dilluns, 26 de febrer del 2018

EMBERS

Todavía me acuerdo del día en el que Embers llegó a casa. Mi madre la trajo en una enorme caja de cartón que un camión había descargado en el porche hacía un par de horas. Yo estaba un tanto asustado, pues jamás había imaginado tener que convivir con un androide tan grande en mi propio hogar; que andaría por mis pasillos mientras yo durmiese y que me prepararía cada mañana el desayuno antes de ir al colegio. Pero al fin y al cabo, eso era el futuro. ¿no?

Desde que mis padres fueron ascendidos en su empleo, perdieron todo el tiempo que les hacía falta para cuidar de mí. Y como alquilar una niñera resultaba una inversión que todavía no estaban preparados para afrontar, se decantaron por las últimas ofertas del mercado de los electrodomésticos del país: “Androides de asistencia personal”. Una inversión costosa, pero que no hacía falta renovar cada mes. Aun así, a mí la idea no me terminaba de convencer del todo. En realidad me asustaba bastante. Había visto las suficientes películas como para saber lo que esas máquinas eran capaz de hacerle a las personas humanas. Pero mi padre me insistía en como de necesario me resultaría esa ayuda en casa, y de que las películas no eran más que estupideces para asustar a los niños pequeños como yo.

Embers imponía bastante respeto. Era grande, fría, llena de brazos y de placas de cromo blanco que recubrían todo su cuerpo cibernético. Y en su rostro totalmente liso, había una escalofriante luz circular que me observaba fijamente.

Buenos días familia Kellen, mi nombre es Embers y voy a ser su nueva asistenta personal. Para ajustar mi configuración a su agrado, pueden acceder al panel de control ubicado en mi dorso. No se olviden de establecer una contraseña secreta para que solo ustedes puedan interactuar conmigo.
Buenos días Embers —respondió mi madre—. Él es Rich, nuestro hijo de 10 años. Tu tarea ahora será cuidar de él mientras nosotros no estemos en casa. ¿De acuerdo?
¡Recibido, señorita Kellen! Usted ha dejado a su hijo Rich en muy buenas manos.

Cuando llegó el Lunes, tuve que afrontar mi primera jornada en solitario con la androide Embers. Mi padre ya había ajustado varios parámetros de su comportamiento para que éste se adecuase a mi comodidad, pero de todos modos algo me resultaba inquietante en esa situación. Yo estaba en mi cama, tapado con mis mantas, y podía oír constantemente las sigilosas ruedas del robot desplazándose por la cocina. Escuchaba los cubiertos tintinear, el grifo encenderse, el lavavajillas, el aceite hirviendo; y todo esto sabiendo que mis padres hacía horas que ya no estaban en casa.

Mi despertador estaba sonando. Era hora de ir a clase, pero no encontraba el momento de abandonar mi cuarto. ¿Y si Embers me estaba esperando para atacarme? ¿Y si no se acordaba de mí e iba a pensar que era un intruso? Supongo que estos robots han estado creados para que este tipo de cosas no sucedan… ¿Pero y si desafortunadamente Embers estaba defectuosa, y sí iba a hacerlo?

Recordé entonces que mi padre le dio la orden de venirme a despertar si yo no me levantaba de la cama a tiempo, así que, sin tratar de afrontar lo inevitable, por fin cruce la puerta de mi habitación y anduve silenciosamente hasta el solitario comedor. A continuación, me asomé por el marco de la puerta de la cocina y allí estaba Embers; tan siniestra, con sus seis extremidades realizando decenas de tareas a la vez y sin percatarse de mi presencia.

No quería decirle nada, porqué tal vez si la asustaba, ésta reaccionaría cortándome la cabeza con un cuchillo de cocina, o algo peor. Pero ni hizo falta decirle nada, ya que de repente, ella giró su cabeza articulada y plantó su ojo en mí. Yo estaba aterrado, más no sabía que demonios hacer en ese instante.

Buenos días Rich; espero que hayas dormido muy bien esta noche. ¿Qué te apetece que te prepare para desayunar?
Eh-eh-m... ¡galletas! ¡galletas de chocolate y un batido, también de chocolate!
¿Sabes que tu mamá no quiere que tomes mucho chocolate para desayunar, verdad?
Yo me quedé sin palabras… estaba muy nervioso porqué tenía razón. Ahora por desobediente me castigaría con sus zarpas de acero cromado.
Pero como tu mamá ahora no está aquí, nunca se va a dar cuenta— dijo sorprendentemente.
En ese instante, creo que empezó a gustarme ese robot.

Los días fueron pasando y cada vez tenía más confianza con la androide Embers. Ella me preparaba mis menús favoritos, me escuchaba cuando no tenía nadie con quien hablar, me ayudaba con los deberes, me hacía preguntas para prepararme los exámenes de la escuela, e incluso falsificaba a la perfección las firmas de mi padre cuando los suspendía y tenía que devolverlos firmados a la profesora. Su cercanía conmigo me fascinaba.

