dilluns, 22 de gener del 2018

OBRA DE UN ESTÚPIDO

¿Que si conocí a Chuck? Por su puesto… ¿Quién no conocía a ese idiota? Ese tipo era la persona más estúpida e inútil que jamás he conocido en toda mi vida. De hecho creo que podría estar orgulloso de ser llamado estúpido, pues de entre todos los adjetivos que se dejaban usar para describirle, “estúpido” era un perfecto halago.

Al tipo le gustaba jugar a ser un artista. ¡Realmente se lo creía! ¿No es absurdo? Cuando en realidad el único arte que tenía era el de hacer el ridículo una vez tras otra. Y aún así, sin duda alguna, era un maestro ejemplar del auto-engaño y la eterna ignorancia. Algo tan fuerte que podría llegar a ser hasta admirable si no procediese de tal incompetente ser.

La última vez que le vi sabía que se llevaba algo entre manos. Alguna incomprensible cosa de las suyas. Entonces no le di importancia, pues nada bueno podía estar relacionado con él. Y si te digo la verdad, todos los que le hemos conocido en alguna ocasión hemos temido más de una vez acabar involucrados en uno de sus actos de homenaje y culto a la estupidez humana. Es tan exageradamente humillante… .

El caso es que el tipejo se fue de casa alegre y cantarín, con una incrédula inocencia que inspiraba hasta una inesperada ternura; ternura que se desvanecía cuando recordábamos que lo más tierno que ese ser tenía era su propio encéfalo. Encéfalo que por cierto, aun no ha demostrado su existencia. Algunos comentaban que tenía una cita con alguna persona, humana o no. Yo me decantaba más por los que creían que se iba a comprar churros en la plaza. Al fin y al cabo, el tiempo que un ser humano normal invierte en una cita estándar era exactamente el mismo que tardaba él en salir de su casa, encontrar la plaza, encontrar la tienda de churros, encontrar los churros, pagar los churros, salir de la tienda, marcharse de la plaza y lograr encontrar su casa de nuevo. Y esto si no perdía las llaves.

No le volví a ver hasta la mañana siguiente. Tan deplorable como siempre. Aunque un poco apagado, la verdad. Tengo que reconocer que en ese instante sentí cierta curiosidad por lo que fuera que le estuviese pasando, así que me acerqué a su habitáculo por eso de las dos del mediodía.

Miré por la ventana de su comedor, y entre el cartografiable desorden de trastos y escombros, estaba él durmiendo espachurrado en su sillón; con la boca tan abierta que lo que deberían ser simples ronquidos se convertían en demoníacas cacofonías de película de terror. Entonces, en ese instante me di cuenta que salía humo de su cocina; era obvio que algo se estaba incendiando allí dentro. Golpeé el cristal de su ventana tan fuerte como pude con la intención de despertar a ese desgraciado, pero no existía acto ni catástrofe natural que pudiese interrumpir su plácido sueño. Entonces rodeé su casa y logré acceder a ella por la puerta trasera, que siempre la tenía abierta y no entiendo porqué.

Tras cruzarme con pasillos decorados a base de cuadros colgados con esparadrapo, habitaciones invadidas por osos de peluche y lavabos cuyas condiciones prefiero no describir, llegué a la cocina y no tardé en hallar un microondas bailando claqué entre nubes de humo y descargas eléctricas sobre un sucio mármol que llevaba años sin desinfectar.

Impulsivamente arranqué el cable que unía el cacharro con la corriente. Encendí el grifo, vertí el humeante aparato y abrí la ventana para erradicar la nube de humo que se había generado allí dentro. Finalmente abrí el microondas y lo que había en su interior era un plato de espaguetis con bechamel todo derramado... con su correspondiente tenedor, y un inexplicable teléfono móvil chispeante… ¡menudo estúpido!

Me dirigí al salón para despertar a ese personaje y contarle todo lo sucedido. Ese tipo no solo era un peligro para si mismo, sino que además se había convertido un insulto hacia la coherencia y la evolución humana. Algo ya serio. Pero de camino allí, no pude evitar fijarme en un misterioso cajón desencajado de un mueble en su comedor, lleno a rebosar de papeles y otros objetos que a simple vista no podía reconocer.

Me acerqué allí temiendo encontrar datos bancarios importantes, o algún otro tipo de documento oficial personal. De ese inútil me lo esperaba todo. Pero por mi sorpresa, lo que había allí dentro eran paquetes de regalo que al parecer nunca se atrevió a entregar, y montones de tiras cómicas explicando con dibujos mal coloreados los episodios más estúpidos y vergonzosos de su estúpida existencia. No lucía demasiado optimista ni inocente, la verdad. Parecía ser que Chuck era conocedor e incluso participante de ese boicot que todo el mundo le hacía. Parecía que se había quedado atrapado en un fatídico personaje del que jamás supo renunciar. Bastante extravagante todo esto ¿No?… Y justo en un mueble vecino yacía, todo resplandeciente, un paquete de churros de ayer.

El siguiente día ese tipo salió de su casa como cada día hacía. Creo que iba a comprarse un móvil nuevo, o algo así. Se dejó las llaves puestas en la puerta de su casa, con ambos zapatos desatados, la camiseta del revés, y equipado con esa cara de empanado reconocible a años luz de esta calle. Todo seguía con estricta normalidad. Aunque creo que algo estaba cambiando en mi forma de percibir su “hacer”. Quizás empezaba a entender su estupidez, como otro tipo de inteligencia que todavía no logramos comprender. O quizás simplemente había pasado una mala noche. Aun así, jamás me hubiese imaginado que alguien pudiese llegar sufrir por su propia idiotez; pero al fin y al cabo, ¿Quién en el mundo querría entender lo que hay en la cabeza de un estúpido?

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