dijous, 29 de desembre del 2016

VALOR Y PRESTIGIO: LA LEY DEL DÓLAR

Mi nombre es Bruce Laurent Van-Delos y aquí, en mi territorio privado, o me conocen como Señor Van-Delos, o no me conocen.

Tengo 57 años, estoy casado y tengo tres hijos por mera estabilidad social. Dudo que en mi se pueda hallar alguna virtud mencionable. Soy adicto al juego y a la absoluta comodidad y, ciertamente, mis bolsillos son lo suficientemente grandes como para mantener dichos vicios hasta el final de mi estúpida existencia.

Nací, crecí y desaparecí en un miserable rancho de Kansas, mis padres eran pioneros en el negocio de la hostelería rural de alta gama, y a menudo algún ricachón se asomaba a nuestra propiedad en busca de una cama, una mesa y una hora de jacuzzi bajo las estrellas del campo.

Fue gracias o por culpa de este negocio que, una tarde del verano de 1966, un bigotudo hombre de extraña apariencia se alojó en nuestra residencia y se dedicó desde su llegada, como por arte de una escandalosa obsesión, a contarme historias sobre sus “increíbles” hazañas en las entrañas más profundas de la ciudad de las Vegas. Y como era de esperar en un mocoso de 14 años cuya rutina se basaba en doblar apestosas toallas usadas, sus palabras me hipnotizaron de tal forma que, tres meses después, las luces de la ciudad del vicio ya alumbraban mi llegada.

Abandoné a mi familia y a su hotel de madera carcomida, dejando en mi lugar a mi mejor amigo Johan, quien dedicó los siguientes 10 años de su vida al intrépido arte de la toallas sudadas; y mientras, yo crecí al lado de ese individuo del bigote, quién me cambió la escuela y la rutina por una nueva vida como ayudante de publicidad y gestión en su casino de lujo conocido como “el Jazz”; local que años después se convertiría en una franquicia mundial. ¿Quién demonios querría entonces aprender a sumar y a restar si no era con dinero entre los dedos?

El hombre del bigote murió sin herederos pocos años más tarde, dejando a mis 25 años, sus 25 millones en propiedades. Lamenté mucho su pérdida, sí, pero solo hasta que logré invertir toda esa fortuna y la vi crecer delante de mis ojos. A ese hombre le debía absolutamente todo, pero como ya estaba muerto, quizás se lo pague en el infierno.

Contraté a nuevo personal para mi oficina central en las Vegas, pues el antiguo ya era tan solo un puñado de viejos disfrazados, cuya presencia era tan inspiradora como un ladrillo de hormigón. Así pues, un nuevo grupo de jóvenes llegaron al “Jazz” con la magna ilusión de comerse el mundo. ¡Pobres incrédulos!

Viví los siguientes 5 años en las alturas de un rascacielos dorado, disfrutando del lujo de poseer todo aquello que deseaba. Puedo considerar admirable el hecho de que jamás dejase mi vida en manos de los narcóticos, pues era más que consciente de que no necesitaba ningún tipo de sustancia para sentirme un Dios de la Tierra. ¡Menuda estupidez!

A medida que el tiempo pasaba y mi fortuna crecía, fui atacado por ladrones en varias ocasiones , y en una de ellas, mi pierna derecha quedó totalmente destrozada a merced del plomo de un revólver. Estuve unos meses en el hospital, intentando adaptar ese frío entorno a mis lujosos gustos, por muy difícil que fuese. ¡Todo allí dentro olía a muerte!

Al volver a mi oficina, empecé a perder las tardes de inmovilidad apostando en mi propio casino con decenas y decenas de aficionados al juego. Disfruté mucho arruinando a esa gentuza; al fin y al cabo, ese era el precio de la inconsciencia. ¿Y quién era yo para obstaculizar el curso de la vida de esos tipos?

Mi rehabilitación tomó lugar en mi propio despacho, junto a Janice, mi asistenta personal. Una muchacha de clase media con una sospechosa obsesión por las horas extra, totalmente incapaz de rechazar ninguna de mis órdenes, por muy absurdas que fuesen. Algo que todavía aplaudo. Al fin y al cabo, no existe explotación alguna que no se pueda compensar con dinero. El caso es que ésta se empezó a acomodar a mi presencia y yo, vago e indiferente, permití que crease su propio pseudo-romance con mi persona.

Cuando terminé con la rehabilitación y todos los dolores que esta conllevaba, ya había contraído matrimonio con mi asistenta personal, y me había mudado a una mansión fuera de esa ciudad que me había visto crecer. Cada vez que pienso en todo esto, me resulta más irónico. Obviamente yo no tenía ningún interés en cambiar mi forma de vida, así que decidí tomármelo como un favor hacia Janice y a su familia de proletarios interesados.

Como ya dije anteriormente, unos años después “Dios” quiso cargarme con el peso de tres hijos inútiles. Así que me dediqué a cuidarlos como mis padres me cuidaron a mi tantos años atrás: como unos diminutos parásitos a los que “querer” alimentar; mientras Janice se encargaba de llenarme copa tras copa. Confiando en que jamás se aburriría haciendo esto, pues si lo hiciese, lo último que le compraría con mi dinero sería una maleta y un par de calcetines.

Ahora me he dado cuenta de que aún no es tarde para reflexionar un poco sobre lo que ha sido mi vida. El dinero no compra la felicidad. Lo sé, y aunque lo hiciera, no gastaría ni un mísero dólar en algo que nunca me ha aportado nada, y nunca lo hará. Vivo rodeado de gente que solo me busca por mero interés. Gente a quién no debo absolutamente nada. Afortunadamente después de tantos años de mi amarga compañía, éstos por fin han comprendido mi filosofía. "Haced lo que os plazca, mi vida está resuelta".

No estoy especialmente orgulloso de lo que me he convertido. Pero sinceramente, mientras la falta de orgullo no me impida respirar, ésta no significará nada.

Obviamente tuve mis años de oro, tiempos que aún se hallan en lo más profundo de mi memoria. ¿y para qué olvidarlos? Al fin y al cabo son lo único que me consuela de haber vivido por algo, más que por ser envidiado por los demás, o amado por mis bolsillos llenos. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando un ordenador era señal de prestigio, y ahora ya vamos en naves espaciales. ¡Ridículo! ¿A caso quieren buscar en la Luna lo que no encontraron en la Tierra?

Tal vez mi existencia haya sido un error. Probablemente así sea. El caso es que mi tiempo ya se acaba, y ya es tarde para cambiar cualquier cosa. Si alguien me ha llegado a querer fuera del ámbito económico, sinceramente le felicito, pero ahora es el momento de terminar. Dos personas armadas han entrado en mi morada, y estoy solo aquí. Escondido. He llamado a los vecinos, pero estos han ignorado mi llamada, y con razón. Podrían incluso ser ellos los que acaban de entrar en mi hogar; estaría más que justificado.

Me he forzado a mi mismo a transferir toda mi fortuna a mi familia, antes de que ésta cayese en manos del Estado, así que ya no me quedan cabos por atar. Y ahora sí, me voy a ese maldito charco donde sea que se encuentre el hombre del bigote, sabiendo que habré muerto tal y como siempre he vivido: solo.

dimecres, 30 de novembre del 2016

COLORES DE UN LUGAR SOÑADO

Esta vez sí. Lo dejo todo. La familia, los amigos, esa opresora rutina que nos ha convertido en títeres sin sueños ni deseos, que ha hecho de nuestros destinos una prisión, y de nuestras vidas una constante repetición de 24 horas.

Que no conozcamos el verdadero sentido de nuestra existencia, si es que existe, no significa que tengamos que dejar nuestras vidas en manos de una sociedad que cada día nos mecaniza un poco más. Esto lo conozco muy bien. Y es por esta razón, exactamente por esta, que me he dado cuenta que si no pertenezco a ningún lugar más que a esas cadenas de polvo asfixiante y gris, empieza a ser hora de que encuentre esos lugares que hasta ahora solo se me ha permitido visitar durante las 8 horas de sueño. Empieza a ser hora de encontrar los colores que se esconden más allá de las rejas del día a día. El cían del cielo, el blanco de la nieve gélida, el verde de las llanuras tras esas montañas colosales que solo he podido conocer en las interminables clases de geografía.

Abrir un mapa, agarrar un velero de madera firme y navegar hasta que el sueño me lo impida. Dormir en los brazos de un océano infinito y profundo, lleno de criaturas que iluminan el abismo mientras las estrellas que exploran la noche oscura se convierten en la audiencia de mi dormir en libertad. Hacer de estas estrellas mi propio planetario, y del mar mi pecera eterna.

Llegar a una isla paradisíaca, gobernada por las más relajantes brisas del trópico y dejar que sus paisajes me permitan olvidar la soledad. Encontrar una pequeña aldea pescadora de tesoros marinos y recolectora de los frutos de esta tierra libre. Vivir, dormir y despertarme en una cabaña de bambú y hojas, sin importarme que gran tormenta me azotó ayer. Adentrarme en las profundidades de una jungla verde, y poder sentir la refrescante humedad en mi piel estriada. Perderme solo para poderme encontrar otra vez. Y conocer cada día una nueva forma de desaparecer de los mapas, sabiendo que nada ni nadie me espera más allá del mismo presente.

Cabalgar sobre criaturas cuya existencia jamás había imaginado, bajo la supervisión de un sol rojizo decayendo en el lejano horizonte de unas infinitas llanuras. Y así, entre las refrescantes brisas del atardecer, abrir los ojos para darme cuenta de que esos anhelados colores están más cerca de mí de lo que jamás lo habían estado.

Sentarme en un pequeño banco de madera roja iluminado por una inmensa luna azul, y presenciar con emoción todo tipo de ceremonias y celebraciones, de los habitantes de unas tierras perdidas por la ignorancia, donde el papel y la tinta no existen, pues todo lo aprendido y por aprender solo puede escribirse en un lugar... en nuestras memorias. Preguntarle a los vientos de oriente, ante ese espectáculo de luces y sonidos nuevos para mí, si alguna vez ya he estado aquí, y si alguna vez volveré.

Despertar de nuevo en el infinito manto del océano, y sentir la sal ligera pegada en mis párpados sin importarme, mientras el pequeño barco navega sin prisa en busca de un irreal horizonte. Irreal porque nadie ha estado aquí para delimitarlo.

Conocer las invisibles ciudades de relucientes edificios de cristal azul, de todos aquellos que un día renunciaron a todo, y lo consiguieron todo y más. Un mundo donde las únicas lágrimas derramadas son fruto de la felicidad. Un mundo donde vivir no es un trámite, pues la vida no se encuentra entre dos muros. Un mundo donde vivir es la única excusa para ser libre. Y si una cosa es cierta es que de vidas solo hay una… Una, cómo los minutos que quedan para que termine la clase.

Me froto los ojos desorientado, y observo cómo todos mis compañeros e incluso yo mismo, cómo programados, nos levantamos del asiento y cruzamos la puerta del aula para volver a casa, y regresar de nuevo aquí mañana. Pero esta vez puedo sentir cómo una gran parte de mí aún sigue allí, tan lejos. Veo el mar azul desde las ventanas de este edificio y hoy puedo decir sin duda alguna que algún día volveré allí a por ella. Y que de momento, esta parte de mí me espere en el paraíso, mientras yo aún siga dibujando mi mapa.

divendres, 28 d’octubre del 2016

DESDE LAS SOMBRAS

“—Aunque siempre he deseado darlas a conocer, jamás me he considerado una buena dibujante. A mis cercanos le gustan mis obras, pero no por la calidad, sino por su trasfondo. ¿Me entiendes?
Mucha gente tiende a subestimarse en exceso, y esto solo lleva al fracaso. Ten en cuenta que si quieres superarte, antes deberías ser capaz de apreciar realmente tu trabajo y juzgarlo como éste merece ser juzgado.
¿Sabes? No me arrepiento de haber hablado contigo. Me caes bien.
¿Sueles arrepentirte de tus conversaciones?
¡No! Bueno… Tal vez… . Verás, yo solo vengo a este foro para hacer amigos.
Genial, porque yo solo vengo aquí para ser un amigo”.

Tres contundentes golpes en la puerta de mi desordenada morada me arrancan del profundo sueño que me ha retenido estas últimas horas. Recuerdo la conversación de anoche, y esta se aferra a mis pensamientos más de lo habitual, convirtiéndose en una extraña y amarga espina de remordimiento.

La puerta vuelve a ser golpeada con mucha más fuerza que antes. Golpes acompañados de una voz grave y siniestra que grita mi nombre con furia: “¡Zack, abre la maldita puerta!”. Me levanto de la silla de mi escritorio y apago todos los monitores que iluminan esta pequeña habitación con una luz azulada; y a continuación, me abro paso entre el desorden de cajas, papeles y aparatos inútiles que inundan mi sucio habitáculo, hasta llegar a la puerta principal, y abrirla.

Dame los datos —me dice un corpulento hombre con una peligrosa apariencia.
Dame tú un segundo —digo arrancándome las legañas que rodean mis rojizos ojos.
Dame los condenados datos ahora, si quieres el dinero —me responde con agresividad.
Está bien, está bien, tampoco hace falta enfadarse —digo provocador ante la mirada asesina del individuo—. No sabía que teníais tanta prisa para allanar una casa. Si al fin y al cabo, la propietaria no saldrá de su domicilio hasta las 11:30, así que aún tenéis hasta tiempo para el “carajillo” mañanero.

Llego de nuevo a mi mugriento despacho y trato de encender la solitaria bombilla que cuelga del techo, pero ésta resiste ante mis intentos; así que me limito a buscar los documentos entre las montañas de papeleo de mi escritorio, envuelto en la sombría oscuridad de mi hogar.

Aquí tienes los datos —digo al monstruo corpulento de la entrada—. En papel, cómo habéis pedido. Irrastreables.

El hombre suelta un espontáneo gruñido para mantener su personaje de “bulldog matón”, y seguidamente se saca un fajo de billetes de su americana, y me los da con desprecio. Yo cuento uno a uno esos billetes y el hombre no se mueve hasta que me aseguro de que están todos.

Muchas gracias caballero —le digo con un cierto humor—. No sé porqué pensaba que ya te habrías gastado la mitad en el bar de la esquina. Ah, por cierto. Cuando entréis allí no le echéis a perder sus dibujos. Hazlo por mí, hombretón —bromeo hasta cerrar la puerta finalmente, y regresar a mi despacho.

Las horas pasan imparables, y mi vida permanece, como siempre, inexistente ante los ojos del mundo. Antes mataba el tiempo cuestionándome cosas: ¿Cuál era el verdadero sentido de la vida? ¿Qué haría si viviese en otro lugar muy lejano a este? ¿Si el fin justifica los medios, está bien lo que hago para sobrevivir? Ahora estas preguntas ya forman parte de otro yo. Un “yo” ya olvidado por el presente en el que vivo.

Enciendo la televisión, sin ningún propósito particular; y solo escucho malas noticias. Incendios, atentados, pobreza y enfermedad. Todo los horrores del mundo se ven muy domesticables cuando vives en las sombras. Soy totalmente consciente de esto; y esto me tranquiliza a la vez que me hace sentir inmortal. Si no es que ya estoy más muerto que vivo, en las tinieblas de estas cuatro paredes.

Pero las cosas cambian en el preciso instante en que, cómo con un espejo, mis actos se reflejan repentinamente en el televisor, en la forma de una nefasta noticia sobre el violento secuestro de una chica en mi ciudad. Una chica cuya dirección aparece en los documentos que he entregado a ese hombre esta mañana.

Sudores fríos empiezan a bajar por mi frente al escuchar las insensibles palabras de la presentadora del telediario. Al principio niego con toda mi voluntad sentirme responsable de dicho desastre, y trato de convencerme de que esto es una mera coincidencia en la que yo no estoy involucrado. Pero a medida que corren los segundos, mi relación con la impactante noticia se vuelve más y más evidente. La chica de la noticia era sin duda alguna, la que estuvo hablando conmigo en el foro anoche; la chica que, sin piedad alguna manipulé para obtener sus datos personales. ¿Cómo pudo ella dejarse engañar por un monstruo como yo? ¿Cómo pude yo provocar tanto daño a alguien feliz? La información que vendía, siempre había sido usada para simples robos materiales. Y jamás hubiese sospechado que esa gente pudiese llegar tan lejos. Que yo pudiese haber llegado tan lejos.

Todo debe ser una horrible pesadilla; pues esto me resulta cada vez más irreal. Tal vez deba superarlo deprisa y, con la más fría sangre, adaptarme a los eventos adjuntos con mi único oficio; esta sería la opción ideal, si no me resultara tan imposible aislarme de este dolor que retuerce mis entrañas cuando pienso que por mi culpa, una vida que jamás me hizo daño, ha dado tal terrible e inesperado vuelco. Que he sido una pieza imprescindible en un macabro plan que ha a afectado a alguien que no tenía la culpa de mi necesidad de supervivencia.

Me voy a dormir antes de que cometa alguna estupidez de la que arrepentirme de nuevo. Seguro que mañana todo lo que pasa por mi cabeza estará mucho más claro.

De repente, la oscuridad de lo que se muestra cómo un desagradable sueño, nubla mis ojos y me lleva a un lugar que, más que aliviar mi poderoso pesar, más bien aumenta éste hasta puntos desesperantes; pues ahora, de repente, me encuentro en una extraña cafetería rodeado de gente cuyos rostros son imperceptibles ante mi vista, con la excepción de la imagen de esa joven del foro, quien se encuentra frente a mi impecable, y me recita cara a cara, las mismas palabras que tecleó la noche anterior.

Me esfuerzo desesperadamente para advertirle de que nunca se deje convencer por mí; pero sin embargo mi control sobre esta ilusión nocturna es nulo, y las palabras que salen de mi traidora garganta son las que engañaron a la chica en ese momento.

“—Siempre me he considerado un hombre sensible por el arte.
¿Eres algún tipo de coleccionista?
Más bien un simple apasionado.
¿De los que van en su “Jaguar” de exposición en exposición?
¡Exacto! Pero olvídate del “Jaguar”. Yo soy más de “Mini Cooper”. ¿sabes que? Si me das tu dirección, algún día puedo llevarte a alguna de mis galerías favoritas. ¿Qué te parece… ?”

Me despierto al instante de este sofocante sueño, antes de ser capaz de poder evitar esas palabras pronunciadas en esa imaginaria recreación; y es entonces cuando me doy cuenta de hasta qué punto la culpabilidad me está devorando. Si realmente existe algún modo de sanar el festival de remordimientos que ocupa en mi estómago, éste no es la adaptación y mucho menos la ignorancia. Este  es el valor de asumir mis destrozos, y por tanto, mis responsabilidades. Es hora de reaccionar. Es hora de salvar a la víctima de mis acciones. Es hora de contactar con el hombre que me contrató para cometer ese horrible delito.

Me apresuro a revisar la pequeña cámara que oculto en la puerta de mi hogar, para intentar obtener la mayor cantidad de información sobre ese despreciable individuo; y rápidamente observo una pequeña cinta blanca adherida en su nuca, señal de un tatuaje muy reciente; así que sin perder ni un solo segundo, me conecto a los sistemas de vigilancia cercanos a los distintos estudios de tatuaje, y no descanso hasta localizar al hombre, y aprovechar todos los datos obtenidos. Entonces, una vez conocidos sus nombres gracias a los registros de la tienda, llega el momento de entrar en el foro en el que tantas vidas he arruinado.

“—Buenos días. ¿Es usted Alvin Detroit?
Sí. ¿Algún problema?
¡En absoluto! Sólo que gracias a su anterior visita, usted se ha convertido en nuestro cliente número 1.000.000 de Kinney's Tatoos, y si me deja su dirección, va usted a ser obsequiado con un magnífico lote de productos de nuestros estudios totalmente gratuitos…”.

Llego con mi destartalada camioneta hasta el portal de un asqueroso edificio de los barrios bajos de la ciudad. Y armado con mi potente “Tazzer”, una jeringuilla de somníferos, y con unos pequeños refuerzos cibernéticos, me dirijo hasta el habitáculo remarcado en mi GPS; encontrándome con una puerta completamente sucia, demacrada y desencajada de sus marcos.

Accedo silenciosamente con mi mente ocupada solamente en el motivo que me mueve a emprender tal riesgo; y una vez en los pasillos de este edificio aparentemente solitario, empiezo a andar con sigilo hasta encontrarme con ese corpulento individuo tumbado en su mugriento sofá escuchando una escandalosa cadena de radio de deportes.

No dudo en actuar, porque sé que si lo hiciera, seguro que me echaría atrás, y esa chica perdería su única verdadera posibilidad  de sobrevivir; pues la policía hace años que ha dejado de investigar secuestros en ésta oscura urbe; ésta solamente limpia los escenarios, y empieza expedientes que jamás va a terminar. Así que me cubro los oídos con los audífonos especiales de mi teléfono móvil, y activo con una ingeniosa aplicación, una potente descarga de decibelios que son rápidamente emitidos por todos los dispositivos del edificio.

El hombre, quien al instante se percata de mi presencia, empieza a retorcerse y a gritar por la terrible migraña que le asedia gracias a ese pitido infernal. Y es así como inmovilizado ante mí, éste termina electrocutado y finalmente inconsciente.

Me cuesta horrores arrastrar a ese maldito fiambre hasta la entrada de su morada, y cargarlo en mi furgoneta. Pero una vez contemplo a ese sucio cuerpo reposando en el metal de mi vehículo, empiezo a encontrar un ligero gusto por la venganza. Aún sabiendo que el mayor responsable de esta catástrofe soy yo.

El hombre despierta varias horas después, atado a una improvisada silla eléctrica construida a base de cableado que he encontrado esparcido por mi casa, directamente conectado al panel de energías.

¿Qué demonios crees que estás haciendo, imbécil? —grita él aturdido.
¿Dónde está la chica? —pregunto con la más serena voz de dominar la situación.
Te estás poniendo en peligro, estúpido niñato.

En este instante, mis manos se dirigen rápidamente hacia la palanca del panel eléctrico, y ésta libera una dolorosa descarga de amperios sobre el apestoso gorila que yace ante mí.

Maldito hijo de… —grita agonizando.
Solo era para destaparte los oídos —respondo irónico—. Dime donde está la chica que secuestrasteis ayer.
Menudo idiota, el mercado cambia y esa chillona ya es fiambre. Su cuerpo ya se está hundiendo lentamente en el río, mientras sus órganos malolientes reposan en las entrañas de algún millonario de la Provincia.

Oídas estas palabras, el peor de los escalofríos se adueña de mis esperanzas; y alimenta mis remordimientos de una forma incontrolable. Ahora, totalmente falto de control y piedad, activo la palanca del panel para dejar que sea el destino quién la desarme de nuevo. Y seguidamente, envuelto en un cegador ataque de cólera, empiezo a golpear mi cabeza contra la pared más cercana, hasta caer desplomado al suelo junto al cuerpo carbonizado, ya sin vida, de mi rehén.

Me encuentro de nuevo en un sueño, producto de mis culpas, donde yo, sentado en un lujoso sillón, me levanto súbitamente y me abrocho la valiosa corbata que cuelga de mi cuello. A continuación, con mi más frío y neutro caminar, empiezo a avanzar sin detención alguna por los pasillos de una casa desconocida, hasta llegar a una humilde habitación. Una pequeña sala ocupada por esa pobre muchacha, que pinta sin distraerse con mi presencia, la que será la última de las obras de su vida; pues al instante, saco un largo y afilado cuchillo de mi elegante americana, y su hoja roza duramente el cuello de la chica ante la mirada de un “yo” perturbadoramente inexpresivo. Ese insensible “yo” incapaz de sentir empatía cuando su víctima se encuentra ante una simple pantalla. A tantos kilómetros de él.

Dedico los siguientes días de dolor, a rastrear y desmantelar todos los detalles de la organización que me contrató ese espeluznante día; y es así cómo definitivamente decido renunciar para siempre al oficio que me ha estado alimentando durante tanto años. Delato a las autoridades los más tenebrosos detalles de ese oculto y miserable mercado; revelando sin censura también mi papel en este macabro proyecto. Pero aún así, jamás llego a confesar mi identidad. No hasta que haya atado todos los cabos que ese día solté; y tal vez ni siquiera entonces. Aún tengo un último crimen que cometer.

“—Aquí patrulla “Charlie”. Tiroteo en el distrito 14. solicitamos refuerzos inmediatos. Corto.
Mandamos refuerzos ahora”.

Una vez limpia de guardias esa casa que hasta ahora solo he visitado en sueños; accedo a su detallado interior y ando a través del largo pasillo, esta vez soltando algunas ligeras lágrimas que compadecen y suplican perdón a esa preciosa vida que por mi culpa, terminó ya hará una semana.

Entro en esa humilde habitación, sin ninguna otra ley ni permiso que el de mis dolorosos remordimientos. Y es entonces cuando una a una, fotografío todas las magníficas obras de arte que logro encontrar en esa delicada sala tan melancólicamente ordenada y solitaria; cuyas paredes presenciaron el más horrible crimen de este mundo.

Me despido de esas paredes como jamás me había despedido de nadie antes, y al regresar a casa, construyo con mis doloridas manos una eterna galería virtual donde exponer todos esos dibujos, que se quedaron sin autor. Todo el dinero recaudado por las visitas de esta galería serán ingresados a la cuenta de la familia de la pobre chica; junto a todos los ahorros que he acumulado durante toda mi vida haciendo daño a gente inocente.

“—Mi nombre es Zack Anderson, y ya doy por concluida mi misión. Nadie imagina cómo lamento la muerte de su hija. Nadie. Y ahora, sin más motivo para seguir este oscuro viaje, empieza a ser hora de desaparecer de nuevo de los ojos de este mundo; pero tal vez... de otro modo”.

dilluns, 26 de setembre del 2016

EL HÉROE: LEYENDAS DE UN YO DEL MAÑANA 2

El rechazo, el miedo, la soledad, la muerte. Jamás antes me había dado cuenta de lo fácil que puede ser destruir una vida; y, de haberlo comprendido en su momento, los errores que me han llevado a esta conclusión jamás hubiesen sido cometidos. Pero mucho me temo que ya es demasiado tarde para reparaciones; y el destino se ha cobrado lo que por mi culpa, le pertenece.

Por ahora todo sigue un misterioso orden, cuyos factores cambian en instantes determinados que no logro comprender y tal vez no deba. Todo empieza con un “¡Nunca te dejaré solo!”, que es seguido por un “¡Este no es tu hogar!” y termina con un extraño “¡No voy a abrir los ojos!”; pero cada una de estos factores acompañados y constantemente supervisados por un frío y desconcertante “¡Quédate conmigo!”.

Por ahora todas estas secuencias no son más que simples y ligeros parpadeos en medio de una oscuridad absoluta, y en este momento todo resulta muy confuso…, tal vez lo único que puedo y debo hacer es cerrar los ojos y olvidar lo sucedido; aunque solo sea unos segundos.

Quédate conmigo”.

AÑO 2941

¿Es que no lo entiendes, Bim? ¡Maldito robot del diablo! Timmy ha muerto, y ya jamás va a volver contigo —grito entre lágrimas y ahogados sollozos al pequeño y fiel robot de mi difunto hermano gemelo, mientras observo la delicada capa roja de superhéroe que cuelga de su cabecita de cromo blanco, esa capa que Timmy solía atarle en las horas de recreo.

Bim, alzando la vista, me mira en silencio, con su inocencia grabada en sus diminutas lentes de cristal, y su cuerpo electrónico reposando con una incomprensible serenidad. No hace nada, ni siquiera se lamenta por la muerte de su mejor amigo; solo me observa en calma, mientras el ligero viento que se filtra por la ventana acaricia y hace flamear con suavidad la pequeña capa roja que, quiera o no, aún conserva y esparce en el aire la dulce esencia de Timmy.

¿No lo entiendes? —repito desconsoladamente ante la inevitable falta de comprensión del pequeño androide, entristeciéndome al ver que su única reacción es el vulgar gesto de bajar su mirada distraída hacia la moqueta del piso, y mantener celosamente ese trágico y agotador silencio que poco a poco me desmoraliza cada vez más—. ¡No sirves para nada! ¡Vete de aquí; fuera. Este no es tu hogar!

El robot, tras oír mis desagradables palabras, con una notable dificultad, escribe en un papel las palabras “Por favor, quédate conmigo”. Palabras que al instante rechazo con dolor. Bim, cabizbajo, obedece mis crueles órdenes y se retira de la habitación caminando lentamente hasta cruzar el largo pasillo y llegar a la puerta principal de la casa. Preparado para cruzarla y no volver nunca más aquí, donde su imagen solo me impide olvidar el rostro de mi pobre hermano.

Cuando Bim llega a la calle, solitario con su ondulante trapo rojo en su mecánico cuello y su pequeño e insignificante cuerpo cromado, se dirige sin pensárselo dos veces al pequeño parque infantil del final de la calle, origen de todas las aventuras que había vivido con el pequeño Timmy. Decidido, se ubica con rapidez al centro exacto de esa plaza, y en su más notable silencio, empieza a contemplar con curiosidad todos los inocentes niños de su alrededor; buscando a alguien que quiera jugar a superhéroes con él. Sin embargo, nadie presta ninguna atención al silencioso androide que, disimuladamente, alza su mirada hacia al cielo para observar a las bandadas de golondrinas que planean libres por el firmamento, hasta desaparecer en el más lejano horizonte.

En ese instante los ojos de cristal del pequeño robot solitario se iluminan con una cierta nostalgia, totalmente ignorada por la otra gente del parque. Él, atrapado en su diminuto mundo de fantasía, y acompañado por las aves del cielo, abre sus delgados y flexibles brazos enfocando su cuerpo hacia el horizonte, y por unos breves instantes, él se convierte en una de esas ligeras y libres golondrinas, volando sin detención alguna hacia un nuevo mundo lleno de aventuras por vivir. Un mundo con su mejor amigo.

De repente, un súbito estruendo arranca a Bim de su cálido sueño para recordarle que ya no tiene hogar ni nadie con quien compartir su vida. Es entonces cuando un segundo temblor agita los circuitos del androide, logrando que este se dé cuenta esta vez del peligro que acecha a un niño que pedalea en su triciclo, rumbo hacia el profundo foso de unas obras cercanas.

Ante esa escalofriante situación, impulsado y animado por el superhéroe que Timmy le había brindado años atrás, Bim corre incansable hacia el rescate del infante. Y cuando ya parece demasiado tarde para evitar lo peor, el robot se abalanza contra el triciclo y su propietario, tirándolos bruscamente contra el suelo de asfalto.

Bim, satisfecho por su heroica intervención, revive en su memoria varios de los episodios vividos en ese parque junto a su fallecido compañero; recibiendo por imprevisto un duro azote de quien parece ser el padre del infante, que permanece en el suelo agonizando por las decenas de rasgaduras que la caída le ha causado.

¡Robot asqueroso! —grita el padre furioso, mientras la madre consuela y abraza a su hijo herido—. ¿¡Qué demonios le has hecho a mi pobre hijo!?

Bim, asustado y apenado por el dolor causado por sus actos, regresa lentamente a casa, pero esta vez no cruza la puerta para volver a mi cuarto y suplicarme la aceptación. Esta vez sube las escaleras del piso, y no se detiene hasta llegar al tejado más alto de este edificio de 6 plantas. Una vez allí, triste y acompañado de su silencio y su capa roja, trepa con dificultad las barandillas de seguridad y, plantado ante el precipicio, a un solo paso de su destrucción absoluta, se tensa el nudo de la capa y abre los brazos para volar con las golondrinas. Para volar hacia un mundo de aventuras. Para volar hacia un lugar donde seguir siendo un superhéroe. Un lugar con Timmy.

Cuando mis padres llegan a casa y preguntan por el pequeño robot de mi hermano, solamente consigo responder: “Bim ha decidido marcharse, y jamás volverá”.

AÑO 2940

Todo dolor detona a causa de una nefasta decisión del pasado, y se convierte en la tortura del “hoy”. En mis recientes once años, mi tiempo para tomar decisiones había sido escaso, aunque sin embargo, ese fatídico día cambié por completo el rumbo de la que tenía que ser una vida perfecta con una unida familia feliz. Terminando con un dolor que me haría arrepentir cada uno de los días que aún estaban por llegar.

¡Ven a ver esto Timmy! Ha aparecido esta noche pasada y es increíble —dije a mi hermano con un gran entusiasmo y una pésima precaución. Él, en su rincón favorito del parque, jugando tranquilamente con su compañero robot, no quiso prestar atención a mis estúpidas palabras, pues la mayoría de mis avisos terminaban en bromas de muy mal gusto que el chico ya no quería tolerar—. ¡En Serio, ven, a ti también te va a fascinar! —repetí con la horrible insistencia que nos llevaría al profundo pozo de las fatalidades. Segundos más tarde, fue su adorable bondad lo que lo llevó a abrochar por última vez la capa a su amigo Bim, y acercarse pacientemente a mi para ver el motivo de mis eufóricas palabras.

Llevé a mi hermano hasta un callejón cercano a ese parque, más allá de las barreras de arbustos podados y árboles grises que delimitaban el establecimiento infantil. Y cuando llegamos a mi objetivo, le mostré asombrado la reluciente pero espeluznante imagen de un portal dimensional abandonado al fondo de la estrecha y oscura calle.

¡Mira! —dije emocionado—. Alguien ha dejado un “Linker” personal para nosotros.
Sabés que papá y mamá no quieren que nos acerquemos a esas cosas si no son seguras —dijo Timmy con su suave aunque atragantada voz.
¡Pero miralo bien! —insistí—. Un universo solo para ti y para mi, y para tu robot. Allí dentro podremos venir a jugar cuando queramos sin que nadie se entere. ¡Es fantástico! Admítelo.

Podía apreciar la inseguridad en los ojos del pequeño Timmy, pero su falta de empuje contra mis convincentes palabras le llevó a tomar la peor decisión de su vida.

Cruzamos el luminoso portal, y en cuestión de segundos nos encontrábamos en un infinito y perturbador laberinto de tuberías y maquinaria pesada de todo tipo, envuelto por un vacío cielo de un color naranja como el fuego.
Tranquilo, nunca te dejaré solo —le prometí mirándole a sus llorosos y aterrados ojos, que parpadeaban incansables.
Quédate conmigo todo el rato —dijo él con un hilo de voz, mientras me agarraba con fuerza la manga de mi jersey.
Claro que sí —dije, antes de que mi serenidad se quebrantara por completo.

Los eventos que sucedieron a continuación llegaron de una forma tan súbita y brutalmente inesperada, que recordarlos se convierte en una verdadera pesadilla. Lo único que me viene a la cabeza al intentar rememorar ese terrible instante, es una fría y susurrante voz grave, procedente de unos altavoces diciendo: “Vaya, vaya, alguien está lejos de casa. ¡Darnok, Relix, ocupaos de esos mocosos!”. Y al instante, dos monstruosos perros diabólicos de aspecto enfermizamente salvajes salieron de unos conductos de acero, y se lanzaron contra mi y mi hermano sin remordimiento alguno, atacándonos con tal fuerza y agresividad, que en pocos segundos mi consciencia se convirtió en un oscuro y tenebroso foso negro sin salida.

Desperté en la camilla de una iluminada sala de urgencias, infestada de médicos que con gestos nerviosos y apresurados, intentaban salvar a cualquier precio la vida de mi hermano y la mía, dos niños malheridos cuyas vitalidades colgaban de un hilo medio roto.

Ante la horrible presión de esa macabra escena, al ver mi repentino abrir de ojos en esa camilla, los médicos se vieron forzados a centrar su atención en mí, y dejaron de lado al pequeño Timmy durante unos breves segundos. Unos breves segundos que le arrebatarían la vida, y dejarían que la más tenebrosa huella de la tristeza y el dolor quedase grabada para siempre en mí, y a todos los que me rodean.

Ojalá ese último aviso hubiese sido otra de mis bromas de mal gusto.

AÑO 2961

Terminados mis estudios y profesionalizándome en el amplio mundo de la ingeniería informática, encontré el modo de cubrir esa grieta que partía mi corazón con una infernal agonía; pues había hallado el modo definitivo de olvidar al pequeño Timmy, quien jamás abandonó el retorcido mundo de mi cabeza. Un método superior a todas esas absurdas tardes con el psicólogo, que lo único que lograban era expandir mi dolor. Y es que si de verdad no era capaz de olvidar ese delicado rostro y esos ojitos llorosos que me suplicaban volver a casa, solo me quedaba una alternativa: traerlos de vuelta. Y con este alocado lema fundé mi laboratorio submarino de tecnologías avanzadas de TimmyTechs. Lugar que hospedaría el primer psyco-simulador jamás construido en la historia; basándome en un polvoriento diseño que Bim dibujó para su mejor amigo, años antes de la tragedia. Un complejo ordenador construido por mi, capaz de recrear vida inteligente a partir de comportamientos y códigos genéticos de personas pertenecientes este oscuro mundo; o que alguna vez estuvieron aquí.

Al principio hasta yo mismo me convencí que dicho proyecto era una verdadera locura, y que reemplazar la vida de mi difunto hermano era una tarea imposible, y aún más, inmoral. Pero mi perspectiva dio un inmenso giro una de mis múltiples noches en vela en mi taller, cuando de repente, adormecido a causa una larga jornada, desperté para darme cuenta que todos los datos de Timmy que yo había introducido en el psyco-simulador, que jamás habían llegado a ser procesados, acababan de ser absorbidos por el dispositivo; y en la pantalla de este se mostraba un luminoso y azul garabato de unos parpadeantes ojos infantiles observándome en el silencio de la noche.

Me costó trabajo encontrar un razonamiento lógico para ese fenómeno, y para ser sincero, aún no lo he encontrado; pero si de algo estaba seguro y todavía lo estoy, es que mi invento no había reemplazado la vida de mi hermano por una ficticia imitación; el invento acababa de crear un vínculo real hacia el verdadero Timmy, perdido y atrapado en un mundo que jamás debería ser comprendido.

¿Puedes oírme, Bred? ¿puedes verme? ¿Estoy realmente aquí?
¡Si, Timmy, te oigo! —dije al mismo tiempo que unas gruesas lágrimas se generaban en mis exhaustos ojos, al oír esa dulce y ya olvidada voz—. ¡Estas conmigo, hermano! Jamás te voy a perder otra vez —exclamé rendido ante mis emociones—. Ojalá papá y mamá pudieran ver esto.

El garabato, a lo largo de la noche, me demostró que era capaz de recordar situaciones que Timmy experimentó antes de su muerte, pero por suerte o infortunio, evitaba de todos modos hablar sobre ese fatídico día. Aún no logro entender si lo hacía por falta de recuerdos, o para no herirme a mi.

Nuestras conversaciones no eran del todo fluidas, y a veces carecían de sentido; pero no podía creer lo que acababa de lograr. La emoción del instante no me permitió reflexionar si realmente ese invento debía existir en un mundo donde la muerte siempre había sido el final de todo; pero por razones desconocidas, el psyco-simulador no tardó en ser conocido por centenares de empresas que podían ganar fortunas con mi artefacto.

Me negué completamente a vender ese teléfono del más allá, y aún menos a vender la vida del pequeño Timmy, huésped eterno de mi máquina.

La única oferta que consiguió llamar mi atención fue la de un misterioso individuo, conocido como Grablayn, y esta decía así: “Tú me ofreces el psyco-simulador y yo salvo a la humanidad de una inminente extinción en manos de los Linkers”. Conocía de primera mano el daño que esos portales podían causar y causarían con el tiempo, pero rechacé su oferta, para poder gozar del macabro reencuentro con mi hermano.

