dijous, 28 de desembre del 2017

EZKIZOFRENIK_S

 —El otro día el tipo del televisor me contó que mañana se acabaría el mundo.
¿Y qué hiciste cuando él apareció?
Me saqué el sombrero, por supuesto… vi en una película que esto es un signo de cordialidad, y no quiero quedar como un grosero ante ese señor.
¿Llevabas sombrero dentro de tu propia casa?
En realidad no, así que tuve que improvisar uno rápidamente con una grapadora y un poco de papel maché de mi prima Clair.
¿Y el tipo del televisor supo apreciar tu cordialidad?
No lo creo… pero no me importa, él tampoco se muestra demasiado cordial conmigo. Imaginate, ni siquiera lleva zapatos. ¡El tío va descalzo! ¡Será maleducado!
¿Había alguien más con ese hombre?
Creo que no… aunque podía oír algunos susurros amenazadores de fondo… pero creo que solo eran los pájaros de la calle. De esos que asustan bastante. Ya sabes...
Muy bien. Hablemos ahora sobre lo que te contó ese hombre ¿Te importa?
¡Adelante!
¿Te creíste lo que te contó? ¿Crees que llega el fin del mundo, como bien te dijo?
¡Claro! Ese tipo nunca miente… de hecho la última vez que le vi me advirtió de la inminente muerte de mi prima Clair; y Clair murió. No sin antes prestarme el papel y la grapadora, por su puesto.
¿Te asustaron las palabras del hombre del televisor?
Al principio un poco… ese tipo nunca trae cosas buenas… pero después me alegré muchísimo de oírlas.
¿Por qué te alegraste?
Porqué acababa de conseguir la oportunidad única y perfecta de hacer todo aquello que siempre quise, pero nunca pude.
¿A qué te refieres exactamente?
Deja que te lo explique todo: salí de casa un poco mareado. Lo normal cuando están lloviendo bolas de fuego. Y contemplé ese cielo rojizo con una gran sonrisa en mi rostro, que se estaba desfigurando por las altas temperaturas que desprendía la Tierra. Entonces todavía no se me ocurría ninguna cosa que hacer… tenía la mente totalmente en blanco, pero era muy feliz ¿Sabes?. El mundo se iba al carajo y ya no tenía razones para preocuparme por nada. Ni por la ley y ni siquiera por mi propia moral…
Supongo entonces que no eres creyente ¿Me equivoco?
En absoluto, no puedo creer en nada porqué yo vi a Dios arder hace muchos años. Por lo que ninguna religión fue capaz de frenarme durante el último día de la Tierra.
¿Y qué paso entonces?
¿Que qué pasó? ¡Muy simple! Me senté en mi jardín meditando sobre cual quería que fuese mi último acto en vida y entonces apareció el imbécil de Stanley, ese vecino mío al que tanto le gustaba fardar de su perfecta familia burguesa y de su precioso Cadillac rojo. El tío me saludó todo sonriente mientras cortaba el césped de su parcela con una burlesca serenidad. Se me pasaron del todo mis ganas de sonreír… el mundo se acababa y no iba a compartir mi muerte con él; así que, hecho una furia, salté a su propiedad cuando por fin me dio la espalda y lo despedacé con su propio corta-césped. Luego metí a toda su familia en el coche y lo hice arder con gasolina hasta que el rojo se volvió negro.
¿Cómo te sentiste entonces?
Genial, llevaba mucho tiempo aborreciendo a ese puñado de ratas. Creo que obtuvieron lo que merecían.
¿Qué más puedes contarme de ese día?
¡Muchas cosas! Eso sólo fue el desayuno. Cogí el puñal que me regaló mi padre y me dirigí sin pensármelo dos veces a ese restaurante dónde solía ir a comer con mi ex antes de que me dejase por Jake, el dueño del local. Allí, cuchillo en mano, secuestré al querido propietario y le obligué a invitar a Megan a comer ese mismo día.
¿Y vino?
Por su puesto que vino. Entré en la cocina sin que se percatara de mi presencia y le rellene de raticida la botella de champán. En pocos minutos su cara se convirtió en una verdadera fiesta de la espuma. Después abrí la caja registradora del restaurante y cogí todos los billetes que había. ¡No iba a quedármelos! ¿Para que quería el dinero si el mundo se acababa? Solamente los enrollé e hice que Jake se los fumara uno detrás de otro. A él no le maté; no tenía ninguna culpa de que Megan fuese una traidora. Pero si que era culpable de subir los precios del menú, así que la propina esta vez se la quedaron sus pulmones.
Cuéntame más…
La gente se escandalizó bastante por mis actos; muchos trataron de llamar a la policía. Los pobres no se habían dado cuenta de la tierra ya se había tragado todos los postes telefónicos de la ciudad. Pero casualmente aparecieron varios coches de policía que no tardaron en ayudar a evacuar ese asqueroso local. Yo me escapé por la puerta trasera y me escondí en un almacén industrial muy próximo. Un par de horas después, cuando el ambiente se calmó, salí de mi escondite y me fui al centro de la ciudad; dónde la devastación y el caos era máximo.

