diumenge, 14 de gener del 2018

ESTIRA Y AFLOJA (Parte 1)

El cielo siempre estaba gris en el monte de Brokenhope. Muchos decían que las lágrimas de los viajeros que llegaban hasta allí eran las culpables de infestar el cielo con su eterna tristeza y amargura, pues ese lugar no era otra cosa que un cementerio para esa gente que todavía seguía viva, pero la vida había dejado de acompañarles. Todo allí llevaba mucho tiempo muerto y apagado. Cada uno de los árboles, las plantas e incluso los animales que habitaban esas tierras irradiaban una melancolía que daba todo el crédito del mundo al nombre por el que se conocía ese extraño sitio.

El albergue de Brokenhope era lo que se podría considerar la atracción turística principal de ese sombrío lugar. Esto si de verdad podíamos considerar “turistas” a los visitantes que se acercaban allí. Personas absolutamente dominadas por la frustración y la desesperación de sus vidas. Gente incurable en busca de un lugar donde encerrarse en sus recuerdos para no salir jamás. Un refugio de la realidad.

Y allí se encontraba Fritz Cooper, sentado sobre su litera con la mirada perdida en la bombilla colgante del techo de su anti-higiénica habitación, y con sus gafas mal plegadas sobre la carcomida mesilla de noche. Esperando muy impaciente, a pesar de ya no tener prisa alguna por la que preocuparse. Silenciosamente ansioso por la llegada inminente de su nuevo y desconocido compañero de habitación, que estaba por llegar.

Hacía semanas que había recibido esa noticia así que, por su puesto, no era algo inesperado. Ya era de dominio público el saber que ese albergue no era un lugar a donde ir de vacaciones, ni un lugar donde hallar el disfrute. Ese era el centro de retiro y abandono espiritual por excelencia; por lo que la intimidad individual se limitaba en la mente de sus huéspedes, y las habitaciones no eran personales. Aún así, Fritz no había recibido ningún tipo de dato sobre la persona que iba a compartir su cuarto. No sabía su nombre, ni su apellido… por no saber, ni siquiera sabía si era hombre o mujer. Pero en breve iba a conocerle, y esta era la razón de su voraz impaciencia.
Hola muy buenas, mi nombre es Fritz Cooper, pero mis amigos me llamaban Coop, así que puedes llamarme así si quieres, y… ¡Que asco! ¡Doy pena! —se criticaba con ira el hombre mientras ensayaba las palabras con las que quería presentarse ante su nuevo compañero de habitación—. ¿Que tal amigo? Soy Fritz Cooper, pero llámame Coop, je je… no... ¡Mi voz produce arcadas! Estoy haciendo el ridículo de mala manera… .

De repente la puerta del cuarto se abrió de un golpe y Fritz se levantó de un brinco ante ese súbito evento.
¡Hoy va a nevar! —dijo con cierta descara el hombre, aparentemente más joven, que entró en la sala cargado de maletas y con una extravagante pinta—. ¡Espero que haya calefacción en esta pocilga! ¿Quién cojones eres tú? —preguntó al encontrarse cara a cara con Fritz.
B-b-bueno, y-yo s-s-soy Fritz Cooper, pero m-mis amigos me llaman Coop, así que… —tartamudeó Fritz Cooper poseído por los nervios y la falta de ensayo.
¿Fritz? ¿Se puede saber que haces en mi habitación, Fritz? ¿Eres del servicio de limpieza?
Ya, muy buena… en realidad soy tu compañero de habitación… —pronunció con un hilo de voz, muerto de vergüenza e incomodidad.
¿Tú? ¿Mi compañero de habitación? ¡Menuda mierda!
Por favor, no me faltes al respeto eh… ¡No me conoces!
Lo siento Fritz… a veces pienso en voz alta.

Fritz y el nuevo no quisieron intercambiar ni una palabra más durante ese rato de tensión. El hombre misterioso descargó todo su equipaje y se tumbo en su litera tapándose la cara con las manos y suspirando escandalosamente. Parecía muy desesperado. Fritz temía que el recién llegado compañero fuese un auténtico tarado de psiquiátrico y le llevase problemas. Al fin y al cabo, no habían empezado con muy buen pié y esa falta de comunicación solo lograba agobiar más y más al débil de Fritz Cooper.

