Todos
estos faros que antaño eran fuentes de luz y vida ahora tan solo son
un mero y triste recuerdo del más puro y estricto abandono. La
dejadez, y la soledad; espectros que una vez te persiguieron por
estos lares, en ese día que el destino te quiso soltar aquí, ya
fuese por una razón que no queremos comprender, o por un capricho,
cuya potestad de negárselo jamás la tuviste tú ayer, pequeña. Y
tampoco la tendrás mañana.
Fíjate
que esta es la era del absoluto conocimiento. La era de la
información y las omnipresentes raíces de las relación humana.
Tantos datos disfrazados de respuestas a un todo que jamás
asimilaremos. Tantas cosas que me llevan a preguntarme y meditar por
años: ¿Cómo y por qué alguien como tú, fiel cazadora de la
verdad más pura, puede vivir entre tanta falsedad y penumbra?
Recuerdo
una vez, un viejo vaquero me contó una historia que ya casi he
olvidado. Todas las historias se olvidan, excepto aquellas en las que
te quedaste prisionero porque tu mismo destruiste la llave de tu
celda. El caso es que el viejo me habló de como las personas crean
leyes y teorías, y tratan de definir la realidad con simples
palabras que tan solo son moldes para que la gente como tú pueda
domesticar aquello indomable. Como se busca constantemente el manejo
de todo. Y sin embargo, niña, las vacas; esas vacas que el ranchero
criaba en su granja; vacas que ni siquiera saben que las personas las
llaman “vacas”, porque en realidad eso no tiene significado
alguno, desconocen todas las teorías y leyes que los humanos se
empeñan en desarrollar, y aún así viven en su más pura y serena
ingenuidad. Viviendo sin pensar en un mañana; pues este no existe en
realidad.
Tal
vez esas teorías sobre el mundo… de la pequeñez humana… de lo
inconcebible… no sean más que intentos absurdos de hallar un
entendimiento que siempre termina frustrado. Esas teorías del todo y
del nada en absoluto que no dejan de corroer. Yo mismo una vez me di
cuenta de todo esto, niña; De como el mundo se excusa por todo,
cuando lo cierto es que como todos, tú misma te has regido por tus
reglas individuales que allí fuera jamás han tenido validez alguna.
Que cosas… el Sol sigue dando vueltas por allí y lo seguiría
haciendo aunque nadie jamás lo hubiese mencionado en la historia.
No
creas que trato de ser profundo, amiga mía; tampoco destructivo. Ni
siquiera pesimista. Solo trato de explicarte otro día más como las
cosas no son más ni menos que lo que tratamos que sean. Las cosas
son porque tenían que ser. Este es el instante en el que nuestro
mundo se distancia de toda descripción objetiva. Si dejas de pensar
un segundo, si dejas apagar por un instante esa voz con la que
dialogas constantemente dentro de tu cabecita, el mundo que te rodea
“es” y nada más.
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