Dibujé de todo en las paredes de la iglesia hasta que los curas me echaron a patadas. Me fui de allí pero no sin antes lavarme la cara en el cuenco de la entrada. Después me acordé de Jake y su restaurante, y me di cuenta de que no había comido nada cuando tuve la oportunidad; así que tan hambriento como estaba, entré al restaurante más lujoso que pude encontrar y me pedí exactamente cien raciones de lo más caro que tuviera la carta. El camarero se negó a servirme; creía que estaba bebido o algo así, así que tuve que matarle; y esto que no me parecía un mal tipo. ¿Pero que más daba? Si él también iba a morir tarde o temprano… .
¿Consideras que tenías derecho a decidir sobre la muerte de esas personas?
Bueno… un poco más que ellos mismos. El caso es que comí hasta que mi tripa casi reventó, y entonces me fui de allí evitando el pánico general que se había generado en ese barrio.
¿Crees que tu eras el origen de dicho caos?
¡Menuda estupidez! El planeta estaba a punto de estallar… ¿acaso crees que la gente iba a prestarme atención a mí? ¿A un tipo cualquiera de la calle?
Oye. Eres consciente de que todo esto que me has contado jamás ha sucedido ¿verdad?
Ya… en realidad lo sé. El hombre del televisor ya me lo dijo. También me dijo que esta tarde me haría una visita; quiere hablarme sobre un tema muy interesante… algo sobre el fin del mundo.

dimecres, 20 de desembre del 2017

LAS ALAS CAÍDAS DE ÍCARO

 “Las leyendas de antaño ya hablaban de hombres que fueron capaces de surcar los cielos con un firme objetivo y un par de impecables alas en la espalda: Ícaro y su padre en busca de la libertad, según la mitología griega; el joven Cupido en su intrépida hazaña de unir las almas de los transeúntes a su arbitraria voluntad; incluso el sabio Da Vinci supo impresionar a las futuras generaciones con los diseños de sus alas mecánicas, y todos esos aparatos extraños… ¿Pero Sabéis qué, compañeros? Yo voy a construir mis propias alas con el sudor de mi frente y me alzaré desde allí donde Ícaro cayó, para volar hasta ese lugar que ningún humano ha logrado alcanzar. ¡Voy a subir hasta poder tocar el Sol incandescente con mis propias manos! ¿Alguien quiere ayudarme en esta fascinante aventura? ¿Nadie? ¿Seguro? Está bien… como vosotros queráis...”.

En 2017 tomé consciencia de todas aquellas cosas que había hecho mal en mi vida. Mis muchísimas deudas personales, mis rencores jamás sanados, mis más ambiciosos proyectos desambiciados, los secretos que me llevaré a la tumba y todas aquellas promesas que hice para después no poder cumplir. Entonces me di cuenta que si de verdad quería prosperar, necesitaba atar todos mis cabos de imperfección humana que me aprisionaban para finalmente trascender a otra escala… algo mucho, mucho más interesante. ¿Cómo sería esto posible? La respuesta siempre la tuve sobre mi cabeza, pero en ese entonces ni siquiera era capaz de percibirlo.

Pasé varias semanas encerrado en casa. Sin apenas comer ni dormir. Solamente concentrado en mi férrea obsesión, que se alimentaba de todo ese tiempo que le dedicaba a ella, y se hacía cada vez más grande. Necesitaba respuestas inmediatas, pero todo me resultaba tan confuso y abstracto que no encontraba el modo de poder organizar el cúmulo de ideas extrañas y retorcidas que se generaban en mi mente. Llené mi casa de listas, anotaciones y todo tipo de absurdos intentos de razonar mis súbitas y omnipresentes incógnitas. Y entonces, una mañana lo vi todo mucho más claro… . Me desperté en mi escritorio; justo donde me había dormido la noche pasada mientras organizaba mis ideas, y allí estaba, iluminando mi vista a través del cristal de la ventana, un solitario rayo del Sol que había cruzado decenas de edificios y construcciones de la ciudad para traer hasta mi ventanal, el ventanal de un primer piso, toda esa luz que tanto había buscado y no lograba encontrar.

No creo en los dioses, por su puesto, más que en aquellos que yo pueda crear con mis actos; pero eso fue como una especie de visión divina, una relación directa con la verdad más pura e imperturbable del Universo. Y ese diminuto destello de luz acababa de abrirme los ojos para siempre.

Hipnotizado por ese místico fenómeno, entre delirios traté como pude de capturarlo para siempre. Probé de encerrar ese espectro en un tarro de cristal, obviamente sin resultado alguno. Quise cerrar las cortinas para ver si esa luz se quedaba conmigo en mi desordenado escritorio, pero todo resultó extremadamente decepcionante. Así que aceptando mi derrota, extendí mis manos bajo ese tenue foco de luz, y sentí su calor en mis palmas hasta que el tiempo me arrebató por completo ese momento de magia. Ese momento de claridad.

Cogí los miles de papeles que habían invadido mi habitáculo, y rápidamente subí a la amplia azotea de mi bloque de pisos y ésta vez, bajo la imagen completa y absoluta del gran Astro Rey, quemé todos esos documentos y bocetos en una gran hoguera que no tardó en llamar la atención de mis vecinos. Quienes no dudaron en apagar el fuego, y llamarme loco.

Pasé los siguientes días en la azotea contemplando el Sol hasta que mis ojos ardían rabiosos; y por las noches, recuperándome de las cegueras temporales, empecé a leer todos aquellos libros de astrología y filosofía que cayeron en mis manos. Mis vecinos y parientes ya se encargaron de los de psicología. Y un buen día, el señor Goslett, el viejo librero de mi barrio, me concedió la espléndida idea que iba a culminar con todo ese extravagante espectáculo que había sustituido mi cordura. Esto sucedió la tarde en que alquilé por trigésima-primera vez un mismo libro sobre el heliocentrismo y astrología diversa.
Oye muchacho… esto va en contra de mi filosofía de negocio, pero… ¿sabes que este mismo libro está gratis en Internet?
Lo sé… pero prefiero leerlo en físico. En Internet todo resulta mucho más frio y distante.
Desde luego… si yo a tu edad hubiese tenido los recursos que tenéis ahora me habría comido el mundo. Mi hijo el otro día cogió un avión y cómo si nada… —me comentaba mientras ordenaba unas estanterías—. ¿tu sabes la emoción que sentí cuando volé por primera vez? Esa adrenalina… la sensación de estar por encima de todo el mundo. Y vosotros… allí aburridos y…
Cuando el señor Goslett se giró hacia mi de nuevo, yo ya me encontraba calles más allá con una grandiosa “Eureka” entre los dientes.

En cuestión de semanas logré infiltrarme en la Universidad más próxima que conseguí encontrar y de allí empecé a acudir a todas las clases que pude de la facultad de Ingeniería Aeronáutica. Si de verdad la finalidad de todo se encontraba en el Sol fulgurante, necesitaba aquellas herramientas que me permitiesen alcanzarlo. Necesitaba un par de alas que me pudiesen impulsar hasta más allá del firmamento. Hasta poder sentir ese mismísimo astro en mi propia piel… ¡esto era exactamente lo que necesitaba! Si esa estrella incandescente no iba a venir a mi, yo iría a ella.

Finalizada una clase, ya en 2018, concerté una pequeña entrevista con el director de la ya dicha facultad, quien me recibió un tanto extrañado, pues mi nombre no aparecía en sus listas de alumnos.
¿En que puedo ayudarte exactamente, chico? —interrogó el licenciado cuando entré en su despacho.
Bueno, solo venía para que me sugiriera algo sobre un proyecto que llevo entre manos… .
Claro ¿de que se trata?
¡Quiero construir unas alas para volar hasta el Sol!
Ehm… supongo que será metafóricamente... —se extraño el director.
¿Qué no es una metáfora en esta vida? Vale, bueno. En realidad… las quiero… de verdad.
¿Eres algún tipo de loco? ¿Un suicida tarado? ¿Sabes que lo que dices es del todo imposible, no?
Solo trato de ser un poco creativo… ¿Va ayudarme entonces?
Aaaah… ¡Ya lo entiendo! Esto es una maldita broma… eres muy gracioso, chaval, pero ahora mejor vete. Hoy tengo mucho trabajo y no estoy por memeces.

Reconociendo la oportunidad perdida, no quise insistir más y decidí hacer una visita a un viejo amigo; y para esto tuve que trasladarme una temporada a la zona industrial de la ciudad hasta poderle localizar. Connor, mi amigo, era un drogadicto muy conocido por esos barrios. No necesitaba nada de él, más que un poco de información sobre su antiguo compañero de piso. Un tipo muy peculiar; un misterioso antisocial que se pasaba el día construyendo trastos levitantes para después usarlos en el arte de provocar accidentes de tráfico. Un psicópata simpático.

¿Para que quieres encontrar a Luke, eh tío? —me preguntó Connor cuando por fin logró darse cuenta de que estaba hablando su idioma.
Necesito que me ayude a construir algún trasto para subir hasta el Sol.
¿Por quien quieres hacer esto?
¿Necesito hacer esto por alguien? —pregunté un tanto nervioso.
¿Quién es?
¿Quién es quién?
El que te pasa la droga —dijo con voz de depravado mientras se empezaba a reír solo hasta caer inconsciente por a saber qué cosa.

Amistosamente encerré a Connor en el almacén de una fábrica abandonada cercana al hostal donde yo estaba residiendo esos días. Le privé de cualquier tipo de sustancia narcótica y no le dejé salir hasta que pudo despejar sus ideas y fue capaz de proporcionarme la información que tanto necesitaba. Creo que un par de días después de liberarle murió por una sobredosis de morfina.

Llegué al lugar que Connor me había indicado y me encontré con un sucio y cochambroso taller metalúrgico perdido en un callejón de la ciudad. Llamé y no tardó en bajar un maloliente hombre desgreñado con un soldador en su mano descubierta, y un delantal de protección para las altas temperaturas.
¿Quién eres, pequeñín? —me preguntó el tipo con desagradables ronquidos mientras se limpiaba su cara sudada llena de quemaduras con la muñeca.
¿Tu eres Luke, el majareta de los aviones?
Este soy yo. ¿Quién te envía? ¿Daniel? ¿el viejo Gaspar?
Mi compañero Connor me dijo que te encontraría aquí —dije con una sonrisa de victoria.
¡Vaya! ¡el travieso de Connor! ¿Que tal está ese tipejo? —preguntó rebajando su tono defensivo.
Creo que está muerto…
¿En serio? ¿Otra vez?

A partir de ese momento y hasta medianos de 2019, Luke se convirtió en mi primer socio en el gran proyecto de mi vida. Él iba a ayudarme en la construcción de mis alas a cambio de que yo me encargase de rallar y golpear la carrocería de los coches aparcados de la calle para conseguir clientes para su taller. Luke me caía bastante bien porque no preguntaba demasiado y se le veía muy implicado en mi obra. No se si eso era debido a que realmente no le importaban mis motivos para actuar de tal modo, o a que se moría de ganas de ver mi cuerpo volar con uno de sus artefactos para finalmente espachurrarse contra el asfalto.

Mientras mis alas se iban construyendo poco a poco en el taller del chiflado de Luke, yo regresé a la Universidad; ingresando esta vez en la facultad de Ciencias del Espacio. Asistí a un par de clases. No más. Y en breves pude concertar una nueva cita con la directora encargada de esa disciplina, la profesora Woods.
Bienvenido a mi despacho. Usted es el señor Richards ¿verdad? —me preguntó la mujer.
Ciertamente, señorita —respondí mientras me despeinaba el pelo hacia atrás.
¿Que necesita?
He venido a hacerle unas preguntas sobre su materia; soy periodista —me inventé esta vez para no causar tanta confusión.
Soy toda oídos.
Está bien… ¿A cuanta distancia se encuentra el Sol de la Tierra?
Aproximadamente hay unos 149.600.000 kilómetros; aunque…
¡Perfecto! ¿Y a qué temperatura está el Sol? —pregunté cada vez más impaciente.
A unos 5500 grados Celsius…
¡Uff! ¿Bastante caliente, no?
Así es.
Vale ¡última pregunta! —dije subiendo la voz—. ¿En el hipotético caso de que un supuesto tipo haya creado unas supuestas alas artificiales para subir hasta el Sol, querría usted ayudarle a cumplir su supuesta meta?
¿Usted está seguro de que es periodista?

No volví a saber de la profesora Woods hasta finales de ese mismo año; cuando mis formidables alas ya estaban casi terminadas del todo. Por casualidades de la vida, en pleno acto de negocios rallé su coche con unas tijeras de cocina… bueno y a demás le destrocé un retrovisor… ehm, en realidad fueron ambos. No importa; el caso es que ese mismo día recibimos su inesperada visita en el taller de Luke. Estaba hecha una verdadera furia; y digamos que al encontrarme allí dentro la cosa no mejoró demasiado.
¿Tu? —preguntó desconcertada al identificarme, en una extravagante mezcla de ira y sorpresa.
¿Nos conocemos? —mentí con una incómoda sonrisa para evitar inevitables problemas.
¡Tu eres ese maldito chalado que me entrevistó en la Universidad hace unos meses! Por favor… dime que no has sido tu quien ha destrozado mi coche.
¡Nooo! ¡Que tonterías! ¡Esto no lo haría ni loco! —me defendí—. Mira, creo que… ¡oh siii! ¡ahora me acuerdo de ti! ¡Por su puesto! —fingí— ¿Sabes que? Si me ayudas a volar hasta el Sol te reparamos tu carruaje totalmente gratis. ¿Qué me dices?
¡Que eres un cretino! —me dijo.
2600 dólares… y cinco centavos —soltó Luke al mirar el vehículo devastado de la licenciada—. Éste es el precio de la reparación.
La profesora Woods se puso la mano en la frente ante tal exagerado presupuesto.
¡Qué mala suerte la mía! —grité yo de repente—. ¡Muy casualmente hoy me he olvidado de ingresar en el banco los 2600 dólares y cinco centavos en efectivo que me dio mi tía Molly, y ahora mismo los llevo en el bolsillo! Es que cuando uno va despistado… ¿que le vamos a hacer? Mañana mismo voy a ingresarlos…