Oye ¿Estás bien? —preguntó al nuevo, rompiendo por fin con el silencio.
Estoy condenado para siempre en Brokenhope… ¡no podría estar mejor! —respondió irónico el misterioso individuo.
Si estás condenado para siempre aquí, será mejor que nos llevemos bien ¿no crees?
¿Cuanto tiempo llevas en este asqueroso albergue?
Un mes y medio, aproximadamente.
Dios mío… ¿¡estamos jodidos eh!? —dijo esta vez un poco más simpático, pero tan grosero como antes.
Fritz fingió reír para lograr romper el hielo, a pesar de que la fatídica broma de su compañero no tenía ninguna gracia para él.
Soy Mark Silver, soy músico... fui músico —se corrigió.
¡Anda, un artista! ¿Que tipo de música tocabas?
Fui vocalista en una banda de “pop-rock” de mi estado… luego todo me fue mal.
Yo fui profesor y investigador de matemáticas en un instituto ya hace años. También me licencié en neurología… la cosa tampoco me fue muy bien, la verdad.
Tu cara me resulta bastante familiar ¿Has salido alguna vez en televisión, o en algún periódico?
No que yo sepa, mis ex-socios solían dar la cara por mi empresa cuando se trataba de temas públicos… siempre he sido absurdamente tímido ¿Sabes? —dijo el matemático mientras recogía sus gafas de la mesilla y se las acoplaba en la cara. Hecho que despertó una reacción inesperada en el llamado Mark Silver.
¡No me jodas! —gritó eufórico el vocalista de repente—. ¡No me “maldito” jodas!
¿Te pasa algo? —se sorprendió Fritz Cooper.
¡Tu eres el profesor “Cooper Cuatro-ojos”, del colegio Marsh Kinney!
Sí… yo trabajé en ese colegio un par de años. ¿A caso nos conocemos de algo?
Por tu culpa me expulsaron de ese centro y tuve que dejar los estudios… así que creo que nos conocemos lo suficiente —soltó Silver recuperando un cierto enojo que al parecer llevaba mucho tiempo enterrado.
¿Que yo te expulsé? —se sorprendió Cooper gratamente—. ¡No me digas que tu eres el impertinente de Marcus Santos!
Este era mi verdadero nombre… ¡tú mataste a Marcus Santos! Maldita sea… si no me hubieses expulsado, ahora sería un puto médico. El puto mejor médico de todo el país ¿¡Me oyes!? Y mi padre jamás me hubiese echado de casa… y de bien seguro que hoy no estaría en este antro hablando contigo…
No me vengas con tonterías, Marcus; si tu y tu banda de gorilas de instituto no os hubieseis dedicado a boicotear todas y cada una de mis clases, te juro que yo no hubiese dejado la docencia y tu serías ese maldito médico que querías ser y no un cobarde desgraciado como… —Fritz se sacó las gafas de nuevo y se frotó los parpados hundido en la profunda tristeza—. Como yo… .
Eras un profesor pésimo… ni siquiera tenías edad para ser profesor. ¿Como querías que te tomásemos en serio, eh?
Por lo menos durante unos años pude ser una persona de provecho, y no un miserable cantante de sucia taberna...
Ambos no se volvieron a hablar. Cuando Mark Silver terminó de instalarse salió del cuarto y se fue al salón principal del albergue, para reunirse con la mayoría de los residentes de esa choza.

Las horas pasaron y Fritz no supo nada más de su compañero Silver. Los recuerdos de su conversación habían dejado un muy mal sabor de boca al matemático. Hacía mucho tiempo que no compartía nada con absolutamente nadie, y haberse peleado dos veces con la primera persona con la que socializaba después de tantos meses se había convertido en una dolorosa inyección de remordimientos; aún recordar como de cruel fue Marcus Santos con él.

Cooper decidió bajar hasta el salón principal. Algo que no solía hacer. Y allí no tardó en localizar a su compañero sentado en la mesa más arrinconada de la sala; oculto tras montones de personas que mataban el tiempo jugando a cartas y bebiendo hasta perder la consciencia y la cordura.