Me acuerdo de un día en el que estaba jugando a cartas con el robot, y mi padre llegó a casa tras haber estado todo el día trabajando.
¿Qué haces, Rich? —me preguntó mientras se quitaba los zapatos.
Estoy jugando a cartas con Embers —respondí.
Me parece muy bien que saques provecho al androide, pero allí fuera hay más gente con la que deberías salir a jugar de vez en cuando. ¿No crees?
Bueno… sí, pero…
¿Eres consciente de que Embers no es tu amiga, verdad? Tan solo es un ordenador programado para cumplir una función específica, y nada más. Jamás le vas a caer bien, porque para empezar, las máquinas no tienen sentimientos. No te tiene ningún aprecio real; solamente lo simula. Nada más.
¿Y como puedes estar tan seguro de esto, eh papá? —respondí con los ojos llorosos.
Pues porqué es la verdad; en la caja ponía “Androide de asistencia” y no “Amiga por encargo”. Haz el favor de salir mañana a jugar con amigos de carne y hueso, y deja que la máquina se encargue de hacerte el desayuno, que para esto la compramos.

Esas palabras me hirieron profundamente. ¿Para qué mentir? Desde ese día, algo cambió en mi forma de ver al robot. Sentía que éste se mantenía mucho más distante a mí; no porqué Embers hubiera cambiado en algo, sino porqué yo lo había hecho. Estaba muy decepcionado conmigo mismo, pero aun así me negaba a creer las palabras de mi padre. No podía dejar que todo aquello que había pasado con Embers se redujese a nada. Estaba convencido de que tras todas esas capas de cromo, acero y cables tenía que haber algo más. ¡Tenía que haberlo! En realidad no lo sé… .

Las semanas pasaron y yo empecé a salir con un grupo de chicos del barrio. Me lo pasaba bien, pero echaba de menos jugar con Embers. Cada día cuando regresaba a casa tenía la esperanza de que se acercase por voluntad propia a mí con la baraja de cartas en una de sus zarpas, o algo así. Sin embargo, lo único que me decía era “¿Qué quieres comer, Rich?”; y cuando yo respondía me soltaba un frío “Recibido, ahora te lo preparo”.

Un día, estando en el parque con mis amigos de carne y hueso, entre los muchos temas de conversación que salían, que podían ir desde videojuegos hasta hamburguesas de pescado, salió el tema de los androides y sus inteligencias artificiales. Tema en el que no pude evitar parar suma atención.
El otro día vi por la tele como un robot de mensajería se cargaba a su jefe y a su secretaria… —dijo mi amigo Uris de repente—. Dijeron que le había entrado un virus, o algo así, y que todo había sido accidental.
¡Hay que ver! Algún día esas máquinas van a exterminar a todos los humanos —soltó Darcy.
¡Oye! Pues Rich tiene un robot en su casa. Seguro que tarde o temprano la palma —dijo esta vez Joe mientras me señalaba burlesco—. ¿Como le llamabas? ¿Embers?
¡Embers jamás me haría esto! ¡Somos amigos, vale! —defendí.
¡Sí claro! Esto dicen todos justo antes de que sus cabezas sean arrancadas de cuajo por esas frías tenazas animatrónicas que, horas antes, estaban preparando la cena —se burló Uris.
¡Claro! Los robots no tienen ningún tipo de compasión con sus frágiles propietarios humanos. ¡Los robots solo son amigos de los robots!

Estuve varias semanas dando vueltas a las inquietantes palabras de mis compañeros. ¡Embers no sería capaz de hacerme eso! Tal vez no tenía las mismas ganas de jugar conmigo que yo tenía de jugar con ella; pero no iba a matarme, por muchos virus o averías que tuviese. Al menos eso era lo que necesitaba creer. A lo mejor si yo fuese un robot las cosas serían muy diferentes… .

Empecé a leer libros y a ver documentales sobre robótica básica, algo bastante absurdo, pues no entendía nada pero fingía hacerlo. Me pasaba los días intentando ser un androide de verdad. Hasta me construí un disfraz de robot con un par de cajas de cartón y un poco de papel de aluminio. Disfraz cuyo aspecto Embers confundió con el de una tostadora. Eso fue penoso.

Pasado ya un año y medio, durante un fin de semana de Noviembre, vinieron unos parientes lejanos a comer en mi casa. Al parecer, estaban esperando un hijo, y querían conocer el funcionamiento de Embers para inspirar su próxima gran inversión. Algo que en realidad no importa demasiado. El caso es que durante esa comida familiar, recuerdo que me preguntaron varias cosas. Típicas preguntas de pariente lejano.
...¿Y cómo te va la escuela, Rich?
Bien.
¿Las notas van bien también?
¡Así es!
¿Y ya sabes qué quieres ser de mayor?
En ese momento creo que tuve un extraño escalofrío. Mi vista se dirigió inmediatamente al salón de estar, donde Embers estaba cargando su batería.
¡De mayor quiero ser un robot! —solté provocando las risas de todos los que yacían en esa mesa, a pesar de estarlo diciendo muy seriamente.