Por razones misteriosas la profesora accedió a colaborar conmigo; y con un poco de incertidumbre y falta de voluntad, se terminó convirtiendo en mi imprescindible segunda aliada. Ella me trazó una surrealista ruta a través de los cielos para alcanzar el anhelado astro evitando corrientes de viento y... ¿por qué no? Impactos de asteroides y otros tipos de residuos espaciales.

Las alas fueron terminadas. ¡Por fin! Eso era como un sueño hecho realidad. Medio sueño, para ser exactos. Todavía faltaban bastantes cabos por atar. Esos dos artefactos se podían acoplar en mi espalda como si llevase una exótica mochila; y con unas anillas de acero podía enlazar mis brazos con los dispositivos. Y entonces ¡Slash! Con un simple gesto de mis brazos y con la magia del ingenio de Luke, mi fuerza se multiplicó logrando que esa amalgama de plumas artificiales y poleas me elevasen del suelo. ¡Podía volar cómo si fuese un maldito buitre! Eso era fascinante… .
¿Sabes que con este trasto nos podríamos hacer millonarios, Luke?
¿En serio?
Si, pero mi propósito es más importante ¿Verdad?
Supongo… ¡Yo que sé!

Ahora ya solo faltaba la recta final de mi odisea. Necesitaba viajar hasta las mismísimas y legendarias sepulturas del gran Ícaro para alzar mi vuelo decisivo. Necesitaba llegar a la isla griega de Icaria.

En Septiembre de 2020, tras pulir algunos defectos de nuestra creación, pagamos el viaje para Luke y yo. La señorita Woods no quiso saber nada más de mí y mi proyecto. Desafortunadamente para ella, los periódicos y telediarios iban a mantenerla minuciosamente informada de todo lo que sucediese en Grecia ese fin de semana.

Cuando llegamos a la costa de Icaria el Sol brillaba como jamás le había visto brillar antes. Esto era muy buena señal. Disfrazados de simples turistas y con mis alas encajadas en la funda de unas velas de regata, decidimos encontrar un bote que nos alejase un poco de la costa griega para evitar la muchedumbre de esas playas.
Buenos días caballero, necesito que me preste su barco unos instantes —dije a un marinero australiano que estaba llenando el depósito de su oxidado barco de pesca.
¿Donde quieren que les lleve? —preguntó el hombre con un acento peculiar.
Pasadas las boyas… usted solo tiene que parar su embarcación en medio del mar y darme un poco de tiempo para que monte mis alas mecánicas y despegue hasta poder tocar el Sol. ¿Va a hacerme usted el favor?
¡Claro! Yo también he sido joven.

Durante el trayecto estuve revisando los planos que la profesora Woods había dibujado en mi cuaderno de anotaciones personal. Estaba un poco nervioso, no voy a mentir, todo se parecía a esos momentos previos de un estúpido examen de instituto; pero esta vez sentía que todo el esfuerzo de estos últimos años por fin había valido la pena. Todo lucía tan poético…

Llegamos al lugar adecuado y el navegante, que ya fue considerado mi tercer aliado oficial, paró rápidamente todos los motores de su barco y soltó el ancla en seco. El momento era ahora. Montamos en pocos minutos esas máquinas, obras de la ingeniería y la insanidad humana, y le di las gracias por todo a mis dos compañeros. Me coloqué en la proa de la embarcación y, equipado con mis alas, miré al Sol sintiendo su calor en la piel de mi rostro pálido.

No ha sido nada fácil lograr todo esto. ¡En absoluto! Pero he visto la verdad con solo tocar la luz que desprendes de tus brasas. He aprendido a luchar contra los demonios que me han intentado devorar vivo con solo saber que siempre has estado allí arriba; observándome. He aprendido a volar por el firmamento con solo el simple deseo de poder alcanzarte; y ahora, en este preciso instante con mi más sincero agradecimiento voy a encontrarte entre las nubes y a entregarte a ti estas alas que ahora yacen en mis espaldas, pero siempre te han pertenecido.