El profesor se acercó al cantante haciéndose paso entre la muchedumbre. El tipo no se percató de su presencia todavía. Estaba fumando un cigarrillo contemplando los deprimentes cuadros de la pared, con un vaso ya vacío entre los dedos y con el rostro rojizo. Era obvio que había estado llorando.
¿Por qué finges ser un tipo duro cuando en realidad eres tan sensible? —preguntó Fritz sosegadamente, pero con gran autoridad.
¡Déjame en paz! Lo que sea o deje de ser a ti no te incumbe.
Sé que no eres una mala persona… todos hacemos el burro cuando somos jóvenes y todos terminamos recibiendo lo merecido. Tu no fuiste una excepción.
¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Una disculpa? ¿Esto es lo que quieres? ¡Pues mira… perdón por haber sido un imbécil hace tantos años y perdón por seguir siéndolo a día de hoy! Ahora dejame en paz… .
No te culpo por lo que me hiciste. En realidad yo también siento haberte expulsado sin haber hablado contigo antes. Estoy seguro de que podríamos haber acordado algo.
En realidad la expulsión del colegio sólo fue una de las decenas de malas decisiones que me llevaron hasta aquí. Decenas de errores que se acumulan y pasan factura sin compasión —dijo casi rompiendo a llorar otra vez—. Mira, te pido disculpas sinceramente; pero ahora quiero que me dejes solo ¿vale?
Está bien, pero por favor, deja de fumar… fumar es para viejos moribundos. Se me encoge el corazón cuando veo a jóvenes con talento contaminándose el organismo a voluntad propia.
¿Viejos moribundos? ¿A caso no hemos venido a Brokenhope para esperar a la muerte?
Estaré en la biblioteca del albergue. Está en la segunda planta; por si me necesitas para algo… .

Mark Silver se quedó un rato más divagando en sus pensamientos. Todavía sentía esa especie de rabia hacia aquel profesor, que ya yacía tatuada en sus recuerdos; pero en el fondo era más que consciente de como llegó a perjudicarle. ¿Y si ahora fuese médico? ¿Cómo habría sido su vida? ¿Valía la pena preguntárselo? Quién sabe… no podía negar que la frustración de ser rechazado por su colegio y por su padre fueron los causantes de su estancamiento. Él encontró en la música un refugio para no pensar en sus problemas; puro alivio artístico; pero después de todo aquello y sus secuelas, ya no habría más canción donde esconderse que la lúgubre sinfonía del monte Brokenhope.

Cada vez que su pasado regresaba a su memoria, Mark Silver sentía la impulsiva necesidad de romper lo que fuera que tuviese en mano. La destrucción material era un buen calmante temporal. Esta vez el vaso vacío quedó destruido en mil pedazos contra la pared del salón. Silver se levantó consumido por su ciega impotencia, y se dirigió a la biblioteca sin decir ni una sola palabra a las personas que, atónitas, presenciaron ese repentino espectáculo.

La biblioteca estaba totalmente vacía y silenciosa. Lo único que se podía oír eran los crecientes copos de nieve golpeando contra la ventana, signo de que se avecinaba una tormenta, y el ligero pasar de página del profesor Cooper, que solitario, estaba leyendo un libro sobre la criptozoología europea.
¿Quién demonios quiere pudrirse envuelto de libros? —preguntó Mark Silver por sorpresa.
Fritz Cooper se alzó las gafas y miró a su vacío alrededor.
Parece que yo —respondió—. De todos modos, lo veo más interesante que pudrirse mirando una pared.
¿Cómo conociste este lugar?
Lo encontré en Google. Ni te imaginas la cantidad de cosas que encuentras cuando buscas “Soy un fracasado de narices y mi vida es una perfecta mierda”. Después tratas de ver películas online y solo recibes publicidad de comunidades religiosas alternativas muy muy contentas de acogerte.
Internet es una mierda… —reflexionó Silver.
Internet es una buena herramienta si sabes como...

De repente una monstruosa sacudida hizo temblar todo el edificio con gran brutalidad. Varios libros cayeron de sus estanterías y los dos individuos se miraron totalmente perplejos y, a continuación, por todos los pasillos del establecimiento se empezó a oír a la gente corriendo sin control. Alguien gritaba desde la planta baja: “¡Que no cunda el pánico! Vamos a abandonar el edificio ordenadamente, que nadie se quede en los pasillos; parece que se avecina una fuerte avalancha”.
¡Hay que salir de aquí! —dijo Cooper mientras cerraba su libro y se levantaba de su asiento.
Silver se adelantó hacia la salida de la biblioteca cuando un segundo temblor hizo caer una estantería entera encima del profesor, dejándole medio cuerpo atrapado con su peso. La gente ya salía del albergue, y los dos compañeros todavía estaban en la segunda planta. En ese instante Mark Silver se dio cuenta de que se encontraba en una terrible encrucijada moral. ¿Iba a ayudar al hombre que le había conducido a Brokenhope, o iba a huir de ese albergue para salvar su miserable vida?

CONTINUARÁ


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