Pero a pesar de todo, poco a poco y a medida que pasaban los días empecé a cuestionarme hasta qué punto poder oír la voz de Timmy tras una extravagante pantalla, satisfacía esa necesidad de salvación que había contenido tras tantos años. Pues aunque sus ideas y su memoria hubiesen regresado de la muerte, eso que había creado no era lo que realmente necesitaba encontrar, pues lo que realmente buscaba no era más que algo totalmente imposible. Y el psyco-simulador jamás solucionaría un error de 20 años. Entonces debía tomar una decisión: devolver a mi hermano de donde le saqué o permanecer toda mi vida recordando que por mi culpa ahora él era un par de ojos dibujados en el monitor de mi taller. Un par de ojos que nunca me devolverían lo que realmente perdí ese día.

La decisión estaba tomada. Solamente necesitaba el coraje para llevar a Timmy donde ya le envié ese día. Y reunir ese coraje me costó dos años enteros de sufrimiento e indecisión.

AÑO 2963

Esta noche he vendido definitivamente el psyco-simulador al fanático de Grablayn. Timmy, por alguna razón que desconozco y agradezco, se desconectó totalmente ayer por la tarde; evitando una dolorosa despedida llena de explicaciones que no podía ofrecerle, ya que alejarme de él para siempre era injustificable.

Ya es tarde, y mis párpados rojizos me pesan hasta el punto de dormirme en la mesa de mi taller, ante el hueco que ha dejado el ya ausente psyco-simulador. De repente, desde un lugar que no logro localizar, una espectral voz interrumpe mi plácido sueño y hace real la peor de mis pesadillas, pues esa delicada voz recita con un inesperado rencor: “Me forzaste en entrar en ese infierno, y ahora soy un espejismo de tu dolor”. “Me prometiste que jamás me dejarías solo, y aquí dentro hace frío y está muy oscuro”. “Lloraste al verme de nuevo y encender las luces, pero ahora ya están apagadas de nuevo; y tengo frio, mucho frio”.

Me despierto al instante y suspiro con alivio al darme cuenta de que esa voz es solamente fruto de mis sueños y del horrible cargo de consciencia que mis decisiones me han causado. Pero tras alzar mi vista hasta el fondo del taller, me doy cuenta de que en todas las pantallas de la habitación se proyecta la palabra “Invisible”.

Corro asustado hasta cruzar los solitarios pasillos submarinos de mis instalaciones, y llegar a la nave que me llevará a la superficie. Pero los circuitos internos del vehículo están misteriosamente averiados, y la máquina no se encuentra operativa. En su pequeño monitor del panel de comandos aparecen las palabras: “Estoy aquí, pero no puedes verme; ahora soy invisible”.

Mi ataque de pánico al haber quedado totalmente aislado y a merced del espectro vengativo del pequeño Timmy me lleva a correr sin rumbo alguno a través de toda la estación submarina, encontrándome en cada habitación, galería y taller las omnipresentes palabras del fantasma que yo cree. “Las luces ya se han apagado, y ahora no soy más que un espejismo de tu dolor” “Solo soy una satírica tragedia, una macabra broma del destino” “Los años han pasado, pero ya no existen excusas ni justificaciones cuando eres invisible”.

Cuando regreso al taller, tras mi desesperado intento de fuga, conteniendo las lágrimas y la tristeza causada por la guerra moral de mi arruinada cabeza, encuentro un extraño papel escrito en la impresora de mi desordenado escritorio, que nunca antes lo había visto. El papel está datado de ayer por la tarde, y su origen procede del espeluznante psyco-simulador. Al centrarme en las diminutas letras escritas en una esquina de la hoja, un horrible escalofrío toma el control de mis emociones, ya que en esta hoja está escrito: “Por favor, quédate conmigo”.

El peso de mis sentimientos me termina de derrumbar cuando por fin me doy cuenta de la verdad que no pude ver por mi despreciable ceguera. El psyco-simulador no sirvió para ayudar al estúpido de mí a consolarme, sino para ayudar a mi pobre hermano. Yo no reviví a mi hermano ese día; yo solamente le encendí una luz para que él dejara de estar solo en las penumbras, y pudiese estar conmigo. Ese artefacto no me satisfacía a mi; le satisfacía a él; y por mi egoísmo le he arrebatado lo único que le quedaba después de haberle arrebatado todo.

Quédate conmigo”.

AÑO 2940

¡Quédate conmigo! —exclama la doctora ante los cuerpos inanimados de mi y mi hermano, en esa fría sala de urgencias—. ¡Quédate conmigo, no te rindas! —repite entre el alboroto de médicos y intermitentes pitidos de las máquinas de reanimación.

No logro recordar lo que ha pasado, pues el aturdimiento me domina por completo los pensamientos. “Nunca te dejaré solo”; estas palabras se encienden en mi mente como si alguien me las hubiese grabado con fuego en la cabeza. Entonces las ideas empiezan a tomar posición entre los escombros del shock, y ese vacío infinito oscuro se desvanece con la claridad. Ahora lo recuerdo; el “Linker” abandonado, la grave voz amenazadora y los perros diabólicos. Mi hermano Timmy está en la camilla de mi lado luchando por su vida y… va a morir aquí. Yo sobreviviré, y su trágica muerte se convertirá en la ruina de mi vida y la de mis padres, y la de Bim. ¡El psyco-simulador! ¡El espectro! Todo ha sido una alerta; una ilusión. Un regalo del destino para tener una segunda oportunidad. Cuando abra los ojos los médicos correrán para salvarme, y será el final de Timmy. ¡No voy a abrir los ojos!

Dicho esto, y dispuesto a reparar el futuro que se avecina en la triste historia que aún no ha sucedido, arranco de mi cuerpo todos los dispositivos que me mantienen respirando y esta vez, si solo uno va a salir de esta clínica, este va a ser Timmy. Esta es mi última decisión.

AÑO 2963

Aquí, en las penumbras todo está muy oscuro, y hace frío, mucho frío. Todo lo que haya dicho y hecho ya no importa. Pero ahora que a través de la pantalla puedo ver a mi hermano Timmy y su pequeño e inocente robot vivir la vida que jamás hubiesen vivido por mi culpa; estoy totalmente seguro de que no me arrepiento de nada. De nada.