dilluns, 4 de desembre del 2017

ESAS TARDES OLVIDADAS CON MI ABUELO

Hacía años que la vida había dejado de sonreírme. Sin un trabajo agradecible, sin ambiciones ni objetivos más allá del triste subsistir, y sin nadie a quien confiar todos mis miedos e inseguridades, me di cuenta de que poco a poco empequeñecía en un mundo que crecía sin razón para detenerse. Todo me empezaba a sobrepasar a medida que me daba cuenta de cómo de simple era nuestra vida en un universo tan y tan complejo que ni siquiera podemos comprender. Me estaba volviendo completamente invisible a los ojos del todo; un simple espectador de la vida; sin nada ni nadie a quien dedicar mi tiempo. Sin nada ni nadie que pudiese evitar mi progresiva e inevitable desaparición. Sin ni siquiera poder levantarme una mísera mañana y no preguntarme “¿Sigo aquí?”.

Ver al mundo progresar no me molestaba. En realidad se había convertido en mi único entretenimiento. Ver mi ciudad cambiar constantemente, y a mis conocidos madurar felices era algo que, a pesar de recordarme mi estancamiento, me transmitía una cierta sensación de optimismo y liberación; cómo una especie de transcendencia espiritual, o alguna bobada así; algo que, de vez en cuando, me movía a dejarme caer por zonas aleatorias de la ciudad en busca de esas sensaciones que no comprendo, y jamás comprenderé, pero que me mantenían vivo. Tal vez porqué en realidad había nacido para ser un espectador, o quizás porqué ya había asumido que los únicos cambios que conocería en mi existencia, los tendría que percibir desde las distancias. No lo sé.

No recuerdo del todo cuando comenzó esto. Creo que empecé a darme cuenta de quien era en el momento en que la gente que yo quería empezó a tratarme como un verdadero enfermo, y con motivos. Como un triste autómata que solo podía victimizarse, y nada más. Victimizarse es la palabra que mejor describe en lo que me he convertido. Una víctima de mi mismo.

El otro día, siguiendo mis básicos rituales, decidí acercarme al nuevo acuario que acababan de inaugurar en la zona de ocio de la ciudad, donde los niños se reunían después de las clases. Ahora que lo pienso, no tengo un mal recuerdo de mi niñez; de hecho creo que tuve una infancia bastante feliz; con pocos amigos, pero con una ignorancia e inocencia realmente envidiable. ¿Que demonios debía tener en la cabeza en ese entonces? ¿Y en que momento lo perdí?

El acuario no era nada excepcional, la verdad. Un largo pasillo muy oscuro lleno de ventanas azules hacia ese exótico mundo de los peces; tan cerca de nosotros, pero tan al margen de nuestra realidad. Pagué mi entrada sin intercambiar una sola palabra con el portero del recinto, y en pocos segundos me empecé a adentrar en las forzadas tinieblas de esas instalaciones, cómo si fuese un muerto viviente guiado por los instintos más primitivos que la psicología humana nos ha regalado.

Avancé por el pasillo sin distraerme demasiado rato con los relucientes escaparates, que proyectaban una luz azul que desde fuera no pude percibir. Sentía cierto pesar en mi pecho, como si ese lugar estuviese despertando en mí una melancolía que ya ni recordaba poseer; y al mismo tiempo me abrazase con la penumbra para ocultar mis más oscuros sentimientos. Entonces todo se empezó a volver extraño a mi percepción. Empecé a vivir los síntomas más claros de lo que parecía ser un exagerado “deja-vu” y necesitaba apoyarme durante un instante en la pared de cristal de esa galería, bajo la atenta supervisión de los peces que aguardaba.

Mamá. ¿Qué pez es ese de ahí?” dijo un niño señalando con notable euforia el acuario en el que yo permanecía apoyado. La madre, una mujer bastante joven con un aire que me resulta bastante familiar, y no se por qué, se acercó a la cristalera con una mueca de desconocimiento y me incitó a mirar a qué pez se refería el niño.
Eso es un “Sargo picudo”—dije impulsivamente, casi sin querer—. Mi abuelo “G” solía pescar bastantes de estos.
Anda, si que sabes de peces —respondió la mujer ante mi inesperada intervención.
En realidad sé muy poco... —balbuceé evitando mirarla a los ojos, ya fuese por vergüenza o por extremo pavor a desmoronarme de algún modo—. Solo recuerdo algunas cosas que aprendí una vez.
Fue entonces cuando accidentalmente, mi mirada se cruzó por un segundo con la suya, y de repente pude apreciar cierta calidez en sus ojos oscuros iluminados de azul; calidez que apuñaló directamente a mi invisibilidad. Me di cuenta de que por un efímero instante había regresado al mundo, y la sorpresa de lo imprevisto empezó a derretirme por dentro. “¡Ahora tengo que irme!” le dije a esa joven y a su hijo, conteniendo la ola de nervios que implosionaban en mi estómago. Pero con las prisas generadas por esa confusa situación, accidentalmente resbalé a pocos metros de la madre y el niño, y mi cabeza impactó duramente contra el suelo de ladrillos. Lo último que logré ver fue el agua de las peceras invadiendo mis pensamientos.