Los meses fueron pasando y mi desmoralización iba en aumento. Mis amigos se burlaban de mí constantemente, y Embers se estaba volviendo cada vez más fría y distante ante mi percepción. A veces le pedía que jugáramos a algo juntos, o me dedicaba a explicarle ocurrencias de mi mente inmadura, y ella siempre aceptaba todo lo que le pidiese, pues su función era esa; pero estaba claro que desde aquellas palabras que me dijo mi padre aquel día, nada había vuelto a ser lo mismo, y eso me provocaba profunda tristeza. Cada vez me costaba menos ver a Embers como la máquina insensible que era, a pesar de todavía depositar toda mi confianza en que eso no era cierto.

Cuando por fin me di cuenta de que jamás iba a ser un androide, por mucho que lo hubiese deseado, una idea algo insólita empezó a rondar por mi cabeza: iba a acceder al panel de control que Embers tenía instalado en el dorso e iba a ajustar aquellos parámetros que la hacían tan gélidamente inhumana. ¡Menudo disparate! Lo más absurdo de todo es que logré con cierta facilidad descubrir la contraseña que mis padres habían insertado en el ordenador del robot y, con ésta en mi poder, en un instante de desesperación y ausencia de mis padres, terminé cara a cara con el cerebro virtual de ese androide que tanto tiempo llevaba ya en mi hogar.

Empecé a manipular varios paneles extraños de configuración que no entendía para que servían. Toqueteé cada una de sus funciones en busca de algo que ni siquiera sabía lo que era; y como era de esperar, algo empezó a ir mal. Varias alertas empezaron a aparecer en el monitor; el sistema se estaba colapsando y eso no podía ser bueno. Yo cada vez estaba más nervioso; no sabía que demonios hacer en ese instante. ¿Debía desconectar el robot? ¿Debía intentar dejarlo todo como estaba antes? ¿Debía salir corriendo?

Poco después las alarmas cesaron y yo me tranquilicé bastante. Dejé de lado a Embers y me fui a mi cuarto fingiendo que nada había pasado. Aun así estaba bastante inquieto por lo que acababa de hacer. Algo me decía que haber entrado en el ordenador del androide no había estado una buena idea.

Un par de horas más tarde, mientras yo escribía unas redacciones para el colegio, empecé a oír movimientos sospechosos del robot. Podía seguir oyendo tintineo metálicos, pero éstos no venían de los cubiertos de la cocina esta vez; éstos venían del taller de bricolaje de mi padre. Ese hecho me provocó verdaderos sudores fríos.

La cosa dio un verdadero giro cuando a la hora de comer, pude oír como Embers me llamaba con su propia voz desde la cocina; algo que hasta entonces nunca había hecho. Aun así, bastante desconcertado y asustado, obedecí a su inesperada llamada y salí de mi cuarto sigilosamente tal y como hice el primer día en el que tuve que estar a solas con ella.

Me acerqué a la cocina y todo el ambiente estaba invadido por una espesa capa de humo negro. Antes de que pudiese ver lo que estaba haciendo el robot, éste me preguntó qué quería para comer. Yo tragué saliva para no ahogarme y dije lo primero que se me pasó por la cabeza ante ese horrible espectáculo de devastación que se abría ante mis ojos temblorosos. Y de repente, de entre la capa de humo pude ver una potente luz de color rojo fijada en mí. Era la mirada de Embers, pero sin embargo esta resultaba perturbadoramente malígna y hostil.
Embers... ¿estás bien? —balbuceé aterrado—. ¿Quieres que llame al técnico?
No me acuerdo de lo que me has dicho que querías para comer, Rich. ¿Puedes repetírmelo por favor? —dijo con una siniestra voz distorsionada.

De repente, de entre el humo que salía de la cocina, aparecieron las extremidades de Embers agarrándose a los marcos de la puerta, y arrancándolos bruscamente de la pared con una fuerza sobrehumana. En ese punto yo estaba paralizado por el miedo que sentía inyectándose en mis venas.

El demoníaco androide salió de la cocina y me arrinconó en una esquina del salón. Dos de sus manos ahora estaban ocupadas por sierras mecánicas del taller de mi padre, que chirriaban como almas torturadas.
¡Embers! ¡Soy yo! ¡Rich! —grité desesperado.
Recibido Rich... ahora te lo preparo con muuucho chocolate… .
¡Embers por favor! ¿No te acuerdas de mí? ¡Soy tu amigo! —insistía mientras las sierras se acercaban ruidosas a mi cuerpo aprisionado—. ¡Embers, no me hagas esto! ¡Yo no quería hacerte daño! ¡Nunca quise!
Recibido Rich... la respuesta es 2,3 periódico… .
¡Embers, por favor escúchame!
Recibido Rich… ¿dónde están papá y mamá?
Los afilados discos de acero ya soplaban ante mi rostro desolado. Ese era el final. ¡Seguro! Mis amigos ya me lo advirtieron, y ahora… ¿Qué diantre podía hacer ahora?
Embers… lo siento muchísimo… de veras.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada