dimecres, 20 de desembre del 2017

LAS ALAS CAÍDAS DE ÍCARO

 “Las leyendas de antaño ya hablaban de hombres que fueron capaces de surcar los cielos con un firme objetivo y un par de impecables alas en la espalda: Ícaro y su padre en busca de la libertad, según la mitología griega; el joven Cupido en su intrépida hazaña de unir las almas de los transeúntes a su arbitraria voluntad; incluso el sabio Da Vinci supo impresionar a las futuras generaciones con los diseños de sus alas mecánicas, y todos esos aparatos extraños… ¿Pero Sabéis qué, compañeros? Yo voy a construir mis propias alas con el sudor de mi frente y me alzaré desde allí donde Ícaro cayó, para volar hasta ese lugar que ningún humano ha logrado alcanzar. ¡Voy a subir hasta poder tocar el Sol incandescente con mis propias manos! ¿Alguien quiere ayudarme en esta fascinante aventura? ¿Nadie? ¿Seguro? Está bien… como vosotros queráis...”.

En 2017 tomé consciencia de todas aquellas cosas que había hecho mal en mi vida. Mis muchísimas deudas personales, mis rencores jamás sanados, mis más ambiciosos proyectos desambiciados, los secretos que me llevaré a la tumba y todas aquellas promesas que hice para después no poder cumplir. Entonces me di cuenta que si de verdad quería prosperar, necesitaba atar todos mis cabos de imperfección humana que me aprisionaban para finalmente trascender a otra escala… algo mucho, mucho más interesante. ¿Cómo sería esto posible? La respuesta siempre la tuve sobre mi cabeza, pero en ese entonces ni siquiera era capaz de percibirlo.

Pasé varias semanas encerrado en casa. Sin apenas comer ni dormir. Solamente concentrado en mi férrea obsesión, que se alimentaba de todo ese tiempo que le dedicaba a ella, y se hacía cada vez más grande. Necesitaba respuestas inmediatas, pero todo me resultaba tan confuso y abstracto que no encontraba el modo de poder organizar el cúmulo de ideas extrañas y retorcidas que se generaban en mi mente. Llené mi casa de listas, anotaciones y todo tipo de absurdos intentos de razonar mis súbitas y omnipresentes incógnitas. Y entonces, una mañana lo vi todo mucho más claro… . Me desperté en mi escritorio; justo donde me había dormido la noche pasada mientras organizaba mis ideas, y allí estaba, iluminando mi vista a través del cristal de la ventana, un solitario rayo del Sol que había cruzado decenas de edificios y construcciones de la ciudad para traer hasta mi ventanal, el ventanal de un primer piso, toda esa luz que tanto había buscado y no lograba encontrar.

No creo en los dioses, por su puesto, más que en aquellos que yo pueda crear con mis actos; pero eso fue como una especie de visión divina, una relación directa con la verdad más pura e imperturbable del Universo. Y ese diminuto destello de luz acababa de abrirme los ojos para siempre.

Hipnotizado por ese místico fenómeno, entre delirios traté como pude de capturarlo para siempre. Probé de encerrar ese espectro en un tarro de cristal, obviamente sin resultado alguno. Quise cerrar las cortinas para ver si esa luz se quedaba conmigo en mi desordenado escritorio, pero todo resultó extremadamente decepcionante. Así que aceptando mi derrota, extendí mis manos bajo ese tenue foco de luz, y sentí su calor en mis palmas hasta que el tiempo me arrebató por completo ese momento de magia. Ese momento de claridad.

Cogí los miles de papeles que habían invadido mi habitáculo, y rápidamente subí a la amplia azotea de mi bloque de pisos y ésta vez, bajo la imagen completa y absoluta del gran Astro Rey, quemé todos esos documentos y bocetos en una gran hoguera que no tardó en llamar la atención de mis vecinos. Quienes no dudaron en apagar el fuego, y llamarme loco.