Desperté rápidamente con unos graves y sonoros ronquidos que creía haber olvidado hacía mucho tiempo. Busqué con mi sentido del tacto esos ladrillos húmedos del acuario, pero sin embargo lo que palpé no era dicho material. Los ronquidos regresaron y esta vez me hicieron reaccionar. Abrí los ojos forzando el proceso de recuperación, y me froté la cara con las manos dándome cuenta de que el pelo de mi barba se había desvanecido por completo. Entonces mi corazón dio un vuelco. Podía reconocer el olor que se filtraba por mis fosas nasales. Podía reconocer el sonido de las olas cercanas golpeando contra los muelles de hormigón. Podía poner nombre a ese escandaloso ronquido que, más que incomodarme, me hizo soltar una súbita lágrima. Me levanté del montón de sacos y redes en el que estaba durmiendo y allí estaba, durmiendo a mi lado, mi difunto abuelo más vivo que nunca.

No encontraba sentido lógico a lo que acababa de suceder. Estaba allí, en el almacén del puerto de mi ciudad natal, y mi abuelo… mi pobre abuelo estaba conmigo; durmiendo tranquilamente. ¡Había retrocedido en el tiempo! Yo entero había rejuvenecido muchos años. No sabía cuantos exactamente, pero volvía a ser un mocoso físicamente; aunque sin embargo podía recordarlo todo. La soledad… la mujer… el acuario… ¡Todo! Incluso podía sentir el ardor de la caída en mi cráneo. ¿Pero qué demonios importaba esto ahora? ¡Mi abuelo estaba vivo a mi lado! Esto tenía que ser un sueño. De los mejores que había soñado hasta ahora, sin duda alguna. Pero todo lucía tan auténtico… que no sabía si gritar de alegría o llorar de emoción. Todo aquello que me atormentaba en mi vida acababa de convertirse en simple humo sin importancia. Todo era tan bonito e irreal… .

Cuando mi abuelo despertó pocos minutos más tarde, toda la sangre de mi cuerpo se heló por completo. Me abalancé hacia él en una potente catarsis de emoción y tristeza, y él se hecho a reír sonoramente.
¡Cuidado Bryan, que tu abuelo ya está jodido para estos sustos! —pronunció con esa carismática ternura que él tenía.
Perdón abuelo —dije forzándome a esconder las lágrimas que me caían.
Ayúdame a levantarme, anda —me pidió mientras despegaba su cuerpo del mismo montón de sacos en el que había despertado—. Hoy tenemos trabajo en el barco, ya sabes. Y esta tarde creo que tu primo Toddy vendrá a merendar con nosotros.

Hacía muchísimos años que no sabía nada de mi primo Todd. La muerte inesperada del abuelo “G” quebrantó mi familia por completo, y ya no le volví a ver más que en alguna celebración poco importante. Creo que empezó a trabajar en una oficina en esta misma ciudad. Nada especialmente destacable.

Salimos al exterior de ese almacén, y los rayos de Sol que se proyectaron en mi rostro jugaban armoniosamente con la paz y la serenidad que estaba sintiendo en ese instante. Debía parecer un imbécil, lo sé, pero no podía dejar de mirar a mi abuelo. Todos y cada uno de sus gestos; sus expresiones faciales; las arrugas en sus veteranas manos. Esas cosas que en su momento eran tan insignificantes y ahora… ahora daría lo que fuera para no perderlas de mi vida nunca más. Nunca más.

Subimos al pequeño barco del abuelo listos para empezar a desenredar las redes de pesca. Recuerdo vagamente cuanto odié esta tarea; el escozor de mis manos al tocar los restos de espinas y los tentáculos de medusa perdidos en ese mar de hilos esparcidos sin control… pero ahora ese dolor era tan gratificante, que temía no encontrar suficientes tentáculos urticantes entre mis dedos.

Entonces me entraron las dudas que iban a cambiarlo todo. ¿Y si realmente esos recuerdos de mi futuro fueron una compleja premonición de lo que estaba por venir? ¿Y si la muerte de mi abuelo fue o sería el detonante de esa oscura vida que había vivido? ¿Debía advertirle de lo que probablemente estaba por suceder? ¿Cambiaría eso algo? Me apresuré a encontrar un diario o algún tipo de documento en el camarote de mi abuelo que pudiese indicarme la fecha de este extraño día, y así pude ubicarme en el tiempo: “20 de Junio de 1985”. El día antes de que mi abuelo partiese con su barco y fuese engullido por una despiadada tormenta. Fue así como, por instinto, empecé a trazar una lógica en esa situación. La pérdida de mi abuelo me hizo mudarme a la capital con mis padrinos, y desde entonces toda mi vida fue un constante desastre; una secuencia de pérdidas, frustraciones y sueños rotos. ¿Y si el destino quería que salvase a mi abuelo para arreglar todos los fallos que cometí? ¿Cómo podía ser eso posible? ¡Ahora no era momento para preguntarme estupideces! Debía actuar cuanto antes.

¿Mañana vas a salir a pescar? —pregunté con voz temblorosa a esa ilusión con la apariencia de mi abuelo.
Por supuesto, “tontín”. ¿por que crees que estamos preparando la red? —respondió él empleando uno de esos apodos con los que solía llamarme cariñosamente, y que ya había olvidado.
He oído que habrá tormenta; quizá debas dejarlo para otro día…
¿Tormenta? Pero si hace un día cojonudo. Toda la semana ha estado cojonuda. De hecho me arrepiento de no haber ido ayer a pescar. Gerald y Francis han llegado hoy con una de pescado… .
Ya pero… ¿Cuanto hace que no revisas el motor del barco? —improvisé desesperadamente—. ¿Y si te pasa alguna cosa?
No me va a pasar nada… esa ruta es la mar de segura. No seas tan paranoico, tontín, ya sabes que tu abuelo es viejo pero duro como un buque de guerra.
Esas palabras me conmovieron de verdad, pues podía recordar todas las veces que mi abuelo bromeaba con su vejez. ¡Tenía que salvar a ese hombre fuese como fuese! Fue entonces cuando se me ocurrió una última alternativa. Una alternativa que supondría el final de esa tragedia. Algo que jamás se me hubiese ocurrido en una situación normal, pero bajo la presión de ese momento cobraba un sentido definitivo: Esa noche iba a quemar su barco.

Esa tarde llegó mi primo Todd. Me llenó de nostalgia verle tan pequeño. Tengo que admitir que de no conocer lo que estaba por suceder, jamás hubiese sido capaz de apreciar la belleza y la felicidad que nos brindó esa tarde. Mi difunto abuelo, mi primo olvidado y yo juntos en el puerto, contándonos historias como los protagonistas de un verdadero cuento de aventuras. Tenía la sensación de que esa noche iba a ser eterna. Necesitaba que fuese eterna, pues los monstruos de la vida no podían abatirnos hoy. Eramos tan fuertes… retenía las ganas de llorar al darme cuenta de que cuando esa noche terminase, todo podía terminar para siempre. Parece mentira darse cuenta que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. ¿Y si realmente ese fue el verdadero error de mi vida? ¿Y si haber ignorado las cosas triviales fue lo que realmente terminó conmigo?

Cuando Todd fue recogido por sus padres, sobre las once de la noche. Mi abuelo se sentó a mi lado y abrió una botella de cerveza, que relucía dorada bajo la luz de una pequeña hoguera que habíamos preparado con maderas viejas y otros trastos del puerto. Ambos mirábamos el barco como se balanceaba con los ligeros oleajes que entraban al muelle. Supongo que mi abuelo lo miraba pensando en el viaje que le esperaba mañana. Yo lo miraba preguntándome si se sería capaz de quemarlo. La posesión más preciada de mi abuelo.
Bryan —pronunció mi abuelo rompiendo suavemente el silencio de la situación—. A veces la vida puede ser dura. Ya lo sabes. Nunca temas a la muerte, pero menos a la vida. Allí arriba no hay dioses ni titanes. Solo estrellas y nubes… y pájaros; cosas que valen más la pena de adorar.
Yo escuchaba atentamente sus palabras con una cierta tristeza en los ojos que ya no quería ocultar más. Mi abuelo miró al cielo y dijo.
Uno nunca debe volverse invisible cuando está vivo, porque sabe que ni siquiera cuando se vaya de este mundo lo será. Uno siempre sigue viviendo en los recuerdos de aquellos que le quieren, o que alguna vez le han querido. Nunca te dejes desaparecer, me oyes. Nunca cometas ese error. No es tan difícil como muchos creen… .

Mi abuelo se durmió, y yo lo observé silenciosamente bajo ese eterno cielo estrellado. Miré el barco como flotaba sigilosamente y en paz, y entonces me levanté del suelo de hormigón para finalmente apagar esa hoguera para siempre. Esa fue la última vez que vi a mi abuelo “G”.

Desperté en un hospital de la capital. No muy lejos del centro. Esa mujer del niño me había traído hasta aquí mientras estaba inconsciente. Me dijeron que había estado una hora entera durmiendo, pero lo que me había sucedido en el acuario no era grave. Yo sabía que más que una hora, había estado un día entero muy, muy lejos de aquí. No se hasta que punto los recuerdos de esa tarde de Junio se han mezclado con la ficción de mi subconsciente; pero ahora estoy seguro que la pérdida de mi abuelo no fue el final de todo. Sólo fue el inicio.





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