Ahora ya ha llegado el momento de partir, así que cojo impulso con fuerza. Poético o no, todos nos volvemos locos algún día. ¿No crees?





dilluns, 4 de desembre del 2017

ESAS TARDES OLVIDADAS CON MI ABUELO

Hacía años que la vida había dejado de sonreírme. Sin un trabajo agradecible, sin ambiciones ni objetivos más allá del triste subsistir, y sin nadie a quien confiar todos mis miedos e inseguridades, me di cuenta de que poco a poco empequeñecía en un mundo que crecía sin razón para detenerse. Todo me empezaba a sobrepasar a medida que me daba cuenta de cómo de simple era nuestra vida en un universo tan y tan complejo que ni siquiera podemos comprender. Me estaba volviendo completamente invisible a los ojos del todo; un simple espectador de la vida; sin nada ni nadie a quien dedicar mi tiempo. Sin nada ni nadie que pudiese evitar mi progresiva e inevitable desaparición. Sin ni siquiera poder levantarme una mísera mañana y no preguntarme “¿Sigo aquí?”.

Ver al mundo progresar no me molestaba. En realidad se había convertido en mi único entretenimiento. Ver mi ciudad cambiar constantemente, y a mis conocidos madurar felices era algo que, a pesar de recordarme mi estancamiento, me transmitía una cierta sensación de optimismo y liberación; cómo una especie de transcendencia espiritual, o alguna bobada así; algo que, de vez en cuando, me movía a dejarme caer por zonas aleatorias de la ciudad en busca de esas sensaciones que no comprendo, y jamás comprenderé, pero que me mantenían vivo. Tal vez porqué en realidad había nacido para ser un espectador, o quizás porqué ya había asumido que los únicos cambios que conocería en mi existencia, los tendría que percibir desde las distancias. No lo sé.

No recuerdo del todo cuando comenzó esto. Creo que empecé a darme cuenta de quien era en el momento en que la gente que yo quería empezó a tratarme como un verdadero enfermo, y con motivos. Como un triste autómata que solo podía victimizarse, y nada más. Victimizarse es la palabra que mejor describe en lo que me he convertido. Una víctima de mi mismo.

El otro día, siguiendo mis básicos rituales, decidí acercarme al nuevo acuario que acababan de inaugurar en la zona de ocio de la ciudad, donde los niños se reunían después de las clases. Ahora que lo pienso, no tengo un mal recuerdo de mi niñez; de hecho creo que tuve una infancia bastante feliz; con pocos amigos, pero con una ignorancia e inocencia realmente envidiable. ¿Que demonios debía tener en la cabeza en ese entonces? ¿Y en que momento lo perdí?

El acuario no era nada excepcional, la verdad. Un largo pasillo muy oscuro lleno de ventanas azules hacia ese exótico mundo de los peces; tan cerca de nosotros, pero tan al margen de nuestra realidad. Pagué mi entrada sin intercambiar una sola palabra con el portero del recinto, y en pocos segundos me empecé a adentrar en las forzadas tinieblas de esas instalaciones, cómo si fuese un muerto viviente guiado por los instintos más primitivos que la psicología humana nos ha regalado.

Avancé por el pasillo sin distraerme demasiado rato con los relucientes escaparates, que proyectaban una luz azul que desde fuera no pude percibir. Sentía cierto pesar en mi pecho, como si ese lugar estuviese despertando en mí una melancolía que ya ni recordaba poseer; y al mismo tiempo me abrazase con la penumbra para ocultar mis más oscuros sentimientos. Entonces todo se empezó a volver extraño a mi percepción. Empecé a vivir los síntomas más claros de lo que parecía ser un exagerado “deja-vu” y necesitaba apoyarme durante un instante en la pared de cristal de esa galería, bajo la atenta supervisión de los peces que aguardaba.

Mamá. ¿Qué pez es ese de ahí?” dijo un niño señalando con notable euforia el acuario en el que yo permanecía apoyado. La madre, una mujer bastante joven con un aire que me resulta bastante familiar, y no se por qué, se acercó a la cristalera con una mueca de desconocimiento y me incitó a mirar a qué pez se refería el niño.
Eso es un “Sargo picudo”—dije impulsivamente, casi sin querer—. Mi abuelo “G” solía pescar bastantes de estos.
Anda, si que sabes de peces —respondió la mujer ante mi inesperada intervención.
En realidad sé muy poco... —balbuceé evitando mirarla a los ojos, ya fuese por vergüenza o por extremo pavor a desmoronarme de algún modo—. Solo recuerdo algunas cosas que aprendí una vez.
Fue entonces cuando accidentalmente, mi mirada se cruzó por un segundo con la suya, y de repente pude apreciar cierta calidez en sus ojos oscuros iluminados de azul; calidez que apuñaló directamente a mi invisibilidad. Me di cuenta de que por un efímero instante había regresado al mundo, y la sorpresa de lo imprevisto empezó a derretirme por dentro. “¡Ahora tengo que irme!” le dije a esa joven y a su hijo, conteniendo la ola de nervios que implosionaban en mi estómago. Pero con las prisas generadas por esa confusa situación, accidentalmente resbalé a pocos metros de la madre y el niño, y mi cabeza impactó duramente contra el suelo de ladrillos. Lo último que logré ver fue el agua de las peceras invadiendo mis pensamientos.

Desperté rápidamente con unos graves y sonoros ronquidos que creía haber olvidado hacía mucho tiempo. Busqué con mi sentido del tacto esos ladrillos húmedos del acuario, pero sin embargo lo que palpé no era dicho material. Los ronquidos regresaron y esta vez me hicieron reaccionar. Abrí los ojos forzando el proceso de recuperación, y me froté la cara con las manos dándome cuenta de que el pelo de mi barba se había desvanecido por completo. Entonces mi corazón dio un vuelco. Podía reconocer el olor que se filtraba por mis fosas nasales. Podía reconocer el sonido de las olas cercanas golpeando contra los muelles de hormigón. Podía poner nombre a ese escandaloso ronquido que, más que incomodarme, me hizo soltar una súbita lágrima. Me levanté del montón de sacos y redes en el que estaba durmiendo y allí estaba, durmiendo a mi lado, mi difunto abuelo más vivo que nunca.

No encontraba sentido lógico a lo que acababa de suceder. Estaba allí, en el almacén del puerto de mi ciudad natal, y mi abuelo… mi pobre abuelo estaba conmigo; durmiendo tranquilamente. ¡Había retrocedido en el tiempo! Yo entero había rejuvenecido muchos años. No sabía cuantos exactamente, pero volvía a ser un mocoso físicamente; aunque sin embargo podía recordarlo todo. La soledad… la mujer… el acuario… ¡Todo! Incluso podía sentir el ardor de la caída en mi cráneo. ¿Pero qué demonios importaba esto ahora? ¡Mi abuelo estaba vivo a mi lado! Esto tenía que ser un sueño. De los mejores que había soñado hasta ahora, sin duda alguna. Pero todo lucía tan auténtico… que no sabía si gritar de alegría o llorar de emoción. Todo aquello que me atormentaba en mi vida acababa de convertirse en simple humo sin importancia. Todo era tan bonito e irreal… .

Cuando mi abuelo despertó pocos minutos más tarde, toda la sangre de mi cuerpo se heló por completo. Me abalancé hacia él en una potente catarsis de emoción y tristeza, y él se hecho a reír sonoramente.
¡Cuidado Bryan, que tu abuelo ya está jodido para estos sustos! —pronunció con esa carismática ternura que él tenía.
Perdón abuelo —dije forzándome a esconder las lágrimas que me caían.
Ayúdame a levantarme, anda —me pidió mientras despegaba su cuerpo del mismo montón de sacos en el que había despertado—. Hoy tenemos trabajo en el barco, ya sabes. Y esta tarde creo que tu primo Toddy vendrá a merendar con nosotros.

Hacía muchísimos años que no sabía nada de mi primo Todd. La muerte inesperada del abuelo “G” quebrantó mi familia por completo, y ya no le volví a ver más que en alguna celebración poco importante. Creo que empezó a trabajar en una oficina en esta misma ciudad. Nada especialmente destacable.

Salimos al exterior de ese almacén, y los rayos de Sol que se proyectaron en mi rostro jugaban armoniosamente con la paz y la serenidad que estaba sintiendo en ese instante. Debía parecer un imbécil, lo sé, pero no podía dejar de mirar a mi abuelo. Todos y cada uno de sus gestos; sus expresiones faciales; las arrugas en sus veteranas manos. Esas cosas que en su momento eran tan insignificantes y ahora… ahora daría lo que fuera para no perderlas de mi vida nunca más. Nunca más.

Subimos al pequeño barco del abuelo listos para empezar a desenredar las redes de pesca. Recuerdo vagamente cuanto odié esta tarea; el escozor de mis manos al tocar los restos de espinas y los tentáculos de medusa perdidos en ese mar de hilos esparcidos sin control… pero ahora ese dolor era tan gratificante, que temía no encontrar suficientes tentáculos urticantes entre mis dedos.

Entonces me entraron las dudas que iban a cambiarlo todo. ¿Y si realmente esos recuerdos de mi futuro fueron una compleja premonición de lo que estaba por venir? ¿Y si la muerte de mi abuelo fue o sería el detonante de esa oscura vida que había vivido? ¿Debía advertirle de lo que probablemente estaba por suceder? ¿Cambiaría eso algo? Me apresuré a encontrar un diario o algún tipo de documento en el camarote de mi abuelo que pudiese indicarme la fecha de este extraño día, y así pude ubicarme en el tiempo: “20 de Junio de 1985”. El día antes de que mi abuelo partiese con su barco y fuese engullido por una despiadada tormenta. Fue así como, por instinto, empecé a trazar una lógica en esa situación. La pérdida de mi abuelo me hizo mudarme a la capital con mis padrinos, y desde entonces toda mi vida fue un constante desastre; una secuencia de pérdidas, frustraciones y sueños rotos. ¿Y si el destino quería que salvase a mi abuelo para arreglar todos los fallos que cometí? ¿Cómo podía ser eso posible? ¡Ahora no era momento para preguntarme estupideces! Debía actuar cuanto antes.

¿Mañana vas a salir a pescar? —pregunté con voz temblorosa a esa ilusión con la apariencia de mi abuelo.
Por supuesto, “tontín”. ¿por que crees que estamos preparando la red? —respondió él empleando uno de esos apodos con los que solía llamarme cariñosamente, y que ya había olvidado.
He oído que habrá tormenta; quizá debas dejarlo para otro día…
¿Tormenta? Pero si hace un día cojonudo. Toda la semana ha estado cojonuda. De hecho me arrepiento de no haber ido ayer a pescar. Gerald y Francis han llegado hoy con una de pescado… .
Ya pero… ¿Cuanto hace que no revisas el motor del barco? —improvisé desesperadamente—. ¿Y si te pasa alguna cosa?
No me va a pasar nada… esa ruta es la mar de segura. No seas tan paranoico, tontín, ya sabes que tu abuelo es viejo pero duro como un buque de guerra.
Esas palabras me conmovieron de verdad, pues podía recordar todas las veces que mi abuelo bromeaba con su vejez. ¡Tenía que salvar a ese hombre fuese como fuese! Fue entonces cuando se me ocurrió una última alternativa. Una alternativa que supondría el final de esa tragedia. Algo que jamás se me hubiese ocurrido en una situación normal, pero bajo la presión de ese momento cobraba un sentido definitivo: Esa noche iba a quemar su barco.

Esa tarde llegó mi primo Todd. Me llenó de nostalgia verle tan pequeño. Tengo que admitir que de no conocer lo que estaba por suceder, jamás hubiese sido capaz de apreciar la belleza y la felicidad que nos brindó esa tarde. Mi difunto abuelo, mi primo olvidado y yo juntos en el puerto, contándonos historias como los protagonistas de un verdadero cuento de aventuras. Tenía la sensación de que esa noche iba a ser eterna. Necesitaba que fuese eterna, pues los monstruos de la vida no podían abatirnos hoy. Eramos tan fuertes… retenía las ganas de llorar al darme cuenta de que cuando esa noche terminase, todo podía terminar para siempre. Parece mentira darse cuenta que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. ¿Y si realmente ese fue el verdadero error de mi vida? ¿Y si haber ignorado las cosas triviales fue lo que realmente terminó conmigo?

Cuando Todd fue recogido por sus padres, sobre las once de la noche. Mi abuelo se sentó a mi lado y abrió una botella de cerveza, que relucía dorada bajo la luz de una pequeña hoguera que habíamos preparado con maderas viejas y otros trastos del puerto. Ambos mirábamos el barco como se balanceaba con los ligeros oleajes que entraban al muelle. Supongo que mi abuelo lo miraba pensando en el viaje que le esperaba mañana. Yo lo miraba preguntándome si se sería capaz de quemarlo. La posesión más preciada de mi abuelo.
Bryan —pronunció mi abuelo rompiendo suavemente el silencio de la situación—. A veces la vida puede ser dura. Ya lo sabes. Nunca temas a la muerte, pero menos a la vida. Allí arriba no hay dioses ni titanes. Solo estrellas y nubes… y pájaros; cosas que valen más la pena de adorar.
Yo escuchaba atentamente sus palabras con una cierta tristeza en los ojos que ya no quería ocultar más. Mi abuelo miró al cielo y dijo.
Uno nunca debe volverse invisible cuando está vivo, porque sabe que ni siquiera cuando se vaya de este mundo lo será. Uno siempre sigue viviendo en los recuerdos de aquellos que le quieren, o que alguna vez le han querido. Nunca te dejes desaparecer, me oyes. Nunca cometas ese error. No es tan difícil como muchos creen… .

Mi abuelo se durmió, y yo lo observé silenciosamente bajo ese eterno cielo estrellado. Miré el barco como flotaba sigilosamente y en paz, y entonces me levanté del suelo de hormigón para finalmente apagar esa hoguera para siempre. Esa fue la última vez que vi a mi abuelo “G”.

Desperté en un hospital de la capital. No muy lejos del centro. Esa mujer del niño me había traído hasta aquí mientras estaba inconsciente. Me dijeron que había estado una hora entera durmiendo, pero lo que me había sucedido en el acuario no era grave. Yo sabía que más que una hora, había estado un día entero muy, muy lejos de aquí. No se hasta que punto los recuerdos de esa tarde de Junio se han mezclado con la ficción de mi subconsciente; pero ahora estoy seguro que la pérdida de mi abuelo no fue el final de todo. Sólo fue el inicio.