y le torturaba pensar que en ese mundo nadie estaría dispuesto a entregarle todas esas cosas por las que moriría de verdad. Aun así, la esperanza era lo único que conservaba en su disco duro. La esperanza de poder ser aceptado en un lugar tan injusto como aquel.

Llegaron noticias en el laboratorio sobre el supuesto programador de Ignis. Noticias que al parecer, cambiaron la cara a más de un operario de ese lugar:
Josh Tharnaw era el hombre que había dado luz a los códigos internos de aquel robot en concreto; pero murió justo antes de terminar con su proyecto en su taller. El tipo había quedado gravemente afectado por la radiación tras un viaje fuera de la ciudad, y al regresar a su casa, lamentablemente ya se encontraba en estado terminal. Aún así quiso terminar con ese robot Ignite, pues con el dinero que la Corporación le pagaría sería suficiente para que su mujer pudiese seguir adelante sin él. Ha sido su propia mujer quien nos lo ha contado todo. La pobre estaba muy afectada.
¿Sabes si ella notó alguna cosa extraña en este Ignite mientras su marido lo estaba programando? —preguntó un operario al informante.
No se sabe del cierto, pero parece ser que el robot estuvo presente cuando Josh Tharnaw soltó su último suspiro delante de su mujer.
¿Y qué?
Podría ser que el código interno del androide quedase de algún modo contaminado por las emociones y las muestras de afecto que surgieron en ese lugar. Mirad esto… —dijo el tipo que llevaba la información mientra desplegaba un dossier lleno de párrafos y párrafos de código informático extraído del disco duro de Ignis—. Uno de los primeros datos que tiene gravado en su memoria interna es la oración “Pase lo que pase… aunque creas que ya no te queda nada, yo siempre estaré a tu lado”.
Pero esto es virtualmente imposible… unas simples palabras jamás podrían influenciar en un software. Y menos en uno tan básico como los de un modelo Ignite… .
Podría ser que asociase esta oración con el hecho de agarrar un brazo y…
¡Silencio! —gritó un extraño individuo con un viejo sombrero en el fondo de la sala—. Tantos años que habéis estado estudiando para llegar hasta aquí, y sois del todo incapaces de ver lo más evidente. Este androide ha desarrollado auténticos sentimientos, como bien un ser humano haría. Era inevitable… sé que todos nos negamos a aceptarlo, pero los robots del hoy también pueden sentir emociones y reaccionar a ellas con nuestra misma lógica humana.
¡Esto es del todo imposible! Tiene que tratarse de un error informático sin duda. Un objeto inanimado formado de hierro y cables no puede sentir nada.
¿Y qué es tu cerebro, sino un mero entrecot en constante desfibrilación? Llevo muchos años estudiando la inteligencia artificial emocional y hoy puedo aseguraros que las máquinas con cerebro programado también pueden almacenar verdaderas emociones en sus cabezas.
¿Y por qué este hecho no se había manifestado mucho antes?
Tal vez nunca antes a un robot se le había permitido sentir afecto y empatía con la libertad que este ejemplar ha tenido al nacer en una situación tan cruda… . Los robots de hoy en día se construyen en frías fábricas donde al segundo de nacer, ya son forzados a desempeñar una tarea precisa… desconectándose del todo con la oportunidad de experimentar emociones sensibles. Y si estos no son aptos; automáticamente se les destruye sin piedad…
Os lo he dicho, chicos… este Ignite tiene los códigos contaminados…
¡Memeces! —insistió el tipo del sombrero—. Este robot no está contaminado por nada… este robot solo está aprendiendo a ser humano.

Ignis sería destruido en cuestión de días. Las conclusiones ya estaban escritas en el archivo de la compañía, y la escuela ya había recibido un nuevo modelo Ignite recién salido de una fábrica en condiciones puramente neutrales. Este era el fin del pobre robot, que no podía dejar de lamentarse en silencio por tener que olvidar a su amiga, a sus compañeros a los que tanto se moría por hacer reír, y por todos esos buenos momentos que le esperaban, y se vio obligado a dejar atrás para siempre.

Pero una noche, de las últimas en la cuenta atrás, en el momento más inesperado, una figura sombría adornada con un sombrero conocido se adentró en la penumbra de ese laboratorio ya dormido, y sin decir ni una sola palabra, empezó a conectar cables y baterías al cuerpo de Ignis para devolverle su movilidad que ya llevaba semanas perdida.
Huye de aquí, amigo. Sé libre. Sé más astuto que ellos y demuestra al mundo lo que escondes dentro de esta cabecita de acero…
El pequeño robot se marchó corriendo asustado sin decir una sola palabra a su salvador.

Ignis circulaba por las calles aprovechando cada rincón sombrío que encontraba para ocultarse de los ojos de los transeúntes noctámbulos que todavía estaban merodeando por allí, la mayoría de ellos bebidos tras una intensa noche de copas en los locales más aberrantes del polígono. Tras las alarmas que saltaron el día en el que Ignis agarró a Arin del brazo, no existía imagen más aterradora en toda Globe 4 que la de un robot corriendo por las sombras totalmente fuera de control humano.

No más de una hora más tarde, todas las pantallas de la ciudad se encendieron de repente con una alerta clara procedente de la Corporación: “Androide Ignite defectuoso fugitivo. Cuidado: es muy peligroso”. Las cosas se estaban complicando mucho para Ignis, que ni siquiera tenía ya un lugar seguro a donde ir. Toda la ciudad le buscaba armada.

El Sol del verano ya alumbraba la urbe de nuevo, y varias brigadas de la SAIA ya andaban preguntando por las casas si alguien tenía algún tipo de información sobre el paradero del robot Ignite. Ignis pudo escuchar una conversación inquietante de un ciudadano con uno de esos agentes:
Pero dígame señor agente… ¿Qué es lo que ha sucedido con ese robot? Yo también tengo un asistente Ignite… ¿Me va a suceder algo?
Tranquilo caballero… ese robot fugitivo es un modelo defectuoso único… le puedo asegurar que sus androides Ignite se encuentran en perfecto estado y jamás le van a hacer nada. Y si usted tiene una mínima sospecha… la SAIA le ayudará inmediatamente.
¿Qué clase de defecto es el que tiene ese robot? ¿Por qué atacó a esa niña?
No lo sabemos del todo… creemos que se trata de archivos corruptos o algo así. Digamos que es como si hubiese cogido una extraña enfermedad que distorsiona su patrón de comportamiento. Una especie de demencia…

Ignis llegó al colegio del que una vez formó parte y, oculto tras uno de los columpios del patio, pudo ver como los niños celebraban con entusiasmo el fin del curso. Se les veía muy felices a todos ellos juntos… más de lo que él jamás sería. Tan solo.

Las clases terminaron y los niños empezaron a salir más contentos y eufóricos que nunca de sus aulas. Allí estaba Arin, con su brazo ya sanado del todo que inmediatamente fue a buscar a su madre en la puerta del colegio para volver a casa y gozar de unas anheladas vacaciones de verano. Ignis salió de su escondite discretamente y se dispuso a seguir a la niña hasta su casa. No quería que se fuese para siempre… jamás se lo perdonaría a si mismo; pues sin las aventuras que vivía con ella ya no le quedaba nada con lo que sentirse feliz y libre.

La madre y la niña, seguidas secretamente por el androide, llegaron a su piso, a pocas calles del colegio. Vivían en un bajo, y alrededor de la entrada había una jardinera con unas flores amarillas de las que Ignis arrancó una con delicadeza justo antes de plantarse delante de la entrada. Al ver que nadie pasaba por esa calle, el pequeño robot se sentó en el bordillo y esperó en silencio a algo que ni él mismo sabía que sucedería, pero sucedió: Arin salió por la puerta para jugar en un diminuto patio que había al lado de la entrada y en ese instante ambos se miraron en silencio.
¡Ignis! ¿Has venido a jugar conmigo? —preguntó la niña dibujando una sonrisa en su rostro.
El androide, manteniendo el silencio y con cierta timidez, le entregó la flor amarilla a la pequeña. Ahora si que se sentía feliz de verdad, pero de repente, un agente de la SAIA lanzó un grito desde la calle.
¡Niña! ¡No te acerques a este robot! ¡Está enfermo y es peligroso! ¡No cojas lo que te dé!
El agente agarró a Ignis del brazo, pero éste se resistió con fuerza hasta que su brazo cedió y fue arrancado de cuajo, pues ya estaba maltrecho desde la última pelea de ese fatídico día.

Arin observaba al robot sufriendo, que todavía tenía la flor en la mano y se esforzaba para entregársela mientras el agente desenfundaba una pistola de balas electrificadas. La niña avanzó un paso temblorosa y finalmente cogió la flor, que se mantenía reluciente e intacta a pesar de la lucha que se estaba librando. Cuando ella se acercó pálida, Ignis todavía resistiéndose y despegándose de las manos de ese agente, pronunció con una efímera voz que jamás en su existencia había usado: “Pase lo que pase… yo siempre estaré a tu lado…”.

Finalmente, el pequeño androide fue abatido con dureza por la autoridad. Y en muy poco tiempo la brigada se lo llevó en un camión, para que jamás, jamás volviese a las calles de la Globe 4.

Lo que pasase después de aquello con Ignis quedó archivado para siempre en las memorias de la SAIA y la Corporación. Cuando el pánico se empezó a disolver, los modelos Ignite fueron examinados uno a uno y, aun no retirarlos de la circulación, un nuevo modelo llamado “Pyros” salió al mercado, corrigiendo esta vez los desperfectos de Embers y Ignite. Desperfectos… desperfectos en un mundo donde ya no se permite espacio para los robots “defectuosos”.