Pasé los siguientes días en la azotea contemplando el Sol hasta que mis ojos ardían rabiosos; y por las noches, recuperándome de las cegueras temporales, empecé a leer todos aquellos libros de astrología y filosofía que cayeron en mis manos. Mis vecinos y parientes ya se encargaron de los de psicología. Y un buen día, el señor Goslett, el viejo librero de mi barrio, me concedió la espléndida idea que iba a culminar con todo ese extravagante espectáculo que había sustituido mi cordura. Esto sucedió la tarde en que alquilé por trigésima-primera vez un mismo libro sobre el heliocentrismo y astrología diversa.
Oye muchacho… esto va en contra de mi filosofía de negocio, pero… ¿sabes que este mismo libro está gratis en Internet?
Lo sé… pero prefiero leerlo en físico. En Internet todo resulta mucho más frio y distante.
Desde luego… si yo a tu edad hubiese tenido los recursos que tenéis ahora me habría comido el mundo. Mi hijo el otro día cogió un avión y cómo si nada… —me comentaba mientras ordenaba unas estanterías—. ¿tu sabes la emoción que sentí cuando volé por primera vez? Esa adrenalina… la sensación de estar por encima de todo el mundo. Y vosotros… allí aburridos y…
Cuando el señor Goslett se giró hacia mi de nuevo, yo ya me encontraba calles más allá con una grandiosa “Eureka” entre los dientes.

En cuestión de semanas logré infiltrarme en la Universidad más próxima que conseguí encontrar y de allí empecé a acudir a todas las clases que pude de la facultad de Ingeniería Aeronáutica. Si de verdad la finalidad de todo se encontraba en el Sol fulgurante, necesitaba aquellas herramientas que me permitiesen alcanzarlo. Necesitaba un par de alas que me pudiesen impulsar hasta más allá del firmamento. Hasta poder sentir ese mismísimo astro en mi propia piel… ¡esto era exactamente lo que necesitaba! Si esa estrella incandescente no iba a venir a mi, yo iría a ella.

Finalizada una clase, ya en 2018, concerté una pequeña entrevista con el director de la ya dicha facultad, quien me recibió un tanto extrañado, pues mi nombre no aparecía en sus listas de alumnos.
¿En que puedo ayudarte exactamente, chico? —interrogó el licenciado cuando entré en su despacho.
Bueno, solo venía para que me sugiriera algo sobre un proyecto que llevo entre manos… .
Claro ¿de que se trata?
¡Quiero construir unas alas para volar hasta el Sol!
Ehm… supongo que será metafóricamente... —se extraño el director.
¿Qué no es una metáfora en esta vida? Vale, bueno. En realidad… las quiero… de verdad.
¿Eres algún tipo de loco? ¿Un suicida tarado? ¿Sabes que lo que dices es del todo imposible, no?
Solo trato de ser un poco creativo… ¿Va ayudarme entonces?
Aaaah… ¡Ya lo entiendo! Esto es una maldita broma… eres muy gracioso, chaval, pero ahora mejor vete. Hoy tengo mucho trabajo y no estoy por memeces.

Reconociendo la oportunidad perdida, no quise insistir más y decidí hacer una visita a un viejo amigo; y para esto tuve que trasladarme una temporada a la zona industrial de la ciudad hasta poderle localizar. Connor, mi amigo, era un drogadicto muy conocido por esos barrios. No necesitaba nada de él, más que un poco de información sobre su antiguo compañero de piso. Un tipo muy peculiar; un misterioso antisocial que se pasaba el día construyendo trastos levitantes para después usarlos en el arte de provocar accidentes de tráfico. Un psicópata simpático.

¿Para que quieres encontrar a Luke, eh tío? —me preguntó Connor cuando por fin logró darse cuenta de que estaba hablando su idioma.
Necesito que me ayude a construir algún trasto para subir hasta el Sol.
¿Por quien quieres hacer esto?
¿Necesito hacer esto por alguien? —pregunté un tanto nervioso.
¿Quién es?
¿Quién es quién?
El que te pasa la droga —dijo con voz de depravado mientras se empezaba a reír solo hasta caer inconsciente por a saber qué cosa.

Amistosamente encerré a Connor en el almacén de una fábrica abandonada cercana al hostal donde yo estaba residiendo esos días. Le privé de cualquier tipo de sustancia narcótica y no le dejé salir hasta que pudo despejar sus ideas y fue capaz de proporcionarme la información que tanto necesitaba. Creo que un par de días después de liberarle murió por una sobredosis de morfina.

Llegué al lugar que Connor me había indicado y me encontré con un sucio y cochambroso taller metalúrgico perdido en un callejón de la ciudad. Llamé y no tardó en bajar un maloliente hombre desgreñado con un soldador en su mano descubierta, y un delantal de protección para las altas temperaturas.
¿Quién eres, pequeñín? —me preguntó el tipo con desagradables ronquidos mientras se limpiaba su cara sudada llena de quemaduras con la muñeca.
¿Tu eres Luke, el majareta de los aviones?
Este soy yo. ¿Quién te envía? ¿Daniel? ¿el viejo Gaspar?
Mi compañero Connor me dijo que te encontraría aquí —dije con una sonrisa de victoria.
¡Vaya! ¡el travieso de Connor! ¿Que tal está ese tipejo? —preguntó rebajando su tono defensivo.
Creo que está muerto…
¿En serio? ¿Otra vez?

A partir de ese momento y hasta medianos de 2019, Luke se convirtió en mi primer socio en el gran proyecto de mi vida. Él iba a ayudarme en la construcción de mis alas a cambio de que yo me encargase de rallar y golpear la carrocería de los coches aparcados de la calle para conseguir clientes para su taller. Luke me caía bastante bien porque no preguntaba demasiado y se le veía muy implicado en mi obra. No se si eso era debido a que realmente no le importaban mis motivos para actuar de tal modo, o a que se moría de ganas de ver mi cuerpo volar con uno de sus artefactos para finalmente espachurrarse contra el asfalto.

Mientras mis alas se iban construyendo poco a poco en el taller del chiflado de Luke, yo regresé a la Universidad; ingresando esta vez en la facultad de Ciencias del Espacio. Asistí a un par de clases. No más. Y en breves pude concertar una nueva cita con la directora encargada de esa disciplina, la profesora Woods.
Bienvenido a mi despacho. Usted es el señor Richards ¿verdad? —me preguntó la mujer.
Ciertamente, señorita —respondí mientras me despeinaba el pelo hacia atrás.
¿Que necesita?
He venido a hacerle unas preguntas sobre su materia; soy periodista —me inventé esta vez para no causar tanta confusión.
Soy toda oídos.
Está bien… ¿A cuanta distancia se encuentra el Sol de la Tierra?
Aproximadamente hay unos 149.600.000 kilómetros; aunque…
¡Perfecto! ¿Y a qué temperatura está el Sol? —pregunté cada vez más impaciente.
A unos 5500 grados Celsius…
¡Uff! ¿Bastante caliente, no?
Así es.
Vale ¡última pregunta! —dije subiendo la voz—. ¿En el hipotético caso de que un supuesto tipo haya creado unas supuestas alas artificiales para subir hasta el Sol, querría usted ayudarle a cumplir su supuesta meta?
¿Usted está seguro de que es periodista?

No volví a saber de la profesora Woods hasta finales de ese mismo año; cuando mis formidables alas ya estaban casi terminadas del todo. Por casualidades de la vida, en pleno acto de negocios rallé su coche con unas tijeras de cocina… bueno y a demás le destrocé un retrovisor… ehm, en realidad fueron ambos. No importa; el caso es que ese mismo día recibimos su inesperada visita en el taller de Luke. Estaba hecha una verdadera furia; y digamos que al encontrarme allí dentro la cosa no mejoró demasiado.
¿Tu? —preguntó desconcertada al identificarme, en una extravagante mezcla de ira y sorpresa.
¿Nos conocemos? —mentí con una incómoda sonrisa para evitar inevitables problemas.
¡Tu eres ese maldito chalado que me entrevistó en la Universidad hace unos meses! Por favor… dime que no has sido tu quien ha destrozado mi coche.
¡Nooo! ¡Que tonterías! ¡Esto no lo haría ni loco! —me defendí—. Mira, creo que… ¡oh siii! ¡ahora me acuerdo de ti! ¡Por su puesto! —fingí— ¿Sabes que? Si me ayudas a volar hasta el Sol te reparamos tu carruaje totalmente gratis. ¿Qué me dices?
¡Que eres un cretino! —me dijo.
2600 dólares… y cinco centavos —soltó Luke al mirar el vehículo devastado de la licenciada—. Éste es el precio de la reparación.
La profesora Woods se puso la mano en la frente ante tal exagerado presupuesto.
¡Qué mala suerte la mía! —grité yo de repente—. ¡Muy casualmente hoy me he olvidado de ingresar en el banco los 2600 dólares y cinco centavos en efectivo que me dio mi tía Molly, y ahora mismo los llevo en el bolsillo! Es que cuando uno va despistado… ¿que le vamos a hacer? Mañana mismo voy a ingresarlos…

Por razones misteriosas la profesora accedió a colaborar conmigo; y con un poco de incertidumbre y falta de voluntad, se terminó convirtiendo en mi imprescindible segunda aliada. Ella me trazó una surrealista ruta a través de los cielos para alcanzar el anhelado astro evitando corrientes de viento y... ¿por qué no? Impactos de asteroides y otros tipos de residuos espaciales.

Las alas fueron terminadas. ¡Por fin! Eso era como un sueño hecho realidad. Medio sueño, para ser exactos. Todavía faltaban bastantes cabos por atar. Esos dos artefactos se podían acoplar en mi espalda como si llevase una exótica mochila; y con unas anillas de acero podía enlazar mis brazos con los dispositivos. Y entonces ¡Slash! Con un simple gesto de mis brazos y con la magia del ingenio de Luke, mi fuerza se multiplicó logrando que esa amalgama de plumas artificiales y poleas me elevasen del suelo. ¡Podía volar cómo si fuese un maldito buitre! Eso era fascinante… .
¿Sabes que con este trasto nos podríamos hacer millonarios, Luke?
¿En serio?
Si, pero mi propósito es más importante ¿Verdad?
Supongo… ¡Yo que sé!

Ahora ya solo faltaba la recta final de mi odisea. Necesitaba viajar hasta las mismísimas y legendarias sepulturas del gran Ícaro para alzar mi vuelo decisivo. Necesitaba llegar a la isla griega de Icaria.

En Septiembre de 2020, tras pulir algunos defectos de nuestra creación, pagamos el viaje para Luke y yo. La señorita Woods no quiso saber nada más de mí y mi proyecto. Desafortunadamente para ella, los periódicos y telediarios iban a mantenerla minuciosamente informada de todo lo que sucediese en Grecia ese fin de semana.

Cuando llegamos a la costa de Icaria el Sol brillaba como jamás le había visto brillar antes. Esto era muy buena señal. Disfrazados de simples turistas y con mis alas encajadas en la funda de unas velas de regata, decidimos encontrar un bote que nos alejase un poco de la costa griega para evitar la muchedumbre de esas playas.
Buenos días caballero, necesito que me preste su barco unos instantes —dije a un marinero australiano que estaba llenando el depósito de su oxidado barco de pesca.
¿Donde quieren que les lleve? —preguntó el hombre con un acento peculiar.
Pasadas las boyas… usted solo tiene que parar su embarcación en medio del mar y darme un poco de tiempo para que monte mis alas mecánicas y despegue hasta poder tocar el Sol. ¿Va a hacerme usted el favor?
¡Claro! Yo también he sido joven.

Durante el trayecto estuve revisando los planos que la profesora Woods había dibujado en mi cuaderno de anotaciones personal. Estaba un poco nervioso, no voy a mentir, todo se parecía a esos momentos previos de un estúpido examen de instituto; pero esta vez sentía que todo el esfuerzo de estos últimos años por fin había valido la pena. Todo lucía tan poético…

Llegamos al lugar adecuado y el navegante, que ya fue considerado mi tercer aliado oficial, paró rápidamente todos los motores de su barco y soltó el ancla en seco. El momento era ahora. Montamos en pocos minutos esas máquinas, obras de la ingeniería y la insanidad humana, y le di las gracias por todo a mis dos compañeros. Me coloqué en la proa de la embarcación y, equipado con mis alas, miré al Sol sintiendo su calor en la piel de mi rostro pálido.

No ha sido nada fácil lograr todo esto. ¡En absoluto! Pero he visto la verdad con solo tocar la luz que desprendes de tus brasas. He aprendido a luchar contra los demonios que me han intentado devorar vivo con solo saber que siempre has estado allí arriba; observándome. He aprendido a volar por el firmamento con solo el simple deseo de poder alcanzarte; y ahora, en este preciso instante con mi más sincero agradecimiento voy a encontrarte entre las nubes y a entregarte a ti estas alas que ahora yacen en mis espaldas, pero siempre te han pertenecido.


Ahora ya ha llegado el momento de partir, así que cojo impulso con fuerza. Poético o no, todos nos volvemos locos algún día. ¿No crees?





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